El reloj digital de la mesilla de noche anunciaba en grandes números rojos que eran las tres de la mañana, por lo que el chelo estaba vetado.
Bajó a la cocina con intención de prepararse una infusión, pero se detuvo en la entrada del salón, encendió la luz y paseó la mirada por los papeles y planos que Lucas tenía desparramados sobre la mesa. Con curiosidad, tomó varios bocetos a carboncillo de lo que imaginaba que debía de ser su proyecto para el museo: un edifico con el tejado circular y largos ventanales abovedados en la parte de arriba y alargados en la de abajo. A Jimena le recordó a una partitura, cada uno de los elementos que componían el dibujo le remitían a las diversas claves musicales. Las ventanas de la planta baja tenían más similitud con los pinceles y las brochas de un pintor.
—¿Qué haces aquí abajo a estas horas? —preguntó una voz somnolienta a su espalda.
Jimena respiró hondo antes de girarse a mirarle, nerviosa ante la perspectiva de verlo con poca ropa, lo que seguramente activaría sus recuerdos de su cuerpo desnudo y sudoroso deslizándose sobre… ¡Basta! Se amonestó al tiempo que se daba la vuelta lentamente, a punto estuvo de suspirar de alivio cuando comprobó que llevaba un pantalón gris oscuro del pijama y una camiseta negra de Led Zeppelin.
—No podía dormir. —Confesó con la garganta reseca.
—Pues yo estaba en medio de un sueño fantástico y me has despertado. —Se quejó acercándose a ella y arrebatándole los papeles de las manos.
—Perdona. —Pidió en un susurro.
—¿Dónde está Jimena y qué has hecho con ella? —preguntó Lucas con un gruñido mientras fijaba la mirada en sus labios entreabiertos.
Durante varios segundos siguió con la vista clavada en su boca, lo que consiguió que Jimena perdiera el hilo de sus pensamientos. Instintivamente se llevó la mano a los labios, la única razón por la que Lucas los miraría de ese modo sería porque los tenía manchados o…
Sus reflexiones se esfumaron de un plumazo cuando escuchó el gemido ahogado que emitió Lucas al verla tocárselos.
—No te entiendo —comentó retirando los dedos de su rostro, y la afirmación iba más allá de lo que aparentemente podía parecer—. Sigo siendo yo.
—No lo creo. No te pareces en nada a la chica que conocí hace unas semanas. —Su voz sonó ronca, como si hubiera hecho un gran esfuerzo para encontrarla.
—Bueno, teniendo en cuenta lo poco que te gustó esa chica deberías sentirte aliviado —dijo irguiéndose—. Al menos puedes decir que estos días conmigo no han sido tan horribles como esperabas.
—En realidad cambié de opinión tres segundos después de que me enviaras a la mierda.
—Yo no hice tal cosa, dije que era una suerte no gustarte, porque así me ahorrabas tener que mandarte a la mierda. —Se defendió—. No te envié en el sentido literal de la palabra.
—Y yo no pretendí ofenderte, o tal vez sí, pero no se trataba de ti. Estaba molesto por la encerrona y creía que tú estabas de acuerdo con ellos. Normalmente soy mucho más amable.
—Sí, me di cuenta ayer mismo cuando apenas me dirigiste la palabra en todo el día.
—Ayer tenía resaca, tal y como dijiste, bebimos demasiado. —Mintió. La única razón por la que la había evitado durante todo el día era para evitar volver a abalanzarse sobre ella y porque tenía demasiado reciente el recuerdo de su rechazo, puede que involuntario, pero rechazo, al fin y al cabo—. Normalmente soy mucho más amable de lo que he sido contigo.
—¿Quieres decir que habitualmente mientes mejor? —le dijo intentando restarle importancia a sus desencuentros.
—No, quiero decir que aunque no eres…
—¿Guapa?, ¿femenina?, ¿sexy?, ¿libre de pecas?
—Mi tipo —acertó a decir—. Me pareces mucho más atractiva de lo que confesé esa noche.
—Es un alivio saberlo —dijo enfadada, eso ya lo sabía, ¡qué novedad! Se dijo. Como si yo estuviera interesada en ser su tipo—. Buenas noches, Lucas. De repente tengo mucho sueño.
La vio marcharse y supo que había vuelto a meter la pata, ¿qué narices le pasaba con esa mujer? Era cierto que Jimena no era para nada el tipo de mujer que le atraía, era lo opuesto a Anabel, y aun así, no podía quitarse ni de la cabeza ni de la piel el recuerdo de las pecas doradas que salpicaban su cremosa piel, como las estrellas relucientes que solo eran visibles de noche.
Con la excusa de salir a comprar pan, Jimena se levantó temprano, a pesar de haberse desvelado, y salió a la calle. Ese mismo día se quedaría sola en la casa, Lucas regresaba a Valencia. Ella se marcharía al día siguiente y todo volvería a la normalidad. Al menos, aparentemente, porque dudaba de su capacidad para olvidarse de él.
Le había costado semanas reconocer que le atraía y ahora debía hacer el mismo ejercicio pero a la inversa. Decidió impulsivamente, como hacía siempre que estaba alterada, que cuando estuviera en casa aceptaría la invitación de Bertram Mosel para salir a cenar. Su director se lo había pedido en varias ocasiones, aunque Jimena nunca había adivinado si lo hacía como amigo o en plan romántico. En cualquier caso, salir con Bertram la distraería de su atracción fatal.
El pueblo, habitualmente vacío presentaba un aspecto mucho más vivo y animado a pesar del frío, había niños en el parque de enfrente a la panadería, y mujeres cargadas con cestos de mimbre con comestibles. Aceleró el paso con la intención de evitar conversaciones y, en dos minutos, se plantó en la tienda de Eugenia.
Cuando entró el olor del pan y el calorcito del ambiente la hicieron sentir mejor.
—Buenos días, y dichosos los ojos. —Saludó—. Ayer no salisteis de casa en todo el día, ¿tocaba recuperar fuerzas? —Bromeó la panadera—. No sirve de nada que lo niegues, os vi marcharos de la fiesta muy acaramelados.
Jimena se quedó completamente en blanco, sin atreverse a mentir a aquella mujer a la que apenas conocía, pero que se había volcado con ella como muy poca gente lo había hecho a lo largo de su vida.
Eugenia, versada en atender clientes y adivinar sus reacciones, supo que algo andaba mal.
—Tomás, sal un momento, hombretón —llamó sin dejar de mirarla.
El panadero salió de la trastienda completamente vestido de blanco y con un gorro de pastelero en la cabeza. Jimena lo reconoció de la noche de Fin de Año, cuando la hornera se lo presentó como su marido.
—Buenos días. —Saludó con una sonrisa—. ¿Qué necesitas, Eugenia?
—¿Puedes quedarte a atender mientras Jimena y yo nos tomamos un cafelito?
—Claro que sí.
—No coquetees con las clientas, maridito mío, que te conozco —le dijo burlona.
Le guiñó un ojo y, poniéndose de puntillas, le plantó un beso en la mejilla, su marido aprovechó la oportunidad y le dio un pellizco en el trasero.
Jimena fingió no darse cuenta, sonriendo agradecida cuando Eugenia se giró en su dirección, necesitaba desahogarse con alguien y la mujer le inspiraba una confianza que no prodigaba casi nunca a nadie.
La trastienda estaba en el lado opuesto por el que había salido Tomás. Era una amplia habitación con una mesa camilla adornada con un mantel de flores azules, y cuatro sillas con cojines del mismo estampado. A la izquierda había una puerta que conducía a una pequeña cocina, y otra que Jimena imaginó que conectaba con la casa de la panadera, que vivía justo arriba del horno.
—Siéntate, voy a hacer café.
—No te molestes, Eugenia, en realidad no me apetece tomar nada.
—¿Qué ha pasado? Tienes mala cara.
—Ni siquiera sé porque te voy a contar esto, casi no te conozco —dijo con sinceridad.
—Por eso mismo, porque no me conoces. ¡Cuéntamelo y desahógate!
—Me he acostado con Lucas. —Se calló para evaluar su reacción, pero Eugenia se mantuvo impasible—. Y ahora estar cerca de él me incomoda.
—No veo porqué, todas las parejas tienen sexo, y tú no pareces de las que esperan a casarse para probar el pan.
—Sé que sabes que no somos pareja, no hace falta que sigas por ahí. —Le aclaró con los ojos brillantes de diversión.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó sin ningún viso de vergüenza.
—Con certeza, desde ahora mismo, que no lo has negado. Pero lo sospeché cuando le vendiste la moto a Lucas con lo de que era mejor llevar pareja a la fiesta en el bar para que las chicas le dejaran en paz.
Eugenia se rio con ganas y le explicó con todo lujo de detalles la razón del engaño: al parecer había creído que le estaba haciendo un favor. La primera vez que le preguntó sobre él cuando compró las rosquillas de anís y la tanteó sobre si eran novios, intuyó que ella sentía algo por él y que no estaba teniendo mucha suerte. Por eso pensó en invitarles a compartir las campanadas de Fin de Año con ellos, la pullita sobre las chicas que estaban interesadas era parte del plan para acercarles. Si él la usaba como escudo quizás acabaría robándole un beso y una cosa llevaría a la otra…
Un plan que, a fin de cuentas, había funcionado a la perfección.
—¿Haces esto normalmente?, ¿actuar de casamentera? —preguntó con curiosidad.
—Esto es un pueblo, Jimena. En algo tengo que ocupar mi tiempo. —Se rio—. Y tampoco es que haga daño a nadie.
—Deduzco que es un sí.
—Deduce lo que quieras, seguro que aciertas. —Concedió sin perder la sonrisa—. Si no hubieras venido acompañada, te habría presentado a Manuel, y te aseguro que mi sobrino no tiene nada que envidiarle a Lucas.
—¿Manuel? —Repitió Jimena, sorprendida por el comentario de Eugenia.
—Sí, el hijo de mi hermana. Pero ahora explícame dónde está el problema ese que crees tener, porque yo no lo veo. —Pidió Eugenia—. Se ve claramente que ese hombre te atrae.
Jimena se permitió explayarse en su explicación: comenzó contándole cómo le había conocido, lo que le había escuchado decir sobre ella y lo borde que había estado desde ese momento cada vez que se encontraban. Siguió explicándole su reacción cuando la vio en el pueblo en casa de su amiga Lorena, y cómo había intentado organizarle la vida poniéndole horarios, como si fuera una niña pequeña a la que había que educar. Para terminar relatándole lo dulce que había sido después, y lo confusa que se había sentido al despertar y no saber cómo actuar con él. Había supuesto que estaría arrepentido, pero tras fingir no recordar su noche juntos parecía dolido, y eso la confundía todavía más.
Eugenia escuchó en comprensivo silencio, solo intervino cuando resultó evidente que Jimena buscaba su opinión:
—Yo solo sé que no te miraba como si no le gustaras. Un hombre que no está interesado en una mujer no tiene ese brillo en los ojos cuando la mira. —Zanjó con seguridad.
—Eres una romántica. —Y sonó como una acusación.
—Lo soy, pero tú eres demasiado desconfiada.
—Es cierto, tuve que aprender a serlo. Mi madre murió cuando era una niña y mi padre nunca supo cómo tratarme, en realidad nunca se esforzó por aprender a hacerlo. Pasé unos años difíciles y, al final, aprendí a ser autosuficiente y a no dejar que la esperanza volviera a hacerme daño.
Eugenia asintió comprensiva:
—¿Todavía vive tu padre? —preguntó con tiento.
—Sí, pero apenas le veo. Ha rehecho su vida en otra ciudad y con otra mujer —explicó con tranquilidad—. Aunque sigo siendo su única hija… No ha tenido más hijos con su nueva esposa y creo que ha sido en parte por mí. La experiencia lo dejó saciado para siempre.
—Me asombra que te lo tomes tan bien.
—Al final acabas por aprender a no dejar que nada te importe, es mera supervivencia. —Confesó sin un atisbo de autocompasión.
—¿Y la mujer de tu padre?
—Es perfecta para él, tiene las mismas ganas de ser madre que él de ser mi padre. Apenas la conozco, se casaron cuando yo tenía veinticuatro años y ya no vivía con él, aunque es justo reconocer que las pocas veces que la he visto ha sido más amable conmigo que él. Se llama Lucía y es lo opuesto a mí o a mi madre, supongo que con los años su gusto ha cambiado de rumbo.
—¿Sabes? Creo que ya nos hemos ganado ese café. Voy a prepararlo.
En esa ocasión Jimena no lo rechazó.
***
Cuando regresó a casa una hora después se topó con Lucas bajando las maletas del piso de arriba. Llevaba una camiseta blanca de manga corta, a pesar del frío que hacía en la calle, manchada de hollín.
—¿Por qué estás tan sucio?
—He vaciado la chimenea para que no tengas que hacerlo tú —dijo al tiempo que bajaba la mirada a su ropa—; no me había dado cuenta, me he quitado el jersey para no estropearlo con los restos de leña quemada.
Dejó las maletas con cuidado en el suelo y se quitó la camiseta por la cabeza para cambiársela. Jimena sintió que sus piernas temblaban al ver los músculos de sus brazos tensarse mientras rebuscaba en su maleta algo que ponerse.
—Te vas a resfriar —dijo con las mejillas encendidas al recordar la sensación de sus fuertes brazos levantándola en vilo un instante antes de poseerla por completo.
Lucas levantó la vista de su maleta y se topó con la mirada ardiente de ella. Su cerebro comenzó a funcionar a toda máquina al mismo ritmo que su pulso.
—¿Recordaste algo de Nochevieja? —preguntó con suspicacia.
La mirada que le había lanzado iba más allá del deseo. Sus ojos parecían llamas ardiendo ante un recuerdo especialmente placentero.
—¿Por qué iba a hacerlo? —Contraatacó notando cómo se ponía más colorada.
Maldijo su piel clara que ponía en evidencia su vergüenza.
—A veces pasa. Las imágenes regresan cuando la resaca ya es historia.
—A mí no. Pero bueno, tampoco me he perdido nada importante, si fuera el caso estoy segura de que tú me lo habrías contado o de que yo lo recordaría.
—Sí, pienso lo mismo. Bueno, Jimena, me marcho. Mucha suerte en tu prueba o mucha mierda, lo que se diga en estos casos. —Le deseó a pesar de lo mal que le habían sentado sus anteriores palabras.
¡Había que joderse! Para él sí que había sido importante y ese era el punto que más le molestaba. ¿Por qué se sentía tan atraído por ella? ¿Cuándo había dejado de importarle que estuviera demasiado delgada o que tuviera tantas pecas?
—Gracias. No ha sido tan malo como había creído pasar estos días contigo. —Concedió Jimena.
—No, no lo ha sido.
Cogió de nuevo la maleta que había soltado para ponerse el jersey, pero antes de salir por la puerta se giró una vez más:
—Por cierto, ¿cuándo es? ¿Todavía tienes tiempo de ensayar?
¡Imbécil!, se dijo. No vas a presentarte en la prueba bajo ningún concepto, ¿qué más te da cuándo sea?
—El nueve a las nueve de la mañana en El Palau de la Música. Así que todavía me queda casi una semana para perfeccionar mi ejecución.
—Suerte, entonces. —Y se acercó hasta ella para darle un suave beso en la mejilla—. ¿Me aceptas un consejo?
—Claro —respondió sorprendida por la petición.
—Olvídate de Haydn y toca el concierto de Elgar, se te da infinitamente mejor.
—El que he estado preparando es el Concierto para Violonchelo y Orquesta N.º 1 en Do mayor de Haydn. Sería una locura cambiar ahora de partitura, pero prometo tener en cuenta tu opinión, quizás para la próxima ocasión.
—Eso ya es algo, cuando llegaste ni siquiera me habrías permitido hablar —dijo admirado por el cambio en su relación en unos pocos días de convivencia.
—Las cosas han cambiado.
—Sí, lo han hecho. Aunque no tanto como deberían.
Jimena no preguntó. Estaba al tanto de la respuesta.