Capítulo 28

Tras salir del restaurante había dudado un poco. La visión de Jimena y Bertram le había dejado tocado, y con la firme intención de olvidarse de todo en los hábiles brazos de la morena.

Siguiendo esa máxima la había besado y acariciado, llegando incluso a desnudarla por pura costumbre. Como si estuviera siguiendo las instrucciones durante tanto tiempo almacenadas en su cabeza.

Cuando comprendió que no iba a poder ir más allá de los besos y las caricias, todo su cuerpo se puso rígido, excepto la parte de él que debía estarlo, de modo que la verdad se desplegó ante sus ojos.

Debería haber percibido que sus sentimientos por Jimena eran más profundos de lo que se había permitido admitir, cuando la vio marcharse de su casa aquella mañana en que le ofreció una relación sin ataduras. Había creído que le molestaría verla o saberla con otros, pero no había calibrado bien sus sentimientos, no solo le había dolido que hubiera besado al músico; lo que más le asombraba era que lo que sentía por Jimena le impedía sentirse cómodo acostándose con otra.

Del mismo modo que no pudo predecir sus propias reacciones, tampoco supo prever la respuesta de Anabel ante su negativa de mantener su amistad en los mismos términos en que habían estado hasta ese instante.

La razón por la que había aceptado su relación sin ataduras era porque tenía la esperanza de hacerle sentir algo más profundo por ella. En su defensa, Lucas podía alegar que jamás había sospechado que la arquitecta estuviera enamorada de él. Anabel se había cuidado mucho de esconder sus sentimientos, sabedora de que si lo presionaba demasiado acabaría perdiendo todo lo que compartían.

La despedida fue abrupta y dura. Supo sin necesidad de palabras que tardaría mucho en perdonarle, igual que también supo que no volvería a llamarle ni a buscarle. En un arranque de sinceridad consigo mismo le había confesado que estaba enamorado de Jimena.

—No puedes estar hablando en serio. No es propio de ti. —La chica parecía agradable, pero no era voluptuosa ni llamativa.

—A mí también me ha sorprendido, pero es verdad. Estoy loco por ella —dijo, con la voz destilando sinceridad—. Me vuelve loco, pero solo deseo tenerla cerca para que siga haciéndolo.

—En ese caso espero que te acepte. Os merecéis el uno al otro. —Le espetó recogiendo su ropa y saliendo del dormitorio sin siquiera vestirle.

—Anabel, espera. No te marches así. —Pidió en un intento porque todo terminara bien.

Ella se giró en la puerta, para encararle.

—No hay otro modo de hacerlo, ya que imagino que tus sentimientos anulan nuestro pacto.

Él asintió con la cabeza.

—Sí, eso creía. Adiós, Lucas. —Se despidió, y le dejó asimilando todo lo que acababa de descubrir sobre sí mismo esa noche.

El móvil sonó sobre la mesilla de noche y lo sacó de sus recuerdos, mientras que la melodía de la llamada atronaba en su cerebro. Estuvo tentado de no responder, pero hacerlo solo conseguiría que siguiera sonando aumentando su cefalea.

Abrió los ojos solo un segundo para ver a quién debía matar por molestarle en circunstancias tan poco favorables.

—¿Qué quieres? —preguntó de brusquedad.

—Buenos días para ti también, amigo. —Se guaseó Rubén, al escuchar su voz rasposa y enfadada.

—No estoy de humor para tus modales, numeritos.

—Supongo que intentas decir que tienes resaca.

—No tengo resaca, casi no bebí nada anoche. ¿Qué quieres llamando a estas horas?

—Son las diez y media, ni que fuera de madrugada. —Se quejó—. Y te llamo para hacerte una invitación formal para cenar en mi casa. Va a ser un momento muy especial para Lorena y para mí y queremos que estés con nosotros —comentó dando pistas, pero sin llegar a decir de qué iba la celebración.

—¿Una invitación formal?, ¡qué raro suena todo! ¿No habrás dejado a Lorena embarazada? —De repente estaba completamente atento a la conversación. ¿Iría a ser tío?

—Lo siento, vas a tener que venir para averiguarlo.

—No, no creo que sea eso, no habrías podido aguantarte la emoción y lo habrías largado todo. Está bien, picaré ¿quién va a ir a esa cena de gala? Si puede saberse.

—Mis padres, los padres de Lorena, su hermano y su chica, tú y… Jimena.

La sola idea de saber que ella asistiría y que iban a tener la oportunidad de hablar sin que saliera huyendo, mitigó su dolor de cabeza, y su interés en descubrir el motivo de la cena.

—¿A qué hora tengo que estar allí? —Y agregó para no parecer que cedía tan rápidamente—: Suponiendo que pueda ir.

—Te espero a las ocho y media. ¡No llegues tarde! Mi madre está loca por verte.

—No he dicho que vaya a ir seguro. Puede que tenga planes, ¿cómo sabes que no he quedado con una rubia explosiva?

—¿Rubia? Creía que te gustaban las morenas.

—¡Vete a la mierda, numeritos! —Le espetó, antes de colgar.

Rubén apartó el teléfono de la oreja y miró a Lorena con los ojos brillantes por una mezcla de diversión y de incertidumbre.

—Me ha preguntado si íbamos a tener un bebé —le contó con una sonrisa bobalicona.

—Alto ahí, vaquero. Primero nos hipotecamos, ahora nos casamos y dentro de un tiempo pensamos en el bebé. ¿De acuerdo?

—Solo si me prometes que practicaremos mucho, tenemos que perfeccionar la técnica.

Lorena se acercó a él colgándose de su cuello.

—No necesitas perfeccionar nada, tonto. Eres todo un maestro en el tema —murmuró rozando sus labios.

—Quizás debería darle clases a Lucas —comentó con orgullo—. ¿Estás segura de que esos dos no van terminar matándose? Porque yo apostaría por ello.

—Claro que no, sobre todo si tú le das clase a Lucas. —Bromeó dándole un pellizco en el trasero a su chico—. Además tengo un as en la manga y en cualquier caso, ese es parte del encanto de la noche. —Añadió sonriente—. No saber lo que va a suceder.

—Yo creía que todo el encanto de la noche era anunciar que hemos decidido casarnos —comentó con una ceja arqueada.

—¡Pero bueno!, ¿a ti no te enseñaron tus padres que hay que compartir? —Bromeó Lorena, mientras salía del comedor contoneándose.

—¡Ven aquí que te voy a dar yo a ti compartir! —dijo yendo tras ella.

***

Jimena dejó caer el arco sobre el sofá con frustración. ¿Qué demonios le pasaba a Elgar que no hacía más que traerle a la mente la imagen de Lucas?

Hasta su pieza favorita se había aliado en su contra para recordárselo y encima iba a tener que verlo esa misma noche en casa de sus amigos.

Tras la llamada de Lorena se había planteado con seriedad cuáles eran sus opciones, que básicamente se reducían a dos: continuar como estaban, no responderle al teléfono ni a los mensajes y evitarle a toda costa, o afrontar que no estaban en la misma sintonía y que cada uno de ellos buscaba cosas diferentes en una relación.

Y es que no podía olvidar que de algún modo en Alcolea se habían hecho amigos, independientemente de lo que hubiera sucedido entre ellos, consiguieron establecer una relación de respeto, complicidad e incluso de admiración mutua, que desembocó en una incipiente amistad.

Ambos se habían precipitado en sus juicios, y ambos habían descubierto en el otro más de lo que creían que iban a encontrar.

Puede que Lucas no sintiera nada por ella, ni que tampoco hubiese sido todo lo claro que debería, dadas las circunstancias, pero se había preocupado por ella como un amigo, le había aconsejado que tocara a Elgar para la prueba e incluso había ido a verla.

Por otro lado, la Jimena de siempre no se tomaba tan mal los rechazos, por mucho que le costara mantenía la entereza para que nadie descubriera hasta qué punto le había dolido la afrenta. A lo largo de su vida había sufrido suficientes desengaños como para ser capaz de reponerse de ellos con rapidez. Su reacción ante el desencanto que Lucas suponía no se acercaba, ni de lejos, a nada que hubiese hecho antes.

Siendo honesta consigo misma debía aceptar que se había equivocado. Actuando de ese modo solo había conseguido hacerse daño a sí misma, poner entre la espada y la pared a sus mejores amigos: Lorena y Rubén, y herir a las personas que le importaban como Bertram, a quien había besado para desquitarse de las atenciones que Lucas le dedicaba a su acompañante. No podía seguir así, se dijo. La cena de esa noche era importante para sus amigos y no iba a incomodarles por su desencuentro con Lucas. Aunque Lorena no le hubiese contado el motivo por el que la organizaba, Jimena tenía sus sospechas.

Por lo tanto, no le quedaba otra más que actuar con madurez, e iba a empezar a hacerlo en ese instante, antes de que perdiera el valor. La historia no la escribían los cobardes, y desde que tenía once años, Jimena garabateaba su propia historia a base de trabajo duro y decisión.

Con un profundo suspiro de resignación volvió a tomar el arco y acarició con él las cuerdas de su chelo. Elgar volvió a sonar en la habitación; embriagando sus sentidos con los recuerdos, siguió tocando, escudándose en la indiferencia.

—Tampoco ha sido tan difícil. —Se felicitó cuando terminó la interpretación—. Elgar vuelve a pertenecerme.

—¿Otra vez hablando sola en voz alta? —preguntó Patricia que había entrado con sigilo en la habitación.

—Siempre. Me escucho con atención y constantemente estoy de acuerdo con todo lo que digo.

—Se puede decir lo mismo de un perrito, y son más monos que tú. Tal vez deberías adoptar a uno, sería menos triste que hablar contigo misma. —Se burló sin disimulo—. Sería alucinante si además le pones de nombre Lucas. ¿A que te encanta la idea?

—Ríete todo lo que quieras. No pienso ofenderme ni rebajarme a responderte.

—¿Dónde está Jimena?, ¿y qué has hecho con ella?

—He decidido reinventarme. Voy a dejar de lado mis arranques de rabia y mi mal carácter y voy a vivir en paz con todo lo que me rodea. Y eso te incluye a ti.

Patricia estaba parada frente a la pila de partituras, buscando la que necesitaba, pero al escuchar a Jimena levantó la mirada de las claves de sol y las corcheas para comprobar que hablaba en serio. Cuando se dio cuenta de que así era, estalló en carcajadas, tan estridentes que amenazaron con atravesar la pared insonorizada de la habitación.

—¿Qué es tan gracioso?

—Tú —respondió cuando por fin pudo parar de reír.

—¿Puedes explicarme por qué?

—Me río porque te he imaginado intentándolo, y la escena era desternillante. La pena es la úlcera que te va a salir, menos mal que seguimos una dieta equilibrada —dijo, saliendo por la puerta sin llevarse ninguna partitura, y dejando a Jimena esforzándose por reinventarse.