Que estuvieran allí atendía a dos razones: que Patricia matara a sus demonios y que con ello su familia, y más concretamente, su hermana mediana, quedara advertida del verdadero carácter de su novio, que no dejaba de presionarla para que forzara a su padre a vender la frutería para montar el pub que deseaba y para el que él no aportaba ni un céntimo.
Desde que supo qué había sido Carlos, su cuñado, en la vida de Patricia, su odio por él no había hecho más que aumentar. Y no dejaba de crecer mientras veía a la decidida y valiente mujer de la que estaba completamente enamorado, temblando de indecisión en el umbral de su hogar.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —preguntó, mientras le embargaba una profunda ternura por ella.
—Sí. Quiero hacerlo.
—Pues vamos allá. Estás preciosa y juegas con el factor sorpresa, los vas a dejar a todos k. o. en cuanto te vean.
—¿Nadie sabe que me has invitado a cenar? —preguntó Patricia, notando cómo su determinación comenzaba a flaquear—. ¿No se lo has dicho a tus padres?
—Lo sabe mi padre, que es el único que debe importarte. ¿Estás preparada para entrar?
—Sí —dijo sin dudar.
Aun así, Héctor no le dio tiempo para que se arrepintiera, sacó las llaves del bolsillo trasero de sus vaqueros con rapidez y abrió la puerta. El sonido de las voces les alertó de que estaban todos en la cocina, seguramente terminando de preparar la cena. Tomó la mano de Patricia tiró de ella hacia allí, e irrumpieron en el momento en que Carlos e Irene estaban poniendo los vasos y los cubiertos.
—Hola a todos. —Y añadió, cuando consiguió la atención de los presentes su madre, su padre, Irene y un estupefacto Carlos—: He invitado a mi novia a cenar, espero que no os importe. Estaba deseando que la conocierais y no he pensado en avisaros de que veníamos.
Los padres de Héctor reaccionaron inmediatamente, acercándose a ellos con amabilidad, pero Patricia no podía apartar la mirada de su exnovio, que había palidecido mortalmente al verla, debió de adivinar que su presencia no iba a depararle nada bueno. Verlo tan afectado arregló, de algún modo, una de las pequeñas piezas de su interior que se habían roto tras su traición. No obstante, todavía quedaban muchas para seguir pegando y reparando. Sin ser consciente de lo que hacía, apretó con fuerza la mano de Héctor buscando su apoyo.
—Encantada de conocerla, señora. —Saludó a Pilar, la madre de su chico, una mujer menuda con los mismos ojos oscuros de su hijo—. A su esposo ya le conocía de la tienda. ¿Cómo está?
—Muy contenta de saludarte, por fin. Héctor no hace más que hablar de ti. Ven que te presente a los demás. —Pidió la mujer con una cálida sonrisa.
—Gracias. A Carlos ya le conozco, así que no se moleste en volver a presentármelo. —El comentario sonó más como una amenaza que como una advertencia, lo que disparó la curiosidad de la mujer.
—¿De veras?, ¿y de qué os conocéis?
Patricia tuvo la satisfacción de ver el horror en los ojos del aludido, y otro pequeño trocito se reparó en su corazón.
—Estuvimos a punto de casarnos, pero lo pillé en la cama con mi madre y todo lo que habíamos planeado durante años se vino abajo de golpe. —Anunció como si hablara del tiempo—. La pena es que siempre me pregunté si llevaban mucho tiempo haciéndolo o si, por el contrario, los pillé en la primera ocasión.
—Carlos, ¿serías tan amable de decírmelo ahora? Te confieso que es una duda que siempre he tenido.
Héctor contuvo una carcajada a su lado. Se sentía orgulloso de su aplomo y de su valentía. Satisfecho de tener una mujer como ella a su lado.
Por su parte, Carlos no despegó los labios, ni se movió un centímetro de donde estaba parado, parecía que le hubieran crecido raíces por lo inmóvil que estaba, con los ojos agrandados por la sorpresa y el espanto.
—¿Disculpa? —preguntó la anfitriona, con el horror pintado en el rostro, al tiempo que su hija sofocaba un grito.
—Bueno, para ser sincera he de confesarle que mi madre no aparenta la edad que tiene.
Ante semejante respuesta Héctor no pudo aguantarse durante más tiempo y rio abiertamente mientras Irene abandonaba la cocina llorando y Carlos seguía pálido y sin palabras frente a un público exigente que buscaba su reacción.
Fue el padre de Héctor quien rompió la tensión del momento con su actitud dulce y amable hacia la recién llegada.
—Veo que eres mucho más interesante de lo que pareces a simple vista. Ven ayúdame a poner la mesa y me cuentas un poco más de ti.
—Encantada, señor Blasco.
—Nada de señor, yo soy Pedro y mi mujer, Pilar.
La violinista asintió con una sonrisa de agradecimiento y la conversación siguió el curso habitual, una vez superada la tormenta inicial. No fue necesario que se añadieran dos cubiertos más en la mesa, porque ni Carlos ni Irene se quedaron a cenar con ellos.
Aunque Pilar seguía en shock, se mostró amable y encantadora, puede que incluso avergonzada. De sus tres hijos siempre había tenido más conexión con Irene, por ese motivo le había consentido todo cuanto deseaba. Su hija mayor se casó muy pronto dejando el hogar familiar, y Héctor siempre había sido el ojito derecho de su padre, razón por la que ella se volcó en Irene.
Sabía que Carlos controlaba a su hija, y que ella hablaba por boca de él, pero tras intentar, en varias ocasiones, dialogar con ella del tema, terminó por desistir, adaptándose a sus peticiones. Hacerlo era más fácil y menos doloroso de lo que hubiera sido enfrentarse a ella y decirle abiertamente lo que pensaba.
Horas después, Patricia abandonó el hogar de los Blasco sintiéndose más fuerte y más dispuesta a permitirse una segunda oportunidad que nunca.
Una vez en la calle expuso sus dudas a Héctor, que había permanecido a su lado en todo momento:
—¿Crees que soy mala persona?
—¿Por qué iba a pensar algo así? —El desconcierto se leía en su rostro.
—Cuando le he contado a tu madre mi desastrosa historia con Carlos me he sentido mucho mejor de lo que me sentía en mucho tiempo. —Confesó, avergonzada.
—Algo normal después de lo que te hizo…
—Ojalá tu hermana se dé cuenta de cómo es en realidad. Tu padre es un hombre encantador, no se merece un yerno como él.
—Si Irene no abre los ojos después de esta noche nunca lo hará. Y yo seguiré atado a la frutería.
—¿Acaso crees que si tú no estuvieras trabajando con tu padre le obligarían a vender? —Había descubierto en carne propia el valor que Carlos le daba a las promesas, no obstante, jamás imaginó que fuera tan cruel y manipulador. Después de todo había sido una suerte que le descubriera y rompieran. Su vida habría sido espantosa si sus planes de matrimonio se hubieran llevado a cabo.
—Es algo que he pensado. Mi padre necesita ayuda para llevar la tienda, pero si mi hermana entrara en razón, podríamos contratar a alguien para que lo hiciera, y yo podría buscar trabajo en lo mío. No me respondas si no quieres, pero ¿qué pasó con tu madre?
—No lo sé, hace mucho tiempo que no hablo con ella. Jamás llegó a disculparse por lo que me hizo. A los pocos días de encontrarles en la cama Jimena y yo nos fuimos a vivir juntas. No la necesito.
—No, ahora me tienes a mí —dijo, entrelazando sus dedos a los de ella.
Durante unos instantes Patricia no dijo nada. Se limitó a seguir caminando con su mano asida a la de él. Entonces se paró de golpe, consiguiendo con ello que Héctor hiciera lo mismo.
—Eres maravilloso. Por favor, no me hagas daño.
La emoción se instaló en el pecho del frutero, y tuvo que esforzarse para que al responder su voz sonara normal.
—Nunca —dijo, acercando su rostro al de ella para besarla y acallar sus temores con toda la dulzura de la que fue capaz.
En ese mismo instante un mensaje de texto de Irene entró en el móvil de Héctor, pero este estaba demasiado ocupado para leerlo. No obstante, y aunque no lo supiera todavía, esa noche había ganado dos cosas muy importantes, el amor de la mujer por la que estaba loco, y a su hermana, a la que acababa de recuperar, ahora que Carlos ya había salido para siempre de su vida.