Su día había sido de lo más extraño y, según apuntaba, iba a terminar de la misma guisa.
Al despertar se había topado con que tenía un mensaje que le avisaba de seis llamadas perdidas de su padre. La mala cobertura había hecho complicado el contacto, y de repente se encontraba en la tesitura de devolverle las llamadas o ignorarlas. Finalmente había vencido su miedo y había hecho la llamada con las piernas temblando y un nudo en el estómago. Contra todo pronóstico, su padre se había disculpado con ella, e incluso le había ofrecido algo que Jimena jamás pensó que escucharía de sus labios, una oferta de paz, una invitación semanal para que comiera con ellos el día que ella eligiera.
Sorprendida por ese cambio, había prometido pensárselo y se había pasado el resto del día perdida entre Lucas y su padre. Intentando dilucidar cuál de ellos le hacía la vida más difícil.
Salió de su dormitorio y se encaminó hacia las escaleras, sin embargo se detuvo a mitad de camino, frente a la puerta de Lucas, atenta a cualquier sonido que le anunciara que seguía allí. Durante un largo minuto no se movió, a la espera de escuchar algún movimiento en el cuarto, a que saliera y le pidiera que se quedara con él, que la besara robándole el sentido… Que hiciera otras cosa que no fuera enfadarse e ignorarla. No había podido disculparse convenientemente, cuando creyendo que era un ladrón, le había golpeado con un paraguas. Por la mañana, cuando bajó a desayunar, se dio cuenta de que su puerta estaba abierta y que él no estaba dentro.
Creyendo que estaría en la cocina desayunando, que ya había superado el encierro, había bajado los escalones de dos en dos, debatiéndose entre gritarle cuando le viera, por haberse apartado de ella sin razón, o besarle y terminar lo que habían empezado horas antes. Terminó decantándose por lo segundo, pero al entrar, se encontró con que no había nadie allí. No podía haberse ido, sus cosas seguían en su dormitorio. Sus botas estaban junto a la cama, un libro en la mesilla de noche…
El ruido de la puerta de la entrada la sacó de golpe de sus pensamientos. Instantes después Lucas entraba en la cocina, con una camiseta de tirantes, una sudadera, pantalones cortos de correr y zapatillas.
Su pelo estaba humedecido en las sienes y sus ojos se veían brillantes por el ejercicio, su barba de dos días asomaba a su rostro dándole un aspecto sexy y peligroso que conseguía que sus piernas temblaran solo de imaginarle más cerca.
—Buenos días. —Le saludó, tanteando su actitud—. Me gusta tu nuevo look
—¿Mi nuevo look?
—La barba —dijo señalándola—. Te queda muy bien.
—Gracias —contestó sin mucho entusiasmo.
—¿Has salido a entrenar con el frío que hace?
—Tenía que correr un rato, tengo los músculos agarrotados, ya que ayer una loca me golpeó en los gemelos con un paraguas.
—Fue un accidente. —Se disculpó—. Estaba tan asustada que no me di cuenta de que eras tú.
—Seguro que sí.
—Bueno, al menos ha servido para que vuelvas a la vida y no te quedes encerrado como si estuvieras haciendo penitencia.
—Estoy seguro de que estoy haciendo penitencia desde que te conozco. Voy a darme una ducha. —Anunció dándose la vuelta y dejándola, por primera vez, sin palabras.
Obligándose a dejar de mirar la puerta de Lucas, se instó a andar y bajó las escaleras con una molesta sensación en el estómago de estar equivocándose, ¿qué estoy haciendo…? ¿Debería llamar a Manuel y cancelar una cena a la que no tenía muchas ganas de asistir? Esforzándose por dejar su mente en blanco cogió la chaqueta que colgaba del perchero de la entrada, el bolso y cuando se deponía a abrir la puerta, dos fuertes brazos la levantaron del suelo sujetándola por la cintura y las rodillas.
Gritó movida por el instinto.
—No grites, no pasa nada, soy yo —indicó Lucas.
—¡¿Estás loco?! Me has dado un susto de muerte. ¡Bájame!, ¿qué haces? —Sacudió las piernas para que la soltara.
—Secuestrarte. No voy a permitir que tengas una cita con el medicucho ese. En realidad, no vas a tener nunca más una cita con nadie que no sea yo —comentó con tranquilidad como si hablara del tiempo.
—¡Estás loco! ¡Bájame!
—Creo que no —dijo sonriendo con una mirada traviesa que derritió a Jimena.
Sin soltarla ni borrar la sonrisa, se dirigió hasta las escaleras que conducían a los dormitorios.
—¡Eres un troglodita!, ¡suéltame ahora mismo! Saldré con quien quiera, porque tú no tienes ningún derecho a decirme a quién puedo o no puedo ver. —Le retó a pesar de que ni siquiera había querido cenar con Manuel. La única razón por la que había aceptado era por no ofender a Eugenia; pero Lucas sacaba lo peor y lo mejor de ella aunque en ese instante no cabía duda de que su lado bueno estaba bajo llave.
—¡Seguro que sí, preciosa! —le dijo aproximándose a su boca—. Tú no quieres ver a nadie más que a mí, y yo estoy loco por ti. ¡Vete acostumbrando! Ahora solo hay un «nosotros» —explicó antes de besarla apasionadamente en el tercer peldaño de las escaleras.
—Demuéstralo. —Pidió Jimena separándose para respirar—. Aclárame qué significa «nosotros».
—¿Aquí?, ¿no prefieres que te lo muestre en un lugar más cómodo? —Le ofreció con una sonrisa traviesa que aceleró más el pulso de Jimena.
—Aquí, ahora, ¡ya!
Volvió a besarla, dispuesto a cumplir con su petición.
Con cuidado y sin apartar los labios de su boca, le quitó la goma que sujetaba su pelo, dejando que se esparciera a su antojo por la espalda, tomó un mechón y se lo llevó a la nariz. El aroma a limón y azúcar activaron sus instintos como una inyección de adrenalina.
—Llevas demasiada ropa. —Se quejó al tiempo que tiraba del borde del jersey para quitárselo—. Te quiero sin nada.
Ella levantó los brazos de buen grado quedándose solo con el sujetador de encaje, esperando que él se lo quitara también, pero Lucas tenía otros planes más inmediatos.
—¡Siéntate! —Pidió empujándola con suavidad de manera que quedó sentada en el escalón. La expectación la estaba matando, pero Lucas no precipitó el momento.
Con cuidado, le quitó un botín, el otro después, y tras ellos los calcetines. Sonrió al ver sus uñas pintadas de rosa, un toque femenino que no esperaba.
Sus manos siguieron con el recorrido hasta detenerse en el botón del vaquero, que desabrocharon con habilidad. Con una lentitud que hacía retorcerse de deseo a Jimena, tiró de ellos para ir descubriendo centímetro a centímetro la piel de sus piernas. Se quedó vestida solo con la ropa interior, un diminuto conjunto de encaje negro y fresa del que la chelista solo pensaba en deshacerse.
—¿Vas a torturarme mucho más?
—No es tortura sino dedicación. Quiero adorar cada una de tus pecas. —Bromeó mordisqueando su oreja—. Voy a empezar por las que escondes aquí —indicó.
Jimena no protestó, no pudo hacerlo. Los dedos de Lucas se metieron por debajo de su tanga, buscando la húmeda entrada para acariciarla con una sonrisa traviesa en los labios.
—¿Qué quieres que te haga, cariño? Estoy a tu completa disposición.
—¡Bésame! —Pidió arqueándose.
Sentándose de rodillas en el escalón que quedaba entre sus piernas, se acercó a su boca para cumplir con la petición, sin embargo, Jimena se apartó.
—No quiero que me beses ahí.
Los ojos de Lucas brillaron con malicia.
—¿Dónde quieres que te bese?
—¿Vas a hacer que lo diga? —Sus mejillas estaban encendidas por el deseo y la vergüenza.
—No. —Asiéndola por las rodillas tiró con cuidado para que su trasero quedara por encima del escalón y se deshizo de la ropa interior bajándola tan despacio que parecía una caricia. Antes de que Jimena pudiera reaccionar, sintió cómo se inclinaba sobre ella y su boca se posaba en su ardiente necesidad. Sus dedos la abrieron dejándola expuesta y temblorosa, mientras su lengua la atormentaba, y su barba friccionaba la parte más sensible de su cuerpo.
Sus manos se aferraron a sus fuertes hombros, la sensación que buscaba estaba cada vez más cerca. Echó la cabeza hacia atrás cuando la oleada de placer se inició en su vientre y arrasó con cada una de sus terminaciones nerviosas.
Tardó casi un minuto en reponerse y poder abrir los ojos, al hacerlo se encontró con Lucas mirándola fijamente, completamente desnudo y excitado.
—Wow, eres toda una visión —murmuró levantándose del escalón para pasear sus dedos por su vientre.
—No. —Impidió la caricia—. Hoy es todo para ti. —Le ofreció sonriendo.
—¡Pero quiero tocarte! —Se quejó—. Necesito tocarte.
—Después. Te lo prometo. —La besó en los labios—. Y ahora date la vuelta, arrodíllate en el escalón y separa las piernas. Así, preciosa. —Alabó cuando ella hizo lo que le pedía—. Ahora apoya las manos en el peldaño de arriba. —Pidió Lucas con urgencia.
Sus manos la asieron por la cintura para acercar su trasero a su dureza.
Jimena gimió cuando sintió sus labios sobre su espalda, en su cuello, la nuca. Las manos abandonaron su anterior posición para bajar hacia el sur, excitándola más. Atizando su deseo… Se le endurecieron los pechos cuando el sujetador desapareció de su piel.
—Ahora, por favor. Te necesito dentro de mí.
—Cariño, no seas impaciente. —La distrajo.
Pero antes de que pudiera protestar, pillándola totalmente por sorpresa, se hundió en su cuerpo mientras su boca mordisqueaba y lamía la piel de sus omóplatos y sus dedos jugueteaban con sus pezones.
Comenzó a moverse despacio dentro de ella, saliendo casi completamente para después volver a llenarla de golpe con acometidas profundas que les hacían gemir a los dos. Con cada envite Jimena se sentía más débil, sus brazos, apoyados en el escalón, casi no podían sujetar el peso de su cuerpo. Adivinando lo que sucedía, Lucas cambió la postura. Entre protestas abandonó su calidez, le dio la vuelta para que quedara de frente a él y la hizo subirse en sus brazos, sujetándola por el trasero e indicándole que le rodeara las caderas con las piernas. Afianzándose en la pared, retomó el ritmo que había marcado, dándole tiempo a Jimena a dejarse llevar por el momento. Apretó los dientes con fuerza cuando la sintió contraerse y apretarle en su interior. No obstante, no se permitió liberarse todavía, siguió bombeando hasta que la notó relajarse en sus brazos. Entonces y solo entonces se dejó llevar.
Cuando abrió los ojos estaba sentada sobre Lucas, que hacía lo propio en el suelo. Tenía los ojos cerrados y su respiración era plácida. Depositó dos suaves besos sobre sus párpados, consiguiendo con ello que los abriera y la mirara.
—Te quiero, Jimena. —Confesó, y en su voz se adivinaba la emoción, como si acabara de descubrir hasta qué punto la amaba—. Y no me preguntes por qué ya que no tengo ninguna respuesta. Eres probablemente la mujer más exasperante que conozco, pero soy incapaz de pensar en ti. No puedo dejar de tocarte, de necesitarte. Estás en todo lo que hago, en todo lo que digo. Me sorprendo a mí mismo pensando en qué dirías si estuvieras a mi lado cuando voy a prepararme la cena, cuando gana mi equipo… Cuando veo una película… Lo eres todo.
—Tampoco es que tú seas un modelo de perfección. —Se quejó.
—Así me gusta, peleona hasta cuando se te declaran. Mi gata arisca, mi Jimena.
Iba a volver a protestar cuando la boca de él capturó de nuevo sus labios acallando cualquier queja.