Apenas eran las seis y media de la tarde, pero se sentía como si fueran las tantas de la madrugada y se hubiera pasado las horas bailando sin parar.
Cuando todos sus alumnos se hubieron marchado se quedó recogiendo la clase: partituras e instrumentos con los que los niños iban conociendo la música y despertaban su sentido del ritmo y de la armonía. La calma tras el torbellino de las risas y los juegos trajo consigo la lucha interna que mantenía desde el día anterior, más concretamente desde la llamada de Lucas, que había conseguido volver a descolocarla y que se replanteara la decisión de mantenerse alejada de él.
Seguramente él ya sabía que no era ella quien se había marchado del Zoom con Héctor, tendría que haberle preguntado a Rubén para confirmarlo, pero sus disculpas apuntaban a que conocía la verdad. En cualquier caso, seguía resultándole extraño que quisiera que cenaran juntos: primero por lo mal que se había tomado su pequeña mentira, cuando fingió no recordar que se habían acostado juntos en Nochevieja, y segundo y más importante, porque ella no le gustaba lo más mínimo.
Lo había dejado claro en más de una ocasión, lo que lo volvía todo más difícil de comprender; si no le gustaba, y estaba segura de que así era, ¿por qué la besaba? ¿Por qué la llamaba?, con cada pregunta regresaba al mismo punto de partida, en el que seguían surgiendo interrogaciones para las que no tenía respuesta ¿por qué la había invitado a cenar?, ¿se sentía culpable por haberla prejuzgado?, ¿o realmente quería estar con ella?, ¿debía aceptar la invitación? O mejor dicho, ¿deseaba aceptarla?
Cierto que se había propuesto cambiar, mostrarse más accesible y dejar a un lado el temor a ser ignorada, pero el riesgo de aceptar a Lucas era demasiado grande, tenía que sopesar los pros y los contras antes de tomar una decisión. A pesar de su carácter explosivo, cuando estaba calmada su mente era muy analítica, y no tomaba ninguna decisión sin darle vueltas y vueltas al asunto.
Seguía sin decidirse cuando escuchó pasos en el corredor e imaginó que alguno de sus pequeños alumnos se había dejado algo olvidado y regresaba con sus padres a recogerlo. Se giró hacia la puerta con una sonrisa comprensiva, que borró en cuanto su visitante asomó la cabeza.
—¿Has venido a disculparte? Puede que te perdone, pero todavía estoy enfadada contigo por traidora. —Le espetó a Lorena.
—No seas exagerada.
—¿Exagerada porque me parezca mal que le dieras mi número de teléfono pri-va-do —enfatizó las sílabas para dar más énfasis a la palabra— a Lucas?
—Sí, exactamente. ¡Exagerada! Pero no me distraigas que he salido corriendo del vivero solo para venir a contarte algo importante.
—Sí que debe de ser importante si tú has conducido hasta aquí —le dijo, sabía lo poco le gustaba conducir; su animadversión la llevaba a ir andando a todas partes.
—Ya ves si lo es. —Corroboró, sin negar la afirmación de Jimena sobre la conducción.
Jimena suspiró teatralmente, antes de instar a su amiga para que saliera del aula. Cada martes y jueves era ella la que se encargaba de abrir y cerrar, ya que eran las únicas clases que se impartían dichos días. La única persona que estaba en el edificio era la administrativa, y ocasionalmente el director de la sociedad, y ellos nunca subían a los pisos superiores, donde se encontraban las aulas.
Apagó las luces y cerró con llave mientras Lorena la miraba de mal humor, ansiosa porque mostrara un poco más de interés en escuchar su historia.
—¿No quieres saber lo que tengo que contarte? —Volvió a la carga.
—¿Hay algún modo de que no me lo digas?
—No.
—Pues, eso.
—Estás un pelín borde hoy. Pero seguro que se te pasará cuando te cuente lo que me ha pasado hace un rato.
—Seguro que sí.
Lorena hizo caso omiso del sarcasmo de su amiga y descargó la información que tan interesada estaba en ofrecer.
—Lucas ha venido a casa a mediodía, para hablar conmigo, de ti. Se ha saltado la comida solo para venir a casa. ¿Te lo puedes creer? Si hasta sabía a qué hora salgo del trabajo.
Jimena siguió andando, esforzándose por aguantar el ritmo y que no se le notara lo nerviosa que estaba a la espera de que Lorena le diera los detalles.
—Qué bien —comentó, fingiendo desgana—. Hoy has comido acompañada. ¿Has venido a contarme eso?
—No ha venido a comer. Ha venido a decirme que le gustas mucho y me ha pedido ayuda para verte, ya que has rechazado sus invitaciones —explicó dando entusiasmados saltitos, sin avergonzarse por estar en medio de la calle.
Tras la celebración las dos se quedaron expectantes.
—¿Me lo explicas mejor? Con un poco menos de entusiasmo y más detalles, por favor. —Pidió Jimena con el corazón aleteando tan rápido como un colibrí.
Lorena no se hizo de rogar, encantada con que Lucas y Jimena se gustaran. Ya desde que este regresó de Ginebra había pensado en juntarles, y aunque la cena que organizó con ese fin había resultado un desastre, las reacciones de ambos fueron demasiado explosivas como para no tenerlas en cuenta.
Así pues, le explicó cómo Lucas le había confesado que asistió a su prueba y que, al ver que finalmente se había decidido por Elgar, tal y como él le había aconsejado, había nacido la esperanza de que, quizás, Jimena también sintiera algo más que antipatía por él. Fue ese mismo día cuando descubrió que había estado equivocado respecto a su carácter y a la idea que se había formado de él cuando se topó con Héctor con su camiseta puesta.
Lorena se abstuvo de comentarle al embalado Lucas que Rubén ya le había puesto sobre aviso acerca de su conversación el día de la prueba, de modo que Lorena ya conocía su interés por Jimena antes de su visita, y escuchó feliz cada una de las confesiones del arquitecto.
—Me ha pedido que vuelva a organizar una cena en casa, y como comprenderás no he podido negarme. ¡Tienes que venir!
—¿Le gusto?
—Ya te lo he dicho. ¿Te entusiasma oírlo?
—Le gusto. —Se repitió incrédula, hasta que añadió—: Bueno, en cierto modo es lógico, soy una mujer fascinante.
—Es verdad. Tienes toda la razón. ¿Vendrás mañana a cenar a casa?
—¿Ya?, ¿tan pronto? —preguntó, de repente nerviosa por la cita.
—Mañana es tarde.
—Tú y tus sucedáneos de refranes, supongo que lo que querías decir es que mañana será otro día.
—Pues eso. —Zanjó Lorena.
Jimena se levantó descalza de la cama y corrió hasta el escritorio para coger el portátil. Con la misma rapidez se metió bajo las mantas y lo colocó sobre sus flexionadas piernas. El conocido ronroneo del ordenador comenzó a sonar cuando apretó el botón de encendido, esperó hasta que la pantalla del escritorio se llenó de iconos para clicar en el navegador de internet, y abrir el correo electrónico.
Fue directa hasta el último de los mensajes recibidos y le dio a «responder», tras escribirle un largo y detallado correo a Eugenia para ponerla al día de las novedades, pulsó el botón de «enviar» y se dedicó a navegar por la red.
Diez minutos después, a pesar de lo tarde que era, recibía el e-mail de respuesta de la panadera, y sonreía con su última frase.
Es lógico que le gustes, niña. Eres una persona fascinante, y él no es tonto y se ha dado cuenta. Lo que me sorprende es que no te hayas dado cuenta tú.
Divertida por la respuesta de su amiga, dejó el portátil en el suelo, al lado de su cama, sin ganas de moverse por el abrigo que le daban las mantas, y apagó la luz de la mesilla de noche, para un segundo después, volver a encenderla y salir del calorcito en busca de su iPhone.
Con manos temblorosas, buscó el perfil que necesitaba en WhatsApp y le envió un breve mensaje:
De acuerdo, cenaré contigo mañana.
He cancelado mis planes.
El despertador digital anunciaba que eran las doce y media de la madrugada, sin embargo estaba demasiado nerviosa para pensar en dormir. Siguió con la mirada clavada en las dos rayitas que marcaban que el destinatario había leído su mensaje, y se concentró en no hiperventilar, mientras esperaba la respuesta:
Perfecto.
Fue su escueta contestación.
—¿Perfecto? —Repitió Jimena en voz alta.
¿Qué clase de contestación era esa? ¡Mierda! ¿Por qué había sido tan impulsiva? No tendría que haberle escrito sin pensar, ahora iba a…
Ahora iba a contestar al teléfono que estaba sonando en su mano. Respiró profundamente varias veces antes de descolgar:
—Hola.
—Buenas noches, preciosa. ¿No puedes dormir?
Sus dedos se curvaron para tocar la música mental que le permitía salir airosa de los momentos difíciles.
—Sí, es que acabo de llegar a casa. —Mintió. Se había pasado la tarde, después de despedirse de Lorena, viendo series en la televisión, para mantener la cabeza ocupada y dejar de darle vueltas a lo que acababa de contarle su mejor amiga. Pero Lucas no necesitaba conocer esa información.
—¿Con quién has salido?
—¿Perdón?
—Te perdono lo que quieras, ya lo sabes —dijo en un tono travieso.
—No eres gracioso y estoy cansada —le dijo fingiéndose indiferente.
—Así que cansada. ¿Qué has estado haciendo que estás tan cansada? —preguntó, picado.
—No creo que nuestra recién estrenada amistad dé para tanto. —Se rio ella. Una réplica perfecta, se felicitó a sí misma.
—Así que ahora somos amigos.
—Se podría decir que lo somos. —Aceptó Jimena.
—Me gusta el término, amigos… Amigos que se besan, amigos que…
—¡Lucas! No empieces con los besos. —Se quejó. Cada vez que pronunciaba la palabra una serie de imágenes tentadoras se instalaban en su cabeza y le impedían pensar en nada más durante un buen rato.
—¿Por qué? Yo siempre beso a mis amigas. Es uno de mis lemas, a las amigas hay que tenerlas contentas.
—Estoy segura de que además de a tus amigas también besas a muchas otras mujeres —murmuró Jimena, de repente de mal humor.
—¿Estás celosa?
—Para nada. —Replicó riendo con falsedad.
—Me alegro porque no deberías estarlo. De hecho en estos instantes tú eres la única de mis amigas a la que quiero besar. Lentamente, comenzando por el hueco tras tu oreja para ir bajando por tu garganta y tus clavículas hasta llegar a tus deliciosos…
—Lucas, ¡para ya! —Pidió con la voz sofocada—. Me hago a la idea de a qué te refieres.
—Lástima, yo que estaba dispuesto a hacerte una demostración práctica para aclarar tus dudas.
Jimena aguantó la respiración y apretó los labios con fuerza para callarse la respuesta.
—Buenas noches, Lucas.
—¡Qué descanses, Jimena! Nos vemos mañana, y ya comentamos en persona el tema de los besos y de nuestra amistad.
—Eres incorregible. —Le censuró con una sonrisa en la voz.
—Un beso. —Se despidió él, en medio de una carcajada triunfal.