La noche era tranquila e inusualmente cálida. Después de la inauguración había una fiesta en Kuten, uno de los restaurantes más conocidos de Fårö, un lugar sencillo pero con renombre que se encontraba enfrente del Bed & Breakfast.

Kuten era un lugar peculiar donde dominaba el estuco típico de los años cincuenta. Primero fue una gasolinera, daba fe de ello un surtidor de gasolina que había en el jardín, junto a un Volvo PV, un Cheva Nova y un Cadillac de la misma época. Encima de la entrada del viejo edificio de piedra caliza que albergaba el restaurante colgaba un cartel en el que se leía GASOLINERA KUTEN. Fuera había una hilera de barriles oxidados de gasolina, junto a una nevera de un modelo que hacía pensar en los años treinta. De la fachada colgaban señales esmaltadas de anuncios de Esso, Juiciy Fruit y Cuba Cola. La guinda era un anuncio de neón verde chillón que decía: Elvis.

Un bar al aire libre de estilo caribeño decorado con luces de colores, junto con la música de rock duro que provenía del escenario, constituían un agradable cambio de estilo. Un grupo de música americano animaba la fiesta.

La pandilla de amigos de Terra Nova ocupó una gran mesa al aire libre. El aroma a cordero asado se extendió por el restaurante abarrotado.

—¡Fantástico! —exclamó Sam al sentarse—. Una noche perfecta, ¿no te parece, cariño? Ninguna queja, por lo menos hasta ahora, ¿eh? —Le dio un empujoncito a Andrea. Todos se fijaron en su tono de voz sarcástico, pero Andrea conservó la calma.

—Por supuesto —respondió ella, y sonrió a Sam—. Maravillosa. ¡Qué calor!

—Es como si estuviéramos en Grecia o algo así —apuntó Beata, y se quitó el chal que apenas ocultaba su prominente escote.

Siempre tenía que exhibirse, pensó Andrea. Era superior a sus fuerzas. Beata alzó los brazos y emitió un trino.

—¡Qué maravilla! Ahora quiero vino.

Pidieron varias botellas y se acercaron a la parrilla, donde un cocinero bañado en sudor servía cordero y verduras al gratín.

Eligieron la comida y el vino. De inmediato, comenzaron una conversación sobre Bergman.

—¿Cuál es vuestra película favorita? —preguntó Sam excitado, y miró en torno a la mesa.

—A mí la que más me gusta es El rostro —aseguró Beata.

—¿Hablas en serio? —Sam alzó sorprendido las cejas—. El rostro es un drama sugestivo. ¿Qué es lo que te parece tan especial?

Andrea le dirigió a Beata una mirada de desaprobación. Seguro que solo quería hacerse la interesante. Beata le dio un buen trago a su copa de vino.

—Su erotismo —respondió Beata, y miró con picardía a Sam—. Hay tanto deseo reprimido en esa película, y un cierto matiz erótico. Por no hablar de la escena de amor entre Lars Ekborg y Bibi Andersson, esa de la cesta de ropa limpia.

Rio satisfecha. Stina y Andrea intercambiaron miradas. John tomó la palabra.

—A mí, personalmente, la que más me gusta es Un verano con Mónica, sobre todo porque adoro el archipiélago de Estocolmo y Harriet Andersson me parece la mujer más guapa que he visto. Bueno, aparte de Beata, claro.

—Eso pensaba —rio Beata despreocupada—. Qué golfo. ¿No enseñaba el pecho en esa película? ¿Fue eso lo que te cautivó?

Emitió una carcajada que hizo temblar las copas que había sobre la mesa. Por una razón u otra, Beata siempre acababa hablando de sexo. Andrea no comprendía por qué.

Se hizo un silencio corto y embarazoso. Todos aprovecharon para beber vino. Alabar la comida, el buen tiempo, la música.

—Si soy sincero, nunca he comprendido la grandeza de Bergman —dijo Håkan—. Creo que está sobrevalorado. Es extraño y difícil de entender. Para mí, sus películas son una mezcla de muchas escenas sueltas de angustia, malas caras, gritos y personas histéricas.

El comentario fue recibido con abucheos.

—¡Estás loco! —exclamó Beata indignada—. Bergman es mundialmente conocido.

—¿Y qué? —replicó Håkan—. No es el único que es conocido por sus rarezas.

—Eres imposible —suspiró Stina—. Pensad que estáis escuchando a una persona que tiene a Arnold Schwarzenegger como modelo. —Negó con la cabeza—. A mí la que más me gusta es Persona. Sin duda, la mejor de todas.

—¿Por qué? —preguntó Sam, interesado.

Stina se inclinó hacia delante y miró atenta a todos los reunidos alrededor de la mesa.

—Os acordáis de Persona, ¿verdad? Con Liv Ullmann en el papel de la famosa actriz Elisabeth Vogler, que se retira y se refugia en el silencio. Sencillamente deja de hablar. Y Bibi Andersson en el papel de Alma, la enfermera que la sigue a la casa deshabitada donde se refugia. Y cómo Alma cree haber encontrado en Elisabeth un ser afín, a pesar de que no pronuncia ni una sola palabra. Poco a poco Alma se abre a Elisabeth, revela sus secretos, se desnuda por completo. Le confiesa sus pensamientos íntimos y sus secretos más oscuros. Pero al final, resulta que Elisabeth solo se entretiene con Alma, pues en realidad no significa nada para ella. Elisabeth la traiciona. No sé, pero me parece que toda la película es como un grito desesperado, un alarido de auxilio.

—Justo —murmuró Håkan—. Eso es lo que digo. Solo hay gritos, joder.

Sin embargo, Sam miró a Stina impresionado. Abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla.