La historia de Inglaterra

Desde el reinado de Enrique IV a la muerte de Carlos I.

(Escrita por una historiadora parcial, ignorante y con prejuicios).

Esta obra está dedicada a la señorita Austen, hija mayor del reverendo George Austen, con el debido respeto, por parte de,

La autora.

N. B. Esta historia contiene muy pocas fechas.

ENRIQUE IV

Para su gran satisfacción, Enrique IV ascendió al trono de Inglaterra en el año 1399, después de haber convencido a su primo y predecesor, Ricardo II, de que renunciara al mismo y se retirara para el resto de su vida al castillo de Pomfret, donde resultó ser asesinado. Es de suponer que Enrique estaba casado, ya que se sabe con seguridad que tuvo cuatro hijos, pero no me es posible informar al lector sobre quién era su esposa. Sea como fuere, Enrique no iba a vivir para siempre y, tras contraer una enfermedad, su hijo, el príncipe de Gales, hizo su aparición en escena y le arrebató la corona; después de lo cual el Rey pronunció un largo discurso —sobre cuyo contenido debo remitir al lector a las obras de Shakespeare— y el príncipe otro aún más largo. Estando así las cosas entre ellos, el Rey murió y le sucedió su hijo Enrique, quien previamente había derrotado a sir William Gascoigne.

ENRIQUE V

Después de acceder al trono, este príncipe se reformó y se volvió bastante amable, abandonando a sus disipados compañeros y no volviendo a machacar a sir William. Durante su reinado, Lord Cobham fue quemado vivo, aunque no recuerdo por qué.

Su majestad puso entonces sus pensamientos en Francia, país al que se dirigió y donde luchó en la famosa batalla de Agincourt. Después se casó con Catharine, la hija del Rey, una mujer muy agradable según el retrato que de ella hace Shakespeare. A pesar de todas estas cosas, murió y le sucedió en el trono su hijo Enrique.

ENRIQUE VI

No es mucho lo que puedo decir a favor de la inteligencia de este monarca. Tampoco lo haría si pudiera, porque era lancasteriano. Imagino que lo sabéis todo sobre las guerras entre él y el duque de York. Si no es así, haréis mejor en leer alguna otra historia, porque no deseo extenderme demasiado sobre este tema, con lo que quiero decir que no deseo descargar mi bilis o mi odio contra todos los grupos o los principios con los que no comulgo, y no dar información. Este Rey se casó con Margarita de Anjou, una mujer cuyas desdichas y desventuras fueron tan grandes que casi me obligan a sentir piedad por ella, cuando en realidad la odio. Fue durante su reinado cuando vivió Juana de Arco, la que tantos «líos» causara entre los ingleses. No debieran haberla quemado, pero lo hicieron. Hubo varias batallas entre Yorkistas y lancasterianos, de las que los primeros salieron casi siempre victoriosos, como tenía que ser. Al final, fueron completamente derrotados. El Rey fue asesinado, a la Reina la mandaron de vuelta a casa y Eduardo IV ascendió al trono.

EDUARDO IV

Este monarca se distinguió solo por su belleza y por su valor, de los cuales el retrato que aquí ofrecemos y su intrépido comportamiento —casarse con una mujer cuando estaba comprometido con otra— deben ser pruebas suficientes. Su esposa fue Elisabeth Woodville, una viuda que —¡pobre mujer!— después fue confinada en un convento por ese monstruo de la iniquidad y la avaricia que fue Enrique VII. Una de las amantes de Eduardo fue Jane Shore, que cuenta con una obra sobre su vida, pero debo decir que se trata de una tragedia y que, por lo tanto, no merece la pena leerla. Después de llevar a cabo todas estas nobles acciones, su majestad murió y le sucedió su hijo.

EDUARDO V

Este desafortunado príncipe vivió tan poco que nadie tuvo tiempo de pintar su retrato. Fue asesinado por las maquinaciones de su tío, de nombre Ricardo III.

RICARDO III

El carácter de este príncipe ha sido tratado, en general, con bastante severidad por los historiadores, pero como era un «York», me inclino a pensar que fue un hombre muy respetable. Al parecer existen pruebas irrefutables de que mató a sus dos sobrinos y a su esposa, pero también se dice que no mató a sus dos sobrinos, cosa que yo me inclino a creer. Si esto último fuera cierto, podría también afirmarse que no mató a su esposa, porque si Perkin Warbeck[22] fue realmente el duque de York, no veo por qué Lambert Simnel no iba a ser la viuda de Ricardo. Inocente o culpable, no reinó mucho tiempo en paz, porque Enrique Tudor, earl[23] de Richmond y uno de los mayores villanos de la historia, se puso bastante pesado con que quería la corona y, después de matar al Rey en la batalla de Bosworth, lo consiguió.

ENRIQUE VII

Poco después de su ascensión al trono, este monarca se casó con la princesa Elisabeth de York, alianza con la cual, a pesar de pretender lo contrario, demostró con creces que pensaba que sus derechos eran inferiores a los de ella. Por medio de este matrimonio, tuvo dos hijos y dos hijas. La mayor de las hijas se casó con el Rey de Escocia y tuvo la suerte de ser la abuela de uno de los personajes más importantes del mundo. Pero de «ella» tendré ocasión de hablar en profundidad más adelante. La más joven, María, se casó primero con el Rey de Francia y después con el duque de Suffolk, con el cual tuvo una hija, más tarde la madre de Lady Jane Grey, quien, aunque inferior a su adorable prima, la Reina de los escoceses, fue una joven muy amable y famosa por leer griego mientras otra gente se dedicaba a cazar. Fue durante el reinado de Enrique VII cuando los ya mencionados Perkin Warbeck y Lambert Simnel hicieron su aparición. El primero fue torturado en el potro, buscó refugio en la Abadía de Beaulieu y fue decapitado junto con el earl de Warwick; y el segundo fue llevado a la cocina del Rey. Su majestad murió y le sucedió su hijo Enrique, cuyo único mérito fue no ser tan «rematadamente» malo como su hija Isabel.

ENRIQUE VIII

Sería una afrenta para mis lectores suponer que no conocen los pormenores del reinado de este Rey tan bien como yo. Por tanto, les ahorraré la molestia de volver a leer lo que ya han leído y a «mí misma» la de escribir algo de lo que no me acuerdo del todo bien, ofreciendo simplemente un breve resumen de los principales acontecimientos que marcaron su reinado. Entre estos, quizá quepa destacar la frase del cardenal Wolsey al padre abad de la Abadía de Leicester, según la cual «había venido a dejar reposar sus huesos entre ellos», la reforma religiosa, y las cabalgatas del Rey por las calles de Londres con Ana Bolena. Por sentido de justicia, es mi deber declarar que esta amable mujer fue completamente inocente de los crímenes que le fueron imputados, verdad de la cual su belleza, su elegancia y su vivacidad son pruebas suficientes, por no mencionar la solemnidad con la que tantas veces declaró su inocencia, la debilidad de los cargos contra ella y el carácter del Rey. Estas últimas añaden veracidad a lo expuesto, aunque resulten insignificantes si se las compara con las alegadas a su favor en primer lugar. Aunque no soy amante de dar muchas fechas, hay algunas que me parecen importantes y elegiré por tanto aquellas que considero necesarias para el lector, como en este caso, en que debo informarle de que la carta del Rey fue fechada el 6 de mayo. Los crímenes y las crueldades de este príncipe son demasiado numerosos para ser mencionados aquí (como confío que esta historia ha demostrado ya con claridad) y nada puede decirse a su favor, salvo que la abolición de las casas religiosas y su posterior abandono a la labor depredadora del tiempo han sido muy útiles para el paisaje de Inglaterra en general, muy probablemente el motivo de que actuara así. Y si no, ¿por qué iba a molestarse tanto, un hombre que no profesaba religión alguna, en abolir una que llevaba tanto tiempo establecida en el reino? La quinta esposa de su majestad fue la sobrina del duque de Norfolk y, a pesar de haber sido universalmente exonerada de los crímenes por los cuales fue decapitada, mucha gente cree que llevó una vida de perdición antes de su matrimonio. Debo decir que yo tengo mis dudas al respecto, ya que esta mujer era pariente de aquel noble duque de Norfolk que tan ardiente papel jugara en la causa de la Reina de Escocia y del que acabó siendo víctima. La última esposa del Rey luchó por sobrevivirle, cosa que solo consiguió con dificultades. A este le sucedió su hijo Eduardo.

EDUARDO VI

Como este príncipe solo tenía nueve años a la muerte de su padre, mucha gente le consideró demasiado joven para gobernar, y ya que el difunto Rey había sostenido lo mismo, el hermano de su madre, el duque de Somerset, fue elegido protector del reino durante su minoría de edad. Este hombre, en conjunto, tenía un carácter muy amable, y es de alguna forma de mis favoritos, aunque ni mucho menos le compararía con aquellos Robert earl de Essex, Delamere o Gilpin, los mejores de los hombres. El duque fue decapitado, un hecho del cual, de haber sabido que así murió María, Reina de Escocia, quizá se hubiera sentido orgulloso. Por otra parte, como es imposible que fuera consciente de algo que no había sucedido, parece poco probable que se sintiera especialmente encantado con aquellas maneras. Tras su muerte, el duque de Northumberland se responsabilizó del cuidado del Rey y del reino, y se tomó tan en serio su trabajo que el Rey murió y el reino quedó en poder de su nuera, esa Lady Jane Grey que ya hemos mencionado que leía griego. Si realmente entendía esa lengua o profesaba aquel estudio solo por un exceso de vanidad —en la que, según tengo entendido, destacó siempre— es algo que no sabemos. Sea como fuere, se mantuvo fiel toda la vida a ese conocimiento aparente y al desprecio de todo lo que generalmente se considera fuente de placer, ya que declaró sentirse descontenta por haber sido nombrada Reina y, de camino al patíbulo, escribió una máxima en latín y otra en griego, al ver el cuerpo muerto de su esposo que, accidentalmente, pasaba por allí.

MARIA

Esta mujer tuvo la buena fortuna de subir al trono de Inglaterra a pesar de los mayores derechos, mérito y «belleza» de sus primas, Maria, Reina de Escocia, y Jane Grey. No puedo sentir lástima por las calamidades que sus súbditos experimentaron durante su reinado, ya que las merecieron de sobra por permitirle suceder a su hermano —que era el doble de loco que ella— sin prever que moriría sin tener hijos y le sucedería por aquella desgracia de la humanidad, aquella peste de la sociedad que fue Isabel. Muchas fueron las personas que se convirtieron en mártires de la religión protestante durante su reinado; creo que no menos de una docena. Se casó con Felipe, Rey de España, quien durante el reinado de su hermana se hizo famoso por la construcción de armadas. Murió sin descendencia, y de este modo llegó el terrible momento, aquel en el que la destructora de la paz, la traidora de la confianza que se había depositado en ella, y la asesina de su prima ascendió al trono.

ISABEL

Una de las desventuras particulares de esta mujer fue la de estar rodeada de malos ministros. Ya que, a pesar de lo perversa que era ella, no es posible que cometiera tantos atropellos de no haber contado con la aprobación y el apoyo de estos hombres viles y disipados. Ya sé que mucha gente cree y sostiene que Lord Burleigh, sir Francis Walsingham y el resto de los que ocupaban los principales puestos del estado fueron ministros dignos, experimentados y capaces. Pero ¡ay!, qué ciegos al verdadero mérito, al mérito despreciado y vilipendiado, son tales escritores y tales lectores, si persisten en esa opinión cuando se piensa que estos hombres, estos hombres tan alabados, se convirtieron en la vergüenza de su país y de su sexo al permitir y ayudar a su Reina a confinar por espacio de diecinueve años a una «mujer» que, si los derechos de parentesco y mérito no eran ya suficientes, al menos tenía, como Reina y como persona digna de confianza, toda la razón para esperar ayuda y protección; y, por último, al permitir a Isabel que llevara a esta amable mujer a una muerte intempestiva, inmerecida y escandalosa. ¿Es posible que alguien que reflexione por un momento sobre esta mancha, sobre la eterna mancha que pende sobre estos hombres, pueda elogiar mínimamente a Lord Burleigh o a sir Francis Walsingham? ¡Ah, cuánto sufriría esta cautivadora princesa, cuyo único amigo fue el duque de Norfolk, y cuyos únicos defensores somos ahora el señor Whitaker[24], la señora Lefroy[25], la señora Knight[26] y yo misma, que fue abandonada por su hijo, confinada por su prima, engañada, culpabilizada y vilipendiada por todos, cuánto sufriría esta extraordinaria inteligencia al ser informada de que Isabel había ordenado su muerte! Y, sin embargo, todo lo soportó con inquebrantable fortaleza, con la cabeza firme, con Fe en su religión, y se preparó para encontrarse con su cruel destino con una magnanimidad que solo podía proceder de una conciencia inocente. ¿Podrá creer el lector que, a pesar de todo, algunos protestantes de corazón duro y celoso han querido ultrajarla por esa fidelidad a la religión católica que en ella brillaba de tal forma? Pero esta no es sino una sorprendente prueba más de la estrechez de espíritu y de los prejuicios de quienes la acusan. María fue ejecutada en el salón de embajadas del castillo de Fortheringay (¡sagrado lugar!) el miércoles, 8 de febrero de 1586, para el eterno reproche de Isabel, de sus ministros y de Inglaterra en general. Quizá no esté de más que, antes de concluir mi relato sobre la vida de esta desventurada Reina, comente cómo, durante su reinado en Escocia, fue acusada de varios crímenes, de los cuales aseguro terminantemente que fue inocente, no habiendo sido esta reina jamás culpable sino de imprudencias que pagó por la grandeza de su corazón, por su juventud y por su educación. En la confianza de haber borrado con esta afirmación toda sospecha y toda duda que pudiera haber surgido en la mente del lector a raíz de lo que otros historiadores han escrito sobre ella, procederé a mencionar el resto de los acontecimientos que marcaron el reinado de Isabel. Fue más o menos por entonces cuando, para honra de su país y de su profesión, vivió sir Francis Drake, el primer marino inglés que navegó alrededor del mundo. No obstante, a pesar de su grandeza y de su justamente celebrada fama de gran navegante, no puedo dejar de prever que, en este o en el próximo siglo, será igualado por alguien[27] que, aunque ahora es demasiado joven, promete ya cumplir con todas las ardientes y apasionadas expectativas de sus amistades y parientes, entre las cuales puedo incluir a la amable dama a quien está dedicada esta obra y a mi no menos amable persona.

Aunque se dedicara a otra profesión y brillara en un Ámbito diferente, tan brillante en el papel de «Earl» como Drake lo fuera en el de «Navegante», fue Robert Devereux, Lord Essex. Este desdichado joven no desmerece en nada al igualmente desdichado «Frederic Delamere». El símil puede llevarse aún más lejos e Isabel, tormento de Essex, puede compararse con Emmeline de Delamere[28]. Relatar las desgracias de este noble y galante earl sería una tarea infinita. Baste decir que fue decapitado el 25 de febrero, después de haber sido Lord Teniente de Irlanda, de haber aferrado su mano a la espada y de haber hecho otros muchos servicios por su país. Isabel no sobrevivió su pérdida mucho tiempo y murió «tan» miserablemente que, si no fuera por el insulto que representaría para la memoria de María, sentiría lástima por ella.

JAIME I

Aunque este Rey cometió algunas faltas, entre las cuales y la principal se encuentra el hecho de haber permitido la muerte de su madre, no puedo evitar que me guste en conjunto. Se casó con Ana de Dinamarca y tuvo varios hijos. Por fortuna para él, su hijo mayor, el príncipe Enrique, murió antes que su padre, pues de otra forma quizá habría experimentado las maldades que recayeron en su desdichado hermano.

Como soy parcial en relación con la religión católica romana, me cuesta sobremanera censurar el comportamiento de cualquiera de sus miembros. No obstante, siendo, según creo, la verdad muy excusable en un historiador, me veo obligada a decir que durante este reinado, los católicos romanos de Inglaterra no se comportaron como caballeros con los protestantes. Su comportamiento con la familia real y con las dos cámaras del Parlamento debe considerarse, sin lugar a dudas, muy poco civilizado; e incluso sir Henry Percy, el mejor educado del grupo por otra parte, no dio demasiadas muestras de esa gentileza que todo el mundo reconoce como muy agradable, ya que sus atenciones se concentraron totalmente en Lord Mounteagle.

Sir Walter Raleigh prosperó en este reinado y en el precedente, y es venerado y respetado por muchos. No obstante, como fue enemigo del noble Essex, no tengo ninguna palabra de elogio para él, y debo pedir a todos aquellos que deseen conocer los particulares de su vida que consulten la obra La crítica, del señor S inteligencian, donde encontrarán muchas e interesantes anécdotas, tanto sobre él como sobre su amigo sir Christopher Hatton. Su majestad tenía un carácter amable, de esos que favorecen la amistad, y en ese particular destacaba por tener mayor penetración que otra gente para descubrir méritos en las personas. Una vez escuché una estupenda charada sobre una alfombra, que me ha hecho recordar el tema que estamos tratando ahora, y como creo que mis lectores podrían «encontrar» cierta diversión en ella, me permito reproducirla aquí.

Charada.

«Mi primera es lo que mi segunda era para el rey Jaime I, y usted camina sobre mi yo entero».

Los principales favoritos de su majestad fueron Car —que después sería nombrado earl de Somerset y cuyo nombre puede tener algo que ver con la charada arriba mencionada[29]— y George Villiers, más tarde duque de Buckingham. A su muerte, sucedió al rey su hijo Carlos.

CARLOS I

Todo apunta a que este amable monarca nació para sufrir desventuras tan grandes como las de su encantadora abuela, desventuras inmerecidas de todo punto ya que era descendiente de esta. Sin duda, no hubo un período en la historia de Inglaterra en la que se dieran cita tantos personajes detestables, y nunca los hombres amables fueron tan poco numerosos. En total, en todo el reino no sumaban más de «cinco», al margen de los habitantes de Oxford, que siempre fueron leales al Rey y fieles a sus intereses. Los nombres de estos nobles que nunca olvidaron sus deberes de súbditos, ni quebrantaron su compromiso con su majestad, son los siguientes: El mismo Rey, siempre fiel a su propia causa; el arzobispo de Laud, el earl de Strafford, el vizconde de Faulkland y el duque de Ormond, estos últimos casi tan infatigables y celosos por la causa como el primero. Como la lista de «villanos» de aquel tiempo sería demasiado larga para ser escrita o leída, me contentaré con mencionar a los principales personajes de esta panda. Cromwell, Fairfax, Hampden y Pym pueden ser considerados los principales causantes de todos los problemas y guerras civiles en los que Inglaterra se vio envuelta durante muchos años. A pesar de mi afecto por los escoceses, debo decir que durante este reinado, igual que durante el de Isabel, también ellos se comportaron de manera indigna con los ingleses, ya que se atrevieron a pensar de manera distinta que su soberano, a olvidar la adoración que como «Estuardos» les debían, a rebelarse contra ellos, a destronar y a encarcelar a la desventurada María, a oponerse, a engañar y a vender al no menos desventurado Carlos. Los acontecimientos que se produjeron en el reinado de este monarca son demasiado numerosos para mi pluma, y la verdad es que dedicarme a dar un recital de acontecimientos, cualesquiera que sean (excepto los que aquí menciono), no me resulta nada interesante. La principal causa que me animó a escribir esta historia de Inglaterra fue demostrar la inocencia de la Reina de Escocia —algo que me jacto de haber hecho— y denostar a Isabel, aunque mucho me temo que en esta última parte de mi plan me he quedado corta. Como, por lo ya dicho, no es mi intención ofrecer un relato pormenorizado sobre los problemas en los que este Rey se vio envuelto por la mala conducta y la crueldad de su Parlamento, me contentaré con defenderle de los cargos de arbitrariedad y tiránico gobierno de los que a menudo se le acusó. No creo que esta sea una tarea difícil, porque poseo un argumento que bastará para satisfacer a cualquier persona inteligente y bien dispuesta, cuyas opiniones hayan sido guiadas con propiedad por una buena educación, y este argumento consiste en que este Rey era un Estuardo.

finis

Sábado, 26 de noviembre de 1791.