Ese viernes por la tarde, Håkan Ek había salido de la oficina temprano. Le esperaban cinco semanas de vacaciones. No podía recordar cuánto tiempo llevaba sin tener por delante un período tan largo de descanso, si es que alguna vez lo había tenido. Se encontraba relativamente satisfecho como jefe de ventas de una gran empresa de electrónica de Visby, pero ahora sentía que necesitaba esas vacaciones.
El teléfono móvil sonó antes de que le diera tiempo a salir del aparcamiento. Un mensaje de Klara: «Llámame». Arrugó la frente. ¿Qué pasaba ahora? La hija fruto de su primer matrimonio era su único problema. Se trataba de una joven nerviosa que vivía en el centro de Estocolmo. Sufría un trastorno alimenticio, cambiaba constantemente de novio y no sabía a qué dedicarse. Estaba acostumbrado. A esas alturas, los problemas de Klara formaban parte de su vida, como si fuera una parte del cuerpo que le doliera constantemente y necesitara cuidados.
Pero Klara no era la única descendencia de una relación fallida. Tenía un hijo adolescente, de su segundo matrimonio, con el que apenas mantenía contacto. Ese divorcio fue largo y doloroso. Con Helena, su segunda esposa, apenas hablaba. Ella y su hijo se mudaron a la casa de sus padres en Haparanda después del divorcio. Sin embargo, tenía muy buena relación con Ingrid, su primera mujer. Su matrimonio había acabado hacía tanto tiempo que parecía otra vida. Después de separarse, ella tardó muchos años en casarse de nuevo. Era difícil de contentar, decía. Solía bromear con que estaba acostumbrada a lo mejor. Él apreciaba que pudieran reírse de su pasado, y a veces se pasaban horas hablando por teléfono. Nadie le hacía reír como ella. De vez en cuando se apoderaba de él la idea de que, en cierta manera, se lo pasaba mejor con Ingrid que con Stina. Eran de la misma generación y tenían muchas cosas en común. Habían visto los mismos programas de televisión, habían ido a las mismas discotecas, se sabían los mismos bailes, conocían la misma música y los mismos grupos. Compartían gustos artísticos, además del mismo sentido del humor.
Durante el trayecto en coche hasta su casa recapacitó. Debería sentirse contento ante la llegada de las vacaciones. Pero había algo que estorbaba, como las manchas en el parabrisas que no salen con agua. Los pensamientos se dirigieron hacia su tercera esposa.
Con Stina todo era diferente y, en muchos aspectos, más complicado que con ninguna de sus anteriores parejas. Su infancia y su educación, su falta de raíces, la inseguridad. Era consciente de que lo necesitaba a él como una figura paterna. Se sintió fascinado por ella desde el primer momento en que la vio en el avión. El cabello negro azabache y reluciente, hasta los hombros, la esbelta figura enfundada en el uniforme impecable. La suave mirada de ella atrapó la suya y él no quiso soltarla por nada del mundo. El divorcio de su segunda mujer resultaba tan evidente que intentó resolverlo de la forma más rápida posible. Helena se convirtió en una sombra y ahora, tiempo después, podía ver lo egoísta que había sido.
Pero esa era otra historia.
Ahora tenían por delante unas largas vacaciones. Y comenzarían con el viaje anual junto a sus mejores amigos. Preferiría que Stina y él hubieran aprovechado para hacer algo juntos. Necesitaban tiempo para ellos, llevaban una larga temporada sin entenderse. Eso era seguramente lo que le preocupaba y le reconcomía. Apenas recordaba cuándo había sido la última vez que habían hecho el amor. A veces era así con Stina. Se distanciaba de él, casi lo evitaba. Intentó hablar con ella, le había preguntado qué pasaba, pero le aseguró que no era nada especial. Solo estaba cansada.
Stina tenía que trabajar un par de semanas más antes de poder tomarse unas largas vacaciones, pero por lo menos pasarían unos días juntos. Después les esperaban las vacaciones en familia, se irían a las islas griegas con las niñas. Lo estaba deseando. Dado que a Stina le costaba relajarse en casa, tenían que viajar, sobre todo al extranjero, para que ella pudiera olvidarse de sus problemas.
Llamó a casa. Se sintió mejor, aunque se preocupó un poco cuando oyó su voz. No sonaba contenta ni demasiado triste.
No, no necesitaba comprar nada. Si no se fueran de viaje, le habría llevado flores.
Pero en ese momento no era una buena idea.