Patricia demostró más paciencia que Job cuando ejerció de docente y le enseñó a Jimena cómo utilizar tanta brocha y pincel correctamente. El resultado final fue tan sorprendente que gran cantidad de las pecas de la chelista quedaron cubiertas por la fina capa de fondo de maquillaje. Para sorpresa de su amiga, Jimena se mostró encantada con su regalo. Sin embargo, su felicidad solo duró hasta que Patricia abrió su armario y descartó sin miramientos todo su guardarropa.
—Lo único que tienes reciclable son esos vaqueros pitillo y esas dos camisetas. También puedes quedarte el vestido rojo de punto, te sienta de maravilla y seguro que te trae buenos recuerdos —dijo señalando las prendas que había dejado sobre la cama—. Todo lo demás tíralo a la basura.
—¿Que lo tire? —preguntó alucinada.
—Sí. Eso he dicho, veo que no necesitas audífono.
—¿Sabes algo de la crisis? Seguro que hay alguien que lo aprovecha —respondió indignada.
—¿Estás loca? Nadie en su sano juicio se pondría nada de eso. Puedes estar segura de que no desperdicias nada deshaciéndote de esto —comentó con el índice apuntando a su antiguo guardarropa.
—Genial, no solo quieres que tire toda mi ropa, ahora pretendes que vaya desnuda. —Exclamó, mostrándose deliberadamente cínica.
—Seguro que si fueras desnuda te mirarían todos los hombres, pero no. Nada tan extremo. Aún son las seis, ¡vámonos de compras!, hoy está todo abierto hasta las diez de la noche, te agencias un par de modelitos y así te evitas el salir a la calle en pelotas y que te encierren por exhibicionista.
—Las rebajas comienzan en dos días. —Se quejó Jimena omitiendo responder a la provocación.
—Sí, pero tú tienes una cita hoy. Y aunque sea con Bertram una cita es una cita.
—No es exactamente una cita. Le pedí a Bertram si quería que saliéramos a cenar y…
—En este país salir a cenar es una cita. —La cortó Patricia—. A ver si la que va a necesitar un diccionario eres tú.
—No debería contarte nada, luego lo utilizas en mi contra. —Se quejó poniendo un gesto infantil de enfado.
—¿Por qué, de repente, quieres cambiar tu aspecto? —pregunto Patricia cambiando de tema.
—Por la misma razón por la que a ti te gusta Héctor. Ya hemos cubierto el cupo de miserias que nos tocan en esta vida. Ahora tenemos que salir de nuestra concha y ser nosotras mismas. Nada de lo que hagamos borrará mis pecas, ni la traición que sufriste, pero seguramente nos hará más felices.
—Ya casi no se ven tus pecas. —Contraatacó Patricia, descolocada por las palabras de Jimena.
—Que no se vean no significa que no estén ahí.
—Eres una mujer muy sabía.
—Y tú mucho más guapa de lo que crees, y eso ya es decir. —Bromeó para destensar el ambiente, que se había puesto serio. En un acuerdo no verbalizado, las dos amigas habían omitido algunos temas a favor de la convivencia, pero ya era hora de modificar las cosas que no les gustaban y que les impedían seguir creciendo como personas. El lastre principal era el miedo, el temor a volver a ser rechazada, el recelo a volver a ser traicionada…
De modo que con la firme determinación de mirar hacia delante se habían marchado a patear la calle Colón en busca del conjunto perfecto que eliminara la última capa que le quedaba a la vieja Jimena.
Horas después regresaban a casa, extenuadas y con ropa suficiente para toda la vida, según Jimena; para una temporada desde el punto de vista de Patricia.
A las nueve en punto, cuando Jimena estaba terminando de arreglarse, Bertram llamó al timbre del portal. Patricia se ofreció a atenderle mientras ella se daba los últimos retoques, nerviosa por la reacción de la gente a su nueva imagen.
Cinco minutos después, las mujeres siempre se hacen esperar aunque vayan a cenar con un viejo amigo y no a una cita, entraba en el salón y sonreía con satisfacción al ver cómo el músico tragaba saliva al verla. ¡Buena señal! Se dijo interiormente.
Su compañera de piso la había convencido para que en lugar de planchar su larga melena rubia, se la ondulara en las puntas y le permitiera que le cortara un flequillo largo que suavizara sus rasgos. El maquillaje, el vestido y sobre todo el Wonder Bra, habían transformado su apariencia de insulsa a sexy.
—Mein Gott[5]. Estás preciosa. —Saludó con una sonrisa tímida.
—Gracias, tú también estás muy guapo.
Afirmación totalmente cierta, Bertram con su cabello castaño claro y sus ojos verdes era un hombre atractivo que captaba las miradas de las féminas. Sus gafas de pasta y su expresión serena hacían más por su atractivo que los vaqueros oscuros que llevaba y el jersey marrón casi del mismo tono que su cabello, que resaltaba la profundidad de sus ojos.
Cenaron en una cervecería alemana en el centro, Bertram se encargó de elegir el menú, ejerciendo de anfitrión, y Jimena había disfrutado de cada uno de los platos. Se había empeñado en enseñarle a pronunciar el nombre de la comida en perfecto alemán, y Jimena, que nunca había estudiado ese idioma, se había sentido tonta chapurreando lo que Bertram le hacía repetir. Aun así, se lo había pasado de maravilla riéndose de sí misma y de su pésimo acento.
En un principio le había resultado extraño verle tan relajado, lo había catalogado como un hombre serio e incluso distante, pero con el paso de los minutos comprendió que lo que sucedía era que conocía al Bertram profesional, el que actuaba como su jefe, y el que estaba cenando con ella en ese momento, aunque reservado y un poco tímido, era mucho más cercano, y se esforzaba por superar su carácter reservado.
—Estás diferente esta noche.
Él rio relajado y Jimena se fijó en cómo se rasgaban sus ojos cuando lo hacía.
—Tú eres la que está diferente. Nunca te había visto tan guapa. —La dulzura con la que pronunció la frase hizo que sintiera un agradable cosquilleo en el estómago. No recordaba que nadie le hubiera dicho nunca algo así. Bueno, quizás una vez… en la penumbra de un pub…
—No me refería a tu aspecto. Tú siempre estás guapo. —Confesó sin ninguna vergüenza.
—Muchas gracias.
Jimena sonrió al ver cómo se sonrojaba.
—No tienes que darlas, es la verdad.
Él hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de retomar la conversación.
—¿En qué sentido estoy distinto? Ahora tengo más curiosidad por saber a qué te refieres.
—No pareces tan serio, tan formal —explicó al tiempo que le miraba fijamente intentando descubrir el cambio operado en él.
Bertram sonrió recolocándose las gafas de pasta sobre el puente de la nariz.
—Hoy solo soy Bertram, y tú solo eres Jimena. No trabajamos juntos, sino que cenamos juntos. —Había tanta dulzura en sus palabras que no pudo evitar compararlo con alguien a quien no lograba sacar de sus pensamientos por mucho que lo intentara; que ya le había demostrado que también podía ser muy dulce.
—Me parece muy bien. Bertram a secas me gusta más que Bertram Mosel.
—Entonces juego con ventaja porque a mí Jimena Del Rey me gusta tanto como Jimena. —Confesó mostrándose más osado de lo que ella le hubiera creído nunca capaz.
Le dirigió una tímida sonrisa y siguió comiendo, aunque la cálida sensación en su estómago seguía creciendo.
Tras la cena, Jimena se empeñó en tomar una copa en el barrio del Carmen en lugar de en Ruzafa, que les quedaba mucho más cerca. Bertram no protestó ni preguntó la razón de tanto rodeo, lo que Jimena agradeció; el motivo de su obstinación no era otro que evitar cualquier opción de encontrarse con Lucas. Sus amigos habían quedado para cenar y comerse el roscón en casa de Rubén y Lorena, por lo tanto era seguro que después darían una vuelta por los locales de copas, y Jimena sabía que a Lorena le gustaba salir por la zona de Ruzafa. Alejarse de allí era una jugada segura para no encontrárselo esa noche.
Media hora después, entraban en la cervecería Hércules Poirot, buscando una mesa para sentarse; habían visto una e iban a hacerlo cuando una voz conocida atrajo su atención al otro lado del local. Maldiciendo en voz baja la picardía de su amiga, que la había calado con facilidad, se encaminó con Bertram tras ella, hacia la mesa en la que estaban sentados Rubén, Lorena y Lucas.
Jimena evitó mirar a Lucas a los ojos mientras se saludaban; todos conocían a Bertram menos el arquitecto, así que tuvo que hacer las presentaciones de rigor. No obstante, siguió sin mirarle directamente.
Las artimañas de Lorena la colocaron sentada frente a Lucas en la mesa, y al lado de Bertram. Íntimamente, agradeció tenerlo delante y no al lado, donde podría sentir su calor y el perfume de su after shave, que tanto la había torturado durante su estancia en Alcolea.
—Así que eres el director de la orquesta donde toca Jimena. Entonces, ¿estarás en la prueba para primera chelista?
—Por supuesto. Es parte de mi trabajo. —Aceptó Bertram con tranquilidad.
—Entonces ¿no es un poco injusto para el resto de los candidatos que salgáis juntos? —La pregunta fue hecha con abierta hostilidad.
—Podría considerarse de ese modo si Jimena tuviera competencia, pero no es el caso. Cuando Svetlana dejó la orquesta le pedimos a Jimena que aceptara el puesto, ante su negativa tuvimos que organizar el concurso, fue una sorpresa de última hora que se uniera a él. Jimena siempre fue nuestra primera opción, es la mejor y sus compañeros lo saben y la respetan por ello. —Zanjó con seriedad y sin apartar los ojos de Lucas.
—Es decir, que es un puesto dado de antemano.
Todos los de la mesa estaban incómodos y sorprendidos por la actitud beligerante del arquitecto, Jimena la primera.
—No es tan extraño. Es la mejor.
—Apuesto a que sí, con lo que practica tiene que serlo. —Su tono y la mirada apreciativa que le lanzó a Jimena daban a entender que se refería a mucho más de lo que estaba diciendo.
Incapaz de aguantar más tiempo sus velados insultos, y el ataque a su amigo, se puso de pie y pidió con un falso tono meloso.
—Lucas, ¿serías tan amable de acompañarme a la barra a recoger las bebidas? —Su sonrisa era tan falsa como las pestañas de pega que le había puesto Patricia.
Asintiendo con una sonrisa fría y distante, Lucas se levantó y le cedió el paso para que caminara delante de él.
Ambos sabían lo que Jimena pretendía de modo que no se pararon en la barra sino que siguieron hasta la calle. Una vez fuera, Jimena cogió a Lucas del brazo y lo llevó hasta la esquina, para ocultarse de las miradas curiosas.
—¿Se puede saber qué narices te pasa? —Su control pendía de la respuesta que él le diera. Estaba enfadada, mucho. Una cosa era meterse con su aspecto y otra muy diferente era hacerlo con su trabajo y además acusarla de ser una aprovechada o incluso algo peor—. Me da lo mismo que te metas conmigo, a mí no me afecta lo que me digas, pero ¿qué te ha hecho Bertram? Es un buen amigo y no voy a consentir que le ofendas ni que insinúes que no es un profesional.
—¿Amigo? ¿Solo es un amigo?
—¿De qué hablas?
—¿No se suponía que eras tan lista? ¿De verdad esperas que me crea que es solo un amigo?, ¿que no te acuestas con él? —Le espetó acercándose a dos centímetros de su cara.
—Me importa un pimiento lo que tú creas o dejes de creer. Yo no tengo que darte…
No pudo continuar, Lucas la asió por los hombros y la atrajo hasta su cuerpo para atraparla en un beso que no había esperado.
Sus labios presionaron con fuerza los de ella para que abriera la boca y le permitiera adentrarse, pero Jimena estaba enfadada y era obstinada. Así que no lo hizo.
Decidido a profundizar el beso, Lucas pellizcó con sutileza un pezón a través de la fina tela del vestido, y la exclamación de sorpresa que ella emitió, le permitió meter su lengua en la boca femenina.
Su sabor estuvo a punto de vencerle. Sabedor de que esa mujer le movía el suelo hasta conseguir que se tambaleara bajo sus pies; la empujó con cuidado hasta que su espalda estuvo pegada a la pared de la esquina, en la que permanecían ocultos de los transeúntes de la calle principal.
Sin dejar de besarla, le levantó una pierna para sentirla lo más cerca posible de su necesidad, mientras con su otra mano acariciaba su centro a través de la ropa interior y los pantys, notando la humedad que le provocaban sus besos y sus caricias.
Sus dedos se tensaron sobre la pierna que sujetaba enredada en su cadera. Jimena se separó y tomó aire.
—Las medias no. —Pidió entre jadeos.
Lucas se tensó y paró con la deliciosa tortura que le infligía.
—Te acuerdas —murmuró, todavía con la boca pegada a su garganta.
Jimena parpadeó volviendo a la realidad de golpe.
—¿A qué te refieres? —preguntó intentando salir del paso, pero ya era demasiado tarde. Lucas se había dado cuenta de la verdad.
—¡No me lo puedo creer! ¿Desde cuándo te acuerdas? No, espera, estoy seguro de que jamás lo olvidaste. ¿Por qué lo hiciste?, ¿pensaste que era la forma más cómoda de deshacerte de otro amante molesto? Con decirme que no, era suficiente. Yo tampoco pensaba repetir. —El sarcasmo y el desdén impregnaban cada una de sus palabras.
—¿De qué estás hablando? —Lucas encadenaba acusación tras acusación y Jimena estaba completamente descolocada.
—Lo sabes perfectamente. Yo estaba allí cuando echaste al último. Fui a tu casa y lo vi. Me lo contó todo, si hasta llevaba puesta mi camiseta, por Dios, mi camiseta favorita.
—De verdad que no entiendo nada de lo que dices.
La mirada que le lanzó heló de golpe la sangre que instantes antes era fuego en sus venas.
—Me voy. Discúlpame ante Rubén y Lorena; no soporto tu hipocresía un segundo más.
Sin molestarse en darle una explicación por sus acusaciones, se dio la vuelta y se marchó. Jimena se tomó un momento antes de volver a entrar en la cervecería. Cuando por fin pudo controlar su voz de manera que sonara casual, regresó y les explicó que Lucas se había sentido mal y que había decidido marcharse a su casa.
Durante el resto de la velada, prácticamente no habló, pero en cuanto pudo hacerlo sin levantar suspicacias, le comentó a Bertram que estaba cansada y que quería marcharse. Sintió las miradas de disculpa de Lorena y de incredulidad de Rubén clavadas en el rostro durante todo el tiempo que estuvo con ellos.
Bertram comprendió que no tenía ganas de conversación y respetó su silencio, de modo que Jimena pudo reflexionar sobre lo que había sucedido, comprendiendo al fin de qué la había acusado.
Durante el trayecto a casa se permitió la autocompasión pero en cuanto pisó su piso se deshizo de ella, llegando a la conclusión de que tal y como había decidido en un principio, Lucas era guapo, pero su atractivo no compensaba el esfuerzo de estar con él, de ninguna manera.