Capítulo 41

Sus dedos comenzaron a moverse ágiles por el brazo que la sujetaba, marcando con ellos las notas con las que dejaba atrás la tensión, la desilusión o se permitía disfrutar del placer de ser ella misma. Solo que en esta ocasión el chelo no era imaginario, sino sólido, de carne y hueso. Su preciado instrumento era el cuerpo del hombre al que amaba, y esa mañana la música fue más atronadora y triunfal que nunca.

Estaba demasiado eufórica para seguir acostada, necesitaba moverse. Disfrutar de los días que le quedaban en Alcolea. El único punto que enturbiaba su perfecto despertar era el haber dejado a Manuel con la cena puesta y sin ninguna explicación. Sobre todo porque Eugenia era una buena amiga y no quería que se sintiera ofendida por lo que había hecho. Necesitaba disculparse con ellos, pero sus piernas estaban enredadas de tal modo que era imposible que se moviera sin despertar a Lucas.

Poco a poco fue separándose, intentando liberarse sin molestarle. Ya estaba a punto de salir de la cama cuando notó que él se removía.

—¿Se puede saber a dónde vas tan pronto? —preguntó atrapándola en un abrazo e impidiéndola abandonar la calidez de las mantas.

—A ver a Eugenia.

—¿Vas a contarle lo nuestro?, ¡hummm! Qué impaciente. —Bromeó besándole el pelo—. ¡Qué bien hueles!

—En realidad voy a disculparme con ella por dejar tirado a su sobrino anoche. —Dándose la vuelta en sus brazos se quedaron el uno frente al otro.

—Pues si no es para alardear de novio no creo que vaya a dejarte salir tan pronto de la cama. —Ronroneó acercándola más a él.

—¿Y si prometo traerte rosquillas de anís? —Le ofreció sonriendo traviesa.

—Tentador…, pero no aceptaré por nada menos que las rosquillas y un beso.

—Eres todo un negociador. —Bromeó, acariciando su barba, que raspó en las yemas de sus dedos. El recuerdo de su pelo torturando otra zona más delicada de su cuerpo la acaloró con una rapidez pasmosa.

—Ya sabes que no necesito esforzarme para ser bueno en todo —dijo con una sonrisa burlona, y añadió cuando se dio cuenta de que Jimena quería protestar su afirmación—. Igual que tú, preciosa.

—Después de esto no puedo negarme ni al beso ni a las rosquillas. —Aceptó sentándose a horcajadas sobre él—. ¡Wow! —Se rio encantada, al notar su buen humor—. Buenos días para ti también.

—Eso es porque estoy muy contento de que me traigas rosquillas. —Se guaseó Lucas clavando sus dedos en el trasero que presionaba su buen humor.

Un segundo después, volvían a ser una maraña de brazos y piernas.

***

Eugenia la recibió sonriendo. Era evidente por su cara que su sobrino la había avisado de que no había habido cena.

—Buenos días. Traes cara de no haber dormido mucho. —Bromeó con un guiño divertido—. ¿Manuel te tuvo hasta muy tarde tocando?, qué desconsiderado sabiendo que has venido al pueblo a descansar.

Jimena supo que abría la boca y que sus cuerdas vocales vibraron mudas porque pero no fue capaz de articular ningún sonido. Había ido preparada para que Eugenia le recriminara no haber ido, pero en ningún momento se planteó la idea de que no lo supiera.

—Eugenia… Yo… —Logró articular.

—¡La madre de Dios, Jimena! Era broma, niña. Solo quería tomarte el pelo, ya sé que no fuiste a cenar con Manuel. Me llamó preocupado por si te había pasado algo, y yo me figuré lo que te pasó —comentó con su acostumbrado buen humor.

—¿No estás enfadada?

—¿Por qué iba a estar enfadada? Anda, entra a la trastienda y nos tomamos un cafelito mientras me pones al día de los detalles que se pueden compartir. —Asomándose a la sala del horno, gritó—: ¡Maridín! Sal a atender a las clientas. ¡Alégrales el día, guapo!

Jimena rio por la ocurrencia y siguió a Eugenia a por el café prometido.

Habían pasado los dos mejores días de sus vidas, pero ahora tenían que regresar a la rutina del trabajo, los atascos… Jimena se removió en el sofá en el que estaba tumbada con Lucas, frente a la luz del fuego de la chimenea, sin televisión, ni móviles… Nada que distrajera la atención el uno del otro.

—¿No podemos quedarnos aquí?

—Estaría bien por una temporada, pero seguro que acabarías aburriéndote —comentó Lucas—. Sin DVD, ni ensayos… Lo más probable es que después de varias semanas planearas matarme.

—No lo creo, eres bastante entretenido. Además no te mataría, simplemente te cambiaría por otro que me divirtiera más. —Bromeó con expresión seria.

Lucas abrió los ojos como platos.

—¡Serás bruja! —La acusó haciéndole cosquillas, en los puntos certeros que había descubierto la noche anterior.

—¡No, no, para! Por favor.

Apiadándose de ella paró su divertida tortura, instante que Jimena aprovechó para incorporarse en el sofá y sentarse sobre sus rodillas.

—Da igual lo creído, gruñón o mandón que seas, no pienso dejarte. Nadie que te conozca y esté en su sano juicio te dejaría —dijo, haciendo referencia a algo que sabía que Lucas tenía clavado como una espinita, la marcha de sus padres cuando él era un niño—. Eres dulce, cariñoso, inteligente, y te quiero. Creo que te quiero desde que entraste conmigo en Nochevieja cogido de la mano a pesar de que estaba tan hinchada que podía salir volando en cualquier momento. Fue entonces cuando me di cuenta de que no eras tan superficial como parecías.

El estómago de Lucas se contrajo, conmovido por tan tajante afirmación.

—No puedo creer lo ciego que estuve cuando te conocí. Eres preciosa, adoro todas y cada una de tus pecas. Son como el mapa del tesoro, indican el camino hasta la joya más valiosa de todas, tú.

—¡Dios! Sí que compensas, este instante compensa todos y cada uno de los minutos malos —murmuró para sí misma antes de besarle.