—¿Entonces pedimos una pizza? —preguntó Lucas después de que Jimena descartara la comida china.
—Sí, será lo mejor. No tengo nada sustancioso en la nevera. Por Dios, necesito comer carne. Tengo que hincarle el diente a un buen filete. —Confesó Jimena mientras ojeaba la publicidad de una pizzería cercana a su casa—. Además en este sitio las hacen muy buenas. El martes probé una de pollo y espinacas que estaba sensacional.
—¿El martes?, ¿cenaste con Bertram el martes, después de que te cambiara la rueda del coche?
—¿Con Bertram, pizza? Si hubiera cenado con él seguro que hubiera comido carne.
—¿Es eso una indirecta?
—Tú no eres de filete. Tú eres más de pollo, de alitas de pollo para ser más precisa. —Se burló. Y luego añadió en un tono lastimero—: ¡Estoy desesperada por comer algo granate!
—¿Granate?
—Sí, carne. Patricia sale con el frutero. Solo comemos verde en todas sus tonalidades. Voy a cogerle fobia al color.
—Lo que explica a la perfección que quieras comida granate. —Se guaseó.
Jimena le dedicó una mirada molesta, pero le duró poco. Lucas estaba plegando con esmero la manta con la que se tapaban para ver la televisión en el sofá.
—¿Pedimos una pizza boloñesa que tiene ternera? —Ofreció sin apartar la vista de él.
—De acuerdo, pero si tú eliges la pizza, yo me encargo de la peli. Por cierto, ¿dónde las tienes? —preguntó mirando alrededor del salón.
—En mi dormitorio.
—¿Otra indirecta? —Bromeó, esperando a que le indicara cuál era su cuarto.
—¡Seguro que sí, guapito! Por el pasillo la segunda puerta de la izquierda. —Indicó marcando el teléfono de la pizzería—. ¡No cotillees mis cosas! —le dijo solo para molestarle, no tenía ninguna duda de que Lucas no haría algo así.
—Claro que no. —Le guiñó un ojo con descaro antes de darse la vuelta y encaminarse hasta su dormitorio.
Lo primero que le llamó la atención nada más entrar fue que el espacio olía igual que ella, ese aroma a limón y azúcar que había asociado con Jimena y que despertaba sus instintos más primitivos. Cuando por fin se acostumbró a sentir su perfume a su alrededor como una presencia, se fijó en que la habitación no era como se había imaginado.
La colcha de la cama era de color lavanda, femenina y relajante, al igual que el resto de sus cosas. No casaba con la imagen de la Jimena que había conocido en casa de Rubén y Lorena, hacía ya varios meses. Ni siquiera con la nueva Jimena que se preocupaba por su aspecto y que había refrenado su lengua.
Sobre la mesilla de noche había una lámpara que se asemejaba a una seta, del mismo color lavanda de la colcha. En lugar de cortinas había un estor de color azul celeste con lunares violetas y, presidiendo el dormitorio, en el centro, una cama de matrimonio, con un portátil sobre ella en el que se leía «Jimena» en letras hechas con brillantitos. A los pies de la cama, un baúl de madera de un desvaído color azul.
En el lado derecho, el armario, al izquierdo, la ventana y al frente, un mueble con una televisión, más pequeña que la del comedor, con un reproductor de DVD y dos altavoces.
En la parte de abajo, protegida por dos cristales transparentes, estaba la colección de cine de Jimena.
Se agachó curioso por ver los títulos que tenía:
Los pájaros, La semilla del diablo, El aliento de los dioses, Allien, Carrie… Justo lo que se encuentra en el dormitorio de una chica, pensó con diversión, antes de seguir leyendo. El resplandor, una carcajada escapó de su garganta al recordar a Vicente, el padre de Jimena, el vivo retrato del protagonista de la película en más de un sentido. Annie Hall, Billy Elliot, Memorias de África, Cinema Paradiso, El mago de Oz, Cuando Harry encontró a Sally, El piano. Tras leer varios títulos más, en la misma línea que los anteriores, uno le llamó la atención: Reality Bites. Perfecto, después de todo tenían algo en común, se dijo antes de cogerla y regresar de nuevo al salón.
Jimena estaba sentada en el sofá con los pies en alto, seguía vestida igual que cuando él había llegado y se notaba que no estaba cómoda con Lucas en casa y sin sujetador, pero él sabía que por nada del mundo lo demostraría, ni se lo pondría, lo sentiría como una derrota y si había algo cierto en el carácter de la chelista era que se trataba de una luchadora nata. Nada conseguía hacer que se rindiera y Lucas no iba a ser una excepción; algo que en esta ocasión le hacía profundamente feliz.
—He escogido esta —dijo él tendiéndole el DVD de Reality Bites.
—Interesante elección.
—Siempre he tenido debilidad por las amistades que pasan a ser algo más profundo. Y sin duda esta es una película de culto para los que estamos en la treintena —comentó.
—Sorprendente —declaró.
—¿Te sorprende que tenga sentimientos?
—Me sorprende que seas un romántico. Lo disimulas muy bien.
—¡Uff! Eso ha dolido, creía que me conocías mejor.
—Nos conocemos desde hace poco. —Se defendió—. Y como te he dicho, haces un gran papel fingiendo ser un insensible.
—No lo estás arreglando.
—Me refiero a que necesito tener más información. Nuestra amistad es muy reciente. —Se escudó.
—Sí, pero somos amigos de verdad. Esas cosas se saben entre amigos de verdad. —Se guaseó sin pudor.
—¿Te estás burlando de mí?
—Yo jamás osaría hacer una cosa así… ¿Cómo puedes pensarlo siquiera?
—¡Claro que no!
No siguieron hablando, el timbre del portal sonó en ese instante, era el chico de la pizza, con lo que el tema quedó zanjado ante el apetitoso olorcillo de la comida.
A pesar de las protestas de Lucas fue la chelista la que la pagó, era su casa y eran sus normas, dictaminó.
Dos minutos después estaban devorando la pizza, bebiendo cerveza y descubriendo que el mundo laboral había cambiado poco en los casi veinte años que tenía el film.
—¡Hummm! La pizza está hummm…
—Parece que estés teniendo un orgasmo —comentó, fascinado por su expresión.
—Así es, estoy teniendo un orgasmo gastronómico gracias a la comida granate.
Lucas se rio tan fuerte que se atragantó. Jimena quiso ayudarle con un par de puñetazos en la espalda.
—¿Mejor?
—Espera que compruebe que no me has roto nada y te digo.
—¡Blandengue!
Jimena contuvo el aliento cuando Lucas repitió el diálogo de la pareja protagonista en voz baja, cargada de sentimiento:
—Yo quería ser alguien importante al cumplir los veintitrés.
—Cariño, lo único que tienes que ser al cumplir los veintitrés es tú misma.
—Ya ni siquiera sé quién soy.
—Pues yo sí. Alguien a quien todos queremos. Yo la quiero. Me rompe el corazón una y otra vez… pero, pero yo la quiero.
Tras el momento romántico se giró de malas para preguntarle a Lucas.
—¿Lo has hecho adrede?
—¿El qué? —Fingió no comprender de que hablaba.
—Nada.
—¿Te pone nerviosa el amor?, ¿o soy yo el que lo hace?
—No seas tan creído, tú no me pones nerviosa. Ni siquiera un poquito. —Mintió con la piel hipersensibilizada por su cercanía—. Como mucho, me estresas.
—¿Estás segura? —preguntó él, acercándose más hasta quedar pegado a su costado.
—Por completo. Te aseguro que tú me pones tan nerviosa como yo te pongo a ti.
—¿Y se puede saber por qué supones que tú no me pones de los nervios?
Jimena rio más relajada.
—Sé que te pongo de los nervios. No me refería a eso y tú lo sabes. —Le acusó retadora.
Él no respondió sino que se acercó tanto a ella que podía sentir su aliento cosquilleando en sus labios.
—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó en un susurro.
La mirada de Jimena estaba clavada en su boca, estaba como hipnotizada, pendiente de cada movimiento de ella. Quería besarlo más que a nada, pero no deseaba sentirse igual que lo había hecho la mañana siguiente a su último encuentro.
—¿Por qué lo dejaste con Anabel? —preguntó en el mismo tono de voz, susurrante, que él había usado instantes antes.
Lucas pareció dudar más de lo normal, pero cuando al fin habló, sonó sincero.
—Las relaciones a distancia nunca funcionan.
—Sí, supongo que no lo hacen. —Aceptó ella, apartándose por completo de su cercanía.
Sintiéndose una tonta fijó su atención en la película, que estaba a punto de terminar, y dejó la mente en blanco de todo lo que tuviera que ver con el hombre que no hacía más que romperle el corazón. Una y otra vez…
Sintió la humedad en el brazo en que se apoyaba Jimena, apartó la mirada de la pantalla para ver que se había dormido con la boca abierta. Estaba tan a gusto que le había mojado el brazo.
Con una ternura que nunca había experimentado por nadie más, le acarició la mejilla, como respuesta a su caricia Jimena ronroneó como un gatito. Se emocionó al ver que ella se sentía tan segura a su lado como para dormirse.
—¡Dios, eres adorable! —dijo en voz alta, antes de aguantarse las ganas de reír a carcajadas.
Debía de estar más colgado de ella de lo que había imaginado si encontraba adorable que babeara sobre él.
Le embargó el mismo deseo de besarla que había sentido cuando la había tenido tan cerca que había sentido el calor de su cuerpo como un abrazo. Pero entonces le había preguntado por Anabel, y temeroso de que fuera demasiado pronto para confesarle sus sentimientos, había encubierto la verdad.
Con mucho cuidado, apartó su cabeza, para liberar su brazo, y se levantó del sofá, recostándola con cuidado para que no se despertara. De puntillas fue hasta el dormitorio de Jimena, abrió la cama, bajo el estor y regresó a por ella al salón. Jimena volvió a ronronear cuando la cogió con delicadeza en brazos y la llevó hasta su cama.
Tuvo que esforzarse para no caer en la tentación de tumbarse a su lado y embeberse de su olor y de su compañía. Tras observarla en silencio durante varios minutos salió de allí con el mismo sigilo con el que había entrado.
Lucas había cocinado muchas veces para una mujer, cocinar le gustaba y era un modo directo de seducirlas, pero jamás a pesar de su dilatada experiencia con el sexo opuesto, había limpiado para ninguna. Sin pararse a pensar en ello, recogió el comedor y la cocina, fregó los vasos y platos que habían manchado durante la cena, y se marchó a su casa, dividido entre la felicidad de haberla tenido entre sus brazos y la tristeza de que hubiese sido cuando ella estaba inconsciente.