Sin saber a dónde ir se sentó en el primer banco que encontró a dos calles de casa de Lucas. No tenía fuerzas suficientes para hablar con Patricia, a quien esa misma mañana le había confesado lo feliz que se sentía, y contarle la lista completa de las estupideces que había cometido. Tampoco podía llamar a Lorena y Rubén para decirles lo que le había pasado porque además de sus amigos eran también amigos de Lucas.
Sonrió interiormente cuando se dio cuenta de a quién debía recurrir para descargar toda la rabia que sentía en ese instante. Rabia por haber sido tan tonta para creer que había algo más que una atracción sexual entre ellos; al menos por parte de Lucas, Jimena tenía muy claro que sus sentimientos iban más lejos.
Era el momento de que regresara la vieja Jimena, hablaría con Héctor de lo que acababa de pasar y después se olvidaría de todo. Al fin y al cabo, tampoco iba a ser tan difícil olvidarlo, estaba acostumbrada a lidiar con el rechazo.
Metió la mano en el bolso en busca del iPhone cuando lo sintió vibrar en su mano. Lo sacó con desgana y tras una fugaz mirada a la pantalla colgó sin responder. Bajo ningún concepto pensaba hablar con Lucas. Él ya le había dejado claro lo que esperaba de ella, pretendía que ella tolerara que se viera con otras mujeres, y ni siquiera le había explicado lo que esperaba de ella.
Siendo justos, siempre lo había hecho, el problema era que Jimena no había sabido verlo hasta que se lo había dicho con todas las letras.
—¡Mierda! —Gritó a nadie en particular, quizás a sí misma.
Varios transeúntes la miraron con curiosidad, despeinada y gritando en plena calle, era lógico que llamara la atención, pero Jimena ni siquiera se molestó en eso, estaba demasiado ocupada recriminándose su ceguera.
Había estado tan centrada en sus temores y sus sentimientos que no había comprendido las señales luminosas que Lucas le había puesto delante. El teléfono volvió a sonar un par de veces más, y Jimena volvió a colgar sin responder. Si no captaba la indirecta de que no estaba interesada en su oferta ni en hablar con él, era su problema.
Antes de que sonara una cuarta vez, buscó en la agenda y marcó el contacto con el que sí quería hablar. A los tres tonos respondió la voz sonriente que esperaba:
—Jimena, ¡qué sorpresa! ¿Va todo bien?
—No, va fatal.
—¿Tu cita de anoche fue mal? —Adivinó.
—Sí. ¿Tienes tiempo para tomarte un café conmigo?
—Claro, pero ven a la frutería. Mi hermana y su novio están aquí y no quiero dejar a mi padre con ellos —explicó preocupado.
—De acuerdo. Paso por casa, me ducho y voy. En media hora estoy allí.
—Te espero. Y, Jimena…
—Dime.
—Arriba ese ánimo, tía. Recuerda que eres fascinante.
—Ais, Héctor, necesito ese café contigo. —Confesó.
La risa dulce de él se escuchó al otro lado y durante un instante, se olvidó de sus problemas y la invadió la ternura que su nuevo amigo le inspiraba.
Eso era lo que necesitaba, rodearse de gente buena que irradiaba paz y dulzura con su sola presencia. De hecho, no se había dado cuenta de que en ese momento había sustituido su música mental por la compañía de Héctor.
Dio gracias al cielo cuando abrió la puerta de su casa y descubrió que Patricia no estaba. Las propias experiencias de su amiga eran lo bastante duras como para que comprendiera cómo se sentía, y era esa la razón principal por la que quería retrasar todo lo que pudiera la charla en la que la pondría al día de lo sucedido con Lucas y su modo de ver las relaciones.
Intentando mantener la cabeza ocupada en otra cosa, encendió la radio, subió el volumen, se metió en la ducha, y dio gracias Nikola Tesla[6], a la frecuencia modulada, y a los locutores con buen gusto musical cuando las Weather Girls comenzaron a sonar cantando su éxito más conocido: It’s Raining Men.
Bueno, era casi imposible, nada es del todo imposible, que sucediera, pero la idea era cuanto menos interesante:
It’s raining men
Hallejulah
It’s raining men
Amen
A voz en grito cantó el estribillo, ¿cuándo se había vuelto tan blandengue? Ella no estaba interesada en ningún cretino, inmaduro para más señas, del Real Madrid, y totalmente incapaz de ver lo fantástica y estupenda que era. ¿En qué momento había perdido su capacidad para echárselo todo a la espalda y ser feliz con su vida?
It’s raining men
Hallejulah
It’s raining men
Amen
Puede que no lluevan hombres, pero la calle está repleta de ellos, se dijo con resolución. Además, todos no eran tan inmaduros e insensibles como Lucas. Rubén, Héctor e incluso Bertram y su extremada seriedad, eran considerados, amables y se podía confiar en ellos sin temor a salir lastimada.
Definitivamente había que separarlos en dos categorías: amigos y algo más… A los amigos, los necesitaba, los algo más… Eran prescindibles. Al menos temporalmente, tampoco era cosa de erradicarlos completamente de su vida. Aunque bien mirado, se dijo, alterándose al recordar la cara de perplejidad de Lucas cuando se había ido de la cocina a toda prisa, ¿quién los necesita? Ella desde luego, no. De hecho había un espécimen que quedaba fuera de su vida, para siempre, toujours, forever, immer, per sempre.
—¿Jimena? —preguntó una voz familiar detrás ella.
Acababa de entrar en la frutería y no había hecho más que saludar a Héctor cuando escuchó la voz que la llamaba.
Se giró para responder con una molesta sensación en la boca del estómago que se intensificó cuando comprobó quien era su interlocutor.
—Hola Jimena, ¡cuánto tiempo sin verte! —Se acercó a ella con intención de besarla, pero ella le cortó con su seco comentario.
—No el suficiente.
Él ignoró la afrenta y siguió sonriendo falsamente. Consciente del interés que había despertando su conversación tras la respuesta de ella.
—¡El mundo es un pañuelo! No me digas que ahora sales con mi querido cuñadito. ¿No es demasiado joven para ti? —Replicó con ganas de cobrarse el insulto.
—No me digas que por fin dejaste a la que te estabas follando la última vez que te vi. A ver, espera que piense… —Se llevó la mano a la frente y se dio unos golpecitos con el índice, como si intentara recordar—. Ya me acuerdo, la que te follabas era la madre de tu novia. ¿No era demasiado vieja para ti?
Carlos se puso pálido por la osadía de Jimena, debería de haberse acordado de que no tenía pelos en la lengua, y que su odio por él seguiría siendo tan fuerte como la última vez que la vio y estuvo a punto de golpearle.
La frutería se quedó en un silencio sepulcral mientras ella seguía sonriendo con inocencia.
—Héctor, te espero en la cafetería de la esquina. —Y añadió con una mirada fulminante—: Cuídate mucho, Carlos, pero sobre todo, no te acerques a nosotras. No queremos que se nos relacione contigo.
Tras descargar parte de la tensión acumulada se dio la vuelta decidida a salir de allí cuanto antes, no podía fingir la sonrisa durante más tiempo. Su cabeza era un hervidero en esos instantes: Lucas y su relación abierta, Carlos y Patricia, su amiga todavía no había conseguido superar por completo la traición y ahora que aparecía para ella alguien tan especial como Héctor resulta que estaba emparentado con Carlos…
—¡Espera! —Pidió el frutero poniéndose la chaqueta.
—Ahora entiendo que no quisieras dejar a tu padre solo. Vuelve Héctor, Carlos es mala gente. —Le aconsejó sin dejar de caminar.
—Ha sido mi padre quién me ha pedido que te siguiera. Estaba preocupado por ti, te ha visto muy nerviosa.
—Gracias, los dos sois unas personas maravillosas.
—Cierto, pero recuerda que tú eres asombrosa. —Bromeó, tomándola del brazo.
Ella esbozó una sonrisa triste.
—¿Vas a contarme de una vez por qué estás así? —preguntó preocupado.
—Ahora mismo no.
—De acuerdo, entonces nos tomaremos un poleo, no creo que el café sea buena idea.
Jimena asintió con la cabeza, pero estaba muy lejos de allí. Sus dedos se movieron al ritmo que marcaba su música imaginaria. Y es que incluso con la presencia calmante de Héctor había cosas que era incapaz de afrontarlas sin ella.
Treinta minutos después, Jimena le había contado a un asombrado Héctor de qué conocía a Carlos y el motivo por el que le había hablado con tanto desprecio. Solo se interrumpió las tres veces que sacó el iPhone del bolso y colgó sin responder. No fue necesario que preguntara nada, su amigo supo sin necesidad de explicaciones quién era la persona que insistía en hablar con ella.
—¿Cómo crees que se lo tomará Patricia?
—No lo sé —respondió con sinceridad.
Se hizo un silencio durante el cual, cada uno de ellos se perdió en sus pensamientos. Tras varios minutos abstraídos, por fin Héctor se atrevió a preguntar si ya estaba preparada para contarle lo sucedido.
—Hay poco que contar. Bajé la guardia. Metí la pata. Lo que en mi caso es una barbaridad, debería haber aprendido ya que hacerlo duele.
—¿Qué ha pasado? ¿Quién te hizo daño? ¿El arquitecto?
—Sí, pero no del modo en que estás pensando. Me ha hecho daño porque yo le he dejado que me lo hiciera.
—Sea lo que sea, no es culpa tuya.
—No te pongas tan serio. —Bromeó con intención de calmarle, puesto que la arruga que había aparecido en su frente no se había destensado en ningún momento de su conversación—. El problema es que él busca una relación abierta y yo pretendo otra cosa que ni siquiera sabía que quería.
La expresión de Héctor cambió de la preocupación a la sorpresa.
—Ahora sí que no entiendo nada.
—¿Quieres que te haga un croquis? —preguntó Jimena con un tono sarcástico y mordaz—. ¿O prefieres que te lo deletree?
Para su sorpresa, él se echó a reír.
—No te va a funcionar. —La avisó—. He vivido con mis dos hermanas mayores y no me ofendo fácilmente.
—Lo siento. En realidad te he buscado yo… No debería haberte hablado así.
—No pasa nada —dijo cogiéndole la mano en un gesto de afecto—. Lo que no entiendo es que te haya ofrecido una relación abierta. Desde que lo vi por primera vez en tu piso, he pensado que estaba loco por ti. Se veía a la legua que quería arrancarme la piel a tiras cuando me vio medio desnudo en tu piso.
—Sí, bueno. Quítale el sintagma preposicional a tu frase y ahí tienes tu respuesta. Sobre lo de arrancarte la piel seguro que fue porque llevabas puesta su camiseta favorita, no por un tema de celos.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Esta tarde tengo ensayo y esta noche iré a Mestalla, daré cuatro gritos y me quedaré como nueva.
—Me refería a qué vas a hacer con Lucas —explicó Héctor.
—Rezar para que su equipo pierda por goleada. De hecho me estoy planteando hacerme del Barça.
—¡Imposible! Tú eres Ché hasta la médula.
—¡Cómo me joroba que tengas razón!