Las tres hermanas

Novela

La siguiente novela inacabada, está dedicada respetuosamente al caballero Edward Austen[7] por su humilde y obediente servidora.

La autora.

PRIMERA CARTA

De la señorita Stanhope a la señora…

Mi querida Fanny:

Soy la criatura más feliz del mundo, ya que acabo de recibir una proposición de matrimonio del señor Watts. Es la primera que recibo en mi vida y no sé cómo valorarla. ¡Qué triunfo el mío sobre las Dutton! No tengo intención de aceptarla, al menos eso creo, pero como no estoy del todo segura le di una respuesta un tanto equívoca y me fui. Y ahora, mi querida Fanny, quisiera que me aconsejaras sobre si debo aceptar o no su proposición. Pero para que puedas juzgar sus méritos y la situación del asunto, te haré un relato del mismo. Se trata de un hombre bastante mayor, de unos treinta y dos años, muy feo, tan feo que apenas puedo soportar mirarlo. Es bastante desagradable y le odio más que a cualquier otra persona en el mundo. Tiene una fortuna enorme y se propone poner muchos bienes a mi nombre en el contrato prenupcial, pero… goza de muy buena salud. En resumen, no sé qué hacer. Si le rechazo, tan verdad como que me lo dijo, pedirá en matrimonio a Sophia, y si ella le rechaza, a Georgiana, y no podría soportar ver casadas antes que yo a ninguna de las dos. Si le acepto, sé que seré una desgraciada el resto de mi vida, porque tiene un temperamento terrible, es irritable, extremadamente celoso y tan tacaño, que vivir a su lado no es vivir. Me dijo que le mencionaría el asunto a mamá. Yo insistí en que no lo hiciera, porque con toda seguridad ella me obligará a casarme, lo quiera o no. No obstante, lo más probable es que ya lo haya hecho, porque es de esos que hacen todo lo que se desea que no hagan. Creo que será mío. ¡Qué triunfo, casarme antes que Sophy, Georgiana y las Dutton! Y me prometió que tendría un nuevo coche para la ocasión, pero casi tenemos una discusión sobre el color, porque yo insistí en que debía ser de lunares azules y plateados, y él declaró que debía ser chocolate liso y, para provocarme aún más, me dijo que debía ser tan bajo como el antiguo de su propiedad. Afirmo que no me casaré con él. Me dijo que volvería mañana para recibir mi contestación final, de modo que debo agarrarlo mientras pueda. Sé que las Dutton me envidiarán y que me correspondería ser la chaperona de Sophy y de Georgina en todos los bailes de invierno. Pero no sé para qué, porque lo más probable es que no me deje ir, y es que sé que odia bailar, y es incapaz de pensar que a alguien le pueda gustar algo que él odia. Por otra parte, se pasa el día diciendo que las mujeres deberían estar siempre en casa, y tonterías de esas. Creo que no me casaré nunca con él. Le debería rechazar de inmediato, si estuviera segura de que ninguna de mis hermanas le aceptaría, y de que si eso sucediera, no les haría una proposición a las Dutton. No puedo correr ese riesgo, de modo que, si me promete mandar hacer el coche como se lo he pedido, me casaré con él. Si no, bien puede viajar en él con su propia compañía. Espero que te parezca bien mi decisión. No puedo pensar en nada mejor.

Tu afectuosa amiga,

MARY STANHOPE.

De la misma a la misma

Querida Fanny:

Acababa de sellar mi última carta para ti, cuando mi madre subió a mi habitación y me dijo que quería hablarme de un asunto muy particular.

—¡Ah, ya sé de qué se trata! —dije yo—. Ese viejo loco del señor Watts te lo ha contado todo, aunque le rogué que no lo hiciera. En cualquier caso, no podrás obligarme a casarme con él si no quiero.

—No pienso obligarte, mi niña, solo quiero saber qué piensas sobre su proposición, e insistir en que te decidas por una cosa o por la otra, porque si no lo aceptas, Sophy podría hacerlo.

—¡Vaya! —repliqué inmediatamente—. Sophy no tiene que dedicarle tiempo al asunto porque, por supuesto, pienso casarme con él.

—Si esa es tu decisión —dijo mi madre—, ¿por qué temías que forzase tus deseos?

—Pues porque no estoy segura de querer casarme o no con él.

—Eres la niña más extraña del mundo, Mary. Lo que dices en un momento, lo desdices al siguiente. Dime de una vez por todas si tienes intenciones o no de casarte con el señor Watts.

—¡Por Dios, mamá! ¿Cómo podría decirte lo que ni yo misma sé?

—Entonces, es mi deseo que lo sepas y en seguida, porque el señor Watts dice que no piensa permanecer en suspenso.

—Eso depende de mí.

—No, no es así, porque si no le das tu respuesta final mañana cuando se encuentre tomando el té con nosotros, pretende hablar con Sophy.

—Entonces, le diré a todo el mundo que se ha comportado muy mal conmigo.

—¿Y qué bien haría eso? El señor Watts ha sido el blanco de todo el mundo demasiado tiempo para que empiece a importarle ahora.

—Ojalá tuviera yo un padre o un hermano, porque entonces se batirían con él.

—Serían listos si lo consiguieran, porque el señor Watts saldría corriendo antes. Y por lo tanto, debes decidir, y vas a decidir un sí o un no antes de mañana por la tarde.

—Pero ¿por qué, si lo rechazo, tiene que hacerle proposiciones a mis hermanas?

—¿Qué por qué?, pues porque desea ligarse a la familia, y porque ellas son tan bonitas como tú.

—Pero, mamá, ¿se casará Sophy con él si se lo propone?

—Muy probablemente. ¿Por qué no habría de hacerlo? En cualquier caso, si no lo acepta, Georgiana lo hará, porque estoy decidida a no dejar escapar una oportunidad como esta de ver situada a una de mis hijas de forma tan ventajosa. De modo que piénsalo bien. Te dejo para que decidas el asunto con tu conciencia.

Y dicho esto se marchó. La única cosa en la que puedo pensar, mi querida Fanny, es en preguntar a Sophy y a Georgiana si le aceptarían en el caso de que les hiciera una proposición, y si me dicen que no lo harían, estoy decidida a rechazarle yo también, porque le odio más de lo que puedas imaginar. En cuanto a las Dutton, si se casa con una de ellas, todavía tendré la satisfacción de haberlo rechazado antes. De modo que, adeiu mi querida amiga.

Siempre tuya,

M. S.

De la señorita Georgiana Stanhope a la señorita xxx

Miércoles.

Mi querida Anne:

Sophy y yo acabamos de idear una pequeña trampa para nuestra hermana mayor, con la que no estamos del todo de acuerdo, pero las circunstancias eran tales que, si es cierto que es inexcusable, estas hacen que lo sea. Nuestro vecino el señor Watts le ha hecho una proposición de matrimonio a Mary; una proposición que ella no sabía muy bien cómo tomar, porque, aunque siente un rechazo particular por él (algo que por otra parte no tiene nada de particular), se casaría inmediatamente con esta persona antes de arriesgarse a que nos hiciera la misma proposición a Sophy o a mí, algo que este prometió hacer, en caso de que ella le rechazara; porque debes saber que la pobre niña considera el hecho de que una de nosotras se case antes que ella como una de las mayores desgracias que podrían recaer sobre ella, y para evitarla aceptaría gustosa el eterno castigo de un matrimonio con el señor Watts. Hace una hora vino a vemos para sondear nuestra posición sobre el asunto, la cual debía determinar la suya. Poco antes, había venido mi madre y nos había hecho un relato de lo sucedido, diciéndonos que de ningún modo permitiría que encontrara una esposa más allá del círculo de nuestra familia.

—Y por lo tanto —dijo—, si Mary no le acepta, Sophy debe hacerlo, y si Sophy no lo hiciera, Georgiana lo hará.

¡Pobre Georgiana! Ninguna de las dos nos atrevimos a hacer la menor objeción a la resolución de mi madre, la cual, lamento decir, es por lo general más el resultado de la obcecación que el de la racionalidad. No obstante, tan pronto salió de la habitación, rompí el silencio para asegurar a Sophy que si Mary rechazaba al señor Watts, no esperaba que ella sacrificara su felicidad, convirtiéndose en su esposa, por un acto de generosidad hacia mí, algo que temía que la bondad de su naturaleza y su afecto fraternal le indujeran a hacer.

—Soñemos —replicó ella— con que Mary no le rechaza. Pero ¿cómo aceptar que mi hermana se case con un hombre que no puede hacerla feliz?

—Que él no puede es cierto, pero su fortuna, su nombre, su casa y su coche sí que pueden, y no dudo un momento de que Mary se casará con él. ¿Por qué no iba a hacerlo? No tiene más de treinta y dos años, una edad muy apropiada para casarse; es bastante feo, desde luego, pero qué es la belleza en un hombre; no tiene más que una figura proporcionada y una cara inteligente, lo que es más que suficiente.

—Tienes toda la razón, Georgiana, pero la figura del señor Watts es desgraciadamente en extremo vulgar y su cara es muy sombría. Por lo que se refiere a su temperamento, se ha considerado siempre malo, aunque es posible que el mundo entero se engañe al enjuiciarlo. Hay una abierta franqueza en su disposición, de esas que favorecen a un hombre. Dicen que es tacaño: llamaremos a eso prudencia. Dicen que es receloso: eso le viene de un corazón cálido, algo siempre excusable en la juventud. En resumen, no veo ninguna razón por la cual no pueda convertirse en un marido estupendo, o por la cual Mary no pudiera ser muy feliz a su lado.

Sophy se rio y yo seguí hablando.

—En cualquier caso, le acepte Mary o no, yo estoy resuelta y mi decisión ya ha sido tomada: nunca me casaré con el señor Watts, ni aunque la mendicidad sea la única alternativa. ¡No hay por dónde cogerlo! Es una persona odiosa y no tiene una sola cualidad que lo redima. Sin duda tiene una buena fortuna, ¡pero tampoco es para tanto! Tres mil al año. ¿Qué son tres mil al año? No son más que seis veces la renta de mi madre. Eso no me tentará.

—Pero será una estupenda fortuna para Mary —dijo Sophy volviendo a reírse.

—¡Para Mary! De verdad que me producirá un enorme placer verla rodeada de tales riquezas.

Y así continué para gran entretenimiento de mi hermana, hasta que Mary entró en la habitación, aparentemente muy agitada. Se sentó. Le hicimos sitio junto al fuego. Parecía no saber cómo empezar. Finalmente dijo un poco confundida:

—Por favor, Sophy, dime, ¿tienes intención de casarte?

—¡De casarme! No tengo la menor intención. Pero ¿por qué me lo preguntas? ¿Conoces a alguien que quiera hacerme una proposición?

—¿Yo? Esto… no. ¿Por qué tendría que conocer a alguien? ¿Es que no puedo hacerte una pregunta normal y corriente?

—A mí no me parece en absoluto una pregunta normal y corriente, Mary —dije yo.

Mary hizo una pausa y, tras unos momentos de silencio, continuó:

—¿Qué te parecería casarte con el señor Watts, Sophy?

Guiñé el ojo a Sophy y contesté por ella.

—¿Quién no se alegraría de casarse con un hombre que tiene tres mil al año?

—Bien cierto —replicó ella—. Eso es muy cierto. De modo que si te lo propusiera tú, Georgiana, te casarías con él. ¿Y tú, Sophy?

A Sophy no le gustaba la idea de mentir y engañar a su hermana. Lo que sucedió fue que evitó lo primero y salvó la mitad de su conciencia por equivocación.

—Yo actuaría de la misma forma que Georgiana.

—Bien, en ese caso —dijo Mary con un aire de triunfo en su mirada—, debo deciros que he sido yo la que ha recibido una proposición del señor Watts.

Naturalmente nos mostramos muy sorprendidas.

—¡Por favor, no le aceptes! —dije yo—. ¡A lo mejor, entonces, me lo pide a mí!

Mi plan funcionó en seguida y ahora Mary está resuelta a llevar el asunto adelante. Todo con tal de evitar nuestra supuesta felicidad, pues por asegurarla la verdad es que no hubiera movido un dedo. Sin embargo, no consigo perdonármelo y Mary se siente aún más culpable. Tranquiliza nuestras conciencias, querida Anne, escribiéndonos una carta y diciéndonos que apruebas nuestra conducta. Considera el asunto desde todos sus ángulos. Mary estará encantada de verse convertida en una mujer casada, con autoridad para vigilarnos, lo que sin duda hará, entre otras cosas porque estoy decidida a contribuir todo lo posible a que sea feliz en ese estado que le he hecho elegir. Lo más probable es que tengan un nuevo coche, lo que para ella será como el paraíso, y si conseguimos convencer al sr. W. de que arregle su faetón, su felicidad será ya ilimitada. Debo decir, sin embargo, que estas cosas no supondrían ningún consuelo para la aflicción de Sophy o la mía. Por favor, recuerda todo esto y no nos condenes.

Viernes.

Ayer por la tarde el señor Watts vino a tomar el té con nosotros, después de pedir una cita. Tan pronto como el coche se detuvo ante la puerta, Mary se dirigió a la ventana.

—¡Te puedes creer, Sophy —me dijo—, que el viejo Loco quiere que el nuevo calesín tenga el mismo color que el antiguo, y el mismo tamaño! Pero no lo permitiré…, llevaré el asunto hasta donde haga falta. Y si no hace que sea tan alto como el de las Dutton, y que se pinte de azul con lunares plateados, no me casaré con él. Eso es lo que haré. Ahí viene. Sé perfectamente que se comportará como un grosero, que no me dirá una sola palabra amable, ni por supuesto se comportará como un amante.

Dicho esto, se sentó y el señor Watts entró en la habitación.

—Señoras, mis respetos.

Nosotras devolvimos cortésmente el saludo y él tomó asiento.

—Parece que tenemos buen tiempo, señoras. Y, después, volviéndose hacia Mary, añadió:

—Bien, señorita Stanhope, confío en que por fin haya considerado bien el asunto y que sea tan amable de decirme si piensa condescender o no a casarse conmigo.

—Me parece, caballero —dijo Mary—, que podría habérmelo preguntado de una forma un poco más amable. No sé cómo voy a casarme con usted si se comporta de una manera tan extravagante.

—¡Mary! —exclamó mi madre.

—Mamá, si empieza de esa manera…

—Calla inmediatamente, Mary. No te permito que seas grosera con el señor Watts.

—Por favor, señora, no fuerce a la señorita Stanhope a comportarse con educación. Si no acepta mi mano, puedo ofrecerla en otra parte, pues si es cierto que siento por ella una particular predilección por encima de sus hermanas, me da igual casarme con otra de las tres.

¡Es posible imaginar a alguien más canalla! Sophy se puso colorada de rabia y yo me sentí completamente despechada.

—Bien, en ese caso —dijo Mary en tono despreciativo—, y si es que debo hacerlo, me casaré con usted.

—Siempre había pensado, señorita Stanhope, que cuando se hace una oferta de la clase que yo le he hecho a usted, y en condiciones tan ventajosas, no debería existir mayor dificultad en aceptarla.

Mary murmuró algo que acerté a escuchar porque estaba sentada cerca de ella, algo así como: «¿Y de qué sirve un contrato prematrimonial[8] ventajoso si los hombres viven eternamente?». Y después, de forma audible, añadió:

—Acuérdese de la asignación para mi ropero: doscientas al año.

—Ciento setenta y cinco, señora.

—Doscientas, señor mío —dijo mi madre.

—Y acuérdese de que me prometió un nuevo coche tan alto como el de las Dutton, y pintado de azul con lunares plateados. Y espero que me compre una nueva silla de montar, un vestido del mejor encaje y un número infinito de joyas valiosísimas. Diamantes como nunca se hayan visto, y perlas, rubíes, esmeraldas y abalorios sin número. Y debe arreglar su faetón, que quiero de color crema y adornado con una corona de flores plateadas. Y tiene que comprar cuatro de los mejores caballos bayos del reino y llevarme en el coche todos los días. Y eso no es todo: debe redecorar toda su casa a mi gusto, contratar a dos lacayos más para mi exclusivo servicio, y a dos mujeres para que me atiendan. Tiene que dejarme hacer siempre lo que se me antoje y ser un marido excelente.

Dicho esto se calló, creo que falta de aire.

—En mi opinión, lo que mi hija espera de usted, señor Watts, es muy razonable.

—Y también es muy razonable, señora Stanhope, que su hija se vea decepcionada.

El señor Watts se disponía a continuar, cuando Mary le interrumpió diciendo:

—Debe construirme un invernadero muy elegante y llenarlo de plantas hasta arriba. Tiene que permitirme pasar todos los inviernos en Bath, todas las primaveras en la ciudad, todos los veranos haciendo algún viaje, y todos los otoños en un balneario. Y si pasamos en casa el resto del año (Sophy y yo nos reímos), tiene, que encargarse de organizar bailes y mascaradas todo el tiempo. Tiene que construir un salón para ese propósito y un teatro donde se pueda representar. La primera obra de teatro que se representará en él será Which is the Man[9] y yo interpretaré a Lady Bell Bloomer.

—Y, señorita Stanhope, ¿puede decirme qué es lo que yo obtendré a cambio de todo eso? —dijo el señor Watts.

—¿Que qué obtendrá? ¡Pues que me tendrá contenta!

—Sería extraño que no lo estuviese. Sin embargo, señora, sus expectativas son demasiado altas para mí, y ahora debo dirigirme a la señorita Sophy. Quizá las suyas no sean tan elevadas.

—Se equivoca al suponer tal cosa, caballero —dijo Sophy—, porque, aunque mis expectativas no estén tanto en la línea de las de mi hermana, son tan elevadas como las de ella, ya que espero que mi esposo tenga buen carácter y sea alegre; que en todas sus acciones piense en mi felicidad, y que me ame con constancia y sinceridad.

El señor Watts se quedó mirándola, perplejo.

—Ciertamente tiene usted ideas muy extrañas, jovencita. Haría bien en descartarlas antes de casarse, porque sin duda estaría obligada a hacerlo después.

Mientras tanto, mi madre reconvenía a Mary, que se había dado cuenta de que había ido demasiado lejos, y cuando el señor Watts se volvía hacia mí, imagino que para hablarme, Mary se dirigió a él con voz mitad humilde, mitad rencorosa.

—Se equivoca, señor Watts, si cree que hablaba en serio cuando dije que esperaba tantas cosas. En cualquier caso, sí debo tener un nuevo calesín.

—Sí, caballero, debe admitir que Mary tiene razón en esperar una cosa así.

—Señora Stanhope, es mi intención y siempre lo ha sido adquirir un nuevo calesín para mi matrimonio, pero tiene que ser del color del que poseo ahora.

—Me parece, señor Watts, que debería tener la delicadeza de consultar el gusto de mi niña en tales asuntos.

El señor Watts no estaba de acuerdo, y durante cierto tiempo insistió en que debía ser de color chocolate, mientras Mary insistía con la misma vehemencia en que debía ser azul con Lunares plateados. Finalmente, Sophy propuso que, para complacer al señor Watts podía ser de color marrón oscuro y para complacer a Mary podía ser muy alto y tener ribetes plateados. Este plan terminó por aceptarse, sin bien a regañadientes por ambas partes, ya que los dos se habían mostrado decididos a que las cosas se hicieran según el criterio de cada uno. Pasamos entonces a estudiar otros asuntos, y se decidió que se casarían una vez que se completaran las escrituras. Mary se mostró decidida a obtener una licencia especial[10], mientras el señor Watts hablaba de amonestaciones[11]. Finalmente se acordó una licencia común[12]. Mary tendrá todas las joyas de la familia, que me parece que son bastante poca cosa, y el sr. W. le prometió comprarle una silla de montar; pero, a cambio, ella no debe contar con ir a la ciudad o a cualquier otro lugar público durante los próximos tres años. Mary no tendrá invernadero, ni teatro, ni faetón; tampoco tendrá el lacayo adicional y deberá contentarse con una doncella. Nos llevó toda la tarde zanjar todos estos asuntos. El sr. W. cenó con nosotras y no se marchó hasta las doce. Tan pronto como se fue, Mary exclamó:

—¡Gracias a Dios que se ha marchado! ¡Cómo le odio!

En vano mamá le explicaba lo impropio que resulta que le disguste tanto la persona que va a ser su esposo. Ella continuó hablando de su aversión hacia él y de lo mucho que le gustaría no verle nunca más. ¡Menuda boda va a ser esta! Adeiu, mi querida Anne.

Tu afectuosa amiga,

GEORGIANA STANHOPE.

De la misma a la misma

Sábado.

Querida Anne:

Mary, ansiosa de que todo el mundo supiera de su próxima boda, especialmente de triunfar, según ella, sobre las Dutton, nos pidió esta mañana que la acompañáramos caminando hasta Stoneham. Como no teníamos otra cosa que hacer, accedimos en seguida, y tuvimos un paseo todo lo agradable que un paseo puede ser en compañía de Mary, cuya conversación se limita a insultar al hombre con el que pronto va a casarse y a hablar de lo mucho que deseaba un calesín azul con lunares plateados. Cuando llegamos a la casa de los Dutton, encontramos a las dos niñas en el vestidor con un joven muy apuesto, a quien naturalmente nos presentaron. Se trataba del hijo de sir Henry Brudenell de Leicestershire. El señor Brudenell es el hombre más apuesto que he visto en mi vida, y a las tres nos encantó. Una vez nos sentamos, Mary, que desde el momento en que entramos en el vestidor estaba inflada como un pavo real por su importante noticia y por el deseo de comunicarla, no pudo silenciar por más tiempo el asunto y se dirigió en seguida a Kitty, diciendo:

—¿No crees que habrá que poner nuevos engarces a todas las joyas?

—¿Para qué?

—¿Para qué? ¡Pues para mi primera aparición en público!

—Perdona, pero no te entiendo muy bien. ¿De qué joyas hablas y cuándo vas a hacer tu primera aparición en público?

—Pues en el primer baile que se organice después de mi boda.

Puedes imaginarte la sorpresa de ambas. Al principio se mostraron incrédulas, pero, al corroborar nosotras la historia, terminaron por creerla.

—¿Y con quién te casas? —fue naturalmente la primera pregunta.

Mary adoptó un tono de pretendida timidez y contestó, presa de confusión y mirando al suelo:

—Con el señor Watts.

También esto requirió nuestra confirmación, porque nadie que tuviera la belleza y la fortuna (aunque pequeña, nada desdeñable) de Mary se casaría con el señor Watts por propia voluntad, y apenas resultaba creíble. Una vez que el asunto quedó claro, y viéndose convertida en el centro de toda la atención, Mary dejó a un lado su confusión y, abandonando sus reservas, se mostró de lo más comunicativa.

—Me extraña que no hayáis oído hablar de ello antes, porque cuando se trata de asuntos de esta naturaleza, las noticias se propagan rápidamente por la vecindad.

—Te aseguro —dijo Jemima— que no tenía la menor idea del asunto. ¿Y hace mucho tiempo que se sabe?

—¡Oh, sí! Desde el miércoles.

Todos sonrieron, especialmente el señor Brudenell.

—Debo decir que el señor Watts está enamoradísimo de mí, de modo que está muy contento.

—No solo él, supongo —dijo Kitty.

—Bueno, cuando existe tanto amor en una de las partes, no hace falta que se produzca lo mismo en la otra. Por otra parte, tampoco me disgusta tanto, aunque debo decir que desde luego es bastante simple.

El señor Brudenell la miró, perplejo; las señoritas Dutton se echaron a reír, y Sophy y yo casi nos morimos de vergüenza por nuestra hermana. Ella siguió hablando.

—Vamos a tener una nueva diligencia y muy probablemente un faetón.

Bien sabíamos que esto era falso, pero la pobre niña estaba encantada con la idea de convencer a los presentes de que tal cosa iba a suceder, y no iba a ser yo quien la privara de una diversión tan inofensiva. Mary siguió hablando:

—El señor Watts me va a regalar las joyas de su familia, que según tengo entendido son muy valiosas. (A esto, no pude evitar susurrar a Sophy: «Yo tengo entendido lo contrario»). No pienso ponérmelas hasta el primer baile al que vaya después de mi boda. Si la señora Dutton no pudiera ir, espero que me permitáis ser vuestra acompañante. Naturalmente, yo llevaré a Sophy y a Georgiana.

—Eres muy amable —dijo Kitty—, y ya que te gusta tanto la idea de tomar bajo tu tutela el cuidado de jovencitas, quizá podrías convencer a la señora Edgecumbe de que te diera también la tutela de sus seis hijas, lo que, junto con tus dos hermanas y con nosotras haría de tu entrée una muy respetable.

Kitty hizo sonreír a todo el mundo, salvo a Mary, que no entendió el significado de sus palabras y respondió fríamente que a nadie le podía gustar cuidar de tantas personas. Sophy y yo intentamos entonces cambiar el tema de la conversación, pero solo lo conseguimos durante unos minutos, porque Mary se encargó de volver a llamar la atención sobre su próxima boda. Sentía lástima por mi hermana, sobre todo al darme cuenta de que el señor Brudenell parecía encantado escuchándola, e incluso la animaba con sus preguntas y sus comentarios, aunque era evidente que lo único que perseguía era reírse de ella. Me temo que la encontraba bastante ridícula. Se mantenía muy serio, pero era fácil adivinar que lo conseguía solo con gran esfuerzo. Por fin, dio muestras de estar cansado y aburrido de la ridícula conversación de ella, y volviéndose hacia nosotras, apenas le dirigió la palabra en la siguiente media hora, pasada la cual abandonó Stoneham. Tan pronto salimos de la casa, todas nos pusimos a alabar la persona y modales del señor Brudenell.

Al llegar a casa, nos encontramos con el señor Watts.

—Bien, señorita Stanhope —dijo—, verá que he venido a cortejarla como hace un verdadero amante.

—No hacía falta que me lo dijera. Sé perfectamente por qué ha venido.

Sophy y yo salimos de la habitación, imaginando que, si iba a dar comienzo una escena de cortejo, lo más apropiado era ausentarse. Cuál sería nuestra sorpresa cuando nos vimos casi inmediatamente seguidas por Mary.

—¿Ya se ha acabado el cortejo? —dijo Sophy.

—¿Cortejo? —replicó Mary—. Hemos estado discutiendo. ¡Watts es tan estúpido! Espero no verle nunca más.

—Me temo que tendrás que hacerlo —dije yo—, porque cena aquí esta noche. Pero ¿por qué habéis discutido?

—¡Solo porque le dije que había visto a un hombre mucho más guapo que él esta mañana, se puso como un loco y me llamó zorra! De modo que solo me quedé para llamarle canalla y salí de la habitación.

—Dulce y breve —dijo Sophy—. Pero, Mary, ¿cómo vas a arreglar esto?

—Debería pedirme perdón; aunque, si lo hace, no pienso perdonarle.

—De modo que su sumisión no serviría de mucho.

Una vez nos cambiamos para la cena, volvimos a la salita, donde mamá y el señor Watts estaban conversando íntimamente. Parece ser que él se había estado quejando sobre el comportamiento de su hija, y ella le había persuadido de que no pensara más en el asunto. Por lo tanto, el señor Watts trató a Mary con su acostumbrado civismo y, salvo por un comentario sobre el faetón y otro sobre el invernadero, la noche transcurrió con gran armonía y cordialidad. Watts se dispone a ir a la ciudad para acelerar las preparaciones de la boda.

Tu afectuosa amiga,

G. S.

finis