Jimena ignoró las miradas curiosas, de gente a la que no había visto nunca, y se preparó para la pregunta del millón que no tardó más de cinco minutos en llegar. La culpable fue la célebre y chismosa Pepa. Una mujer de la misma edad que Eugenia y con la misma cara pintarrajeada de su amiga, aunque en esta se veía mucho más exagerado.
—¿Te acabas de poner silicona en los labios? Los tienes muy hinchados —añadió como si hubiera descubierto la cura para el cáncer—, ¿duele mucho? Yo estoy pensando en…
Jimena desconectó y ni siquiera se molestó en explicarle que eran las consecuencias de una reacción alérgica a los frutos secos.
Desconectar de las conversaciones incómodas se le daba bastante bien, había aprendido a hacerlo cuando su padre se ponía en plan sermoneador. Tras la prematura muerte de su madre, habían sido él y su abuelo paterno quienes se habían encargado de criarla, y Vicente hijo, puesto que también estaba Vicente padre, era poco dado a preocuparse o interesarse por su hija. No obstante, de vez en cuando, en un arranque de culpabilidad, sermoneaba durante horas lo que había callado a lo largo de los meses.
El haber crecido con ellos era quizás la razón por la que amaba la música y se ocupaba tan poco de su aspecto. Ambos le habían inculcado su amor por el arte sin mostrarle cómo debía comportarse una muchachita, y Jimena habría hecho cualquier cosa por ser aceptada por ellos.
—Ya no es que sea doloroso, también es tremendamente caro… —Siguió monologando la Pepa.
Contra todo pronóstico fue Lucas quien acudió en su rescate, la mujer enmudeció en cuanto lo tuvo delante.
Con una sonrisa de comprensión, que no se había esperado encontrar en su rostro, le ofreció una de las copas que llevaba en la mano:
—¿Qué es? —preguntó oliendo el contenido del vaso.
—No preguntes, al parecer es algún tipo de bebida ilegal que prepara el alcalde. Creo que se llama alcarreño —explicó Lucas, centrando su atención en las ronchas rojas de la cara de Jimena y lamentando que cubrieran sus pecas.
Con incredulidad, ella se llevó la copa a los labios e inmediatamente dejó de sentir el molesto hormigueo en ellos.
—¡Madre mía! Esto es pura anestesia.
—Dijiste que necesitabas una copa —dijo él evaluando su reacción.
—¿Me has escuchado quejarme? —El desdén se notaba en su voz.
Él la miró fijamente antes de acercarse mucho a ella, la Pepa les observaba disimuladamente mientras fingía conversar con una chica joven que no le quitaba la vista de encima a Lucas.
—Recuerda que somos pareja, intenta ser un poquito más amable conmigo. —Le recordó con una sonrisa forzada y los ojos chispeantes.
—¿Por qué debería serlo? Has intentado envenenarme.
—Jimena. —Advirtió, enfadándose por el comentario.
No pudieron terminar la conversación porque Eugenia se unió a ellos entusiasmada con que hubiesen ido. Siguiendo con su farsa, Lucas le pasó el brazo por la cintura y la pegó a su costado.
Ella ahogó un gritito de sorpresa y… ¿Placer? No, seguramente solo sorpresa, se dijo con firmeza, nada de placer.
—Bonita, ¿qué te ha pasado?
—Es solo una reacción alérgica, mañana estaré bien. —Anunció cansada de dar explicaciones, e incómoda por la cálida sensación que le proporcionaba el brazo masculino a su alrededor.
—Piensa que ya tienes una anécdota más que contarles a tus hijos —comentó la panadera con dulzura—. Además mañana volverás a estar tan guapa como siempre.
Jimena estuvo a punto de atragantarse cuando escuchó a Lucas secundar la afirmación de Eugenia. Solo está fingiendo porque se supone que sois pareja, pero tú ya sabes lo que realmente piensa de ti.
Enfadada consigo misma por dejar que su opinión le afectara, más de lo que le había permitido nunca a nadie, le fulminó con la mirada y se alejó de allí sin ni siquiera despedirse de la buena mujer.
Tras perder la cuenta de los alcarreños que había tomado, la noche había pasado de desastrosa e incómoda a divertida y prometedora. El alcohol había conseguido que se olvidara de su cara hinchada, de que estaba a punto de examinarse para el puesto de primera chelista de la orquesta, en la que tocaba desde hacía tres años, de que en apenas unas horas comenzaría el concierto de año nuevo de la Filarmónica de Viena y de que ese año tampoco iba a estar entre los músicos que interpretarían La Marcha Radetzky, de Johann Strauss.
Entretanto, en la televisión comenzaron a sonar los cuartos y la gente reunida se quedó en silencio, pendiente de la pantalla colgada en la pared de Casa Toni.
Sin apartar la mirada del reloj de la Plaza del Sol, notó cómo Lucas se colocaba a su lado. Quiere continuar con la farsa de la pareja feliz, se dijo, ni siquiera le caigo bien, mejor dicho, a mí ni siquiera me cae bien. ¡Que no se te olvide, Jimena! Se instó.
Durante las doce campanadas que precedieron al cambio de año, se olvidó de todo y se centró en no atragantarse con las uvas, previamente peladas y sin pepitas.
Los gritos de Feliz Año inundaron el local, y unas manos la cogieron por la cintura con suavidad, pero con firmeza:
—Feliz Año Nuevo, Jimena.
—Feliz 2013, Lucas —dijo al tiempo que levantaba la copa que alguien le acaba de rellenar.
Tenerle tan cerca la desestabilizaba de un modo en el que no quería pensar. Su instinto le aconsejaba que huyera de él cuanto antes; su mente y su cuerpo, aletargados por el alcohol, parecían sentirse demasiado a gusto entre sus brazos.
—Cariño, no deberías beber más, has tomado medicamentos muy fuertes.
—Cielo —remarcó con retintín—, precisamente por eso necesito tomarme otra copa. ¿Todavía sigo hinchada?
Lucas asintió con la cabeza, incapaz de apartar la mirada de los ojos que tenía enfrente.
—Pues eso —dijo zanjando la discusión—. ¡Brindemos por el año que entra!
Lucas sabía que nada de lo que dijera iba a conseguir que Jimena dejara la bebida, y tampoco podía arrebatársela a la fuerza sin montar un número en el bar, así que hizo lo primero que se le ocurrió para que dejara de beber, volvió a cogerla por la cintura, la pegó a su cuerpo, bajó la cabeza hasta rozar nariz con nariz y la besó. Sin duda una forma poco ortodoxa de alejarla del alcohol, pero efectiva. Muy efectiva.
Jimena sintió que sus rodillas se doblaban como plastilina del mismo modo que sus labios se amoldaban a los de Lucas. Sin embargo, a pesar de los alcarreños, su mente se esforzó en buscar una causa distinta a la atracción. La parte práctica de su cerebro se rebelaba ante la cada vez más cercana posibilidad de sentirse atraída por él. Algo estúpido teniendo en cuenta la opinión que Lucas tenía de ella y que había escuchado de sus propios labios. Debía de haber una causa diferente a su exagerada reacción ante el beso que estaba recibiendo.
Vale que Lucas supiera besar, y vale que sus manos estuvieran marcando a fuego su piel a pesar del vestido que la cubría, pero ella ya había decidido que él no le caía bien. Y que bajo ningún concepto podía gustarle.
Su discernimiento dejó de funcionar con normalidad cuando estiró los brazos y rodeó su cuello con ellos, definitivamente el calor que sentía por todo el cuerpo era fruto del alcohol consumido y no de la pericia con que estaban besándola, así que iba a aprovechar el instante todo lo que pudiera, segura de que el efecto que le hacía desearle con pasión se pasaría junto con la borrachera.
Llegar a casa había sido difícil y complicado, sobre todo porque ninguno de los dos parecía dispuesto a despegarse de la boca del otro, ni siquiera para coger aire o agilizar el camino.
Lucas abrió la puerta con la mano derecha hundida en el suave cabello dorado. A trompicones entraron en la casa y del mismo modo se deshicieron de las chaquetas. Jimena separó sus bocas y le tomó de la mano para subir las escaleras, ansiosa por llegar al dormitorio. No obstante, no llegaron muy lejos, él tenía otros planes más inmediatos que requerían de su atención.
Subió cuatro escalones con ella a remolque y se sentó en uno de ellos, instándola a que hiciera lo mismo.
—No te pongas tan lejos, —pidió cuando ella se sentó a su lado— mejor ponte aquí.
Su sonrisa traviesa le indicó a Jimena dónde se refería con el aquí.
Ella sonrió con picardía y aceptó el reto. Olvidándose de su cara hinchada, de sus labios siliconados, y de lo mal que le caía ese hombre, con unos movimientos sensuales que ni siquiera sabía que poseía, se sentó a horcajadas sobre su regazo.
La reacción de su cuerpo al sentir la presión de los duros muslos sobre los suyos, apenas cubiertos por unas medias, fue volcánica. Notó cómo se derretía sobre él, cómo saltaban por los aires todas las defensas que había construido a su alrededor desde el mismo instante en que le había conocido.
Lucas enterró la nariz en su cuello, entretanto sus manos se deslizaban por sus piernas, y se abrían paso a través de las finas medias, que desgarró dominado por el ansia de cubrir con caricias la piel femenina.
—Dios, ¡qué bien hueles! —murmuró sobre sus labios.
Sintiéndose osada y sensual, Jimena se contoneó sobre su mullido asiento, logrando con ello arrancarle un gruñido a Lucas que la observaba entre dolorido y admirado.
Levantándola ligeramente, se deshizo de los pantys, dejaron de interponerse, y siguió rasgando el fino tejido hasta deshacerse de ellos por completo.
Las manos de ella buscaron la pretina de los vaqueros, entre jadeos y necesidad. Lucas se los bajó hasta los tobillos, trastabillando con Jimena en brazos en el estrecho escalón. Una vez que sintió piel contra piel, su quebradizo control voló por los aires con una pasión que ninguno recordaba haber sentido antes. Sin permitirse pensar, se lanzó a devorar su boca: sus dientes mordisquearon los labios que besaba, para darse el gusto de calmarlos después con la lengua, trazando húmedas caricias sobre la piel enrojecida.
Su erección presionaba sobre el centro femenino y Jimena siguió contoneándose sobre ella, ansiosa por recibir sus atenciones.
—Para, cariño. Tienes que parar ahora o vas a hacerme quedar mal —murmuró paseando la nariz por sus clavículas en una caricia que sirvió para acelerarle todavía más el pulso, el aroma de Jimena le tenía totalmente cautivado.
La respuesta de ella fue balancearse sobre él, rotando las caderas, presionando y friccionando al mismo tiempo sobre la dureza ardiente que sentía palpitante debajo de ella.
Lucas la asió por la cintura y la levantó, dejándola suspendida sobre su necesitado cuerpo. La risa de Jimena sonó sensual y juguetona, sabedora de que lo tenía justo donde ella quería.
—¿No me digas que me tienes miedo? —preguntó con la mirada clavada en sus ojos.
Como respuesta a su provocación la posicionó sobre su miembro y se hundió en ella de una única acometida certera y profunda.
—¿Por qué no lo haces ahora? —preguntó clavándole los dedos en las caderas para instarla a moverse.
Consciente de que ella tomaría sus palabras como un desafío, acalló alguna posible réplica con un beso abrasador que fundió cualquier opción de pensamiento coherente de ambos. Afianzando los pies en el escalón sobre el que estaba sentado Lucas, Jimena comenzó a moverse, marcando un ritmo incendiario, que les hizo separar sus bocas para poder respirar. Lucas le quitó el vestido sin muchos miramientos, que salió disparado escaleras abajo, y se deshizo del sujetador para atrapar suavemente con los dientes un pezón rosado que torturó entre gruñidos posesivos y golosos.
Perdida en las sensaciones que invadían su cuerpo Jimena aumentó el ritmo aferrada a los fuertes hombros de Lucas, clavándole las uñas, absorbida por el placer.
El clímax no tardó en llegar, explosivo y demoledor; les dejó exhaustos y jadeantes. Aún desfallecidos, buscaron el aliento que les faltaba en la boca del otro.
Lucas se levantó del escalón sin separarse de ella, deliciosamente extenuada, y se encaminó hasta el dormitorio más cercano.
—No te duermas. Todavía no he acabado contigo —murmuró aún exánime.
—Imagino que lo que quieres decir es que yo no he acabado contigo, todavía. —Contraatacó levantando la cabeza de su hombro para mordisquearle el lóbulo de la oreja.
—Eso es exactamente lo que quería decir. —Aceptó él, acelerando el paso.