Leo se inclinó sobre la encimera y habló sin mirar ni las notas ni a Cassie.
—La víctima está registrada con el nombre de Diego Hernández. Es un profesional, un tex-mex de Houston. Lo suyo es el bacará, y por lo que se sabe juega limpio. Simplemente es bueno. Pasa unos días en cada casino y sigue su rumbo, así nunca saca demasiado de un mismo sitio y no llama demasiado la atención. Lo siguen desde el Nugget. De allí pasó al Stardusty ahora al Cleo. Limpia todos los sitios por los que pasa.
Se hallaban en la cocina de la casa de Leo. Cassie estaba sentada a la mesa mientras Leo permanecía de pie ante la encimera y preparaba sandwiches de mantequilla de cacahuete, plátano y miel: su especialidad. Utilizaba pan de siete cereales.
—Todas las noches se lleva sus ganancias en efectivo y las guarda en un maletín. Si abandona el edificio lleva consigo el maletín esposado a la muñeca. En el único momento en que se aleja de él es cuando está en el casino. Lo lleva al mostrador de recepción y pide que se lo guarden en la caja fuerte mientras está jugando, luego lo recoge cuando sube a acostarse. Siempre que lleva el maletín lo acompaña un escolta de seguridad. No corre riesgos.
—Me estás diciendo que la única forma de llevárnoslo es cuando está durmiendo.
—Exacto.
Leo volvió a la mesa y puso en ella dos platos con dos sandwiches en cada uno de ellos. Entonces fue a la nevera y regresó con dos botellas de Dr Pepper. Se sentó y abrió las botellas mientras hablaban.
—En la habitación probablemente pasa el efectivo del maletín a la caja fuerte a modo de precaución añadida. No es seguro, pero tenemos que estar preparados. ¿Quieres un vaso?
—No. ¿Qué caja es? No lo recuerdo.
Leo bajó la mirada hacia sus notas.
—Es una Halsey Executive de cinco dígitos. Está en el suelo del armario, debajo del perchero, atornillada desde dentro. No puedes moverla. Tendrás que entrar y abrirla mientras el tipo esté allí mismo, en la habitación.
Cassie asintió y cogió medio sandwich. Leo los había cortado en triángulos. Siempre lo hacía de ese modo, y Cassie recordó que una vez se enfadó cuando ella preparó un sandwich y lo cortó a lo largo. Dio un mordisco e inmediatamente sonrió.
—Ñam —dijo con la boca llena de mantequilla de cacahuete—. Había olvidado lo buenos que son, Leo. Recuerdo que nos los preparabas a Max y a mí cuando llegábamos de conducir toda la noche después de un trabajo.
—Le hacía estos sandwiches desde que tenía seis años y siempre fueron sus favoritos.
La mención de Max le borró la sonrisa a Cassie, quien volvió a centrarse en el asunto que les ocupaba.
—La Halsey tiene un teclado frontal. Puedo hacerlo con una cámara: dos para estar más seguros si hay tiempo. Tengo que saber si el objetivo es diestro o zurdo. Lo sabré cuando lo vea en el casino.
Hablaba sobre todo para sus adentros, para visualizar mentalmente la misión. Entonces surgió una pregunta para Leo.
—¿Le has preguntado a tu hombre por la pintura?
Leo asintió.
—Café suizo. La pintaron hace dos meses, pero es una habitación de fumadores. Nuestro hombre fuma puros.
—Eso ayudará con el olor.
Memorizó el color de la pintura. Decidió comprar medio litro y un aerosol en Laurel Hardware a la mañana siguiente, antes de partir.
—Tengo entendido que es un gordo seboso que no para de roncar —dijo Leo—. Eso facilita las cosas.
—No hay nada fácil en Las Vegas.
La mención de la ciudad le hizo pensar en regresar al Cleopatra y le sobrevino un mal presagio.
—Si se va el jueves, ¿por qué no esperamos a ver adónde va y actuamos en su próximo casino? ¿Por qué tiene que ser en el Cleo?
—Porque no sabemos si va a ir a ningún otro sitio. Quizá regrese a Tejas. Su maletín podría estar lleno y quizá vuelva a casa. Además, tenemos al hombre infiltrado en el Cleo. ¿Quién sabe si tendremos la misma suerte si va a otro sitio?
Cassie asintió. Era consciente de que Leo ya había considerado las posibilidades y había decidido que actuar en el Cleopatra era la única manera.
—He leído que el Cleo se vende —dijo ella, por el mero hecho de decir algo que los alejara de sus pensamientos.
—Sí, la mitad de las tres mil habitaciones están vacías. Es un gran elefante blanco. Tiene siete años y ya está en venta. He oído que Steve Wynn se fijó en él, pero luego lo dejó estar. Algo tiene que estar jodido ahí dentro si no ve la forma de darle la vuelta. Lo que toca, lo convierte en oro.
—Quizá nunca superaron la mala publicidad, por lo de Max, ya sabes.
Leo negó con la cabeza.
—Eso es historia. El problema es que construyeron el sitio como si fuera un albergue para vagabundos y ahora se cae a pedazos y nadie quiere hospedarse allí. Por la misma pasta hay muchos otros lugares bonitos en el Strip. Está el Bellagio, ahora, el Venetian, o el Mándala Bay al final.
Leo estaba nombrando lugares que ni siquiera existían la última vez que Cassie había estado en Las Vegas. Ella se acabó el primer sandwich e inmediatamente tomó un trago de soda fría de la botella y continuó con el otro. Volvió a desarrollar el plan, hablando con la boca llena.
—A no ser que las cosas hayan cambiado, en el Cleo hay llaves magnéticas. Eso significa que tengo que llegar allí mañana temprano para trabajarme a la camarera. Me las apaño para entrar en la habitación, lo preparo todo y vuelvo a colarme por la noche a través del conducto del aire acondicionado, como la última vez. —Tragó y sintió que el bocado le caía en el estómago con un ruido sordo—. No lo sé, Leo. Pueden haber cambiado el diseño de los conductos después de que Max y yo los usamos.
Ella lo miró. Leo la observaba por encima de las gafas y sonreía.
—¿Qué?
—No me estás escuchando —dijo él—. Te he dicho que el observador está dentro. Olvídate de los conductos. Y también de la camarera. Nada de ingeniería social esta vez. Tendrás un paquete completo esperándote en el mostrador VIP. —Consultó sus notas—. A nombre de Turcello. Tendrás todo lo que…
—¿Por qué Turcello? ¿Ese quién es?
—Eres tú. ¿A quién le importa por qué? Es el nombre que me dio el observador. En el paquete estará todo lo que vas a necesitar. Entrarás a la habitación por la puerta porque tendrás una tarjeta magnética. Y además tendrás una habitación al lado, para que puedas prepararte y esperar. También habrá un busca. Lo conectas y oirás un zumbido en cuanto el objetivo baje al casino.
—Una llave magnética sólo me lleva hasta la mitad del camino. Tendré que manipular la cerradura interior. Hace tanto tiempo que no recuerdo el modelo. ¿Tienes el…?
—Lo tengo aquí, tranquila. Ya te he dicho que lo tengo todo. No se trata de un trabajo de aficionados. —Consultó sus notas—. La cerradura es una Smithson Commercial. La misma que la última vez. ¿Hay algún problema?
—No lo sabré hasta que esté allí. Como decías, cuando construyeron el hotel ahorraron en todo lo que no se ve. Usaron engranajes de media vuelta. Supongo que en tres mil cerraduras se ahorraron una buena pasta. La cuestión es si las cambiaron todas después de lo de aquella noche con Max.
—¿Y qué si lo hicieron?
—Es un problema. Significa que tengo que sacarlo todo y cortarlo en dos.
—¿En la habitación?
—No. Tendré que salir y volver luego. Me llevaré un soplete y lo dejaré en el maletero. Pero si tengo que bajar para usarlo, tendré que encontrar un lugar escondido para hacerlo, y entre tanto el tipo puede volver a la habitación y se acabó la historia.
—¿Y la otra habitación? Puedes sacar el pestillo, cortarlo y luego llevarlo a la habitación del objetivo.
Antes de que Cassie pudiera darle la razón, Leo rechazó la posibilidad de que hubieran cambiado las cerraduras.
—Ya te digo que no te preocupes de eso. El hotel ha estado perdiendo dinero desde el día que abrió las puertas. No iban a cambiar tres mil cerraduras sólo porque un tío (que no iba a volver a hacerlo) forzó una cerradura. Olvídalo.
—Para ti es fácil decirlo. Tú te quedas aquí.
Leo no contestó y buscó en el archivo para sacar un montón de dinero que dejó junto a la bandeja de Cassie.
—Nuestros socios son gente seria. Saben que hay gastos de material. Aquí tienes diez mil para comprar cámaras y todo lo que necesites.
—Ya he gastado casi novecientos dólares en lo básico.
—Deja que te pregunte algo, ¿estás al día en cuanto a cámaras y todo eso? ¿Sabes lo que quieres?
—Iré a ver a mi contacto en Hooten’s. Si es que sigue allí, ha pasado mucho tiempo.
—Eso es cierto.
—Si no está, iré a Radio Shack. Me he mantenido al corriente. Funcionará, Leo. No te preocupes por esa parte.
Leo la observó de nuevo por encima de las gafas.
—¿Qué ha pasado, Cass? ¿Por qué has tardado tanto en llamarme? Había perdido la esperanza de que volvieras a aparecer.
—No lo sé, Leo. Supongo que primero sólo pensé en intentarlo de otra forma, ¿entiendes?
Leo asintió.
—El buen camino —dijo—, pero no lo encontraste.
—Un día todo cambió.
—Bueno, bienvenida. Aquí tenemos lugar para ti. —Sonrió.
Cassie negó con la cabeza.
—Leo, esto es sólo por una vez. No estoy en tu equipo, lo digo en serio. Voy a desaparecer después de este golpe.
Ella sabía que no tendría suficiente dinero, que sólo sería un punto de partida. Pero no necesitaba nada más que la promesa de un nuevo comienzo.
Leo asintió y se fijó en sus notas.
—Bueno, este trabajito te llevará a donde quieras ir.
—¿Has solucionado lo de los pasaportes?
Leo levantó la mirada hacia ella sin alzar la cabeza.
—Me han dicho que están en camino. Luego revisaré el correo. Me gusta ir tarde, después de que cierren el mostrador.
—Gracias, Leo.
—No hay de qué. Quiero que vayas a donde quieras ir.
Ella recogió el dinero y se levantó.
—Será mejor que me ponga en marcha si vamos a hacerlo mañana. Tengo que…
—Espera, una última cosa. Es importante.
Leo apartó su bandeja, pese a que no había probado siquiera su segundo sandwich, y sacó una pequeña agenda del bolsillo trasero del pantalón. Era del tamaño de un talonario, aunque más gruesa. Sacó la goma elástica que la rodeaba y la abrió por una página señalada con un Post-it rosa. Cassie vio que se trataba del mes en curso. La caligrafía de Leo llenaba muchos de los espacios dedicados a los días. Él pasó el dedo por la página hasta dar con lo que estaba buscando. Habló sin apartar la mirada del papel.
—Quiero que me complazcas en algo cuando estés allí.
—Vale, ¿de qué se trata?
—Prométemelo.
—No voy a prometerte nada hasta que no sepa de qué estás hablando. ¿Qué es, Leo?
—Muy bien. Hagas lo que hagas y ocurra lo que ocurra, no estés en la habitación de ese tipo entre las tres veintidós y las tres treinta y ocho de la mañana, ¿de acuerdo? La noche del miércoles al jueves. Apúntatelo si crees que puedes olvidarlo.
Cassie sintió que una sonrisa de desconcierto se dibujaba en su propio rostro.
—¿De qué estás hablando?
—La luna estará vacía de curso.
—¿Luna vacía de curso?
—Este es mi calendario astrológico, ¿vale? Trabajo con los libros que te mostré en mi despacho y anoto algunas cosas, incluida la luna.
—Muy bien, ¿y qué es una luna vacía de curso?
—Es una situación astrológica, ¿sí? Verás, cuando la luna se mueve de una casa a otra en las constelaciones, en ocasiones no está en ninguna casa. Cuando esto ocurre la luna está vacía de curso hasta que finalmente entra en una casa. Y como te he dicho en la noche del miércoles al jueves habrá una luna vacía de curso durante dieciséis minutos. Estará allí colgada entre Cáncer y Leo, perdida en el camino entre las tres veintidós y las tres treinta y ocho. Lo he calculado todo aquí.
Cerró el calendario y se lo tendió a Cassie como si se tratara de un libro sagrado.
—¿Y?
—Y eso supone mala suerte, Cass. Puede pasar cualquier cosa durante una luna vacía de curso. Cualquier desastre. Asegúrate de que no haces nada en ese periodo.
Cassie lo examinó un momento y se dio cuenta de que su mirada era completamente sincera. Leo siempre había tenido una fe inquebrantable en aquello en lo que elegía creer.
—Será complicado —dijo ella—. Depende de cuándo decida bajar el tipo. Tengo que entrar dos horas después de que se acueste. Al menos dos horas para estar segura.
—Entonces, entra después de que la luna llegue a Leo. No estoy bromeando, Cass. ¿Sabes que Lincoln, McKinley y Kennedy fueron investidos presidentes durante una luna vacía de curso? Los tres y ya ves lo que les ocurrió. Clinton, también, y para lo que le pasó lo mismo le podrían haber pegado un tiro.
Hizo un gesto de asentimiento con gravedad y levantó de nuevo la agenda como si por sí misma constituyera la prueba de algo. Cassie sentía simpatía por esta convicción ferviente, quizá porque ella ya no estaba segura de creer en nada.
—Lo digo en serio —afirmó Leo—. Puedes revisarlo remontándote hacia atrás todo lo que quieras.
Cassie dio un paso hacia la mesa y extendió el brazo, sin embargo, cuando Leo le ofreció la agenda, ella retiró la mano. Deseaba preguntar algo, pero no estaba segura de querer conocer la respuesta.
Leo la entendió sin necesidad de palabras y asintió con gesto severo.
—Sí —dijo—, lo he comprobado. Aquella noche con Max, hace seis años, la luna también estaba vacía de curso.
Ella se limitó a mirarlo.
—¿Recuerdas lo que dijiste antes de que hubo mala suerte? Fue la luna, Cass. Ese fue el gafe.
En la puerta, Leo le deseó buena suerte y dijo que la vería una vez concluido el trabajo. Cassie vaciló en los peldaños de la entrada. La discusión sobre la luna vacía de curso y Max había revestido todo con una pátina sombría. Se estremeció como si hubiera pillado un resfriado.
—¿Qué pasa? —preguntó Leo.
Ella sacudió la cabeza como para desestimar la pregunta y preguntó a su vez.
—Leo, ¿piensas en Max?
Leo tardó en responder. Traspuso el umbral de la casa y miró al cielo nocturno. La luna colgaba pálida en el cielo, como un huevo.
—Habrá luna llena dentro de un par de días. Brillante y bonita. —Siguió mirando el cielo un momento y luego posó sus ojos en Cassie—. No pasa un solo día sin que piense en él —agregó—. Ni uno solo.
Cassie asintió.
—Todavía lo echo mucho de menos, Leo.
—Yo también, Cass, así que ten cuidado. No quiero perderte también a ti de la misma forma.