Knutas se hallaba sentado en su despacho y toqueteaba la fotografía que había enviado la Policía dominicana y que, se suponía, era de la mujer en busca y captura que aparecía junto a su marido. Fue una gran decepción. La imagen se veía demasiado borrosa como para que se pudiera reconocer a las personas. Los técnicos del laboratorio habían hecho todo lo posible por mejorarla. ¡Maldita sea!, pensó. Justo cuando empezaba a sentir algo de esperanza. Tenía dudas de que algún día llegaran a detener a Vera Petrov, que hacía un par de años había escapado del cerco policial. Con la ayuda de Karin, pensó adusto. Bien hecho por la ayudante del inspector jefe. Se sobresaltó cuando el objeto de sus malévolos pensamientos asomó la cabeza por la puerta.

—Hola, ¿estás ocupado?

—Sí, la fotografía de la República Dominicana que debía mostrar a los fugitivos ya ha llegado. Pero es completamente inservible. Mírala tú misma.

Le pasó la foto.

—¡Qué pena! —dijo Karin—. No se distingue nada.

Su expresión era inescrutable. Knutas no pudo saber si se sentía aliviada o decepcionada.

—Al parecer, estamos de vuelta en la casilla de salida. ¿Qué haces aquí un sábado?

Karin suspiró y se sentó en el sofá de Knutas.

—Me siento inquieta. Me paso el tiempo pensando en Lydia y en qué hacer. No aguanto en casa, me agobio. Había pensado en poner al día algunos asuntos pendientes. Centrarme en otra cosa.

—Sí, claro —asintió Knutas—. ¿Qué piensas hacer con… Lydia?

—Quiero buscarla, y me he informado sobre qué tengo que hacer. —Karin se mordió el labio, guardó un momento de silencio—. Y, en realidad, es muy sencillo. He hablado con el Centro de Adopciones y la Consejería de Asuntos Sociales de Visby y dicen lo mismo. No hay nada que me impida buscarla, ya que Lydia es mayor de edad. Habría sido posible hacerlo antes, pero suelen recomendar a los padres biológicos que esperen hasta que los niños sean mayores de edad. Puede resultar delicado, nunca se sabe si los padres adoptivos le han contado cómo son las cosas, que es adoptada, quiero decir. Así que no tengo más que ponerme a ello. Todo lo que debo hacer para saber lo que necesito es telefonear a Hacienda. Cómo se llama, dónde vive, quiénes son sus padres adoptivos.

La voz se apagó.

—¿Qué te hace dudar?

—Anders, si te soy sincera, estoy aterrada. ¿Y si no quiere saber nada de mí? Como dije, quizá no tenga ni idea de que es adoptada. Aunque tanto el Centro de Adopciones como Asuntos Sociales recomiendan a los padres adoptivos que lo cuenten. Pero, al mismo tiempo, depende de ellos. Es distinto si la niña viene de China o de por ahí, entonces es evidente. Pero Lydia… Ella es sueca, no se le nota nada, quizá sus padres hayan querido ahorrarle la verdad. Quiero decir, ella podría haberse puesto en contacto conmigo, pero no lo ha hecho a pesar de que hace tiempo que es mayor de edad. Eso indica que no quiere. ¿No crees?

—Tal vez. También puede haber otras razones. Quizá no lo haga por consideración con sus padres adoptivos. Es posible que tenga miedo a herirlos.

Knutas había dejado la fotografía y estudiaba atentamente a su compañera. Comprendía a la perfección su angustia.

—Pero, me pregunto, ¿qué pasará luego? —continuó Karin—. Si consigo saber quién es, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Tengo que llamar y decir simplemente: hola, soy mamá? No funcionaría. ¿Debería escribir una carta? ¿O ir allí y llamar a la puerta? Cuando pienso tanto en ello me asusto, me aterro, el pánico se apodera de mí. Imagina que no quiere verme. ¿Y si me rechaza? Aparecer después de tantos años, cuando no me he preocupado antes, quizá ella lo vea así. Ahora, como mínimo, puedo soñar que nos encontramos y todo va bien.

Karin ocultó el rostro en sus manos.

—No sé si me atrevo, Anders. Mira que si no puedo verla en toda mi vida… Eso sería lo peor.