Reflexión final

Cuando doy por finalizado este libro observo que es incompleto pues no menciona otras injusticias sufridas por montañeros de corazón. Puedo resumir ahora dos casos dispares: uno, el sufrido por el gran Riccardo Cassin, y otro por un montañero madrileño, tan desconocido que sólo sé que le apodaban «Litos».

Riccardo Cassin, cuando era ya muy conocido, tuvo que verse apartado de la expedición de 1954, la que vencería el K2, bajo el pretexto de que el reconocimiento médico no era bueno. (¿No sería que nadie debía «hacer sombra» al jefe de la expedición?).

El desconocido «Litos» fue, bastantes años más tarde y cargado de ilusión, al Gasherbrum IV —sólo hollado por Bonatti y Mauri en 1958— donde desaparecería entrando a formar parte de la roca, el hielo, la dificultad y la altitud de aquella montaña que roza los ocho mil metros.

El primer caso nos confirmará que, si bien las montañas son la representación más viva, más potente y más hermosa de nuestro mundo, y que han inspirado en los humanos sentimientos de admiración y potentes lazos de amistad, también es desolador comprobar que estos mismos humanos pueden pensar o actuar de manera poco justa, impulsados por la vanidad, el interés, el despecho y hasta la ignorancia. Estos defectos no tienen relación alguna con la admiración y el cariño hacia las montañas, pero las acciones que se deriven de ellos pueden herir los sólidos sentimientos y minan las buenas amistades creadas al amparo de la común admiración hacia las montañas.

Sería bonito que las páginas que preceden —donde se ha intentado relatar algunos hechos que pueden haber puesto en evidencia al más puro alpinista— contribuyeran a reforzar en el ámbito de los montañeros —de moral alta y bien reconocida— una brillante ligazón humana. Tan brillante como la transparente claridad que emanan las montañas cuando el tiempo es perfecto.

A. F.