La sala de cine al norte de Fårö ocupaba un granero pintado de rojo con cornisas blancas, situado en medio de las casas de verano de la urbanización de Sudersand, que se alzaba en torno a la popular playa de arena. Los cineastas allí reunidos bebían vino espumoso y comían canapés mientras esperaban a que comenzara el evento. Se trataba de la obra Fanny y Alexander, presentada por los actores Jan Malmsjö y Ewa Fröling, dos de los protagonistas de la película.

El grupo se paseó, charló y disfrutó de la cálida velada de verano. De vez en cuando Håkan buscaba a Stina con la mirada. Ella aún no había aparecido.

—¿Dónde está Stina? —preguntó Beata, como si hubiera leído sus pensamientos.

—Al parecer se encontró con un viejo amigo mientras daba una vuelta en bici, así que vendrá más tarde. Me llamó desde Kuten; si la conozco bien estarán allí sentados, hablando de sus recuerdos de infancia y bebiendo vino, y se olvidarán de la hora. —Håkan esbozó una sonrisa—. El chico, al parecer, fue uno de sus mejores amigos. Eran compañeros de colegio y no se veían desde hacía veinte años.

—¡Uy! Un hombre… Quizá deberías preocuparte —señaló John, con una mirada provocadora.

—Los celos no son lo mío —sonrió Håkan—. Y tú deberías saberlo.

—Espero que no tarde mucho —intervino Andrea—. Sería una pena que se perdiera la presentación.

Dirigió la mirada hacia la entrada del local.

—Es increíble la cantidad de gente de cualquier parte que uno se puede encontrar en un evento como este —dijo Sam—. Me he tropezado con conocidos que hacía siglos que no veía. Y Andrea también se encontró con una vieja amiga que no veía desde… ¿cuánto tiempo?

—Más de treinta años. Fuimos juntas a la escuela —rio Andrea—. Fue por la tarde, en el Centro Bergman. Y lo más curioso es que me reconoció aunque no nos veíamos desde que yo tenía nueve años.

—Sí, claro, no has cambiado nada desde entonces —espetó Sam—. ¡Salud!

Alzó la copa sin sonreír. Al mismo tiempo sonó un gong.

El evento podía comenzar.