El bosque era más espeso y más difícil de penetrar de lo que él había creído. Había considerado tomar un desvío para evitar que lo vieran, pero resultó más complicado de lo que pensaba. Avanzó a duras penas entre la maleza, apartó las ramas como pudo e intentó no tropezar con las irregularidades del terreno, raíces, viejos tocones y madrigueras de conejos. En realidad, no sabía qué le esperaba. Claro que confiaba en verla. Habían pasado semanas, meses sin que se interesara por ella. Había tenido otras cosas en que pensar. Pero un día estuvo viendo una caja de cartón con fotografías y encontró todas las que ella le había hecho, la mayoría a escondidas. Y todo le volvió a la cabeza. Lo doblegó como un terremoto. Regresaron los recuerdos; los sentimientos, adormecidos desde hacía tiempo, cobraron vida de nuevo. No pudo defenderse. Fue como si ella, poco a poco, se apoderase de nuevo de su vida. La odiaba porque no podía dejar de mirar las fotografías, una y otra vez. Deseaba que ella muriese cuando aparecía por la noche y lo despertaba en sueños. Lo desvelaba. Podía permanecer despierto en la cama durante horas, mirando fijamente a la oscuridad, viendo el rostro de ella frente a sí, lo cual le impedía volver a dormir. Imposible pensar en otra cosa. Antes él era el fuerte, el que tenía el poder y podía hacer con ella lo que quisiera. Luego todo cambió. De repente, ella no quiso saber nada más. Pasó de él con total frialdad, se negó a hablarle. No respondía a sus mensajes ni a sus correos. Había acumulado mucho odio.

Ahora la vio, entre los árboles. Le daba la espalda y miraba al mar. El cabello le caía sobre los hombros y brillaba al sol. Las ramas crujían bajo sus pies. Siguió adelante, sin apartar la vista. Ella se había mantenido en forma.

Dentro de poco volvería a ser su turno.

Estaba convencido de ello.