A la señorita Fanny Catharine Austen[31]
Mi querida sobrina:
Como la gran distancia que separa Rowling de Steventon me impide asumir personalmente tu educación, la cual imagino que correrá a cargo de tu padre y de tu madre, creo mi deber particular evitar en la medida de lo posible que sientas la falta de mis enseñanzas personales, dirigiéndote por escrito mis opiniones y admoniciones sobre la conducta de las jóvenes, que encontrarás expresadas en las siguientes páginas.
Tu amante tía,
La autora.
LA MUJER FILÓSOFO
UNA CARTA
Mi querida Louisa:
Tu amigo, el señor Millar, nos vino a visitar ayer, de camino a Bath, adonde se dirigía por motivos de salud. Dos de sus hijas viajaban con él, mientras la mayor y los tres niños se han quedado con su madre en Sussex.
Aunque siempre me habías dicho que la señorita Millar era extraordinariamente guapa, nunca mencionaste la belleza de sus hermanas, y realmente son muy bonitas.
Permíteme que te las describa: Julia tiene dieciocho años y posee un semblante en el cual la modestia, la inteligencia y la dignidad se combinan de manera muy afortunada; también su figura es un regalo de gracia, elegancia y simetría a un tiempo. Charlotte tiene solo dieciséis años y es más baja que su hermana, pero, aunque su figura no alcanza la dignidad natural de la de Julia, tiene unas redondeces que, de manera distinta, poseen un estimable encanto. Es bonita y la expresión de su cara es de la más cautivadora dulzura en ocasiones, y de la más sorprendente vivacidad en otras. Parece tener un ingenio extraordinario y un inalterable buen humor. Su conversación, durante la media hora que pasaron con nosotros, estuvo repleta de salidas, chascarrillos y repartées muy ingeniosos, mientras la inteligente y amable Julia pronunció reflexiones morales dignas de un corazón como el suyo. El señor Millar responde perfectamente al retrato que me había hecho de él. Mi padre le recibió con una mirada afectuosa, un apretón de manos y un beso amistoso que eran muestra de la alegría que sentía al contemplar a un viejo y querido amigo del cual, por distintas circunstancias, había estado separado durante casi veinte años. El señor Millar comentó (y muy bien, por cierto) que eran muchos los acontecimientos que habían sucedido en la vida de ambos durante aquel intervalo de tiempo, lo cual dio ocasión a la encantadora Julia de hacer algunas reflexiones profundísimas sobre los numerosos cambios que aquel largo período de tiempo había operado en sus situaciones, sobre las ventajas de unos y las desventajas de otros. De este tema pasó a hacer una breve digresión sobre la inestabilidad de los placeres humanos y sobre la incertidumbre de su duración, lo cual la llevó a comentar que todas las alegrías terrenales deben ser imperfectas. Se disponía a ilustrar esta doctrina con ejemplos de las vidas de grandes hombres, cuando el coche llegó a la puerta y la amable moralista, junto con su padre y su hermana, se vio obligada a abandonar la casa, no sin prometer que a su regreso pasaría cinco o seis meses con nosotros.
Por supuesto te mencionamos en la conversación y te aseguro que todos hicimos justicia a tus múltiples cualidades. «Louisa Clarke —dije yo— es en general una niña muy agradable, aunque algunas veces su buen humor se ensombrece por el mal genio, la envidia y el desprecio. No carece de inteligencia y posee cierta belleza, pero estas son tan insignificantes que el valor que concede a sus encantos personales y la adoración que espera obtener por ellos son a un tiempo un sorpendente ejemplo de su vanidad, de su orgullo y de su tontería».
Eso fue lo que dije y, en mi opinión, todo el mundo añadió peso a este juicio con comentarios propios.
Afectuosamente,
ARABELLA SMYTHE.
PRIMER ACTO DE UNA COMEDIA
Personajes.
«Pistola», «Maria», «Charles»,
«Pistoletta», «Postillón», «Posadera»,
«Coro de yunteros», «Cocinera»,
«Strephon», «Cloe».
(ESCENA EN UNA POSADA).
Entran la posadera, Charles, Maria y la cocinera.
POSADERA.— (a Maria). Si los aristócratas del León[32] quieren camas, enséñales la número 9.
MARIA.— Sí, señora.
POSADERA.— (a la cocinera). Si los honorables de la luna piden el menú, dáselo.
COCINERA.— Así lo haré, así lo haré.
POSADERA.— (a Charles). Si las damas del Sol hacen sonar la campana, ve a ver qué quieren.
CHARLES.— Sí, señora.
Salen cada uno por su lado.
La escena se desarrolla ahora en la luna, donde aparecen Pistola y Pistoletta.
PISTOLETTA.— Dime papá, ¿falta mucho para Londres?
PISTOLA.— Mi niña, mi amor, favorita de todos mis hijos, retrato de su pobre madre, que murió hace dos meses, con quien me dirijo a la ciudad para casarla con Strephon y a quien pretendo dejar todos mis bienes, faltan siete millas.
La escena se desarrolla ahora en el Sol.
Entran Cloe y el coro de yunteros.
CLOE.— ¿Dónde estoy? En Hounslow. ¿Hacia dónde me dirijo? Hacia Londres. ¿A hacer qué? A casarme. ¿Con quién? Con Strephon. ¿Quién es él? Un joven. Pues bien, cantaré una canción.
Canción.
«Cuando a la ciudad llegue,
y del coche me apee,
con Strephon me casaré.
Lo cual estará muy bien.
CORO: Muy bien, muy bien, muy bien,
Lo cual estará muy bien».
Entra la cocinera.
COCINERA.— Aquí está el menú.
CLOE.— (leyendo). Dos patos, una pierna de buey, una perdiz apestosa[33] y una tarta… Tomaré la pierna de buey y la perdiz.
Sale la cocinera.
CLOE.— Y ahora cantaré otra canción.
Canción.
«A cenar me dispongo,
y de mi figura no respondo.
Oh, circunstancia feliz.
Si Strephon estuviera aquí,
porque me trincharía la perdiz,
si fuera de carne dura.
Coro: Dura, dura, dura,
Porque me trincharía la perdiz,
si fuera de carne dura».
Salen Cloe y el coro.
La escena se desarrolla ahora en el interior del León.
Entran Strephon y Postillón.
STREPH.— Me has traído de Staines a este lugar, desde donde es mi intención partir a la ciudad para casarme con Cloe. ¿Cuánto te debo?
POST.— Dieciocho peniques.
SREPH.— ¡Ay, amigo mío, solo tengo una falsa guinea con la que pretendo atender mis gastos en la ciudad! Pero a cambio puedo darte una carta sin dirección que recibí de Cloe.
POST.— Acepto su oferta, señor.
Fin del primer acto.
CARTA DE UNA JOVEN DAMA
CUYOS SENTIMIENTOS, DEMASIADO INTENSOS PARA RAZONAR, LA LLEVARON A COMETER ERRORES QUE SU CORAZÓN NO APROBABA
Muchas han sido las preocupaciones y vicisitudes de mi vida pasada, querida Ellinor, y el único consuelo que tengo ante tanta amargura es que, al examinar detenidamente mi conducta, estoy convencida de que las he merecido todas.
Maté a mi padre cuando era muy pequeña, después maté a mi madre, y ahora me dispongo a asesinar a mi hermana. He cambiado tantas veces de religión que en estos momentos no tengo ni idea de si me queda alguna. He actuado como testigo perjuro en todos los juicios públicos que se han celebrado en los últimos doce años y he falsificado mi propio testamento. En resumen, no hay un solo crimen que no haya cometido. Pero ahora pretendo reformarme. El coronel Martin, de la guardia montada, me ha estado cortejando y pensamos casarnos en unos días. Como nuestro noviazgo ha sido un tanto particular, te haré un relato sobre él.
El coronel Martin es el segundo hijo del difunto sir John Martin, quien murió siendo inmensamente rico. No obstante, legó solo cien mil libras a sus tres hijos menores y el resto de su fortuna, unos ocho millones, al presente sir Thomas. Con esta miseria, el coronel llevó una vida tolerablemente moderada durante casi cuatro meses, pasados los cuales se le metió en la cabeza hacerse con todos los bienes de su hermano mayor. Se falsificó un nuevo testamento y el coronel lo llevó al tribunal, pero nadie salvo él pensó que se tratara del testamento verdadero y, como había jurado en falso tantas veces, nadie le creyó.
Sucedió que en aquel momento pasaba yo por la puerta del tribunal, y fui llamada por el juez, quien dijo al coronel que era una dama siempre dispuesta a prestar cualquier servicio por la causa de la justicia y le aconsejó que me pidiera ayuda. En resumen, el asunto se solucionó en seguida. El coronel y yo juramos que se trataba del testamento verdadero, y sir Thomas se vio obligado a devolver la fortuna que había conseguido por medios licenciosos. En agradecimiento, el coronel vino a visitarme al día siguiente y me ofreció su mano. Ahora me dispongo a asesinar a mi hermana.
Tu fiel,
ANNA PARKER
UN VIAJE A TRAVÉS DE GALES
EN CARTA DE UNA JOVEN DAMA
Mi querida Clara:
Me he dedicado a vagabundear tanto tiempo, que me ha sido imposible agradecerte tu carta hasta ahora.
El lunes hará un mes que salimos de nuestro querido hogar y emprendimos viaje hacia Gales, un principado contiguo a Inglaterra que da nombre al título del príncipe de Gales. Viajamos casi todo el tiempo a caballo. Mi madre montaba un pequeño póney y Fanny yo caminábamos a su lado, o mejor, corríamos, porque mi madre es tan aficionada a montar deprisa que se dedicó a galopar todo el tiempo. Puedes estar segura de que cuando parábamos estábamos empapadas de sudor.
Fanny ha hecho muchos dibujos de aquel país, que son muy bonitos, aunque quizá no guarden un parecido exacto con el lugar, ya que tuvo que tomar apuntes mientras corría. Te asombraría ver la cantidad de zapatos que hemos destrozado durante el viaje. Decidimos llevar una buena reserva de ellos, además de los que llevábamos puestos en el momento de nuestra partida. No obstante, nos vimos obligadas a ponerles suelas y tacones nuevos en Carmarthen. Por último, cuando estaban ya completamente echados a perder, mamá fue tan amable de dejamos un par de zapatillas de Satén azul, las cuales nos calzamos una cada una. Y así fuimos saltando, a la pata coja, que era una delicia, desde Hereford hasta casa.
Tu fiel y afectuosa amiga,
ELIZABETH JOHNSON.
UN CUENTO
Un caballero, de cuya familia callaré el nombre, compró una pequeña casa en Pembrokeshire, hace unos dos años.
Este acto atrevido le había sido sugerido por su hermano mayor, quien prometió amueblar dos habitaciones y un cuarto trastero, siempre que eligiera una pequeña casa próxima a un gran bosque y a unas tres millas del mar. Wilhelminus aceptó gustoso la oferta y llevaba cierto tiempo buscando un retiro de aquellas características cuando una mañana se vio agradablemente liberado de su búsqueda por la lectura de este anuncio en un periódico.
Se alquila.
Una pequeña casa próxima a un gran bosque y a unas tres millas del Mar. Completamente amueblada, excepto dos habitaciones y un cuarto trastero.
El encantado Wilhelminus escribió inmediatamente a su hermano y le mostró el anuncio. Robertus le felicitó y le envió su coche para que fuera a tomar posesión de la casa.
Después, viajar sin parar durante tres días y seis noches, llegaron al bosque y, siguiendo un camino que transcurría por uno de sus márgenes hasta una abrupta colina, sobre la cual serpenteaban diez arroyos, alcanzaron la casa en media hora. Wilhelminus se apeó del coche y, después de llamar repetidamente sin recibir respuesta alguna o escuchar el menor movimiento en su interior, abrió la puerta, cerrada solo por un candado de madera, y entró en una pequeña habitación, que enseguida reconoció como una de las que no estaban amuebladas. Desde allí prosiguió hasta el cuarto trastero, que estaba igualmente vacío. Un par de escaleras que partían de allí le condujeron a una habitación superior, no menos desnuda, descubriendo que estas tres estancias componían el total de la casa.
Wilhelminus no se sintió nada decepcionado con este descubrimiento, ya que se dio cuenta con placer de que así él no tendría que comprar ningún mueble. Regresó inmediatamente al lado de su hermano y, al día siguiente, este le llevó a todas las tiendas de la ciudad, donde compró todo lo necesario para amueblar las dos habitaciones y el cuarto trastero. Todo estuvo listo en pocos días, y Wilhelminus volvió para tomar posesión de la casa. Robertus le acompañó con su dama —la amable Cecilia—, sus dos encantadoras hermanas —Arabella y Marina—, a quienes Wilhelminus estimaba mucho, y gran número de criados.
Un genio ordinario quizá habría encontrado difícil acomodar a tantas personas, pero Wilhelminus, con gran presencia de ánimo, ordenó inmediatamente que se levantaran dos tiendas en un claro del bosque próximo a la casa. Su construcción fue sencilla y elegante a un tiempo. Un par de mantas viejas, sostenidas por cuatro palos cada una, dieron una sorprendente muestra de ese gusto para la arquitectura y ese don natural para superar dificultades que eran dos de las más sorprendentes virtudes de Wilhelminus.
finis