Instintivamente sus ojos se dirigieron hacia la mesa del comedor, vacía de planos y papeles. Se mordió la lengua como castigo autoimpuesto cuando comprendió que así, limpia y recogida, no se veía tan bien como cuando el trabajo de Lucas estaba desperdigado sobre ella.
Demasiado confusa para seguir ensayando, decidió organizar sus cosas para marcharse cuanto antes de aquella casa que se veía inmensa y solitaria.
La idea original había sido la de marcharse al día siguiente por la mañana, pero en ese instante pasar una noche más allí no le atraía lo más mínimo. La vivienda estaba demasiado silenciosa, se había acostumbrado a la compañía de Lucas de algún modo que no conseguía explicarse sin olvidar que sus sentimientos eran más profundos de lo que se permitía admitir.
Media hora después tenía las maletas preparadas con una sorpresa en ellas. La camiseta de Led Zeppelin que Lucas usaba para dormir había aparecido detrás de la puerta del baño. Seguramente se la había quitado cuando fue a ducharse…
—¡Mierda! —Exclamó Jimena en voz alta cuando las imágenes de Lucas en la ducha invadieron su cabeza—. ¡Joder, tengo una imaginación prodigiosa!
Con la intención de darle un respiro a su fantasía que andaba haciendo horas extra, decidió cargar el coche con sus cosas y acercarse a despedirse de Eugenia, la panadera había sido muy amable con ella, esa misma mañana la había escuchado y aconsejado con una paciencia y un cariño propios de una íntima amiga, incluso de una madre.
Con esa intención salió por la puerta con la maleta y el chelo, depositó con sumo cuidado a su fiel compañero de viaje en los asientos traseros, y dejó caer de cualquier manera el equipaje en el maletero.
Una vez dentro del coche, se acordó de que su móvil se había quedado sin batería, arrancó el motor y lo conectó al cargador del coche, cruzando los dedos para no necesitar el GPS para regresar.
Dos minutos después comenzaron a sonar mensajes de llamadas perdidas: una de su padre, no se había esforzado mucho en insistir, pensó Jimena, y unas quince de Lorena, WhatsApps de sus amigos felicitándole el nuevo año… Una llamada entrante le impidió leerlos.
Lanzó un suspiro resignado cuando vio el nombre de la persona del otro lado de la línea.
—¿Sí? —respondió con voz cansada.
—Por fin. Llevo días intentando localizarte. —Se quejó Lorena rozando la indignación.
—Pues lo has hecho muy bien. Acabo de encenderlo.
—Tenía puesto un aviso para que me llegara un mensaje cuando lo conectaras. —Confesó y añadió del tirón, casi sin respirar—: Jimena, te prometo que lo que ha pasado no ha sido una encerrona. Rubén le dejó sus llaves a Lucas sin consultarme y yo hice lo mismo contigo, no fue con ninguna intención de emparejaros. Pero ¿se puede saber por qué desconectaste el teléfono?
—Me quedé sin batería, y para la poca cobertura que había, decidí tomarme unos días de desconexión completa.
—¿Y lo has hecho?
—¿Qué me estás preguntando exactamente?
—Ya lo sabes —respondió Lorena, evasiva.
—Ya hablaremos. Vuelvo a casa hoy mismo.
—¿No te quedabas hasta mañana?
—Adiós, Lo. —Y tras su breve despedida, colgó.
E ignoró sus insistentes llamadas mientras conducía hasta la panadería. No estaba preparada para hablar con su amiga, ¿qué le iba a decir? ¿Te acuerdas que las dos escuchamos que Lucas decía claramente que yo era fea y desgarbada?, pues mira por donde, me he acostado con él, ¿y sabes qué es lo peor? Que no me arrepiento de haberlo hecho.
No era lo que Lorena esperaría, y en cualquier caso, no se sentía con ganas de explicárselo. Primero hablaría con Patricia, quien seguramente sería mucho más comprensiva con su desliz.
Siguió por la calle mayor, mientras el teléfono seguía sonando. Dispuesta a acallarlo, ya que no podía hacer lo mismo con su conciencia, encendió el lector de CD del coche y dejó que la voz de Rihanna inundara el vehículo.
Where have you been, All my life, all my life? Where have you been, all my life?[2]
¡Pregunta equivocada!, se dijo, la correcta era dónde iba a esconderse a partir de ese momento para no volver a encontrarse con Lucas. No se trataba de que temiera enfrentarse a él, era simplemente que no estaba interesada en volver a verlo. Eso, eso. Miente. Pero rápido, que no se note que es una mentira, se aconsejó a sí misma. Ve practicando para cuando Lorena te someta al tercer grado.
Con un suspiro aparcó frente a la panadería y bajó para avisar a Eugenia de que se marchaba.
Estuvo a punto de dar media vuelta sobre sus talones cuando vio quién estaba con ella.
La famosa Pepa estaba explayándose a gusto sobre la pobre víctima de turno de sus chismes.
—Jimena. —La saludó la panadera visiblemente aliviada de que su presencia silenciara el monólogo de la mujer—. ¿Qué se te ha olvidado?
Sintió como Pepa la escaneaba de arriba abajo, pero contra todo pronóstico tuvo el buen juicio de no hacer ningún comentario sobre el grosor de sus labios.
—Buenos días. —Saludó a ambas mujeres.
—Más bien buenas tardes. —Contradijo Pepa—. Son casi las dos del mediodía, niña.
Jimena no respondió, ni siquiera la miró. Estaba concentrada conteniendo su lengua viperina.
—No se me ha olvidado nada. He venido a despedirme, Eugenia. Me marcho ahora mismo para Valencia.
—Creía que te ibas mañana. ¿Has comido? Después de comer no es muy bueno conducir, te puede dar sueño.
—Tranquila, no he comido. Pararé por el camino cuando me entre hambre.
—Eso es casi peor. Quédate a comer y te vas después con el estómago lleno. Estoy segura de que no te has tomado nada más que el café de esta mañana. —Adivinó la mujer.
Pepa al verse ignorada decidió intervenir en la conversación.
—Seguro que conduce su novio, Eugenia. No seas tan exagerada.
—Lucas se ha marchado a primera hora, tenía un compromiso esta tarde, yo me he quedado recogiendo la casa. —Mintió sin ningún pudor.
—Por eso quieres irte tan deprisa y sin comer —dijo Pepa, que añadió—, no me extraña. Con un novio como el tuyo hay que ir con cien ojos, niña. Aunque esté tan enamorado, hay que estar alerta, hay mucha lagarta suelta.
—¿Enamorado? —preguntó con cierta sorna.
Esa mujer era un lince, seguro que no se le escapaba ni una, se burló mentalmente.
—Loquito perdido, bonita. Hay que ver lo pendiente que estuvo de ti toda la noche, si no podía dejar de mirarte. Ni la hija de la Ana, que es una niña monísima, consiguió que dejara de vigilarte.
—Ahí le doy la razón a Pepa. —Corroboró Eugenia—. Ana es muy guapa y Lucas casi ni la miró.
—Es que la tengo, que yo me fijo mucho, soy muy observadora. —Aclaró con orgullo.
—Seguro que sí, Pepa —respondió Eugenia con sarcasmo mal disimulado—. Todo el pueblo sabe a quién hay que preguntar cuando quieren saber algo.
Pepa, en lugar de sentirse ofendida por la crítica velada, asintió orgullosa.
—Tengo que irme, Eugenia. Si alguna vez vienes por Valencia, llámame y te haré una auténtica paella valenciana —le dijo, tendiéndole una tarjeta con su número de teléfono y su correo electrónico.
—Cuenta con eso. Y esta misma noche te mando un e-mail para que tengas mi dirección y me mantengas informada de todo —dijo marcando la última palabra para que se diera por enterada de a qué se refería con «todo».
Ambas mujeres se abrazaron con sentimiento, desde el primer momento había habido química entre ellas, a pesar de la diferencia de edad y de vida; habían conseguido una amistad que las dos esperaban que transgrediera la distancia que las separaba.
—¡Espera! Llévate esto por si te da hambre, o por si quieres dárselo a Lucas que le encantan —le dijo preparándole una bolsa de rosquillas.
—Gracias.
Tal y como le prometió a Eugenia antes de marcharse, paró a mitad de camino para comer, pero la comida no le supo a nada, en lo único en lo que podía pensar era en llegar a casa y retomar su vida sin complicaciones ni hombres atractivos. En definitiva, una vida en la que Lucas Ginaz no tuviera nada que ver.
***
Patricia la había escuchado atentamente y tal y como Jimena esperaba, no la juzgó, ni siquiera cuestionó sus actos; se limitó a aconsejarle que siguiera con su vida, sin cerrarse ninguna puerta, recomendación que predicaba con el ejemplo.
Según su amiga, la mejor manera de retomarla como si nada hubiese sucedido era salir a tomar unas copas:
—¡Vamos a celebrarlo! —Le pidió con una sonrisa pícara.
—¿A celebrar qué, exactamente?, ¿qué he vuelto?, ¿tanto me has echado de menos? —Bromeó a su costa.
—Tus orgasmos de Fin de Año —dijo riendo abiertamente al ver el gesto escandalizado de Jimena.
Punto para Patricia, aceptó Jimena.
—¡No seas bruta!
—No lo soy. Solo llamo a las cosas por su nombre. —Aclaró con seriedad—. No sé qué miedo tiene la gente a hablar claro, si cuanto más claros, más contentos.
—Si tú lo dices… —Aceptó intentando cambiar de tema.
—Lo digo. ¡Venga, vamos! —Pidió tirando de su amiga hacia la puerta del comedor.
—¿A dónde me llevas? —preguntó dejándose llevar.
—A mi dormitorio. Necesitas un cambio de look urgente y permanente. Y hazte un favor a ti misma: ¡tira esas deportivas a la basura!
Jimena se paró en mitad del pasillo.
—Estás loca —le dijo liberándose de su agarre.
—No lo estoy. Necesitas una plancha para el pelo, maquillaje y un buen par de tacones.
—¿Se puede saber qué os pasa a todos con mis deportivas?
—Me parecen perfectas si vas a salir a correr —explicó con seriedad—. Algo que tú, amiga mía, no haces nunca.
—¿Tú también, Bruto, hijo mío?[3]