Epílogo

30 de diciembre de 2013

Lorena y Rubén acababan de casarse y llevaban unos meses en los que casi no salían de casa. Jimena había imaginado que su exilio se debía a que practicaban para aumentar la familia, Lorena le había comentado que Rubén tenía muchas ganas de ser padre.

Subió en el ascensor mientras Lucas se quedaba cogiendo algo del coche.

Como cada año los últimos días de diciembre la ponían melancólica, y aunque Lucas se había esforzado en animarla, y gracias a él había vivido las mejores navidades de su vida, no podía evitar pensar en que un año más se perdería la Marcha Radetzky, que ella no estaría en Viena tocando junto a los mejores músicos del planeta.

Metió la llave en la cerradura del piso de Lucas, que compartían desde hacía unos meses, y se topó con que la llave no estaba echada, algo completamente extraño ya que recordaba haber cerrado ella misma al salir. Como si se tratara de un déjà vu, resonó en su mente el inicio de su romance con Lucas en Alcolea… Una puerta que no estaba cerrada con llave, el olor a limpio, la chimenea…

—Debes de estar pensando en algo agradable, porque pones ojos de cordero degollado. —Le espetó una voz femenina que conocía muy bien—. Diría que la expresión no te pega, pero últimamente he comenzado a replantearme mi postura.

Jimena dio un salto sin moverse del sitio por la sorpresa.

—¿Patricia?, ¿qué haces en mi casa?, ¿le ha pasado algo a Héctor?, ¿cómo has entrado?

—Siento decepcionarte, pero ahora mismo solo recuerdo una de tus preguntas. ¡Ni que fuera un político en un debate! —respondió burlona.

Jimena se dio cuenta de que llevaba la chaqueta y el bolso en la mano, con toda seguridad se marchaba cuando ella entró.

—Acabas de responder a tres. No estarías tan graciosa si a tu novio le hubiese pasado algo. —Adivinó, y puso gesto de que seguía esperando respuestas.

En ese momento apareció Lucas en el umbral, que no pareció asombrado porque Patricia estuviera allí.

—Hola, Patricia. —La saludó dándole dos besos—. Muchas gracias por venir. ¿Has podido hacer lo que te pedí?

—La duda ofende. —Y añadió—: Lo tienes en vuestro dormitorio.

—Perfecto. Muchas gracias, eres estupenda. —La aduló ofreciéndole una sonrisa que puso de malas a Jimena.

—Gracias, tú tampoco estás nada mal. —Le guiñó un ojo sabiendo que el gesto no le iba a gustar a su amiga.

—¿Estás coqueteando con mi novio?

—Sí, pero no es nada personal, Jimena. Es la costumbre, los hombres atractivos e inteligentes me tiran de la lengua.

Estaba a punto de replicar cuando Lucas la interrumpió muy sonriente, y complacido por el piropo.

—Cariño, tengo una sorpresa para ti, nos vamos de viaje.

—¿Ahora?

—Ahora mismo, en cuanto recojamos nuestras cosas nos marchamos al aeropuerto. Nuestro vuelo sale a las seis.

—De acuerdo, pero eso sigue sin contestar a mi pregunta. ¿Para qué necesitabas a mi amiga en casa? —preguntó poco entusiasmada con la noticia.

—¡Ufff! —murmuró Patricia—. Está celosa. Cuidado que muerde.

—No estoy celosa. Tengo curiosidad, eso es todo. —Se defendió con los brazos en jarras y una mirada que retaba a Patricia a contradecirla.

—Claro, por eso estás dando saltitos de alegría por lo que te acaba de decir tu novio. Celosa, claramente. —Zanjó la violinista.

Lucas sonrió encantado mientras Jimena volvía a fulminar a Patricia con la mirada. Con un suspiro resignado la rubia aceptó la advertencia.

—Bueno chicos, me encantaría quedarme, pero tengo cosas más importantes que hacer, como ayudar a mi suegro con la frutería, ahora que Héctor ha empezado a dar clases, el pobre me necesita. Qué lo paséis estupendamente. —Y acercándose para abrazar a su amiga, añadió—: No metas la pata, este hombre merece mucho la pena. Ya sabes, muérdete la lengua de vez en cuando.

—¿No te da miedo que me envenene a mí misma?

Riendo entre dientes porque eso era exactamente lo que había esperado que Jimena le dijera, Patricia abrió la puerta y salió, dejando a Lucas aguantándose la risa y a Jimena las ganas de estrangularla.

—¿Por qué me ha dicho eso? Y que conste que no estoy celosa.

—Para pincharte, cariño. Yo no estoy interesado en nadie más que en ti, y Patricia está enamoradísima de Héctor, pero es que a veces eres tan previsible.

—¿Qué soy qué? —La voz le salió chillona como le salía siempre que se sentía ofendida.

—¿Adorablemente previsible? —Improvisó Lucas con gesto de inocencia.

—Eso suena mejor. Aprendes rápido.

—Gracias, es cuestión de supervivencia. —Bromeó antes de inclinarse para besarla en la mejilla, pero cuando iba a retirarse se sintió tentado y poniendo un gesto travieso le dio un pellizco en el trasero.

—Me vuelves loco —dijo volviendo a besarla.

Jimena se separó unos centímetros para preguntarle:

—¿Eso es bueno o malo?

—Eso es genial. Ahora ve a hacer la maleta o llegaremos tarde a nuestro vuelo —dijo, pero no se apartó de sus labios.

—¿A dónde vas a llevarme?

—Ya lo verás —le dijo, separándose a regañadientes de ella y encaminándose al dormitorio donde Patricia había preparado la maleta de Jimena con el vestido que le había encargado comprar dentro.

Lucas no pudo mantener durante mucho más tiempo la incógnita de su destino, así que cuando llegaron al aeropuerto todo quedó desvelado. Se marchaban a Viena, Lucas había conseguido entradas para el concierto de año nuevo, con lo que Jimena iba a cumplir una parte de su sueño, iba a ver en primera persona el concierto con el que había soñado durante tantos años.

Llegaron al hotel poco antes de la cena, la ciudad estaba repleta de luces y tenía ese halo navideño que en esas épocas se expandía por prácticamente medio globo. Cenaron en un pequeño restaurante, un Heuriger[8], donde probaron el Wiener Schnitzel: el plato más típico de Viena, un escalope de ternera empanado, acompañado de una ensalada tibia de patatas, regado con un vino joven y de postre, tarta Sácher, pastel de bizcocho de chocolate relleno con una fina capa de mermelada de albaricoque y recubierta de chocolate.

Después de eso pasearon por la cuidad, abrigados y bien juntitos y regresaron al hotel para darse calor el uno al otro.

El día siguiente lo dedicaron a ver el Mercado de Navidad en los jardines del Palacio de Schönbrunn. Las calles estaban repletas de puestecillos donde vendían cerditos con el lema Viel Glück, buena suerte en alemán. Era una tradición comprarlos, y regalárselos a alguien para desearle Feliz Año Nuevo, y Lucas no pudo resistirse a regalarle uno a su chica, que sentía que estaba viviendo un maravilloso sueño al que le faltaba un detalle para ser perfecto.

Pasaron el Fin de Año rodeados de gente, tal y como Jimena había prometido que lo pasaría. Las calles estaban a rebosar, había música en directo en muchas zonas de la ciudad, la gente bebía para mantener el frío a raya y reía alegres porque el nuevo año estaba cerca.

No obstante, lo que más emocionó a Jimena fue que en la plaza del Ayuntamiento todo el mundo bailara el vals a las doce de la noche para celebrar el año nuevo.

—Gracias por este viaje, es perfecto. —Rio Jimena mientras daban vueltas y más vueltas bailando el vals junto al resto de parejas.

—Todavía no ha terminado. Lo mejor está por llegar —dijo Lucas, y a Jimena le sonó a promesa.

El día de año nuevo había empezado tan maravilloso como había terminado la noche anterior. Se había despertado acurrucada en los brazos del hombre al que amaba en una suite de ensueño en la ciudad que albergaba a los mejores músicos del mundo. Sin duda, el año comenzaba estupendamente.

Jimena estaba más nerviosa por asistir al concierto que si hubiese sido una de los músicos que tocaban en él. Comenzó a vestirse, era tan feliz que la felicidad se reflejaba en su rostro otorgándole una belleza serena.

El vestido que Patricia le había escogido era negro, con tirantes anchos y largo hasta más abajo de la rodilla, ceñido, pero discreto.

—Este vestido parece más un uniforme de músico que un vestido de fiesta. —Se quejó a Lucas, mientras terminaban de arreglarse en el hotel—. Parece mentira, con el buen gusto que tiene Patricia.

—Es un vestido perfecto. Y tú estás preciosa.

—Gracias. Por ayer, por hoy, por todo. —Poniéndose de puntillas, le besó los labios.

Cuando llegaron al teatro, Lucas la llevó a través del hall hasta pararse frente a un empleado con librea, que les saludo con extrema cortesía. Lucas se dirigió a él en alemán, por lo que Jimena no supo de qué hablaban, y tras el asentimiento del trabajador, les indicó un camino distinto al que tomaban los demás asistentes del teatro. El hombre le acompañó por otro pasillo menos iluminado que les llevó a la parte posterior del escenario.

—¿Qué es esto? ¿Vamos a ver la actuación desde aquí? —Iba a ver el concierto a pie de escenario, se maravilló.

—No. Yo voy a ver la actuación desde aquí. Tú vas a hacerlo desde ahí arriba —dijo señalando el escenario, la zona de los músicos.

—¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —preguntó sintiendo cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

—Sí. Por fin vas a cumplir tu sueño.

—¿Mi sueño? —se preguntó en voz alta.

—Sí, tu sueño, o al menos una parte de él. Tu padre y yo hemos movido algunos hilos, y este es el resultado de ello.

—¿Mi padre ha participado en esto?

—Sí, la madre de Lorena le ha puesto las peras a cuarto, igual que hizo conmigo cuando se enteró de que su niña tenía novio, y parece que tu padre por fin ha reaccionado. Creo que deberías hablar con él cuando volvamos. Puede que no sea un buen padre la mayoría de las veces, pero es el único que tienes.

—Eso es cierto. —Aceptó riendo y llorando al mismo tiempo. Emocionada por lo que estaba a punto de suceder—. No siempre acierta, pero lo intenta, y eso es más de lo que teníamos antes. Supongo que caerle bien a Lucía también ha sido de gran ayuda.

—Es imposible que le caigas mal a nadie, eres demasiado perfecta para eso —le dijo besándole la punta de la nariz—. Tu madrastra ha caído rendida por tus encantos como hacemos todos.

—Estoy segura de que ha sido por mis pecas. —Le pinchó entre lágrimas.

—¡No lo dudes! Ahora sécate los ojos que es tiempo de sonrisas. ¡Ve y disfruta! —le dijo, dándole una palmada cariñosa en el trasero.

—¡Te quiero! Y no lo hago porque seas capaz de cumplir mis sueños, te quiero porque gracias a ti, estoy creando nuevos. Espérame, vuelvo en seguida.

—Te esperaré todo lo que sea necesario. Siempre. Te quiero, gatita arisca.

—Te quiero, guaperas. —Con las piernas temblando, le dio un beso rápido, y se adentró con su chelo al escenario a tocar con la orquesta la Marcha Radetzky.