Siendo práctica, Bertram era una opción perfecta: la conocía y le gustaba a pesar de sus excentricidades, compartían el amor por la música… Y había esperado con paciencia y constancia hasta que aceptó salir con él, pero no conseguía alterarla, no la ponía de mala leche con sus palabras, ni la perturbaba de ningún modo que pudiera ser considerado romántico. Por otro lado tampoco se había planteado nunca que pudiera ser algo más que su jefe y había terminado siendo un gran amigo.
Tras llegar a la conclusión de que no le haría daño darle una oportunidad, se decidió por unos vaqueros pitillo, botines de tacón, top negro y plateado y chaqueta de cuero entallada, del mismo color oscuro de los botines. La versión más potente de sí misma. Y que Bertram demostrara si podía lidiar con ella.
Aunque era cierto que no buscaba algo serio con el director, tampoco pensaba cerrarse en banda, si finalmente saltaba la chispa que faltaba entre ellos. No podía quedarse parada esperando algo que jamás iba a suceder, debía seguir con su vida aunque eso implicase abrirse al amor y a otros hombres.
El sonido del timbre del portal la hizo sonreír. Seguramente Héctor regresaba a ver a Patricia, su táctica de la indiferencia había dado un giro de ciento ochenta grados y ahora se trataba de pasar el mayor tiempo posible a su lado para conseguir que bajara las defensas, que en el caso de su amiga, siempre estaban en pie de guerra.
De momento todo iba sobre ruedas, Patricia se había saltado su propia regla de oro: no acostarse dos veces con la misma persona y, o mucho se equivocaba, o pronto habría una tercera vez que echaría por tierra la famosa pauta.
El restaurante que había elegido Bertram para celebrar el nuevo puesto de Jimena en la orquesta era elegante pero, sobre todo, exótico. Justo una definición que no casaba para nada con la idea que Jimena tenía de él. Una imagen que se había ido forjando al mismo tiempo en que lo hacía su amistad.
Les recibió en la puerta del libanés una camarera ataviada con una especie de sari, aunque menos ornamentado que el típicamente indio.
—Por aquí, por favor —señaló con una mano tatuada con henna.
¡Punto para Bertram!, pensó Jimena. Por primera vez desde que se conocían había conseguido sorprenderla. Estuvo tentada de sacar el móvil, hacerle una foto al restaurante, y enviársela a Patricia, quién se había pasado la tarde incordiando con que iba a pasar una noche aburridísima.
El salón era amplio y étnico, enormes cortinas, elaboradas con hilos dorados y perlas, presidían la sala. Las mesas eran bajas, similares a la de los salones de té árabes, y para sentarse, cojines de diversos colores decorados con los mismos hilos dorados y plateados del tejido del cortinaje.
Frente a la zona de comedor había un escenario en el que varias mujeres hacían sonar las monedas que colgaban de sus vestimentas mientras bailaban la danza del vientre.
Se estaban acomodando en los cojines cuando el móvil de Jimena vibró en su bolso, lo sacó ofreciendo una sonrisa de disculpa a Bertram, convencida de que era Patricia preguntándole si se aburría mucho; cuando lo desbloqueó se encontró con la notificación de un mensaje de Lucas. En esta ocasión tampoco quiso leerlo, ya lo borraría más tarde. Devolvió el teléfono al interior del bolso y se dedicó a disfrutar del exótico lugar.
Segundos después, un camarero distinto al que les había acompañado a la mesa, les servía en los coloridos vasos una bebida típica libanesa.
—¡Wow, Bertram! Estoy sorprendida y encantada con tu elección. No sabía que hubiera locales como este en la ciudad.
—No deberías tener prejuicios respecto a mí —lo dijo con una sonrisa triste y Jimena se sintió culpable porque estaba en lo cierto.
—Prometo que no volveré a hacerlo. Pero ahora seré más exigente contigo.
—¿Qué quieres decir?
—Que la próxima vez que salgamos vas a tener que superar esto; y, con sinceridad, lo tienes difícil.
Bertram sonrió encantado, «la próxima vez» había dicho. Iba a haber una nueva cita.
—Es un trato —dijo aceptando la propuesta.
—Solo tengo un pequeño inconveniente. —Bromeó Jimena—. No tengo ni idea de qué pedir para cenar.
Bertram agradeció el gesto con una sonrisa radiante.
—Eso déjamelo a mí. Voy a volver a sorprenderte.
—¡Estupendo! No te cortes.
No habían hecho más que servir los entrantes cuando bajaron la intensidad de las luces del comedor y la música cambió.
Jimena miró a Bertram con los ojos interrogantes, pero este sonrió sin dar respuesta a sus preguntas no formuladas. Ella se descubrió divirtiéndose y sintiéndose, al mismo tiempo, afortunada de que el serio y formal Bertram compartiera con ella esa parte de su carácter que tan bien ocultaba al resto.
El movimiento en el escenario atrajo la atención de todos los comensales, que centraron su interés en las bailarinas. Dos de ellas, las que se situaban en los extremos, bajaron las escaleras, sin dejar de mover sus gasas y sus monedas, y se adentraron en el comedor. El corazón de Jimena se aceleró cuando comprendió lo que iba a suceder.
La muchacha morena, con el cabello largo hasta la cintura, se acercó hasta su mesa y extendió su mano tatuada con henna, en una muda invitación.
Jimena tuvo que parpadear varias veces antes de ser capaz de reaccionar:
—Lo harás muy bien. Solo tienes que seguir el ritmo. —Bromeó Bertram.
En respuesta fingió ponerle mala cara, antes de aceptar la mano extendida de la bailarina.
Si Bertram era mucho más de lo que aparentaba, también ella podía bailar la danza del vientre, aunque no tuviera la más remota idea de cómo hacerlo.
Siguiendo a la bailarina hacia el escenario, se topó con el rostro de la que era su compañera de aventuras en esta improvisada danza. Una chica de cabello oscuro que le sonrió con amabilidad y comprensión.
Era evidente que también la habían escogido de entre el público porque vestía una falda larga hasta los tobillos, unos botines de tacón y una blusa blanca que se sacó de debajo de la falda y se anudó a la cintura.
¡Dios!, pensó Jimena, voy a hacer el ridículo más absoluto a su lado.
La chica se acercó hasta ella sonriendo amistosamente:
—Perdona, ¿nos conocemos? —preguntó achicando los ojos—. Soy buena fisonomista y estoy segura de haberte visto antes.
—Creo que… —Se quedó callada en medio de la frase—. Sí.
Un recuerdo invadió su mente, el sonido de una canción sonando en un pub, el ruido de copas chocando, la interminable cola de un baño…
—Eres la amiga de Lucas —dijo casi atragantándose con la última palabra.
—Eso es, Lucas. ¡Qué casualidad! Está aquí, ha venido conmigo. Seguro que querrá saludarte.
No pudieron seguir hablando, las dos bailarinas las tomaron de las caderas y les mostraron los movimientos del baile. Había que aislar el tronco de la cintura y de las caderas. Cada movimiento debía mantener rígido el resto del cuerpo.
Jimena se movió por inercia mientras su cabeza daba vueltas sin parar un segundo, pensando en que Lucas estaba en el local y podía verla.
Se obligó a no buscarlo con la mirada. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música, que era lo único que solía relajarla en esos instantes pero, por primera vez en su vida, esta no pudo ayudarla. A pesar de no verle, sentía su mirada taladrarle la piel, como lo habían hecho antes las caricias que habían compartido.
Siguió esforzándose por no buscarle entre la gente y se concentró en Bertram, que la observaba con una sonrisa de aprobación y no se perdía ninguno de sus movimientos.
Cuando la melodía finalizó, las bailarinas les agradecieron su colaboración y los comensales les aplaudieron con efusividad. Anabel le hizo un gesto con la cabeza antes de encaminarse a su mesa, para que supiera dónde estaba sentada con Lucas, y por instinto, Jimena miró en esa dirección, topándose con la atención de él puesta en ella.
Lucas movió los labios exageradamente para que pudiera leer lo que le decía.
—Has estado fantástica.
No respondió. Con el estómago oprimido, se dio la vuelta y se sentó junto a Bertram, que se había movido para ver mejor el espectáculo; así que estaba obligada a colocarse frente a la persona que menos deseaba ver. Los metros que les separaban no impedían la visión directa hasta su mesa.
—Has estado fantástica —comentó Bertram. Retomando la conversación.
No le pasó desapercibida la ironía de que ambos hombres le hubieran dicho lo mismo.
—Gracias.
—¿Va todo bien? —La sensibilidad de Bertram captó su cambio de actitud.
—Sí, es que estoy un poco sofocada por el baile.
Bertram aceptó la excusa y ejerció de anfitrión, explicándole lo que contenía cada uno de los platos que les iban sirviendo. Sin embargo, a pesar de lo exótico y variado del menú, los sentidos de Jimena estaban en otra parte.
Al contrario que unos minutos antes en que la conversación con Bertram era natural y fluida, ahora debía esforzarse porque esta fuera coherente cuando, por instinto, su mirada se dirigió hasta la mesa de Lucas y su atractiva acompañante.
En uno de sus momentos de debilidad vio cómo la morena sostenía entre los dedos un pedazo de pan libanés, y lo llevaba a la boca de Lucas como si él no supiera alimentarse solo. En ese instante Lucas miró directamente en su dirección clavando la mirada en sus ojos, al tiempo que aceptaba el bocado que le ofrecía lamiendo los dedos de Anabel.
La mente de Jimena se nubló, y su carácter explosivo se impuso a cualquier pensamiento racional que le hubiera hecho desistir de su arrebato.
Aceptando el reto, y con la clara intención de superarlo, se giró hacia su cita y con una mirada calculadora acarició la mano que su acompañante tenía apoyada sobre la mesa.
—Bertram, voy a besarte —le dijo, sin darle tiempo a reaccionar o a negarse—. Por favor, no te apartes.
Entonces se apoyó sobre su pecho y devoró su boca como si le fuese la vida en ello.