Capítulo 36

En cambio, lo que no podía borrar de su cabeza eran los momentos que habían compartido. Cómo durante un breve instante había creído que tal vez todo podía arreglarse entre ellos.

Levantó la cabeza de la almohada con pocas ganas de afrontar el día que le esperaba, y se fijó en la hora que era, las siete y media, todavía demasiado pronto para hacer la llamada que llevaba pensando hacer desde el día anterior. Esperaría a que terminara el ensayo para telefonear. Con el sueño todavía metido en el cuerpo se levantó y se metió en el cuarto de baño, dándose prisa para que ni Patricia ni Héctor se le adelantaran. Las dos tenían que estar a las nueve en el Palau, no podían entretenerse o Bertram se pondría de los nervios.

Diez minutos después, Jimena salía de su casa, perfectamente abrigada y con el chelo a cuestas. Se dirigió directamente a la cafetería donde desayunaba cuando tenía tiempo para hacerlo con calma, y se pidió lo de siempre: un café con leche con doble de azúcar y una tostada con aceite.

El móvil le anunció que acababa de llegarle un mensaje mientras todavía estaba desayunando.

Ayer no supe poner tu despertador, así que he decidido ejercer como tal ya que me contaste que tenías ensayo a las nueve en punto.

¡No llegues tarde!

Espero que pases un buen día.

Jimena tuvo que releer el mensaje varias veces para que su cerebro adormilado comprendiera lo que acababa de suceder.

¡Mierda! ¿Qué le pasaba a ese hombre que no hacía otra cosa más que mandarle mensajes contradictorios?

Respiró hondo varias veces y se dispuso a responderle. Borró el mensaje en tres ocasiones, insegura de cuál debía ser su respuesta.

Gracias, ya estoy desayunando. Bertram se pone hecho una fiera si no llegamos a la hora al ensayo.

Un beso.

Complacida con su respuesta siguió desayunando hasta que el pitido volvió a anunciarle una respuesta.

No me gusta como queda Bertram y fiera en la misma frase Voy a tener pesadillas cuando vuelva a dormirme.

Me encanta la parte final. Otro para ti.

Más mensajes contradictorios… No cabía duda de que era de vital importancia que hiciera esa llamada.

Bertram ya estaba en su sitio cuando Jimena llegó al ensayo, veinte minutos antes de las nueve.

—¡Buenos días! —Saludó, dejando el chelo sobre su silla.

—¡Buenos días!, ¿qué haces aquí tan pronto?, ¿ha pasado algo? —Inquirió con preocupación.

Jimena nunca solía llegar tarde al trabajo, pero tampoco es que fuera de las que llegaban antes de tiempo. En cualquier caso, la alarma del director era exagerada.

—Nada, ¿por qué iba a pasar algo?

Bertram evitó mirarla a los ojos alertándola de que la pregunta era por alguna razón específica.

—¿Bertram?

—No te preocupes, es que me ha sorprendido verte aquí antes. Estoy un poco… ¿cómo es la palabra? Acelerado.

—Si no te conociera tan bien, me hubiese creído tu mentira, pero el caso es que te conozco, y sé que solo titubeas o te quedas sin palabras cuando intentas contar alguna mentira. ¡Dime qué pasa!

—Tu padre estuvo ayer aquí —dijo de sopetón.

—¿Vino a buscarme?

—No exactamente. Vino porque quería hablar conmigo. Me pidió que te quitara el puesto de primera chelista. Cree que si te quedas con la plaza te conformarás y no intentarás entrar en la Wiener Philharmoniker.

—¡Vamos! Sabes que no es tan fácil. Para entrar en la filarmónica debería pasar como mínimo tres años en la Orquesta de la Ópera Estatal de Viena, tocando para la Ópera y el Ballet. Solo después podría solicitar ser considerada para una prueba, y ni siquiera entonces estaría claro que pudiese hacerla y aprobarla.

—Según tu padre no hay nada que te ate a Valencia. Cree que deberías irte a vivir a Viena y luchar por ese puesto.

—¿Qué le dijiste?

—Le dije que se metiera en sus asuntos. Que tú eras una mujer inteligente y que tomabas tus propias decisiones —le contó con la mirada cargada de admiración y respeto.

Jimena abrió los ojos desmesuradamente por el asombro.

—Le dije que si se hubiera molestado en conocerte sabría que no se trata de si algo te ata a esta ciudad o de si has renunciado a tus sueños. Que eres una luchadora que poco a poco se abre camino, sin descanso, segura de que el suelo que pisas puede sostenerte.

—Creo que quizás mis sueños han cambiado, o tal vez lo que ha cambiado son mis prioridades.

—Lo sé. No hace falta que lo digas en voz alta, Jimena, lo sé. Estoy enamorado de ti desde que hace dos años me tiraste la partitura a la cabeza y me llamaste negrero porque no os había dejado descansar en tres horas.

—Puede que en esa ocasión me pasara un poco, pero…

—No lo hiciste. Sé reconocer cuando me equivoco. —Aceptó con una sonrisa avergonzada.

—Bertram, yo…

—Puedo adivinar tu respuesta antes de que la digas, por eso sé sin necesidad de palabras que estás enamorada de otro. A diferencia de mis compatriotas, yo sí sé retirarme a tiempo. Por mi parte nuestra amistad está intacta.

—Ojalá fuera todo más fácil.

—Ojalá. —Aceptó él.

—Bertram Mosel, eres maravilloso. Gracias por ser mi amigo.

—No me des las gracias, lo hago por puro egoísmo, eres la mejor chelista que he escuchado nunca. —Bromeó, con las manos en los bolsillos—. Siempre seré tu amigo.

—Lo sé, lamento no poder quererte como te mereces.

—No se puede mandar sobre el corazón. Solo espero que Lucas se dé cuenta de lo especial que eres.

—¡Ojalá!

Lucía Leiva se había presentado de improviso en el ensayo de la orquesta, dispuesta a cantar algunos de sus temas. El problema había llegado cuando desde dirección le informaron que el ensayo se realizaría en la sala Rodrigo en lugar de en la sala José Iturbi, bastante más amplia. La diva valenciana consideraba que era poco para su estatus, por lo que hasta que lograron convencerla de que la acústica era perfecta para su voz, el ensayo de la orquesta estuvo en stand-by.

Patricia aprovechó el respiro para acercarse hasta Jimena, que se había marchado de casa antes de que se despertara.

—Buenos días, madrugadora, ¿o debo suponer que la razón de que te levantaras tan pronto es que no has dormido nada…? —Aventuró con picardía.

—La próxima vez que dejes entrar a un hombre en casa sin mi permiso, asegúrate de que estoy presentable. —Gruñó Jimena como respuesta.

—Estabas presentable. No es que llevaras un traje de noche, pero tampoco estabas tan mal. Hace solo unas semanas ese era tu uniforme de cada día.

—No estoy hablando de la ropa. —Se quejó, y añadió bajando la voz hasta convertirla en un murmullo—. Cuando Lucas entró estaba saltando y cantando una canción que define a la perfección nuestra… amistad.

—¿Cantando?, pero si cantas fatal.

Jimena ladeó la cabeza y arqueó una ceja, su expresión decía claramente pues por eso

—Tampoco debió de ser tan horrible si después de todo se quedó. —Expuso Patricia buscando el lado práctico de la escena.

No pudieron continuar con la conversación, Bertram entró en la sala acompañado de Lucía Leiva y un hombre de edad indefinida, probablemente su representante, ya que no pertenecía a la dirección del Palau de la Música.

—Volved a vuestros puestos. —Pidió Bertram con su tono más autoritario. Se le veía bastante molesto por el retraso—. Vamos a comenzar con Pasión de Luna.

—No hay nada más hortera en su repertorio. —Se quejó Patricia.

—Seguro que no. —Corroboró la chelista.

—Me voy antes de que Bertram se transforme en el general alemán que lleva dentro —le dijo, levantándose de la silla en la que se había sentado, pero se paró para añadir, antes de dirigirse hasta su sitio—: No creas que se me ha olvidado que me debes los detalles sexys de tu noche loca.

—No hubo tal noche, y aunque la hubiera habido, no te contaría nada por haberle dejado entrar a traición.

—¿Qué quieres que haga? Él está más bueno que tú —respondió con el rostro serio.

Jimena se puso la mano en la boca para acallar sus risas y no empeorar el mal humor de Bertram.

El ensayo la había dejado destrozada. Nunca había llevado muy bien trabajar los sábados, pero llevaba infinitamente peor los aires de grandeza de algunos cantantes, músicos o incluso directores con los que se había topado a lo largo de su carrera.

En cuanto entró por la puerta se descalzó en dos patadas y se fue a la cocina para prepararse el solomillo de cerdo que se había comprado en el supermercado del barrio. Iba a comer sola, Patricia había aceptado la invitación de Pilar, la madre de Héctor para probar su famosa paella, y aunque el frutero la había invitado a ella también, se había negado alegando que tenía otros planes. Unos planes que pasaban primero por comerse un filete de casi doscientos gramos de comida granate.

Una vez que hubo fregado los platos y recogido la cocina se aposentó en el sofá con el teléfono en la mano.

Eugenia respondió al tercer timbrazo. Jimena necesitaba hablar con la panadera y contarle todo lo que le había pasado en los últimos días, y como no consideraba que un e-mail fuera apropiado para ese fin había esperado a que la panadería estuviera cerrada para hacerlo.

Tras los saludos correspondientes, Jimena entró en materia.

Durante diez minutos Eugenia escuchó sin interrumpir los encuentros y desencuentros de su amiga con el arquitecto: el pinchazo de la rueda y lo que sucedió después cuando Lucas le recordó que eran solo amigos, el encuentro con Anabel, el casi beso en su piso la noche anterior, el mensaje despertador…

—Según mi experiencia, una mujer como Anabel no te dice algo así si no es verdad.

—Desde el primer momento en que la vi me pareció una chica amable y simpática. Pero ¿quién sabe? Y ¿si Lucas se lo dijo para excusar que la dejaba? Esa también puede ser la razón por la que le dijo que estaba enamorado de mí.

—Normalmente, en cuestiones de hombres la respuesta evidente es la correcta. Y no lo digo porque sean simples, que lo son, sino porque no le dan tantas vueltas a las cosas como nosotras. —Expuso con convencimiento.

—Quieres decir que crees que Lucas está enamorado de mí. —Repetirlo en voz alta hacía que su estómago se llenara de hormigas, mariposas, polillas y toda clase de insectos.

—Eso mismo quiero decir. Incluso iré más lejos, estoy casi segura de que esas señales contradictorias son el resultado de lo que siente en contra de lo que piensa. Es bastante probable que tras vuestras discrepancias respecto al concepto de pareja quiera tantear el terreno, quizás conocerte mejor. Reconozcamos la verdad: eres una mujer compleja, debe estar cagado de volver a meter la pata contigo.

—Estoy tan cansada. —Se quejó—. No entiendo la mitad de sus reacciones.

—Vente unos días al pueblo. Aquí estarás tranquila y podrás relajarte, mimarte y tomar decisiones. La distancia a veces ayuda, y si finalmente decides no hacer nada con Lucas, mi Manuel sigue estando soltero y sin compromiso.

—Suena tentador… —Confesó sonriendo.

En los próximos días su vida se volvería más caótica. Con el estreno cada vez más cerca apenas tendría un minuto para otra cosa que no fuera ensayar. Eugenia le ofreció asilo en su casa, pero ella prefería alojarse en la casa de su amiga. Allí estaría sola y realmente podría relajarse y pensar en Lucas, Viena, su padre y todo aquello que estaba convirtiendo su vida en un caos.