El restaurante al que la había llevado Lucas era una mezcla curiosa entre modernidad y estilo típicamente valenciano, por fuera se asemejaba a una barraca de la Albufera, sin llegar a serlo, mientras que por dentro el estilo alternaba actualidad con tradición, y sobre todo comida mediterránea.
En cuanto traspasaron la puerta, un camarero los acompañó a una mesa para dos, situada al fondo del local, lo que les daba cierto grado de intimidad en la que había un cartelito que anunciaba que estaba reservada.
Jimena sonrió interiormente al ver las molestias que se había tomado Lucas para la velada: no solo con la iniciativa de llamar a sus amigos para cancelar la cena que él mismo había organizado, sino que también había buscado y hecho una reserva en un restaurante que prometía deliciosos platos y una velada íntima que provocaba que sintiera una maratón de hormigas en su estómago.
—No, nada de alcohol. Cenaremos con agua, gracias —le dijo al camarero, que fue a tomarles nota de la bebida.
Jimena le miró interrogante, ¿ni siquiera iba a poder tomarse una cola?
—Quiero que mañana lo recordemos todo. Además tú ya sabes lo que es capaz de hacer la bebida con la memoria.
Ella aceptó la pulla y no dijo nada, pero eso no evitó que se preguntara qué era exactamente lo que él pretendía que recordara al día siguiente, ni que la maratón de hormigas se intensificara cuando una serie de imágenes sensuales invadieron su cabeza.
Como respuesta instintiva, su mano se curvó para pulsar las cuerdas de su chelo.
—Siempre me he preguntado por qué haces eso —le dijo con la vista fija en su mano.
—Estoy tocando el chelo —respondió sin pensar.
La cara de incomprensión de Lucas casi la hizo reír.
—Me relaja hacerlo.
—Deduzco por ello que yo te pongo nerviosa, ya que no es la primera vez que lo haces frente a mí.
—Más bien me sacas de quicio. —Se defendió.
—Bueno, es un comienzo. —La sonrisa que le dedicó fue de completa satisfacción.
—Me alegra que te complazca la idea —dijo con ironía.
—Para mi enorme sorpresa tú me complaces en casi todo lo que haces. —Confesó con una sonrisa traviesa.
—Tendré que esforzarme más para que en lugar de «casi» sea en «todo»… —Siguió con el sarcasmo.
—Eso es como música para mis oídos.
Jimena se dio cuenta de que el modo en que se relacionaban había cambiado en algún momento que no supo precisar. Las pullas hirientes se habían transformado en velados coqueteos, los dardos envenenados en insinuaciones, y las miradas airadas, se trocaron por otras, cargadas de sensuales promesas.
Le observó disimuladamente mientras fingía estar interesada en la ensalada César que tenía delante, se fijó en la expresión traviesa que siempre tenía pintada en el rostro, como si tuviera un secreto que solo él conocía y que muchos quisieran desvelar.
Cada uno de sus gestos marcaba la seguridad que tenía en sí mismo, era atractivo e inteligente, y él lo sabía. Por primera vez en sus veintiocho años de vida, Jimena quiso sentir cómo era saberse atractiva e interesante para el género masculino.
—Un euro por tus pensamientos. —Ofreció Lucas con la mirada interesada.
—Te aseguro que valen mucho más.
—¿Vas a regatearme? —preguntó simulando escandalizarse—. De acuerdo, te doy cinco y es mi última oferta.
—No te los diría por menos de veinte.
—¡Hecho! —dijo, echando mano a su cartera.
—¿Estás loco?
—¿Te estás rajando? No te creía tan cobarde —comentó sabiendo que si la presionaba conseguiría lo que quería.
—No lo soy.
—¡Empieza! Si mientes lo sabré. —La avisó.
—Pensaba en lo fácil que puede resultar la vida cuando lo tienes todo: inteligencia, belleza…
Lucas abrió mucho los ojos, sorprendido tanto por su sinceridad como por lo que estaba pensando.
—Tú tienes todas esas cualidades y algunas más que voy descubriendo conforme nos vamos conociendo.
Ella le lanzó una mirada incrédula.
—¿No me crees?
—Sé lo que piensas de mí. No merece la pena fingir, sobre todo si vamos a intentar ser amigos. —Inevitablemente Lucas había conseguido que Jimena asociara la palabra «amigos» a otra que le aceleraba el pulso.
—De acuerdo, tú ganas, te diré exactamente qué es lo que pienso de ti. —Propuso.
—No creo que sea…
—Insisto.
Jimena suspiró resignada.
—Creo que eres una mujer inteligente, divertida y muy atractiva. Sin embargo, cuando tienes un chelo en las manos dejas de ser todas esas cosas para transformarte en la mujer más asombrosa que he conocido nunca.
Su afilada verborrea se quedó muda ante tal afirmación. Dar las gracias le pareció absurdo y puesto que era incapaz de responder con una réplica ingeniosa, optó por una tímida sonrisa al tiempo que engullía la comida de su plato sin notar el sabor de lo que comía. A Lucas le costó media hora de sonrisas y amable conversación que Jimena se calmara y volviera a permitirse ser ella misma, sin presiones ni tensiones. Dejando a un lado todo lo que temía mostrarle.
Después de eso la velada transcurrió más relajada, ya no sentía la presión que la había paralizado tras su affaire en Alcolea. En esos instantes en que todo, o casi todo, estaba dicho, era capaz de disfrutar de lo que él le estaba ofreciendo.
—¿Ya se sabe quién ha conseguido el puesto? —preguntó cuando ella habló sobre el próximo concierto que tenían programado.
—No, tardará un par de días todavía en salir el resultado de la prueba. Lo que me salva de una muerte lenta y dolorosa.
—¿De qué hablas?
—Mi padre.
—¿Puedes ser más clara? —Pidió sonriendo.
—Cuando se entere de que me he presentado a la prueba me perseguirá con su hacha para hacerme picadillo. —Bromeó, para intentar quitarle seriedad al asunto.
—¡Eres una exagerada! Yo jamás le dejaría que te hiciera picadillo, ese honor es solo mío.
—Estás hecho un romántico. —Se burló, admirada por el modo en que él había tratado el tema, como si no fuera importante, como si tener un padre como el suyo fuera lo más normal del mundo.
—El romanticismo se lo dejo a Bertram. —La pinchó—. Seguro que te enteras extra oficialmente de que el puesto es tuyo —comentó sonriente, para ver si picaba.
—No le conoces. Él nunca se saltaría las reglas.
—¿Ni siquiera por ti?
—No comprendo por qué iba a hacerlo por mí —dijo Jimena con seguridad—. Es mi amigo, pero sobre todo es un gran profesional.
—Es obvio que le gustas. —Y añadió tras un momento de silencio en que ella no dijo nada—: Veo que no lo niegas.
Viéndose obligada a responder, arrugó el ceño:
—Pasamos muchas horas juntos, es normal que nos gustemos.
—O sea que te gusta.
—Claro.
—A ver, define «gustar». —Pidió muy serio.
—¿Por qué iba a hacer algo así?
—Bueno, estás aquí, conmigo —comentó como si no fuera evidente que lo estaba.
—Es decir, que como me gustas tú, ya no me puede gustar nadie más. —Insinuó Jimena.
—Esto se pone interesante, así que te gusto. ¡Define gustar! —Volvió a pedir, esta vez con más énfasis.
—Estás tarado —dijo riendo ante la seriedad con que le pedía que definiera una palabra tan fácil de entender—. No vas a dejarlo hasta que lo haga. —Adivinó.
—No.
—Está bien: gustar es cuando me siento interesada en algo o en alguien, cuando me llama la atención…
—Suficiente. —La cortó para evitarle el mal rato—. Significa lo mismo para mí.
—Para ti y para el resto de hispanohablantes del mundo.
—Entonces, ¿te gusto? —Insistió. Necesitaba confirmar de nuevo que realmente estaba pasando, que Jimena había reconocido que él le gustaba.
La rubia se llevó las manos a las sienes y las presionó, exasperada.
—Sí.
—¿Más que Bertram?
La cara de pícaro que puso al hacerle la pregunta borró de un plumazo la incomodidad que sentía, justo lo que él había pretendido con ello.
Ella sonrió como respuesta, y Lucas sin perder el contacto visual, la tomó de la mano, haciendo que dejara el tenedor sobre la mesa, y le acarició la palma con el pulgar, trazando círculos en ella.
—Tú también me gustas. En realidad, la palabra cojea un poco, «me encantas», se acerca más a lo que siento.
Jimena no pensó en lo que iba a hacer, solamente se dejó llevar, y se inclinó hacia el lugar en que estaba sentado su acompañante. Al comienzo de la noche se habían sentado uno frente a otro, pero conforme habían pasado las horas habían ido acercando posiciones y estaban todo lo juntos que la mesa permitía.
Lucas, por su parte, adivinó sus intenciones y la encontró a medio camino, devorando su boca en un beso abrasador que solo podía terminar de un modo.