La música le había ayudado a relajarse mentalmente, pero necesitaba descargar la tensión de su cuerpo de otro modo. Uno que relajara sus músculos contracturados y despejara su cabeza de hombres atractivos con delantal.
Con decisión, abrió el armario en el que había guardado sus pertenencias, tomó una toalla, su neceser y se encaminó hacia el único baño de la casa, descalza con unos gruesos calcetines y el chándal.
Una vez en el aseo, abrió el grifo del agua caliente y dejó que corriera casi ardiendo, al tiempo que se desnudaba y se metía en la bañera, suspirando al sentir el chorro sobre su cabeza, sus hombros…
Alargó el brazo y tomó el champú para lavarse el cabello, masajeaba el cuero cabelludo con dedos firmes mientras su perfume afrutado colaboraba relajando la tensión acumulada en los tres días que llevaba en Alcolea.
Durante unos minutos se deleitó con la maravillosa sensación de calor que relajaba sus músculos. Su piel había empezado a arrugarse cuando se decidió a salir de debajo del agua. Apartó la cortina de plástico, adornada con nenúfares, y asió la toalla que había dejado sobre la tapa del inodoro. Comenzó secando su cabello para terminar envolviéndose el cuerpo con ella. Iba a vestirse cuando se dio cuenta de que no había llevado consigo la ropa.
Con un suspiro exasperado plegó el chándal, la lencería y los calcetines sucios y los dejó en el mismo sitio en el que había dejado el resto de sus cosas.
Se lavó los dientes, se peinó y salió del baño ataviada solo con la toalla. El suelo estaba tan frío que sentía cómo se le encogían los dedos de los pies. Aceleró el paso mirándoselos, cuando se dio de bruces contra algo duro y muy caliente.
—Qué demonios… —murmuró, sintiendo dos manos aferrarse a sus caderas.
—Lo siento, no miraba por donde iba. —Se disculpó incómoda por su semidesnudez.
—Pareces un perro mojado —le dijo, con una sonrisa cariñosa—. Vístete antes de que te resfríes.
—Ya puedes olvidarte de que te invite a más rosquillas. —Bromeó para disimular lo mal que le había sentado el comentario.
—¿Por preocuparme de tu salud? —Inquirió desconcertado.
—¿Perro mojado?
—¿Un precioso perro mojado?
—Buen intento. —Alabó su rápida reacción—. Pero ya no cuela.
Sin añadir nada más, esquivó su cuerpo y siguió caminando hasta su dormitorio, inconsciente de la erección que pugnaba por abrir un agujero en los pantalones de Lucas.
Este agachó la cabeza y se miró la entrepierna, sin duda tenía vida propia y no seguía ninguna lógica. Jimena no era su tipo, de acuerdo que no era tan odiosa como había pensado tras sus desencuentros en la librería, en el fútbol… Y que tenía un cuerpo tentador, pero de ahí a la reacción que le provocaba había por lo menos… Un océano.
***
—Wow, cuánta razón tenía la Pepa. Chico, eres guapísimo —dijo una voz en la puerta cuando Lucas fue a abrir, unas horas después del choque.
Jimena supo inmediatamente quién era su visitante. Con una sonrisa salió de la cocina, en la que prácticamente vivían desde que su forzado compañero había invadido el salón con sus proyectos, y saludó a la mujer.
La expresión de incomprensión de Lucas era tan evidente como la de admiración de Eugenia. En un arranque de compasión, Jimena asumió el control de la situación.
—Lucas, esta es Eugenia, la panadera. —Y añadió con una sonrisa pícara—: La que hizo las rosquillas de anís que tanto te gustaron.
En seguida las dotes seductoras de él se pusieron en marcha como un engranaje bien engrasado.
—Eugenia, encantado de conocerte. He de confesarte que tus rosquillas de anís son las mejores que he probado nunca.
La mujer rio, complacida por el cumplido.
—Me da en la nariz, Lucas, que eso se lo dices a todas.
—Te aseguro que eres la única —respondió con voz melosa.
—Seguramente porque mis rosquillas son las primeras que has probado. —Adivinó Eugenia sin perder la sonrisa.
—Ahí me has pillado.
Jimena siguió la conversación en silencio, Lucas se veía diferente mientras hablaba con la panadera, estaba relajado y mucho más cómodo con esa mujer que acababa de conocer de lo que nunca había estado con ella, aunque siendo justa su relación estaba cambiando.
Invitaron a Eugenia a tomar café con ellos, todavía sin conocer el motivo de su sorprendente visita. Se sentaron en la mesita de la cocina donde habían estado desayunando y hablaron de lo concurrido que estaba el pueblo durante las Navidades, la Semana Santa y el verano, mientras que el resto del tiempo vivían las mismas familias de siempre.
Finalmente Eugenia se decidió a exponer el motivo de su visita, que no era otro que invitarles a la fiesta de Nochevieja que iban a celebrar en el único bar, y a la que asistía el pueblo al completo.
—No podéis negaros. Sé que no tenéis televisión y hay que tomarse las uvas de la suerte para tener un buen año.
—Eso es cierto —comentó Lucas mirando a Jimena—. Las uvas atraen a la suerte.
Un escalofrío le recorrió la espalda, ¿estaba pidiéndole que le acompañara? ¿Iría él solo si ella se negaba? Entonces se dio cuenta de que no quería comprobarlo, el que le importara su opinión le había gustado demasiado como para tentar a la suerte.
—Sí, supongo que sí. Yo siempre he tomado las uvas en Nochevieja y al día siguiente he escuchado el concierto de Año Nuevo desde Viena —dijo con el ánimo tocado al recordar el concierto. Cada año que pasaba se prometía que al siguiente formaría parte de ese momento, que experimentaría la sensación de tocar en una de las mejores orquestas del mundo, quizás la mejor. Pero jamás cumplía con ello.
—¿Qué concierto es ese? —preguntó Eugenia.
—Es que Jimena es chelista —explicó Lucas con amabilidad—. La música es lo que más le importa.
Ella se sorprendió de que se hubiera dado cuenta, pero también de que lo hubiese dicho con tanta naturalidad, sin dobles sentidos ni burlas veladas.
—¿Más que tú? —preguntó Eugenia asombrada—. Pues perdona que te diga, preciosa, pero estoy segura de que si yo tuviera un novio así lo demás me iba a importar más bien poco.
—¿Novio?
—Bueno Lucas, ¿tú también con lo mismo?, novio, amigo con derecho a roce… Yo qué sé cómo lo llamáis ahora.
—Pero es que… —Comenzó Lucas con intención de aclarar el malentendido.
—Pues menos mal que has venido acompañado porque si no la Nochevieja iba a ser un infierno para ti, las tienes a todas locas por conocerte. ¡Chico! Eres nueva mercancía y por aquí se ve poco de eso, lo que me extraña es que no se haya pasado ninguna por casa con alguna excusa para verte de cerca.
—Nosotros no… —Intentó explicar Jimena ante el repentino silencio de Lucas.
—Nosotros no faltaremos, ¿verdad, cariño? —Zanjó él, pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola hacia su cuerpo.
Un estremecimiento sacudió a Jimena con tanta fuerza que estuvo segura que tanto Eugenia como Lucas lo habían notado. Como respuesta este la acercó más, asiéndola por la cintura con delicadeza.
—Eso es estupendo. Os esperamos después de cenar. Ahora me voy que tengo que despachar pan.
Y tras conseguir su propósito se marchó de allí con una enorme sonrisa de satisfacción. ¡Cómo estaba el mozo!, no había duda de que la Pepa tenía buen gusto, y la verdad era que hacían muy buena pareja.
Todavía no había cerrado la puerta tras de sí cuando Lucas la soltó y le preguntó a Jimena el motivo por el que la panadera creía que eran pareja.
—La verdad es que no tengo ni la más remota idea. Supongo que no concibe que estemos aquí juntos sin tener algún tipo de relación. Después de todo vive en un pueblo, rodeada de gente mayor. No sé por qué te extraña —comentó sin ningún tipo de remordimientos ante la mentira. Se mordió la lengua inmediatamente después para no sobreactuar, mentir se le daba fatal, por no hablar de que todavía estaba alterada por el abrazo.
—Bueno, en cualquier caso que lo pensara me ha permitido salvar el pellejo. No tengo ganas de rechazar a nadie.
—Veo que eres muy modesto. —Censuró Jimena.
—Solo repito lo que ha dicho Eugenia. Además no tienes por qué preocuparte, lo único que tienes que hacer es sonreírme y darme algún besito para que sea creíble que somos novios.
Jimena abrió mucho los ojos, sorprendida por el último comentario.
—¿Estás loco?
Lucas estalló en risas al ver su reacción.
—Si no fuera porque mi ego es excelente, como todo lo demás —añadió con intención de provocarla—, realmente me sentiría insultado.
—Tal vez deberías.
—Jimena, Jimena… ¿realmente crees que me engañas con esa actitud beligerante? Estoy seguro que has pensado en besarme unas cien veces desde que estamos aquí, me miras constantemente la boca.
—¿Qué? ¿Yo? —E inevitablemente, tras su comentario, fijó la mirada en sus labios.
Lucas volvió a reír. Disfrutando del efecto que provocaban sus bromas en Jimena.
—Eres la persona más divertida que he conocido nunca.
—Lástima no poder decir lo mismo de ti —comentó ella, todavía ofendida por sus burlas.
Lucas ignoró su malhumor.
—Por cierto, ¿qué era eso que tocabas ayer? No sonaba como lo que has estado ensayando.
—¿Me escuchaste?
—Era imposible no hacerlo.
—Me sorprende que no vinieras a regañarme. —Le pinchó.
—He descubierto que tu música me inspira —lo dijo con sarcasmo, pero no era mentira, las palabras eran más veraces de lo que hubiera deseado—. Pero solo cuando tocas lo que ensayaste ayer.
—Lo que escuchaste fue el Concierto para Violonchelo en Mi menor, Op. 85 de Elgar, una de mis piezas favoritas. Lo que me sorprende es que la distinguieras de Concierto para Violonchelo y Orquesta N.º 1 en Do mayor de Haydn que es la que practico para la prueba.
—Mala elección —le dijo él al tiempo que se encaminaba de nuevo a la cocina—. La otra se te da mucho mejor.
Jimena rechinó los dientes. No, si al final iba a resultar que también era un experto en música.
***
Tras pasar un día sin disputas en el que incluso reinó el buen ambiente, por fin llegó la Nochevieja y Lucas, como agradecimiento por el desayuno y, aunque no lo dijo, Jimena supo que iba implícito, por respetar el horario de trabajo, preparó la cena y vació la mesa del salón para que pudieran despedir el año mucho más cómodos.
La invitación de Eugenia consiguió que Jimena se arreglara con esmero e incluso se maquillara. Se alisó el cabello rubio y se lo dejó suelto, dejando atrás su coleta despeinada. Lo mismo que pasó con sus vaqueros y sus deportivas que quedaron en la maleta en favor del vestido de punto rojo, que sin saber muy bien por qué, había metido en el equipaje en un momento de inspiración y las botas negras de tacón, regalo de cumpleaños de Patricia, que completaron su look de fiesta.
Cuando por fin se decidió a bajar se encontró con Lucas recién duchado, con el pelo todavía húmedo y con el olor tentador de su after shave activando sus glándulas salivares. Se le hacía la boca agua solo con olerlo, literalmente.
El delantal que llevaba no le restaba nada de atractivo, ahí estaba: removiendo una cazuela y siendo el hombre más sexy que Jimena había visto jamás.
En agradecimiento por el desayuno se había ofrecido a preparar la cena de Nochevieja. Y por lo bien que olía, se había arreglado bien con los ingredientes poco sofisticados que habían podido conseguir en el pueblo.
—¡Qué bien huele! —comentó entrando en la cocina.
Lucas se quedó callado mientras la recorría de arriba abajo con la mirada. Su expresión era una mezcla de asombro y de aprobación.
—¿Te has hecho algo en el pelo? —interrogó con el ceño fruncido, gesto que indicaba que estaba concentrándose en algo—. Te veo distinta.
—Voy a poner la mesa —dijo, y salió de la cocina dejándolo perplejo al verla marcharse precipitadamente, sin contestarle y que estuviera tan atractiva. Había hecho falta que se quitase las zapatillas y se pusiera un vestido para que Lucas reconociera que Jimena podía ser muchas cosas, pero poco agraciada no entraba en la lista.
Mientras él pensaba en su cambio, Jimena se sentía tonta, sus dedos acariciaron las cuerdas invisibles de su chelo, al tiempo que intentaba ordenar sus pensamientos.
No había razón para estar fastidiada, de hecho no debía importarle que Lucas no se hubiera dado cuenta de lo fantástica que estaba esa noche, ya que ella no se había pasado más tiempo del que acostumbraba a dedicarle a su apariencia, arreglándose para que él la halagara.
La única razón por la que iba así vestida era porque en esa noche simbólica había que comenzar el año que entraba con buen pie.
El sabor de la comida era tan delicioso como su aroma. El pollo estaba tan tierno que se deshacía en la boca.
La boca… Jimena se llevó la mano a los labios tanteándolos, sentía un conocido hormigueo en ellos.
—¡Mierda! ¿Esto que lleva?
La expresión de terror de Jimena desconcertó a Lucas.
—Lo típico, pollo, vino, nata y picadillo de almendras…
No le permitió seguir con la receta, abrió los ojos desmesuradamente y habló a voz en grito:
—¡Soy alérgica a los frutos secos! ¡Mi neceser, necesito mi neceser!
—¡Dios mío! No lo sabía. —Se lamentó levantándose con tanta rapidez que tumbó la silla al hacerlo.
Pero Jimena no se paró a responder, sabía que cuanto antes se medicara menor sería la reacción, de modo que salió corriendo escaleras arriba en busca de su neceser. Escuchó los pasos de Lucas tras ella, pero cerró la puerta de su dormitorio para impedirle el paso. Conocía a la perfección cuáles eran las consecuencias que traía consigo comer frutos secos. De hecho siempre iba preparada con el tratamiento para la alergia, porque la mayoría de las salsas los incluían.
Si hubiera ingerido algo más que un trocito de pollo, habría salido disparada hacia el hospital. Dado que no era el caso, con sus antihistamínicos sería suficiente. ¡Menuda noche me espera!
Después de tomarse las pastillas se sentó en la cama, lo más alejada posible del espejo que había sobre la cómoda, ya que no le hacía falta ver su reflejo para saber el aspecto que tenía en ese instante.
Suspiró resignada y se levantó muy digna. Lucas no le interesaba lo más mínimo, lo tenía claro. Además si ya creía que era fea, qué más daba que la viera en todo su esplendor, su opinión no podía ser peor de lo que ya era. Cruzó los dedos para que esta vez tuviera más tacto, si se pasaba un pelo con ella no podría controlar su lengua viperina e iban a terminar el año de muy malas maneras.
Bajó las escaleras con calma, midiendo cada paso que daba, él estaba parado al final de ellas, con arrugas de preocupación surcándole el ceño, sin embargo, su expresión cambió en cuanto la tuvo en frente.
—¡Dios! Pareces un globo. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
No ha sido tan malo, se dijo, y parece realmente preocupado.
—Muchas gracias por tus palabras. Eres tan amable que has conseguido que me sienta mejor.
—Será mejor que no vayamos al bar esta noche. —Propuso con delicadeza.
—¿Por qué? ¿Te da vergüenza que te vean conmigo?
Lucas aguantó el golpe bajo y por una vez se calló la réplica que tenía en los labios.
—Si quieres ir, iremos. La única razón por la que lo he sugerido ha sido por tu propia comodidad.
—Perfecto, me alegra que me tengas tan en cuenta. Porque quiero ir, necesito varias copas. ¿Sabes eso que dicen que tras varias rondas cualquiera es una supermodelo? Pues necesito todas esas copas antes de volver a enfrentarme a mi reflejo.
—Creía que no te importaba tu aspecto.
Ella arqueó una ceja y él se sintió obligado a explicarse.
—Me refiero a que prefieres vestir cómoda a sofisticada. Por eso creía que no le dabas importancia.
—Tu explicación me parece razonable.
—Suelo serlo. —Se defendió—. Normalmente no insulto a la gente por placer. De hecho se podría decir que no insulto a la gente.
—Pues parece que en eso coincidimos. —Zanjó la conversación, dándose la vuelta y dejándolo solo al pie de las escaleras.