Johan y Pia habían editado la noticia sobre la Semana de Bergman y la redacción en Estocolmo estaba satisfecha. Los noticieros regionales no se emitían los sábados, así que la darían en el telediario nacional. Al menos, eso contentaba a Pia Lilja. Era joven y ambiciosa, y soñaba con poder trabajar en alguna de las grandes redacciones de Estocolmo. Deseaba tener toda la visibilidad posible. Era necesario para que la apreciaran en la redacción nacional cuando una trabajaba en provincias. En cierto modo, sentía que si «solo» trabajaban con noticias locales no los tenían en cuenta, como si fueran menos inteligentes. Seres inferiores en la estricta jerarquía televisiva. Pia era consciente de que lo más probable era que tuviese que trabajar duro durante un centenar de años antes de poder soñar con una suplencia de verano en Estocolmo.
El sustituto de Johan llegaría al día siguiente, de modo que el reportaje sobre la Semana de Bergman sería su último trabajo durante un tiempo. En la redacción le embargó una sensación de irrealidad mientras recogía sus últimas cosas. Nunca había pasado un período de tiempo tan largo sin trabajar. Pia estaba sentada con los pies encima de la mesa y lo observaba a través de su flequillo enmarañado. Llevaba un nuevo color en la piedra del piercing de la nariz, igual de negra que su pelo y el rímel de sus ojos.
—Te echaré de menos, ¿sabes? —murmuró ella.
—Lo mismo digo. —Johan levantó la vista de los papeles y sonrió—. Quizá ya no estés aquí cuando vuelva.
—¡Qué va! Lo más seguro es que nunca me pueda ir de aquí. Sé que me pasaré la vida grabando rebaños de ovejas, las banderas de los ayuntamientos y la muralla.
—Venga ya… Si hay alguien que se quedará aquí hasta que se jubile, ese seré yo. La diferencia entre nosotros es que a mí no me importa.
—Lo sé, maldito papaíto. Antes podíamos salir e irnos de fiesta. Ya nunca lo haces. En eso Madeleine Haga es más divertida que tú.
Madeleine Haga era la nueva becaria. Johan había trabajado con ella en Estocolmo y la conocía bastante bien. Hasta tuvieron una relación hacía tiempo. Las había mantenido con varias de las mujeres que pasaron por la redacción. Antes de conocer a Emma vivía una vida totalmente distinta.
—Por cierto, empiezo a tener hambre. ¿No es hora de ir a nuestro almuerzo de despedida?
—Por supuesto —sonrió Johan—. Cuanto antes salga de aquí, mejor.
Pia había reservado mesa en un local recién inaugurado en Adelsgatan. Elit era un restaurante de primera que también disponía de un bar muy popular al aire libre. Fueron andando hasta allí y, como de costumbre, Pia Lilja llamó la atención. Medía casi un metro ochenta, era delgada y llevaba piercings en la nariz y el ombligo que le gustaba mostrar empeñándose en vestir camisetas demasiado pequeñas. Era inusualmente exuberante, y tenía los ojos más grandes que Johan había visto en la vida. Además, se maquillaba con una sombra de ojos oscura que reforzaba el efecto. Todo esto contribuía a que la gente se la quedara mirando. Hombres y mujeres. Y Pia disfrutaba de ello.
Por lo general, solía tener un chico cada semana, en especial durante la temporada de verano, pero en ese sentido había cambiado radicalmente desde hacía un año. Y la elección de novio fue de lo más inesperada. Había conocido a un pastor de ovejas en Sudret, un tipo callado y con mal carácter, pensaba Johan, pero Pia estaba más enamorada que nunca. Cuando Johan le preguntó cómo compaginaría su carrera televisiva en Estocolmo con la vida de pastora se encogió de hombros y sostuvo que había mucha gente que viajaba entre Estocolmo y Gotland. «Puedo venir los fines de semana. Para mí eso es suficiente, nos lo pasaremos mejor cuando estemos juntos. Así no tendré que ocuparme de alimentar cada día a las ovejas. Es suficiente con lo que tengo», le dijo con una sonrisa. Johan nunca entendería del todo a Pia Lilja, pero era la mejor cámara con la que había trabajado nunca y se sentía a gusto en su compañía. Cuando le decía que la iba a echar de menos lo decía de verdad.
Se sentaron a la mesa y pidieron vino y pasta con marisco.
—Salud —dijo Johan cuando les sirvieron el vino—. ¡Qué gusto! Ahora me pasaré casi un año sin trabajar.
—Salud. —Pia alzó la copa—. Esperemos que no ocurra nada dramático mientras estés en casa con los niños. ¿Qué harías entonces?
—Ningún problema. Cuando uno tiene hijos el mundo se vuelve diminuto, todo gira en torno a ellos. Pañales que cambiar, qué vamos a comer, qué hay que comprar… Alguno de los niños cae enfermo y hay que ponerle el termómetro o vendar una herida. Cuando uno tiene niños pequeños, todo lo demás se vuelve intrascendente.
—Suena muy divertido —dijo Pia lacónica, dándole otro sorbo al vino mientras encendía un cigarrillo—. Pero podré llamarte si pasa algo, ¿no?
—Por supuesto. Aunque Madeleine es una profesional, así que no creo que tengas problema con ella.
—Ya veremos —respondió Pia, sin entusiasmo—. Quizá nos arranquemos los ojos antes de que pase una semana.
—Ese no es mi problema. —Johan sonrió—. Por lo menos espero que no desaparezcas antes de que yo vuelva.