Cuatro horas después, cuando salieron del cine, Stina aún no había aparecido. Håkan encendió su móvil y descubrió que tenía varias llamadas perdidas y un mensaje.

Hola, amigo. Crisis laboral, tengo que volar a Bangkok a las 23.05. Si no podemos hablar antes, te llamaré mañana. Te quiero.

Besos. Stina.

Håkan suspiró resignado y miró a los otros.

—Han llamado a Stina del trabajo. —Miró el reloj. Las once y cuarto—. Ahora mismo estará recitando las medidas de seguridad a bordo del avión con destino a Bangkok.

—¡Vaya, qué pena! —exclamó Andrea, decepcionada—. Esperaba que solo se hubiera perdido la película. Ahora se perderá también la fiesta.

—Una verdadera lástima —asintió Sam con simpatía.

—Estaba de guardia, así que no resulta inesperado del todo —contraatacó Håkan—. Estoy acostumbrado. Tendremos que divertirnos sin ella.

—No te preocupes, nos ocuparemos de ti —lo consoló Beata, que apareció detrás de ellos y lo agarró del brazo—. Venga, vamos.

Se encaminaron al autobús alquilado, que llevó al grupo a Kuten. Allí los esperaba un refrigerio y baile con la orquesta de Bo Kasper.

Todos estaban sedientos y tenían ganas de charlar después de la larga película. Enseguida Sam se puso a hablar de una forma poética sobre la técnica de montaje, la actuación, el guión y la fotografía. Sobre los paralelismos entre la película de Bergman y su propia vida. Sobre cómo había que interpretarla.

John y Håkan intercambiaron miradas y brindaron entre ellos. Sam agotó a ambos con su perorata sobre Bergman. Håkan parecía preocupado y miró el móvil. Ninguna respuesta de Stina. Estaría muy ocupada durante el vuelo. No podrían hablar hasta el día siguiente.

Beata era la única de la mesa que mostraba algún interés por la conversación.

—Pero una cosa que me fascina de Bergman —aprovechó para decir mientras Sam tomaba aliento— es que era condenadamente inteligente en lo referente a las mujeres. Por ejemplo: Una lección de amor es una película de los años cincuenta, ¿no? Pues en ella se dicen cosas que todavía siguen vigentes hoy día: medio siglo después.

—Como ¿qué?

Sam la observó con atención.

—Bueno, como cuando ella habla sobre lo que piensan las mujeres de la sexualidad, por ejemplo.

—¿En serio? ¿Qué dice?

—Que los hombres pueden tener todas las amantes que quieran, mientras que una mujer que disfruta del sexo es una puta.

—¿Es así de verdad? No sé si estoy de acuerdo contigo.

—¿No? Los hombres tienen enormes problemas cuando las mujeres se entregan al puro placer sexual. Sencillamente, no pueden manejarlo. Se sienten perdidos, frustrados, pierden la fe en sí mismos y en su propia identidad masculina. No soportan que los desafíen de esa manera. Por supuesto que una mujer liberada sexualmente puede atraer a un hombre, pero en lo más profundo desean que seamos vírgenes y puras. Por lo menos las mujeres que ellos han elegido. No importa lo mucho que intenten disimular que no son así. —Le lanzó una mirada afilada a John—. Quizá otras mujeres puedan ser ligeras, siempre que las suyas sean buenas, se ocupen de sus labores y se sientan satisfechas solo con ellos, con el hombre que la ha elegido a ella como suya. Sin importar lo insatisfecha que esté con su vida sexual. Luego el hombre puede soñar con juegos sexuales, pero cuando llega la hora de la verdad es incapaz de realizarlos.

Sam le dirigió una mirada insondable.

—Parece que hablas por experiencia propia.

—¿Te parece?

Rio ligeramente.