Capítulo 8

Se removió en la cama notando la suave presión de un cuerpo sobre su espalda. Su primera reacción fue de pánico, pero un segundo antes de que comenzara a gritar, la imagen de un Lucas extremadamente cariñoso y desnudo invadió su mente, eliminando cualquier idea racional que pudiera tener en ese instante.

Durante más de un minuto se deleitó en los maravillosos recuerdos, tan vívidos que su cuerpo se estremecía como si todavía estuviera acariciándola, devorando cada centímetro de su piel con su boca perversa. Como si sus fuertes músculos aún la sostuvieran y la empujaran a dar más… Su piel dorada, el cabello despeinado y la sonrisa ladina con que la observaba cuando ella se abandonaba al placer.

No podía seguir negándoselo, todo en él la atraía. Lo había aceptado en el mismo instante en que le había permitido meterse en su cama; aunque bien mirado, antes le había permitido entrar en otros lugares mucho más íntimos…

Había comenzado a perder la cabeza en el bar, cuando él la besó para evitar que siguiera bebiendo, y terminó por perderla completamente cuando ni siquiera fueron capaces de llegar hasta el dormitorio, consumando el instante más placentero y sensual que había vivido nunca en medio de unas escaleras estrechas, frías e incómodas.

Se había acostado con Lucas, aun sabiendo que ni siquiera la encontraba medianamente atractiva.

El alcohol debía de haberle nublado el juicio también a él, y ahora ella tendría que enfrentarse a su desprecio cuando se despertara y se diera cuenta de lo que habían hecho. Conociéndole, ni siquiera estaba segura de que no la acusara de haberle emborrachado para ese fin, era demasiado consciente de su atractivo y muy poco modesto, además de dado a la exageración en lo que a su encanto se refería.

Desde el instante en que la conoció, Lucas dejó bien claro que no le interesaba como mujer en ningún aspecto. Había criticado su apariencia con dureza, y ahora iba a tener que enfrentarse a su cara cuando descubriera con quien había dormido.

¡Dios! Debía de estar realmente borracho ya que se había acostado con ella cuando peor estaba, hinchada y llena de ronchas rojas, que eran mucho más llamativas y exageradas que las pecas que él tanto detestaba.

El movimiento del durmiente la alteró todavía más, estaba a punto de despertarse y ella no sabía qué iba a hacer, cómo actuar. Cerró los ojos y se quedó inmóvil, intentando controlar el ritmo desenfrenado de su corazón, fingiendo que seguía profundamente dormida. Sus dedos escondidos bajo la almohada se movieron sigilosamente, produciendo esa música interior a la que recurría cuando quería calmarse.

Sintió como Lucas se desperezaba tras ella, y agudizó el oído para adivinar cada uno de sus movimientos. Un aliento cálido le rozó la oreja y notó su nariz tibia sobre la piel sensible de su cuello. Con delicadeza depositó un suave beso al tiempo que presionaba su erección contra su trasero. ¡No sabe que soy yo! ¡Es imposible! No lo sabe, no lo sabe… Se dijo convencida.

La habitación comenzó a dar vueltas a su alrededor, se sintió mareada por el deseo desgarrado que volvía a sentir en cada poro de su piel. Aturdida por las sensaciones, apretó los dientes para controlar los sonidos que pugnaban por salir de su garganta, ¿qué estaba haciendo ese hombre? ¿Seguía afectado por el alcohol de la noche anterior? ¿O es que no sabía quién estaba a su lado? Seguramente un poco de cada, decidió.

Lucas se resignó al comprobar que Jimena estaba profundamente dormida, había intentado despertarla con sutiles caricias pero no había reaccionado a ellas.

Se levantó de la cama sin insistir. Apenas habían dormido unas pocas horas en toda la noche, y la pobre debía de estar agotada tras su episodio de alergia, antihistamínicos y alcarreños.

La dejaría descansar, decidió poniéndose la camiseta de la noche anterior, la única prenda que había en la habitación. Los vaqueros debían de seguir en medio de la escalera, se había deshecho de ellos allí en su prisa por sentir el cuerpo tibio de Jimena.

La cabeza se le llenó con las imágenes de ella sentada a horcajadas en sus muslos, con el cabello suelto y los ojos brillantes… Incluso sus pecas se veían en esos instantes como una lluvia de estrellas doradas que cubría sus mejillas y su nariz respingona, en esos momentos incluso se hubiera detenido a contar cada una de ellas.

Abandonó sigilosamente el dormitorio de Jimena, con la intención de prepararle el desayuno. No quiso preguntarse por la causa de su excesiva amabilidad; él no era un hombre de detalles románticos. Cuando estaba con una mujer los dos sabían claramente cuáles eran sus intenciones, en cambio, con Jimena, todo se le había ido de las manos. Probablemente porque acababa de pasar la mejor noche de su vida. Literalmente.

Media hora más tarde, le escuchaba trastear en la planta baja, se levantó de la cama y comenzó a tocar su chelo interior, con un esfuerzo sobrenatural, resistió la tentación de tocar el instrumento físico, la idea de no alertar a Lucas la convenció.

—¿Qué vas a hacer, Jimena?, ¿cómo piensas salir de esta? —susurró, como si al hacer la pregunta en voz alta le fuera a llegar del mismo modo la respuesta.

Abstraída, pensando en su siguiente paso, se estremeció al sentir el perfume de Lucas cerca, su primera reacción fue tumbarse y fingir que dormía, entonces comprendió que provenía de su propia piel, que todavía guardaba la impronta de su cuerpo.

Cada vez más nerviosa y confusa, revisó el dormitorio y sus opciones. Se había acostado con él, no había vuelta de hoja. Ahora simplemente tenía que decidir cómo actuar, y debía tomar la iniciativa o él la destrozaría cuando le echara en cara lo poco interesado que estaba en repetirlo e incluso en recordarlo.

Una idea llevó a la otra y el pensamiento salvador iluminó su rostro ya deshinchado por el medicamento. Lo único que podía hacer para evitar el mal rato era fingir que no recordaba nada de lo sucedido. No había ninguna muestra del delito, puesto que Jimena tomaba la píldora. De manera que se habían dejado llevar, seguros de que su contacto no tendría consecuencias.

Además contaba con la vía de escape del alcohol, no era una locura que no fuera capaz de recordar lo sucedido la noche anterior, a muchas personas les ocurría que tras una borrachera importante les desaparecían los recuerdos. Era una opción verosímil, que iba a salvarla de la vergüenza de ser rechazada de nuevo.

El recuerdo de la conversación que había escuchado a hurtadillas entre Lucas y Rubén acudió de nuevo a su mente:

Vale que tiene un buen cuerpo, demasiado flaco, pero interesante. El problema es que tiene más pecas en la cara de las que soy capaz de contar. El color de sus ojos es bonito, pero son demasiado grandes para su rostro, igual que lo son sus labios, y su pelo… Ninguna mujer debería llevarlo tan desaliñado, es casi un sacrilegio.

Apartando de un plumazo la imagen, se centró en solucionar la papeleta con la que se había encontrado por dejarse llevar.

Entonces se dio cuenta de que su plan tenía un pequeño fallo, la humedad y la ligera molestia que notaba entre las piernas. Se levantó rápidamente de la cama y se dio una ducha relámpago que se llevó con ella el temor y la indecisión.

Cuando estuvo lista rezó todo lo que sabía para que Lucas no cayera en la cuenta del detalle; era un hombre, había muchas probabilidades de que no lo hiciera. Ocho minutos después se encontraba mentalizada para poner cara de póquer y fingir que la Nochevieja se había llevado con ella el año y sus recuerdos.

Cuando llegó a la planta baja, Lucas estaba en la cocina con el pelo húmedo, la habitación olía a café recién hecho y a mermelada de melocotón. Iba a entrar cuando él se giró como si hubiera notado su presencia:

—Buenos días, dormilona. ¿Has descansado bien? Ya no queda ni rastro de tu alergia.

Jimena se sorprendió por la calidez con la que la había recibido. Cuando le vio caminar hacia ella, se tensó.

—Buenos días, Lucas. —Repitió más bajito.

Él siguió acercándose a su cara, posiblemente con intención de besarla, pero Jimena se balanceó a la derecha evitando sutilmente el contacto.

—He dormido de maravilla, ni siquiera recuerdo cómo llegué a la cama. —Soltó ella de sopetón, cortando cualquier acercamiento que Lucas hubiera tenido intención de hacer.

—¿Perdón? ¿Qué dices que no recuerdas?

—Dime que no hice mucho el ridículo —respondió ella, obviando lo que él quería saber—. Bebí demasiado y no consigo recordar si lie alguna en el bar.

—¿Desde cuándo te importa tanto hacer el ridículo? —preguntó, dolido porque no recordara sus caricias.

Había evitado que la besara, y ahora comentaba como si nada que no recordaba lo que había sucedido entre ellos. ¿Dónde había quedado la Jimena dulce y apasionada que tanto había admirado?

—Creía que habíamos superado esa fase. —Tanteó ella.

Parecía que no había malinterpretado su gesto, realmente había planeado besarla, era lo único capaz de explicar su repentina hostilidad, eso y el ataque contra su ego.

—Yo también creía muchas cosas y parece que me equivoqué. Ahí tienes café recién hecho, que lo disfrutes, me voy a trabajar un rato.

—De acuerdo. ¿Te importa si ensayo después del desayuno?

—¿Desde cuándo me pides permiso?

—¿Desde que nos hicimos amigos? O al menos superamos nuestras diferencias. —Bromeó ella con la voz más aguda de lo normal por los nervios.

—Creo que es más bien la segunda opción. Nosotros no somos amigos —dijo alejándose en tres zancadas.

Jimena no supo cómo reaccionar, ¿estaba enfadado porque le había hecho creer que no recordaba lo sucedido entre ellos, o lo estaba precisamente por lo que habían compartido? Confusa e insegura por primera vez desde que era niña y aprendió que si se lo permitías, la vida dolía mucho, salió de la cocina buscando aquello que le proporcionaba la capacidad de seguir siendo ella misma a pesar de todo lo demás: la música de su chelo.

Estaba tan concentrada en los acordes que tenía los ojos cerrados y la mente perdida en aquel lugar personal al que le transportaba cada sonido que arrancaba a su instrumento. Solo cuando terminó la melodía se permitió abrirlos y regresar al mundo real.

Un mundo real del que en ese instante quería volver a escapar.

—¡Aaah! —Gritó, asustada por la araña negra y peluda que acaba de aparecer detrás de la silla que había frente a ella.

Tras el grito, escuchó los pasos de Lucas corriendo por la escalera antes de entrar de golpe en su dormitorio.

—Por Dios, ¿qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó preocupado, comprobando con la mirada que todo estaba en su sitio y que Jimena estaba perfectamente.

—¡Una araña! —dijo ella, señalando a la culpable de su chillido.

—¿Y qué? No va a comerte, eres demasiado grande para ella.

—No puedo soportarlas. —Confesó nerviosa por mostrar debilidad ante él.

Se había subido a la cama por si al bicho le daba por escapar, sosteniendo sobre sus piernas el chelo como si este pudiera defenderla.

—¿Y por qué narices llevas tatuada una en el vientre si tanto miedo te dan? —preguntó entre curioso y exasperado, mientras iba a deshacerse del bicho.

Jimena calculó cómo debía responder sin delatarse. Optó por la evasión, algo rápido y fácil:

—¿Cómo sabes tú eso?

—Creo que me lo dijo Lorena cuando intentaba venderme tus virtudes, no lo sé. En cualquier caso, responde. —Pidió él siguiendo la misma táctica evasiva.

—Lo hice como terapia pero, como ves, no ha funcionado. —Confesó avergonzada.

—¿Terapia?

—Sí, creía que al verla cada día sobre mi propia piel conseguiría acostumbrarme a ellas. Puede sonar estúpido, pero algunas terapias de choque son muy similares.

Se quedó callado observándola unos segundos que a Jimena le parecieron horas.

—No entiendo cómo consigues sorprenderme y descolocarme tanto. —Se quejó dándose la vuelta y abandonando la habitación.

Jimena se quedó con una pregunta atorada en la garganta:

—¿El comentario era un elogio o una crítica?