Capítulo 34

—Tu padre es un gilipollas. —Le había dicho Lorena, a quien nunca le había caído bien Vicente—. Siempre lo ha sido y la edad no ha hecho más que aumentarle el problema.

—No puedo estar más de acuerdo contigo. Pero eso no quita que tenga algo de razón, ¿qué pasa con Viena?

—Eso sí que no, Jimena. No dejes que te haga dudar de tus elecciones. Sabías lo que hacías cuando te presentaste al puesto. —La regañó por permitir que las críticas de Vicente le afectaran.

—¿Y si tiene razón?

—No la tiene. —Zanjó categórica—. No te preocupes más por sus tonterías. Si vuelve a molestarte le enviaremos a mi madre para que le explique lo maravillosa que eres; ya sabes que puede pasarse horas y horas hablando de nuestras virtudes. Javi, tú y yo somos los más listos, guapos y buenos del mundo mundial —dijo riendo, con intención de restarle seriedad al encuentro.

—Tu madre es una mujer increíble. Qué mal repartida está la suerte. —Bromeó ella también, aunque hubiera sinceridad en sus palabras.

Maruja era una mujer excepcional que la había protegido bajo su ala y le había dado la familia más importante, la que eliges y te elige.

Esas eran las razones que llevaron a Lorena a presentarse en el ensayo, pero al llegar se había topado con que Jimena ya se había comprometido con Patricia para acompañarla a hacer unas compras, de manera que al final habían terminado comiendo las tres juntas en una bocatería del centro comercial, saltándose con ello la dieta a base de frutas y verduras que habían instaurado en casa de Patricia y Jimena. Entre las compras en la frutería Blasco y los regalos que Héctor les llevaba por orden de su padre, las músicas estaban empezando a aborrecer la dieta sana.

Tras devorar un bocata enorme de ternera, jamón serrano y tomate, las risas, las miradas interesadas al camarero de turno y el café, se pusieron manos a la obra entrando en cada una de las tiendas del centro comercial.

Patricia necesitaba renovar su armario una vez más. Para ella la ropa era una terapia, organizar su vestuario le servía para poner en orden sus pensamientos, y en esos momentos debía superar sus temores a comprometerse en una nueva relación. Llevaba mucho tiempo sin permitirse nada más que encuentros esporádicos, pero Héctor y su dulzura habían echado abajo todos sus muros, y aunque lo estaba intentado se sentía demasiado expuesta. Necesitaba afianzarse tirando de tarjeta de crédito.

Cada una de ellas disponía de un método propio con el que superar las pequeñas crisis del día a día, para Jimena su válvula de escape era la música. El sonido de su chelo, tanto el imaginario como el real, calmaba su ansiedad. Para Lorena eran los centros florales. Si Jimena se topaba con la selva amazónica al entrar en el piso de su amiga sabía a ciencia cierta que Lorena había tenido un mal día, que había discutido con Rubén, con su madre, un desencuentro en el trabajo, lo que fuera… El resultado siempre era el mismo: tenía que medir cada una de sus palabras para no despertar a la bestia que dormitaba en su interior el resto del año.

Estaban visitando la quinta tienda de bolsos cuando Patricia por fin dio con algo que la entusiasmó.

—Mirad, qué bonito —dijo alzando un bolso bandolera confeccionado con diversos retales de distintas texturas y formas.

—Sí que es bonito. —Concedió Lorena, de un modo poco convincente—. ¿Te lo llevas?

Jimena ya estaba acostumbrada a salir de compras con Patricia, pero Lorena empezaba a desesperarse porque no se decidía por nada de lo que veía.

—No creo que sea buena idea —comentó Jimena de pasada, concentrada en admirar un pequeño bolso negro con forma de maletín.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Patricia clavando una mirada acusadora en ella.

—No es tu estilo. No tienes ninguna pieza de ropa que conjunte con ese bolso. Eres demasiado sofisticada para él —comentó halagándola.

—No me puedo creer que por fin te preocupe la moda —comentó Patricia, contenta—. Además tienes razón. Es demasiado hippie para mí.

—A mí también me asombra. —Intervino Lorena—. Pero el amor lo puede todo, cosas más raras se han visto.

—Tú calla que todavía no te he perdonado lo que le hiciste hacer a Javi.

—¡Rencorosa! —Se quejó.

—Hombre, cosas más raras lo dudo. Hay que reconocer que Jimena y la ropa siempre han sido enemigos íntimos. —Se guaseó Patricia, y añadió mirando a la dependienta—: Gracias, pero no me lo llevo. Mi estilista me ha aconsejado que no lo haga.

A pesar de las pullas de sus amigas, el comentario hizo reír a Jimena.

Dos horas después iban cargadas de bolsas y mucho más contentas que unas horas antes. Al final todas habían probado la terapia de la violinista y se habían convertido en seguidoras convencidas. Jimena se había comprado unas botas de tacón, y unos vaqueros y Lorena un conjunto de ropa interior. Patricia arrasó con varios vestidos de noche, unos stilettos, dos camisetas y una falda de tubo.

—¡Un segundo! Tengo que ir al aseo. —Avisó Jimena, tendiéndole sus compras a Lorena.

—Te esperamos aquí —dijo su compañera de piso, distraída en el escaparate de una de las pocas tiendas en las que todavía no habían entrado.

Ok. —Aceptó, cruzando el largo pasillo al final del cual estaban los lavabos.

Apresuró el paso y accedió al interior con prisas. Comprobó complacida que no había colas y entró en el primer cubículo abierto que estaba vacío. Tras sentir el agradecimiento de su vejiga, salió dispuesta a lavarse las manos. Una de las dos pilas estaba ocupada por una mujer de largo cabello oscuro. Sin fijarse demasiado en ella se colocó a su lado, y procedió a asearse. Una vez que se hubo lavado las manos se acercó hasta el secador, pero no llegó a apretar el botón, en su lugar se quedó paralizada por la sorpresa.

—Parece que tenemos la costumbre de encontrarnos por casualidad en los lugares más estrambóticos: la cola del cuarto de baño en un pub, el escenario de un restaurante libanés y de nuevo un cuarto de baño, esta vez en un centro comercial.

—¿Cómo estás, Anabel? —Saludó con amabilidad. Puede que esa chica fuera lo más parecido a una rival que hubiera tenido nunca, pero también había sido muy amable con ella.

—Estupendamente. He venido a pasar unos días de vacaciones en casa, de hecho vine el día que bailamos juntas la danza del vientre y este lunes regreso a Ginebra. Aunque si fuera por mí me quedaría una semana más, cada vez echo más de menos mi tierra. Y tú, ¿qué tal?

—De compras con unas amigas —le dijo sin entrar en detalles.

—Un plan estupendo, yo también he venido de compras con mi hermana —explicó sin borrar la sonrisa.

—Sí, lo es. Me ha alegrado verte, Anabel —dijo acercándose para darle dos besos—. ¡Qué tengas un buen viaje!

—Gracias, Jimena. Eres muy amable.

La chelista le dedicó una sonrisa de despedida antes de darse la vuelta para marcharse, sin embargo, la voz de la morena la detuvo.

—¿Sabes? No pensaba decírtelo, pero no va conmigo ser vengativa, y además ni siquiera es culpa tuya.

—¿Estás bien? —preguntó desconcertada, sin comprender el significado de sus palabras.

—Supongo que después de todo, lo estoy. —Suspiró profundamente antes de continuar hablando—. Lucas está enamorado de ti. Me lo confesó después de darse cuenta de que no podía estar conmigo, de hecho esa es la razón por la que me ha dejado. Si es que se puede decir que alguna vez hemos estado juntos… Te lo digo porque si fuera al revés me gustaría saberlo. —Expuso con una amabilidad y una sinceridad admirables.

Durante unos instantes de silencio ambas mujeres se observaron con admiración. Para Anabel, Jimena había conseguido lo que ella no había logrado tener, el amor de Lucas; y para Jimena, Anabel había demostrado ser la mujer íntegra que siempre le había parecido que era.

—Gracias por contármelo.

—Estoy segura de que en mi lugar, tú hubieses hecho lo mismo —comentó restándole importancia.

—Eres una gran persona —le dijo sin admitir la verdad, que ella también hubiera sido sincera.

Anabel asintió con la cabeza con una mirada triste, y centró su atención en lo que había estado haciendo antes de que Jimena y ella se reconocieran, retocarse el maquillaje.

La chelista no les refirió a sus amigas su encuentro con Anabel, primero tenía que asimilar lo que le había contado la morena, y estaba segura de que ni Lorena ni Patricia se mostrarían imparciales. Las dos formaban parte del club de fans de Lucas, y en esos instantes, incluso ella misma se sentía capaz de presidirlo. No obstante, necesitaba desconectar durante un rato de todo, y pensar con distancia en los acontecimientos de los últimos días. Por eso al llegar a casa se metió en su dormitorio, sacó el chelo de su santuario y comenzó a tocar. Pasó al menos una hora rendida a su música, despejando su mente de todo lo que no fueran las notas que el perfecto tándem de músico e instrumento producían.

Salió de su dormitorio cuando Patricia se preparaba para marcharse a cenar con Héctor, animada ante la idea de estrenar uno de los modelazos que se había comprado esa misma tarde. Mientras que la violinista había cuidado al detalle su aspecto, Jimena llevaba un pantalón gris de chándal, una camiseta blanca de tirantes sin sujetador, y el cabello recogido en dos trenzas, que junto con sus pecas le hacían parecer una niña traviesa.

—¡Qué guapa estás! Adivino por tu look que no vas a salir esta noche, eso o es que tienes una fiesta de pijamas y no me has invitado.

—¡Qué graciosa!

—Graciosa y guapísima —dijo girando sobre sí misma para que pudiera ver su vestido desde todos los ángulos.

—Y modesta, que no se te olvide modesta. Siento que estoy rodeada de modestos —comentó con ironía.

—Envidiosa. —Le espetó sacándole la lengua en un gesto infantil—. Disfruta tu cena.

—Te diría lo mismo, pero vas vestida para que te consideren el postre. Dudo que llegues a comer nada, ¿dónde está tu novio?

—Ha ido a por el coche. Y sí, voy a ser su postre, así que no me esperes despierta. —Pidió con un guiño.

Jimena le respondió con un bufido muy poco femenino.

Patricia terminó de guardar las cosas en el bolso y salió del salón mientras ella sintonizaba una emisora de música a la antigua, en la radio de la vieja minicadena del salón. Estaba tan absorta en lo que hacía que no se dio cuenta de que no se escuchó cerrarse la puerta de la calle.

Dejó de mover el dial cuando una canción captó su atención:

—¡Joder! Qué oportuno. —Se rio antes de acompañar a David de María a voz en grito, dando saltitos con los ojos cerrados y descalza sobre la alfombra del comedor.

Si digo cine, quieres teatro,

si voy de carne, tú de pescado,

si tengo sueño, tú quieres juerga,

cuando yo quiero, tú me lo niegas

propongo playa, tú dices campo,

si voy de negro, tú vas de blanco,

si tengo frío, tienes calor,

te doy la Luna, quieres el Sol

eres un polo, y yo soy el otro,

y entre los dos,

hay diez mil kilómetros.

Nuestra historia

no es tan rara.

Ya lo dice el refranero,

contigo, porque me matas,

y sin ti, porque me muero.

—Espero que no estés pensando en pasarte al otro lado del escenario. Cantas fatal —comentó una voz masculina cuando la improvisada cantante calló para tomar aire.

Jimena gritó, asustada por lo inesperado de la visita, mientras se llevaba una mano al pecho para evitar que el corazón se le saliera.

—¿Tú? Joder, ¿te has propuesto matarme de un susto?

—La verdad es que no. Se me ocurren cosas más divertidas que hacer contigo —dijo sin apartar la mirada de ella.

Jimena recordó las palabras de Anabel en el cuarto de baño y comenzó a sentir cómo reaccionaba su cuerpo a la idea de compartir diversión.

—¿Cómo has entrado?

—Patricia me ha dejado pasar. Venía a invitarte a cenar, lo he intentado por el móvil, pero no me has cogido el teléfono, así que he decidido probar suerte en persona.

—Le quito la voz cuando ensayo, por eso no te lo he cogido —dijo, intentando que no sonara como una disculpa.

—¡Qué alivio! Creía que no habías querido contestar deliberadamente —dijo con el semblante serio.

Jimena arrugó el ceño, pensativa, antes de hablar.

—No me lo creo, tienes un ego enorme. Precisamente hace un minuto le estaba diciendo a Patricia que estoy rodeada de modestos, y tú, amigo mío, eres uno de ellos.

—Me has pillado. —Bromeó—. Sabía que no podrías resistirte a responder a mi llamada, aunque fuera para meterte conmigo. Por esa razón estaba preocupado, no era normal que no lo hicieras. No sabía cómo estarías tras el desencuentro con tu padre.

—Estoy bien. Como siempre.

—Me alegro, ¿qué hay de la cena? —preguntó dando un repaso a su vestimenta, y deteniéndose más de la cuenta en la parte delantera de su camiseta.

La ávida mirada en sus pechos endureció sus pezones como lo hubiera hecho una caricia.

—Mañana tengo que madrugar —comentó cruzando los brazos para cubrirse—. Tengo ensayo a las nueve en punto. No puedo llegar tarde. Dentro de dos semanas estrenamos una serie de tres conciertos con Lucía Leiva —explicó sin entusiasmo.

—¿La cantante?

Jimena asintió con la cabeza.

—Va a grabar un disco en directo de sus actuaciones en El Palau, y Bertram está en plan negrero para que todo salga bien. Estamos ensayando sus grandes éxitos, que no son ni grandes ni éxitos. ¡Por Dios!, hemos abandonado a los clásicos por una cantante engreída que canta como un loro amaestrado.

Lucas se rio por la ocurrencia.

—Como enemiga eres terrible. De acuerdo, dejemos la cena para otro día. —Aceptó con resignación.

—No hace falta. Te puedo ofrecer cena en casa y un DVD de mi colección personal.

—Acepto, pero nada de Jack Nicholson, ya tuve bastante con tu padre ayer.

—¡Mira quién habla de enemigos terribles! Mi pobre padre. —Se burló.