Capítulo 12

Y lo peor de todo era que por mucho que se esforzara por rememorar esa primera impresión, su visión había cambiado tanto tras los días que habían pasado juntos, que le resultaba imposible recordar su apariencia la primera vez que la vio. No obstante, lo que más molesto le tenía era el poco o nulo interés que ella parecía tener por su persona, hasta el punto de que había borrado la noche más placentera que él era capaz de recordar. Incluso se había mostrado amable con Anabel, como si no le importase la relación que les unía.

Más nervioso de lo que había estado nunca por una mujer, llamó a la puerta. Instantes después escuchó el sonido de unos pasos y esta se abrió.

Pero no era Jimena quien lo hizo. Ni siquiera era una mujer… Sino un chico que no llegaba al cuarto de siglo, ataviado con su camiseta favorita de Led Zeppelin y en calzoncillos.

—¡Hola, tío! —Saludó el chico con una sonrisa.

—¿Hola? ¿Quién eres tú y qué haces con mi camiseta?

—¿Es tuya? ¡Mierda! Perdona. No lo sabía. —Se disculpó apartándose del umbral para dejarle entrar. Volvió a ponerse como estaba cuando comprendió que Lucas no tenía intención de hacerlo.

—¿Por qué la llevas puesta?

—Estaba encima del sofá. No pensé que el dueño volviera a buscarla, según tengo entendido solo se permite una visita. Te la devuelvo. Y perdona —dijo quitándosela.

—¿Una visita? ¿De qué estás hablando? Esto es de locos.

El chico dejó de quitarse la camiseta y se le quedó mirando, asombrado porque no supiera cómo actuaba ella.

—Sí, no suele acostarse con nadie más que una vez. Yo los veo desfilar desde la frutería de mi padre, trabajo allí.

—¿Acostarse con alguien? ¿Más de una vez? —Lucas estaba controlando las ganas que sentía de cogerle por el cuello y obligarle a que se explicara mejor. ¿Qué estaba diciendo de Jimena, que era una fresca?

Seguramente no estaban hablando de la misma persona.

—La chica de la que hablas, ¿es músico?, ¿rubia?

—Sí, claro —respondió sorprendido por la pregunta.

—No puede ser. Ella no es así —murmuró para sí mismo—. Es imposible que estemos hablando de la misma persona.

—¡Ostras, tío! ¿No estarás colgado de ella? Eso sí que sería de locos, y que conste que sé de lo que hablo porque yo estoy igual que tú.

—Eres un crío —dijo Lucas, cada vez más desconcentrado—. ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte?

—Tengo veinticuatro años y ella no tendrá más de veintinueve. Tampoco es tanta la diferencia entre nosotros. Lo que pasa es que la quieres para ti.

—¿De qué estás hablando?

—Tío. Qué difícil lo tienes —dijo con lástima. Y añadió—: Pasa, cojo mi ropa y me largo. Se está duchando, pero puedes esperarla, a mí ya me ha dado puerta.

—Creo que no —respondió, sin moverse de donde estaba.

—Es lo mejor. Nadie puede cambiarla y se te ve muy colgado. Ayer casi me dio algo cuando se me acercó en El Zoom y me invitó a una cerveza. Cuando me quise dar cuenta me estaba metiendo la lengua hasta la campanilla. ¡Joder! Ha sido la mejor experiencia de mi vida.

¿Colgado?, ¿él, colgado?, ¿en El Zoom?

La historia era de locos, le había dicho que se marchaba a casa y él había supuesto que lo hacía sola y…

El tipo se dio la vuelta, y entró en la casa sin cerrar la puerta, cinco minutos después volvía a estar completamente vestido y salía del piso, tras interrogar a Lucas con la mirada y recibir un gesto negativo con la cabeza, cerró tras de sí.

—Nos vemos. Trabajo aquí enfrente, así que supongo que volveremos a vernos. —Se despidió de Lucas que seguía sin moverse.

—No, seguro que no —dijo con la voz carente de inflexión.

***

Dos minutos después de que Héctor cerrara la puerta al salir, Lucas todavía estaba parado en mitad del pasillo mientras Jimena desmantelaba la casa de arriba abajo y no conseguía dar con la camiseta que había dejado la noche anterior perfectamente colocada encima del sofá del salón.

Diez minutos después y casi simultáneamente, Lucas se marchaba cabizbajo y desconcertado, y Jimena daba con ella en el lugar más insólito posible: En la cesta de la ropa sucia.

Iba a meterla en el tambor de la lavadora cuando Patricia entró como una exhalación en el salón:

—¿Se ha ido ya?

—No puedo creer que te hayas acostado con él. Es el hijo del frutero, le vemos día sí y día también. —Se quejó—. Te pedí que no lo hicieras.

—He metido la pata, pero no por lo que me acusas. ¡Me gusta! ¡Mucho! —Confesó, mientras paseaba su melena de un hombro a otro, sin poder tener las manos quietas.

—Olvida lo que te he dicho. No hay drama. Si te gusta es otra cosa —explicó Jimena con alivio.

Si le gustaba y comenzaban a salir, ya no iba a ser tan violento verle como si le utilizaba una noche y adiós, muy buenas.

—No me lo puedo permitir. No voy volver a verle. Dejaremos de comprarles comida.

—Patricia, han pasado dos años desde lo de Carlos. Deberías haberlo superado ya.

Tras tomarse un momento para fulminarla con la mirada, la violinista se dio la vuelta indignada y se marchó.

Jimena suspiró molesta consigo misma por su poco tacto.

Patricia jamás superaría la traición de Carlos, y realmente quién podía culparla por ello…

Al regresar a casa antes de lo previsto porque el ensayo se canceló dado que el director había tenido que viajar con urgencia a Stuttgart, se encontró a su madre en la cama con su novio de toda la vida. Patricia nunca supo si era la primera vez que pasaba o si había estado sucediendo sin que ella lo descubriera.

Su madre era viuda desde los treinta y cinco años, pero eso no le daba derecho a hacerle algo así a su única hija.

El golpe convirtió a su amiga en una zombi durante meses.

Dos días después del incidente, Patricia y Jimena alquilaron un piso juntas, pero la rubia seguía sin reaccionar. Exactamente tres meses después de aquella fatídica tarde, nació la nueva Patricia, una chica descarada y frívola que en nada se parecía a la antigua mujer que había sido.

—No entiendo por qué te has vuelto tan libertina y superficial. Tú no eres así. —La reprendió Jimena, después de ver el desfile de hombres que invitaba a casa.

—Te equivocas, ahora soy así.

—¿Por qué?

—Las acciones de los demás no duelen cuando nada ni nadie te importa lo suficiente.

—¡Patricia! —Su voz sonó escandalizada.

—No te atrevas a juzgarme, Jimena, el rechazo de tu padre te ha vuelto esquiva y seca con los hombres, como si temieras que pensaran lo mismo que él.

Tal vez si cambiaras el chip y dejaras de vestirte así, conocerías a alguien que te entretendría lo suficiente como para que dejaras de meterte en mi vida.

No le replicó, no podía hacerlo. Las dos sabían que era cierto todo lo que Patricia le había lanzado a la cara, y Jimena podía ser arisca e incluso grosera, pero no era hipócrita.

Desde ese instante se guardó sus opiniones sobre los visitantes nocturnos que invadían su cuarto de baño a la mañana siguiente.

El portazo de Patricia al encerrarse con su violín en la habitación insonorizada la sacó de golpe de sus pensamientos.

Fijó su mirada en sus manos, que todavía sostenían la camiseta de Lucas, y se acercó hasta la lavadora. La prenda estaba húmeda por el contacto con las toallas mojadas que ella misma había metido en la cesta de la ropa sucia, no podía devolvérsela en ese estado. Lo extraño era que hubiera acabado ahí cuando ella recordaba perfectamente haberla dejado sobre el sofá. La única explicación era que su compañera de piso la hubiera metido en la cesta creyendo que se la había dejado alguno de sus amigos.

Se quedó con la duda, pero no era el momento idóneo para preguntarle. Lo mejor sería lavarla y olvidarse… Una idea se encendió en su mente.

La camiseta de Lucas entre su ropa… Había algo sensual en ello. Sin pensar en la razón que le impulsaba a hacerlo, separó las prendas que su amiga había metido en el tambor de la lavadora y dejó las suyas dentro. Puso el jabón, su suavizante favorito y escogió el programa delicado. Ahora solo le quedaba llamar a Lorena para darle la camiseta y que Rubén se la devolviera.

Aunque seguramente el plan del día contendría también el tan temido tercer grado made in Lorena. De momento se deleitaría en los sensuales movimientos de la camiseta chocando contra su ropa interior.