Capítulo 1

No puedo entender —dijo sir Godfrey a Lady Marlow— por qué continuamos en un alojamiento tan deplorable como este, en una sucia ciudad de provincias, cuando tenemos tres casas estupendas de nuestra propiedad, en los mejores sitios de Inglaterra, y en perfectas condiciones para ser habitadas.

—Tengo la seguridad, sir Godfrey —replicó Lady Marlow—, de que ha sido muy en contra de mi deseo que hemos permanecido aquí tanto tiempo; y el simple hecho de que estemos aquí ha sido siempre para mí un absoluto misterio, ya que ninguna de nuestras casas necesita la menor reparación.

—No, querida —contestó sir Godfrey—, eres la última persona que podría sentirse descontenta por lo que ha significado siempre un cumplido hacia ti, porque es imposible que no te des cuenta de los grandes inconvenientes a los que tus hijas y yo nos hemos visto sometidos durante los dos años que hemos permanecido apiñados en este alojamiento para darte placer.

—Pero, querido —replicó Lady Marlow—, ¡cómo puedes decir semejantes falsedades, cuando sabes muy bien que fue por ti y por las niñas, por lo que dejé una casa extremadamente cómoda, situada en el lugar más delicioso y rodeada de la vecindad más agradable, para vivir dos años apiñada en un tercer piso, en una ciudad insalubre y llena de humo, que me ha provocado una fiebre constante y casi me lleva a la muerte!

Como después de varios intercambios más ninguno de los dos podía determinar quién tenía la culpa, dejaron prudentemente a un lado el tema y, después de empacar su ropa y de pagar la renta, partieron a la mañana siguiente con sus dos hijas a su casa de Sussex.

Sir Godfrey y Lady Marlow eran en verdad personas muy sensatas, y aunque, como muchas otras personas sensatas, algunas veces hicieran alguna tontería (como en este caso), sus acciones estaban por lo general guiadas por la prudencia y regidas por la discreción.

Después de un viaje de dos días y medio, llegaron a Marlhurst, en buen estado y con buen ánimo. Tan contentos estaban todos de volver a habitar una casa que habían abandonado durante dos años, que ordenaron tocar las campanas y distribuyeron nueve peniques entre los tañedores.