Tras el saludo inicial, cordial y convencional: dos castos besos en las mejillas, reinó el silencio durante el tiempo que duró el trayecto hasta Sagunto, a excepción de las canciones de Led Zeppelin que sonaban en el reproductor del coche y con las que Jimena se había familiarizado después de que Lucas se dejara una camiseta del mítico grupo en la casa de Alcolea que habían compartido en Nochevieja. Ninguno de los dos hizo referencia a lo sucedido el martes después de clase. Ella seguía molesta porque no hubiera querido besarla y él enfadado por la conversación, que no era tal, que había escuchado entre Jimena y Bertram, y que insinuaba que eran algo más que amigos.
Una vez llegaron a la sociedad musical, donde se impartían las clases, Jimena subió al aula para preparar la sesión, mientras que él se excusaba con ir a la cafetería a tomarse un café para despejarse. Estaba sola en el aula cuando su padre entró en tromba.
—Has vuelto a rendirte. —Le espetó con los ojos brillantes de furia.
Tenía el pelo canoso y corto, era delgado, pero de hombros anchos. Aunque aparentaba menos de sesenta años ya estaba en los sesenta y tres.
—¿De qué hablas? —preguntó Jimena que no pareció sorprendida por su despotismo. Ni siquiera se inmutó cuando su padre se paró a pocos centímetros de su rostro.
En lugar de responder, como dictan los buenos modales, le lanzó otra pregunta que se le clavó con la potencia de un dardo.
—¿Qué es eso de que ahora eres la primera chelista del Palau?, ¿qué ha pasado con Viena?
—Que yo sepa sigue en el mismo sitio que hace unos días. En Austria, ¿no? —respondió escudándose en el sarcasmo que le permitía esconder lo mucho que le dolía su trato.
—Has vuelto a decepcionarme. No sé de qué me sorprendo. Siempre lo haces. —Se quejó pasándose los dedos por el pelo.
—No papá, la sorprendida soy yo. Para que haya decepción debe haber un interés previo, y créeme cuando te digo que me emociona que recuerdes siquiera dónde trabajo, ya que es evidente que has olvidado devolverme las llamadas.
La algarabía del pasillo acalló la réplica de Vicente.
En ese momento, Lucas iba a entrar en la clase pero se quedó parado en la puerta. Los niños, menos suspicaces ingresaron y comenzaron a jugar con los instrumentos que Jimena había dispuesto, como cada día, en las mesas.
—¿Estás bien, Jimena? —preguntó este desde el umbral.
—Perfectamente. Mi padre ya se marchaba.
Vicente la fulminó con la mirada, pero no lo consideró suficiente, así que retomó sus críticas sin importarle que hubiera gente ajena escuchándole.
—Tienes que marcarte objetivos o siempre serás una segundona don nadie. Si quieres tocar en Viena tienes que ser la mejor. No hay nada que te ate aquí, no tienes marido ni hijos que te retengan…
—¿Por eso tu nunca tocaste allí? Porque tenías una hija que te retenía. ¿Es esa la razón por la que me rechazas? —Le espetó su hija, harta de su tiranía.
—No seas ridícula. Yo no te rechazo, eres mi hija.
—Disculpe, caballero. —Intervino Lucas, acercándose al hombre—. ¿De verdad es usted su padre? En ese caso su fama es bien merecida.
Las rodillas de Jimena comenzaron a temblar, temerosa de que Vicente siguiera ninguneándola delante del arquitecto.
—Sí. Jimena es mi hija. Soy Vicente Del Rey
—Pues permítame decirle que no lo parece. Y no me refiero solo a que ella es infinitamente más atractiva que usted. Lo digo principalmente porque le está hablando como si no la quisiera o valorara lo más mínimo. Lo que me lleva a deducir que apenas la conoce, y eso dice mucho sobre la clase de padre que es usted.
—¿Y quién eres tú para atreverte a juzgar mi relación con ella? —Exigió alzando la voz de tal modo que los niños dejaron de jugar para observarles.
—Soy alguien capaz de ver lo valiosa que es. Lo increíble que es como persona y como músico. Lo que me convierte en una persona más inteligente que usted. —Expuso Lucas sabiendo que estaba insultándole de un modo elegante.
—Adiós, papá. Tengo que comenzar mi clase, y tú estás asustando a mis alumnos —comentó Jimena fingiendo una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.
El aludido se dio media vuelta sin disculparse ni despedirse, y abandonó el aula en dos zancadas.
Lucas notó la tensión que emanaba de ella y decidió hacerla sonreír.
—No te ofendas, pero tu padre es clavadito a Jack Nicholson.
—No me ofendo, ¿por qué crees que veo tan a menudo El resplandor?
La clase regresó a la normalidad con tal rapidez que los niños no llegaron a enterarse de lo sucedido con Vicente. Su profesora les explicó que su papá había ido a verla y ellos no se interesaron en nada más ya que toda su curiosidad seguía volcada en Lucas, un compañero al que veían demasiado mayor para su mesa y sus sillas.
Jimena estaba a punto de mostrarles por primera vez un chelo cuando llamaron a la puerta del aula con suavidad.
—Adelante. —Invitó a entrar.
La puerta se abrió y una mujer menuda y pelirroja, con el cabello color zanahoria, irrumpió en el aula.
—¡Mamáaa! —Bramó Leire.
Su madre sonrió a su hija antes de plantarse frente a Jimena.
—¿Puedo hablar un segundo contigo? —Tenía la voz suave y melosa, pero daba la sensación, por su postura altiva, de que no era más que fachada.
—Chicos, portaos bien que en seguida vuelvo.
La mujer salió al pasillo, no sin antes dirigirle una apreciativa mirada a Lucas, que se había sentado junto a Jordi en una de las diminutas sillas.
—¿Sucede algo? —preguntó Jimena una vez en el pasillo, extrañada por su petición.
—Leire vino el martes contándome una historia disparatada de que tenía un nuevo compañero de tu edad. Como comprenderás lo comenté con las mamás del colegio de Leire y todos los niños dijeron lo mismo. Cuál ha sido mi sorpresa cuando Antonio nos ha confirmado que hay un adulto en clase con nuestros hijos.
—Si ya sabías que es cierto, ¿para qué has irrumpido en mi clase? —preguntó con frialdad. La visita de Vicente la había alterado y ni siquiera había tenido tiempo de calmarse cuando Mireia llegó.
—Tengo derecho a saber con quién se relaciona mi hija.
—Podrías haber visto con quién se relaciona una vez terminada mi clase. —Expuso sin ocultar su indignación.
—Podría ser un psicópata con mentalidad infantil o algo peor —dijo con horror.
—Podría, pero no lo es. Lucas es un arquitecto brillante y una persona…
—Gracias, cariño. —La cortó una voz masculina tras ella. Una mano grande la agarró de la cintura y la empujo con suavidad para ponerla a su lado—. Siento haberla asustado, señora, no era mi intención. La única razón por la que me he matriculado en este curso es Jimena. Estamos comenzando una relación y quiero pasar el máximo tiempo posible con ella, pero ni mi trabajo ni el suyo nos lo permiten, así que… —Sonaba tan natural que Mireia fue incapaz de poner en duda sus palabras.
El cambio que había observado en el aspecto de Jimena, la mejora en su gusto por la ropa y los zapatos, y su nuevo peinado cobraban sentido ahora que sabía que tenía novio, además uno tan atractivo como Lucas.
Les sonrió más tranquila.
—Es usted un romántico. —La sonrisa de la mujer dejaba claro que había caído presa del encanto del arquitecto.
—Nada de usted, soy Lucas.
—Mireia.
Jimena se sintió ignorada lo que no sirvió más que para aumentar su cabreo.
—Sí, somos muy formales. En realidad estamos pensando en casarnos el próximo año —explicó con sarcasmo, aunque Lucas fue el único que lo comprendió.
—¡Enhorabuena! Os dejo seguir con la clase. —Se despidió, de repente ansiosa por marcharse.
Al comprender el motivo de sus repentinas ganas de marcharse Jimena maldijo entre dientes su carácter explosivo.
—¡Mierda! Ahora Mireia correrá la voz y tendremos a otras nueve madres muertas de curiosidad por conocerte. El día no puede ir peor.
—No desesperes, seguro que mejora. —La animó Lucas.
Jimena no había creído que fuera posible que su día terminara mejor de lo que había comenzado, pero en esos instantes se sentía relajada y alegre.
Al finalizar la clase Lucas le había preguntado por sus planes, y olvidando que el martes había fingido concertar una cita con Bertram, había respondido que tenía una reunión urgente con la bañera y la cama.
—¿No vas a salir a cenar con nadie?
—No salgo con nadie —dijo mirándole a los ojos.
—¿Y Bertram?
—Solo somos amigos. ¿Tú tienes planes?
—Tampoco salgo con nadie.
—Tú nunca sales con nadie, solo tienes amigas con derecho a besos —dijo sonando más brusca de lo que pretendía.
—Ya no tengo amigas. Anabel y yo… ¿lo dejamos?, ¿rompimos nuestra amistad? Como quieras llamarlo el resultado es el mismo. Ahora busco otra cosa.
—¿Te refieres a una relación monógama?
—Exactamente. —Y añadió—: Déjame que te lleve a tomar algo antes de ir a casa a reunirte con la señorita bañera y doña cama.
—¡Son poco más de las seis de la tarde! —Le espetó rayando la indignación.
—¿Quién te ha dicho que fuera a ofrecerte alcohol?
Y había cumplido su palabra. No estaban bebiendo nada que no fuera apto para todos los públicos y su fatídico jueves mejoraba a cada momento.
La zumería a la que la había llevado estaba en una calle adyacente a la Avenida Blasco Ibáñez. No se trataba de un local muy grande, pero sí era acogedor con grandes y cómodos sillones rodeando mesas bajas, música agradable de fondo y un delicioso batido de fresas y plátano.
Sin que le preguntara nada, Lucas tomó la iniciativa de hablarle de su familia, al haber comprendido esa misma tarde la espinita que Jimena tenía clavada por su distante relación con Vicente.
Y si de algo sabía él era de padres lejanos. Los suyos se habían divorciado cuando él tenía diez años, y cada uno vivía en una ciudad diferente. Su madre regentaba una galería de arte en Barcelona, y su padre ejercía la arquitectura en París, de manera que no los veía muy a menudo. Cada uno había rehecho su vida, su padre seguía soltero, y cada vez que se encontraba con su hijo llevaba una mujer distinta colgada del brazo, y su madre se había casado con un artista bohemio al que patrocinaba. No obstante, seguía siendo el único hijo para ambos, aunque solo lo fuera de nombre.
Tras el divorcio, Lucas se quedó en Valencia con sus abuelos maternos, Rubén y su familia. No tenía a nadie más, nunca lo había tenido y ese dato había forjado su carácter independiente. Su afán siempre había sido disponer de la libertad de marcharse cuando quisiera sin hacer daño a nadie. Algo que sus padres nunca tuvieron en cuenta.
Que Lucas le confiara su historia alentó a Jimena a abrir el cerrojo tras el que ocultaba la relación con su progenitor. Después de varias bromas y no poco sarcasmo, la verdad salió a la luz. Se desahogó con el hombre que tenía en frente, y que le había ofrecido su amistad, a pesar de que ella hubiera querido algo más.
Le contó cómo fue su niñez, el modo en que la música la salvó de la soledad que invadía su mundo… De cómo había creído que sería el pegamento que la uniría a su padre, y aunque no había servido para ese fin, le había dado más de lo que imaginaba. Sin embargo, y a pesar de la crudeza de la historia, no hubo autocompasión en ninguna de las palabras que salieron de sus labios.
Hubo fuerza, valentía, resolución y Lucas no pudo más que asombrarse al comprobar lo que una segunda vista podía hacer con una mujer como Jimena.