—¿Qué haces?
—Una ensalada de frutas, hoy me tocaba a mí cocinar —contestó mientras secaba con papel de cocina la encimera.
—Perfecto. Voy a ducharme, estoy agotada. —Se quejó—. Bertram es insoportable cuando se pone perfeccionista.
Jimena sonrió al imaginar al director con rostro serio, y haciéndoles repetir, a los violinistas, mil veces, la misma melodía hasta que la considerara perfecta.
—He invitado a un amigo a cenar —comentó todavía perdida en el ensueño anterior—. Espero que no te importe.
—Os dejaré solos, no hay problema. —Ofreció Patricia, con una sonrisa sin atreverse a preguntar si era Lucas el invitado.
—No es una cita, solo es un amigo que viene a pasar la tarde con nosotras.
—Entonces ¿Le conozco?
—Sí, creo que sí
—¿Bertram o Lucas? —Inquirió vencida por la curiosidad.
—Ninguno de los dos —respondió con un gruñido.
—Perfecto, Bertram es mi jefe y Lucas me cae mal, habría sido un desastre la cena.
—Anda, ve a ducharte. Ya verás lo bien que sale todo. Y Patri… —Añadió en un tono mucho más suave—: Ponte guapa.
Patricia arqueó una ceja, suspicaz, pero sin decir nada, se dio la vuelta y se metió en su dormitorio, ansiosa por coger sus cosas y darse esa ducha que, gracias a Bertram, tanto se había ganado.
***
Tal y como Héctor había prometido, a las nueve en punto llamó al timbre del portal. Patricia todavía no había salido de su dormitorio por lo que fue Jimena la que dejó la ensalada a medio hacer y fue a abrir:
—Hola, guapa. —La saludó dándole dos besos.
—Empezamos bien, ya llevamos el primer piropo de la noche. —Bromeó.
—Soy un hombre de palabra.
—Ese es un punto a tu favor —le dijo mientras regresaba a la cocina, seguida de cerca por él—. Y otro que te has ganado por ser puntual te convierten en casi perfecto.
—¿Qué me falta para ser perfecto del todo?
—Todavía no tenemos la suficiente confianza como para que te dé esa información.
Héctor se echó a reír con ganas.
—Además tienes sentido del humor. Esto se pone cada vez mejor. —Aprobó.
—Tengo la sensación de que me estás examinando para algo que no sé lo que es. —Le confesó con seriedad. Jimena anotó un punto más por perspicaz, aunque no se lo dijo.
—Te estoy examinando para saber si mereces el esfuerzo de que te ceda mi cuarto de baño —dijo medio en broma, medio en serio.
—No tengo ni la más remota idea de lo que quieres decir. Sin embargo, yo… Jimena, yo… Quería pedirte algo. Verás, ¿te importaría mucho si…? Es que he pensado que…
—Suéltalo ya. Me estás poniendo nerviosa.
—¿Puedo tontear contigo esta noche? Será de mentira, para tantear el ambiente, ya sabes… Y sería estupendo si me siguieras el juego.
—Sinceramente, no estoy segura de que te vaya a funcionar la táctica de los celos. —Avisó con sinceridad—. Está muy vista.
—No tengo muchas más opciones. Así que voy a arriesgarme.
—De acuerdo tontea, pero nada de toqueteos ni ojos de cordero degollado, que si no me dará la risa y no funcionará tu plan —dijo intentando aguantarse las carcajadas.
—Eso de no toquetear me va a resultar muy difícil, porque estás preciosa, pero lo intentaré con todas mis fuerzas. —Bromeó poniendo cara de pena, concretamente los ojos de cordero que Jimena le había pedido que no pusiera.
—Eres un amor, Héctor. Patricia es idiota si no lo ve.
La respuesta de él fue inmediata, en un segundo la había arrastrado hasta sus musculosos brazos, forjados a base de colocar cajas de fruta, para darle un amistoso achuchón.
Cuando la soltó Jimena le lanzó una falsa mirada de desaprobación.
—Ya te dije que me iba a resultar muy difícil mantener las manos lejos de ti. —Se disculpó divertido.
Estaba pasando un rato agradable cocinando con Héctor, el chico era encantador, era fácil comprender la razón por la que su compañera de piso se había decidido a abrir de nuevo su corazón. Lo que no era tan comprensible era porqué no salía de su dormitorio para participar de la velada.
Disculpándose con su invitado, Jimena se acercó hasta el dormitorio de Patricia y llamó a la puerta, un segundo después, su amiga la abría con cara de pocos amigos:
—¿Qué quieres, traidora?
—La cena ya está lista —le dijo, obviando su mal humor.
—¿De verdad quieres que coma con vosotros? ¿No interrumpiré nada si voy?
¡Punto para Héctor! Anotó Jimena mentalmente. El chico había calado mucho mejor a Patricia que ella misma que la conocía de hacía más tiempo.
—Te dije que había invitado a un amigo a cenar, y eso es lo que he hecho. Esta tarde he ido a la frutería, y ha sido él quien me ha atendido, hemos comenzado a hablar y he pensado que era buena idea tener compañía. Las dos estamos muy deprimidas estos días —explicó con inocencia—, y Héctor es divertido y además, nos cae bien a las dos. ¿Dónde está el problema?
—¡Víbora!
—Yo también te quiero, corazón. —Se burló al tiempo que se daba la vuelta y regresaba a la cocina.
La sonrisa de Héctor era deslumbrante cuando vio entrar a las dos amigas por la puerta. Llevaba el cabello castaño ligeramente largo, lo que conseguía que sus ojos estuvieran casi siempre ocultos tras su flequillo. De un manotazo lo hizo a un lado, para poder deleitarse con la visión de las dos preciosidades con las que iba a cenar:
—¡Wow! Esta es la mejor noche de mi vida. Nunca he visto a dos mujeres más guapas que vosotras.
—Adulador —le dijo Jimena, guiñándole el ojo.
—Imagino que no. —Fue la respuesta de Patricia, que todavía seguía molesta por las risas y las bromas que había estado escuchando desde su habitación.
Se sentaron a cenar con más tensión de la que Jimena había esperado, pero la actitud ingeniosa de Héctor y su gracia natural pronto suavizaron el ambiente.
Cuando llegaron al café, incluso Patricia sonreía. Héctor era la clase de persona cuya chispa alegraba a todo aquel que tenía cerca, divertido y risueño, no era de extrañar que su frutería fuera la más concurrida del barrio.
No obstante, a pesar del buen humor y de las bromas generales, este era deliberadamente amable con Jimena, mientras que con Patricia rozaba la indiferencia. Estaba decidido a seguir con su plan, que a juzgar por las miradas asesinas que le dirigía Patricia a Jimena, estaba dando muy buenos resultados.
Recordando lo que Lucas le había echado en cara el día del roscón, Jimena aprovechó que tenía a Héctor hablador para preguntarle su versión sobre lo sucedido.
La estampa que el frutero les pintó, descalzo, en calzoncillos y con la camiseta de Led Zeppelin, provocó aullidos de risa entre las chicas:
—Casi le dio algo cuando me vio abrir la puerta. Tía, está muy pillado por ti —comentó casi con pena.
—Para nada. Esta vez has estado poco acertado.
—Que sí, que esas cosas se notan. Créeme, si hubieras visto su cara lo sabrías.
—Que no, Héctor. Te falló el radar. —Zanjó Jimena.
Al comprender que esta no iba a entrar en razón respecto a ese tema, Héctor optó por callar, aunque en su fuero interno estaba convencido de que tenía razón. El tal Lucas estaba muy pillado con su nueva amiga, y visto lo visto, era más que comprensible.
—¿Ya te vas? ¿Tan pronto? —preguntó Patricia sin levantarse de la mesa.
—Sí, mañana madrugo. Muchas gracias por la cena —comentó Héctor con una sonrisa.
—Te acompaño. —Se ofreció Jimena, al ver que su amiga no daba muestras de hacerlo.
Tras despedirse de nuevo de la violinista, Héctor se encaminó hasta la puerta, seguido por Jimena.
—¿Por qué te vas tan pronto? —Inquirió sorprendida, eran poco más de las once de la noche.
—Quiero hacer las cosas bien. —Le confesó inclinándose para darle un beso en la mejilla—. Gracias por tu ayuda, preciosa.
—Cuando quieras. Lo he pasado genial —contestó con sinceridad.
—Buenas noches. —Se despidió, pero antes de cerrar la puerta tras de sí, añadió—: Tendrías que haber visto su cara, está muy pillado.
¡Ojalá! Pensó Jimena, ¡ojalá!
—No tienes remedio, Héctor. —Se rio Jimena.