El apartamento se encontraba en el ático y tenía vistas sobre los variopintos tejados de Visby, e incluso más allá, hasta el mar. Karin Jacobsson le dio un sorbito a su té vespertino y miró por la claraboya. La vista, por lo general amplia, era limitada. Tras la lluvia, la ciudad estaba envuelta en una niebla gris.

Vincent, su cacatúa, parloteaba alegremente al compás de la melodía de la radio. Karin se sentía angustiada. Se encontraba ante una etapa crucial de su vida y no sabía cómo manejarla. El tiempo se le había echado encima y era consciente de que tendría que afrontar el problema. Si no, se volvería loca. Se trataba de la adopción de su hija, la niña que ahora era una mujer y se encontraba en algún lugar de Suecia. Que vivía su vida, quizá sin saber que era adoptada. En septiembre cumpliría veinticinco años. Durante ese tiempo no habían tenido contacto alguno, pero Karin se había decidido. Tenía que buscarla. Saber quién era.

Karin cerró los ojos, evocó las imágenes de los minutos posteriores al parto. La niña sobre su pecho, la cálida y pegajosa criatura que era carne de su carne. Su hija. A veces se arrepentía de que la comadrona le hubiera dejado sentir al bebé durante ese instante que, desde entonces, la perseguía. Tenía quince años, era apenas una niña. Sus padres decidieron que el bebé sería entregado en adopción. No había otra salida. Y Karin no protestó. Lo único que deseaba era deshacerse de él, del mal, olvidar la violación.

Aunque se arrepintió en el mismo instante en que sintió el cuerpo del bebé contra el suyo. La quiso desde el primer momento. En secreto, la bautizó con el nombre de Lydia.

Karin no sabía cómo se llamaba en realidad su hija. Tampoco dónde vivía, qué hacía, quién era. Durante toda su vida había guardado el secreto sin compartirlo con nadie. Después del día del parto, sus padres no hablaron más del asunto. No pudo volver a ver a su pequeña. Y desde entonces la echó de menos, era como si tuviera un agujero en el corazón.

Los años pasaron y Karin prosiguió con su vida. Intentó convencerse de que el recuerdo de esos minutos en el paritorio mal iluminado se desvanecería con el tiempo. Se mudó a Estocolmo, empezó el bachillerato y entabló amistades. Durante varios años no tuvo contacto alguno con sus padres. Karin consideraba que la habían traicionado. No la habían escuchado. No le informaron de que tenía derecho a pensárselo durante seis meses. Que no era necesario tomar una decisión antes del parto. La habían mantenido apartada de todo el proceso y se salieron con la suya. Nunca los perdonaría.

Entonces ingresó en la academía de Policía. Cuando le ofrecieron un puesto en Visby lo primero que pensó fue en decir que no. No deseaba regresar a Gotland, a todos sus recuerdos. Poco a poco cambió de opinión. Lo mejor era enfrentarse a sus traumas. Era la única manera de superarlos. Por primera vez en muchos años visitó la casa familiar en Tingstäde.

Pero Lydia regresó a ella con más fuerza. Cuando paseaba por Östercentrum recordaba cómo se sentía cuando iba por allí con su barriga creciente. Se acordó de un día que quedó a tomar un café con una amiga y esta descubrió que estaba embarazada. Se encontraban en la cafetería Siesta. Karin había comprendido que la situación era insostenible, no podía seguir escondiendo su embarazo. Acabó con sus intentos por ocultar su barriga. Pero la violación solo se la había contado a sus padres. La vergüenza le pesaba demasiado.

Ahora, por lo menos, estaba decidida, aunque se sentía agobiada. Buscaría a su hija. Lydia era mayor de edad y una mujer adulta. Karin podía averiguar quién era sin necesidad de darse a conocer.

Quizá primero debería hablar con sus padres, saber qué pensaban del asunto. Paso a paso, pensó.

Paso a paso.