Capítulo VII: Walter Bonatti, blanco de injusticias

En 1953 se habían escalado en todo el mundo sólo dos cumbres de más de ocho mil metros, el Annapurna y el Everest. Y en 1954 Italia lanzó una potente expedición para conquistar el K2, la segunda cima del mundo, que alcanza los 8611 metros. Este país se consideraba acreedor de unos derechos al K2 pues en 1909 ya había iniciado unos primeros ataques a esta fenomenal montaña por el espolón que ellos llamaron «De los Abruzzos», y en 1929 había repetido el intento. La expedición de 1954 era estatal, muy potente y extraordinariamente bien preparada y bien dirigida por el meticuloso profesor Ardito Desio, geólogo y viejo alpinista. Además parece que el profesor era algo prepotente pues dirigió a sus hombres con mano férrea. Él mismo había seleccionado personalmente, teniendo en cuenta los méritos alpinistas, personales y científicos de cada uno, olvidando la posible relación humana entre ellos, algo que es muy importante en una expedición de montaña.

Todos los escogidos eran hombres ya hechos, de entre treinta y cuarenta y tantos años, con la excepción de un muchacho muy joven, de sólo veintitrés años, en quien se había fijado el jefe por saber que había realizado recientemente muchas acciones alpinísticas de importancia, y con la intención de someterle a prueba en esta acción en vista a futuras actividades. Este muchacho, desconocido entonces, se llamaba Walter Bonatti.

Walter Bonatti a sus veintitantos años.

Una vez en el Pakistán y trasladados a la montaña, la expedición fue desarrollándose tal como había planeado su pundonoroso jefe. Ya se sabía que el K2 o Godwin Austen no podía resultar una montaña fácil, no sólo por la terrible y hermosa visión que ofrecía, sino por los varios intentos de escalada efectuados hasta el momento, fallidos todos y muy dramáticos la mayoría de ellos. La gran montaña parecía inviolable.

Y en el momento de escribir estas notas, a principios del siglo XXI, el K2 sigue siendo considerado el más difícil de todos los «ochomiles». El Kangchenjunga —tercera cumbre del mundo— también es considerado técnicamente muy difícil pero ello es por la complejidad de sus muchas puntas y su extenso cresterío, con una altitud de 8570 m, algo inferior ya al K2. El K2 es una simple pirámide esbelta, enhiesta y… difícil por todas sus aristas.

La arista SE del K2 siempre se ha llamado Espolón de los Abruzzos porque la expedición italiana de 1909 que había iniciado por allí su ataque estaba dirigida por el Duque de los Abruzzos, un fenomenal explorador y alpinista perteneciente a la familia real italiana; precisamente había nacido en Madrid, en el Palacio Real y como Príncipe de España, durante el corto tiempo en el que su padre, llamado Amadeo, fue rey de España como Amadeo I (1870-1873).

Las experiencias de 1909 y de 1929 —aunque hubo otros intentos norteamericanos en los años treinta— daban pie a los italianos para asaltar el K2 con mucha confianza de éxito. La época era la de las «expediciones pesadas», o sea, de mucha gente y mucha preparación previa (y mucho presupuesto a la vez) aunque no todas resultaban con plenas garantías de éxito.

Las etapas programadas previamente por el profesor Desio se fueron cumpliendo, y a finales de julio estaba montado el campamento VIII, que tenía que ser apoyo para el campamento IX, el de asalto, situado este a la no despreciable altitud de 8100 m. El asalto debían llevarlo a efecto los componentes del «equipo de punta» ya elegido de antemano y formado por Lacedelli y Compagnoni, guías italianos de cierto renombre en la época. Walter Bonatti, por su parte, estaba dando buen resultado en todo el transcurso de la expedición, y en estos momentos había llegado al campamento VIII, a 7730 m, dispuesto a apoyar al equipo de punta. Él, junto con Eric Abram, formaba este «equipo de apoyo», con la misión de mantener bien surtido el XI, especialmente de bombonas de oxígeno para el asalto a la cumbre… y (aunque de esto no se había hablado) con alguna posibilidad de hacer cumbre si las condiciones se ponían buenas para dar un segundo asalto o si el primer equipo fallaba.

Lacedelli y Compagnoni se instalaron en el campamento IX, situado algo más arriba de lo indicado al principio, o sea, a más de 8100 metros. Este campamento estaba formado por una sola tienda, que sería muy pequeña. Parece que por radioteléfono comunicaron a los equipos inferiores que habían agotado las reservas de oxígeno y que precisaban más bombonas para poder dormir y descansar y, sobre todo, poder atacar la cumbre el día siguiente. Walter y Abram recibieron en el campamento VIII la orden de llevarles esta reserva de oxígeno. En realidad la orden era algo difícil de cumplir, dada la situación, la hora y el peso a llevar, pero ellos cumplieron y partieron de su tienda acompañados de un porteador hunza llamado Mahdi. Ya era pasado el mediodía y, teniendo en cuenta donde estaban, tenían que finalizar su cometido antes de que empezara a declinar la tarde, para poder retornar a su tienda con luz y seguridad. Los tres fueron subiendo lentamente por las duras pendientes de nieve y rocas cubiertas de hielo de la arista, toda ella siempre difícil. Llegaron al lugar donde suponían estaba la tienda del campamento IX con sus compañeros, pero era este un sitio muy enhiesto y complicado y no vieron allí tienda alguna. Además, Abram llevaba mucho rato quejándose de intenso frío en los pies y manos, y para que no sufriera congelaciones, Walter le recomendó que dejara allí mismo su carga y que iniciara la vuelta al campamento VIII mientras hubiera luz, quedándose él con el hunza Mahdi, que era un hombre muy fuerte, para entregar su preciosa carga cuando dieran con la tienda del campo IX. Y, si era posible, quedarse ellos aquella noche con los del equipo de punta, con el fin de auxiliarles el día del asalto, tanto a la salida como al regreso.

Abram descendió mientras Walter seguía sin descubrir la tienda de Lacedelli y Compagnoni. Ellos habían subido siguiendo unas huellas que, súbitamente, desaparecían en la dura pendiente de hielo. Y mientras iba oscureciendo más y más dieron varias llamadas. Recibieron alguna contestación desde un punto indeterminado pero no pudieron localizar el campamento IX en aquel infierno de rocas heladas y casi verticales, al pie de unos amenazadores «seracs» que años más tarde serían conocidos como «Cuello de botella». Estaban en un laberinto vertical de hielo, colgados a más de 8100 metros y sobre un espantoso abismo blanco y cada vez más frío. Además iba disminuyendo la luz de la tarde. Bonatti se sentía tremendamente olvidado y desprotegido, máxime sabiendo que su compañero hunza, de menos empuje humano que él, empezaba a dar señales de desesperación diciendo cosas que, a su entender, ya denotaban un principio de pérdida de confianza y de razón.

—Pero, ¿dónde estáis? —chilló él varias veces, mientras se estaba haciendo peligrosamente de noche.

Tuvo que llegar por completo la noche y empezar a sentirse el intenso frío en aumento. Ellos seguían chillando, y volvieron a oírse las voces en italiano de sus compañeros:

—¡Seguid las huellas! —decían. Pero las huellas no tenían continuación.

Y al cabo de mucho rato, cuando el viento dejó de rugir, volvió a oírse una frase entrecortada:

—Dejad… las bombonas… y marchaos… para abajo…

Walter Bonatti se sintió descorazonado, defraudado. Ellos habían hecho un esfuerzo extraordinario para auxiliar a sus compañeros a la nada despreciable cota de 8100 metros y pico, y ahora no era justo que estos, ya en plena noche, no dieran ninguna indicación de dónde estaba su tienda, ni ofrecieran la invitación a que pasaran con ellos, aunque apretujados, la terrible noche que ya había llegado. Por un momento le pareció descubrir el reflejo de una luz cercana pero le fue imposible localizar el lugar de donde podía venir este esporádico rayo de luz. A más de ocho mil metros de altitud no todos los sentidos funcionan bien.

Y allí empezó la noche más dramática de Walter Bonatti. Él había vivido ya mucho en la montaña y tenía recuerdo de algunas otras noches malas a lo largo de su entonces corta pero ya intensa vida de alpinista. Mas no había vivaqueado jamás sin protección alguna a los ocho mil metros. No tenían saco de dormir, ni tienda; su compañero estaba acobardado y enloquecido por las circunstancias… ¡Y mientras, sus amigos estaban relativamente cerca, dentro de una tienda, y no aclaraban nada ni ofrecían ayuda alguna! Él y Mahdi se sentían abandonados en un lugar desolado y especialmente peligroso. Desprotegidos y con el espíritu cada vez más dolido por una falta de solidaridad, que estaba bien a la vista.

El momento era muy duro y muy difícil. Y preveía que no iba a ser posible superarlo.

Walter tenía a su lado al porteador hunza soltando expresiones difíciles de comprender y dando la idea de que quería empezar a bajar por el abismo helado, por donde habían subido aquella tarde. Habían llegado con dificultad pero entonces había luz. Ahora Bonatti no podía permitir al hunza que bajara solo, ya que sabía que tenía poca técnica de cramponaje y, ante la plena oscuridad y con tanto hielo y rocas aflorando, ello sería dejar que se entregase a una caída, con resultado de muerte cierta. Exasperado, tuvo que empezar a pensar en cómo prepararse para poder detener las reacciones del hunza y poder instalarse los dos, y lograr afrontar la noche de la manera menos mala posible en aquel mismo lugar. Intentar moverse de allí en plena noche era una locura.

Viendo que ya no podía recabar colaboración alguna de sus compañeros, tan cercanos pero tan inhallables, excavó con su piolet una simple bañera, una repisa en la nieve capaz de acogerles a él y a Mahdi. Luego aflojó las cintas de sus crampones para que se pudiera activar en algo la circulación sanguínea en sus pies, y sujetó bien a Mahdi. Luego le aflojó a él también sus crampones, algo que al porteador no podía ocurrírsele. Buscó, sin éxito, algo de comida en la mochila para entretener un poco el cuerpo y guardar fuerzas: pero no tenían nada, ya que habían subido con la única idea de volver a bajar seguidamente a la protección de su tienda del campamento VIII. Halló sólo tres caramelos en un bolsillo, los cuales ni siquiera pudieron tomar porque, dado el gran frío reinante y el esfuerzo realizado, no lograron disolverlos en la boca.

Resignado, Walter supo que debía esperar a que pasara la terrible noche que les aguardaba. Ya no había luz alguna. Las horas empezaron a transcurrir muy lentamente mientras el frío aumentaba y aumentaba, y un duro viento empezó a zarandearles y les castigaba el rostro con bruscas sacudidas de nieve proyectada. Él no quería dejarse adormecer y si lo logró fue a costa de pensar tristemente en el extraño proceder de sus compatriotas y compañeros de expedición quienes, a pocos pasos de allí, estaban durmiendo o tomando alguna cosa caliente dentro de su tienda, sin pensar en lo que él y Mahdi estarían sufriendo, expuestos a los ataques de lo que se llama «la zona de la muerte». La tienda de los compañeros tenía que ser pequeña, pequeñísima, pero en estos casos surge siempre un espacio de salvación para acoger a quienes se hallan en la más dura precariedad.

Pero no. Para él y para Mahdi, a quienes claramente se les había negado la ayuda, la situación era extrema, extremísima. Aquella era la primera vez que dos seres humanos iban a vivaquear a más de ocho mil metros, sin saco de dormir ni otra protección que la ropa puesta y helada. ¡Terrible! Su buena fe se había desvanecido. Bonatti ya había perdido las esperanzas de que sus dos compañeros, italianos como él y alpinistas como él, y perteneciendo a la misma expedición, salieran a darles algún auxilio.

Ya no se volvió a ver la luz de antes en un indeterminado lugar cerca de donde ellos estaban. Sólo se oyó una terrible recomendación que llegaba desde algo más arriba como una maldición, entre ráfaga y ráfaga de viento:

—¡Marchaos! ¡Marchaos, marchaos de aquí! ¡Dejad las bombonas de oxígeno! ¡Bajad para abajo…!

Eran frases que respiraban una crueldad inusitada, un terrible egoísmo por parte de unos «compañeros de expedición». Walter se vio obligado a pensar que lo que aquellos compañeros querían era reservar para ellos solos el éxito de llegar los primeros a la gran cumbre… ¡pero exigiendo y empleando el oxígeno que él, con su sacrificio, les había traído!

Walter Bonatti quiso olvidar ya todo y dedicó sus esfuerzos exclusivamente a sobrevivir aquella noche. A su lado, Mahdi temblaba y maldecía en su lengua, y pediría ayuda a sus dioses sin dejar de castañearle los dientes. Y en la mente de Walter repercutían las palabras de sus «amigos», le estuvieron martilleando en los oídos no sólo durante aquella cruel y larga noche sino durante muchísimos años. No era aquella situación una buena ayuda para la formación moral de un joven alpinista de veintitrés años que amaba la montaña y que, hasta el momento, había creído en la hermosa hermandad de todos los montañeros.

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El K2, la segunda cumbre del mundo.

La noche fue pesada; lenta, lentísima, negra y, sobre todo, glacial. Hubo muchos momentos de viento y amenaza de tormenta aunque más tarde, afortunadamente, todo se fue calmando. Pero el frío no calmaba: cruel, enorme, inconmensurable. Se adueñaba de sus manos, de sus brazos, de sus piernas, de sus pies… ¡Se apoderaba de todo su cuerpo! Walter oía el imparable repiqueteo de dientes de su compañero y ello le decía que los dos todavía vivían. Mahdi era un hombre duro y fuerte, de una raza hecha a todos los reveses y dispuesta a combatir las más duras pruebas.

Cuando finalmente surgieron los inicios de las primeras luces del amanecer, Walter vio como el hunza, sin decirle nada, ni en su lengua ni en la jerga con la que se entendían, se alzó y penosamente, como un fantasma tieso y rígido, empezó a bajar por donde habían subido los dos, moviéndose en un destrepe lento, penoso y fatigoso, sin mirar para nada hacia arriba. Afortunadamente el hunza había conservado sus crampones y, aunque algo sueltos, estos le sujetaban los pies sobre el hielo. Walter le vio como bajaba tambaleándose y, en un momento dado, vio horrorizado cómo más abajo perdía pie para caerse y bajar un gran trecho resbalando, alocado, hacia la línea del sol, donde no se detuvo, para seguir marchando hacia el calor, hacia el campamento VIII donde, si llegaba, podría hallar los principios de la salvación.

Él prefirió esperar la llegada, hasta su lugar, de los primeros rayos del sol. Vio cómo entraba una mañana afortunada, sin nubes, y entonces se preparó para iniciar un desilusionado descenso. Apretó las cintas de sus crampones sobre unas botas protectoras de unos pies que todavía tardarían mucho en recuperar su sensibilidad; dejó allí mismo, bien a la vista, las bombonas de oxígeno, necesarias para que los huéspedes de la tienda invisible las emplearan para poder vencer la cumbre del K2. Y, sin mirar ya para arriba y sin despedirse de aquellos «amigos», empezó a su vez a bajar.

Con todo el cuerpo rígido, todavía endurecido por el frío, pudo llegar al campamento VIII. Allí comprobó cómo Mahdi seguía tiritando, sufriendo terribles congelaciones, y entre él y Eric Abram pudieron ayudarle a seguir bajando hacia campamentos inferiores más acogedores. Le sujetaban bien entre los dos porque estaba medio loco a causa de la terrible prueba sufrida: quería echarse al abismo de la gran montaña. Lo que acababan de vivir Walter y el hunza había sido una de las mayores injusticias que se han dado a la sombra de una montaña. ¡Verdadera injusticia, sin paliativos! Y tenía que repercutirles en su ánimo durante toda su vida. Físicamente Walter había superado —bien que mal— la prueba, porque era fuerte. Pero viendo el estado del pobre Mahdi y sintiéndose él mismo tan depauperado y despreciado, dudó de que psíquicamente no le llegaran males mayores. La dureza de lo vivido, la cruel noche soportada era una prueba demasiado fuerte.

oOo

Aquel día, 31 de julio de 1954, los «compañeros de expedición» Lacedelli y Compagnoni lograron la primera ascensión al K2, gracias a las bombonas de oxígeno que Mahdi y Bonatti les habían subido. Walter, al llegar al campamento base y una vez algo repuesto, quiso protestar al jefe, el profesor Ardito Desio, por el trato recibido, pero este no le escuchó ya que era mucho más importante el éxito mundial recién conseguido por la expedición. Su buen sentido le hizo comprender que en aquel momento una protesta empañaría el valor de la primera ascensión conseguida en el K2. Y prefirió no insistir. También esperaba que Lacedelli y Compagnoni, a su vuelta al campamento base, le dieran alguna explicación por su proceder… Pero nadie le dijo nada. En el victorioso grupo italiano, todos se afanaban en divulgar a los cuatro vientos y a celebrar el éxito sobre la gran montaña. Pero nadie se interesó por aquella terrible noche pasada sin protección alguna por dos hombres a más de ocho mil metros.

Todos los componentes de la expedición ya no pensaban más que en difundir el éxito y en volver pronto a su patria.

Walter Bonatti volvió a Italia pensativo y callado. Él no quiso ensombrecer la victoria nacional alzando una protesta, pero en su interior sentía una enorme depresión. Se dedicó de nuevo a sus montañas, y como alguien le recordó que antes de salir habían firmado todos un documento comprometiéndose a no divulgar nada sobre la expedición en dos años, ya que a ello estaba únicamente autorizado el jefe del grupo, durante mucho más de los dos años comprometidos no volvió a hablar del K2, ni de la injusticia a la que había sido sometido en compañía de un pobre porteador hunza que ya estaba condenado a arrastrar unos miembros congelados durante toda su vida.

El profesor Ardito Desio fue el encargado de divulgar a grandes voces todo lo conseguido —que era mucho y bueno— en el libro oficial de la expedición. Se editó seguidamente este libro del K2 que explicaba bien la aventura y era muy detallado, aunque notoriamente triunfalista. Era la obra de un profesor habituado a mandar, a tener éxitos y a escribir correctamente. Pero no contaba todos los detalles de la aventura, pues si bien hablaba de que Bonatti, Abram y Mahdi llevaron las bombonas de oxígeno al campo IX, explicaba sólo que «el viento que soplaba del norte hizo que las voces se perdieran». Añadía que Bonatti y el hunza se dieron cuenta de la imposibilidad de descender de noche con grave riesgo de sus vidas, y que por ello excavaron un agujero en la nieve y allí vivaquearon durante una noche «que iba a ser terrible a aquellas alturas». Nada más.[12]

Bonatti no habló de ello en los dos años previstos ni, posteriormente, en bastante más tiempo. Pero sí «habló» de otra manera: haciendo montaña a gran escala, dando a conocer al mundo su talla de gran alpinista. Ya había hecho cosas buenas anteriormente —no en vano, siendo tan joven, le habían elegido para la expedición— pero después de la expedición quiso ser supervalorado de cara al mundo. Y él mismo se sintió superempujado a ello. Sin mencionar la injusticia del K2 iba obteniendo suficientes argumentos para poder seguir dándose a conocer. En 1955 dio un gran campanazo al lograr, en solitario y a lo largo de seis días, el Pilier SO del Dru en Chamonix, llamado ahora «Pilier Bonatti», gesta que por sí sola ya explica el valor y la audacia necesarios para lograrla. Bien a la vista de todo el mundo se mantuvo él, en la pared, con su cuerda y su petate, durante esta ascensión en solitario, y en un lugar tan visible.

Por Navidad de 1956 quiso ir con un amigo y cliente a la cara italiana del Mont Blanc, con intención de hacer la difícil vía de La Poire. Pero se dieron cuenta de que este itinerario no estaba en buenas condiciones y, cambiando con prudencia de programa, fueron al Espolón de la Brenva. En el refugio de La Fourche coincidieron con una cordada franco-belga que también quería hacer la Brenva. No salieron juntos pues la otra cordada iba dirigida por un aspirante a guía suficientemente experimentado, y marcharon separados desde el primer momento. Todo fue bien para ellos hasta que al acabar la escalada, en el collado de la Brenva, el tiempo se puso malo de verdad. Con todo, Bonatti llevó a su cliente hasta la cumbre del Mont Blanc y lograron bajar al refugio Vallot, sin tener noticias de la otra cordada. Ellos salieron bien de aquella tormenta, pero los otros no, porque, si bien al observar su tardanza salió un helicóptero a buscarles y les recogió, el aparato capotó en el Grand Plateau y sólo se salvó el piloto quien, aunque de mala manera, pudo volver por sus propios medios. Este fue un drama muy divulgado, en el cual la prensa sensacionalista mezcló a Bonatti, quien realmente no tuvo nada que ver en ello. Pero esta falsa referencia explica que Bonatti ya era famoso porque, de otra manera, si no le hubiera conocido nadie, no le habrían relacionado con la desgracia de los franco-belgas y su guía. En realidad Bonatti, como guía, había cumplido y atendido bien a su cliente.

En 1956 Bonatti estuvo en una nueva expedición al Karakórum, en la zona de los Gasherbrum, a las órdenes del veterano Riccardo Cassin, logrando Walter y su amigo de siempre Carlo Mauri la primera ascensión del bellísimo, famosísimo y dificilísimo Gasherbrum IV, un «casi ochomil» (porque mide exactamente 7980 m). Es esta una montaña que, desde entonces, posiblemente nadie la ha mirado con afición, dada la gran dificultad que Mauri y él hallaron y divulgaron con lágrimas en los ojos. Y por la misma época estuvo en el Pilier Rouge du Brouillard con su gran amigo Oggioni, en la cara italiana del Mont Blanc.

Y en esta misma cara italiana del Mont Blanc —la zona más personal y propia de Walter Bonatti como alpinista y como guía— hizo él la Vía Major en solitario, al tiempo que su amigo Carlo Mauri, también en solitario, hacía la vía de la Poire, paralelas y no lejos la una de la otra, dando lugar a subir cada uno por su vía y a juntarse al final para llegar juntos los dos solitarios a la cumbre del gran Mont Blanc y celebrar allí en lo alto su previsto encuentro… ¡antes de que cayera una terrible tormenta que les hubiera dado mucho trabajo a los dos de hallarles en la pared! Pudieron librarse de los rayos y de los truenos y de las avalanchas.

En 1961 fue a los Andes, a la Cordillera Blanca del Perú, y allí se estrenó en el Rondoy Norte con varios amigos, entre los cuales estaba su íntimo Andrea Oggioni, a quien tendría que perder no mucho después en otro drama, el del Pilier d’Angle, también terriblemente difundido y comentado por todos los medios de comunicación más o menos sensacionalistas, en el cual los que sobrevivieron aseguraron a viva voz que Walter Bonatti fue el principal intérprete y salvador de los que pudieron escapar a la muerte. Pero los comentarios y las críticas a Bonatti tampoco faltaron esta vez. Era demasiado conocido ya en un mundo donde, desgraciadamente, no faltan las envidias.

En todo este tiempo, Walter Bonatti jamás mencionó la injusticia de la que había sido víctima en el K2. Durante años sólo estuvo dando a conocer todo cuanto de bueno le sucedía, guardando discretamente para sí sus sentimientos y las malas noticias que podía tener del estado físico del desgraciado porteador hunza Mahdi.

Y en 1965 volvió a «explicar» bien claro ante el mundo de lo que era capaz, al lograr en solitario y en pleno invierno la escalada de la cara norte del Cervino. El mundo ya llevaba tiempo viendo y «oyendo» todo lo que podía significar el silencio de Walter Bonatti.

Walter tenía ya treinta y cinco años. Había realizado muchísimas ascensiones, era muy apreciado y muy conocido en el mundo de las montañas, pero siempre prefirió estar mudo en relación al «asunto K2». Hasta que escribió un estupendo libro sobre algunas de sus muchas experiencias. El libro se llamó A mie montagne («A mis montañas») y en él, entre otros capítulos a cada uno más interesante, ya dejó que su corazón y sus sentimientos empezaran a abrirse, dando a entender lo que le había sucedido en aquella terrible noche bajo el Cuello de Botella del K2. Con suficiente holgura de tiempo había cumplido el pacto de silencio obligado, ya antes de partir la expedición, por el profesor Ardito Desio.

Después Walter Bonatti ha seguido escribiendo libros de montaña y muchos artículos divulgando montañas y sobre países y territorios exóticos de todo el mundo. También escribió un capítulo llamado «Adiós Alpinismo» dando a entender que él seguiría yendo por las montañas pero que no estaba muy de acuerdo con ciertos ambientes del extramoderno alpinismo. Y cuando el Presidente de la República Italiana le concedió una medalla y surgieron algunos comentarios y maliciosas críticas por ello, él tuvo que escribir otro artículo bastante dolido titulado «El peso de una medalla» donde decía que «el valor de las conquistas no debe ser destruido» y que «las montañas tienen el valor de las personas que las saben amar y el de los que saben enfrentarse a ellas», y añadiendo que «los que son humanos de verdad saben bien que las montañas tienen su corazón, ya que no son amontonamientos de piedras, como pueden creer las gentes materialistas y de espíritu empobrecido».

Ciertos sectores de prensa han criticado a Walter Bonatti. Le han criticado no por lo que hizo sino, sencillamente, por la más pura envidia de quienes no tuvieron nunca su nivel, ni su gran corazón humano volcado hacia los amigos y las montañas.

A los treinta y cinco años, el gran alpinista dejó de hacer alpinismo de gran nivel; «se cortó la coleta» como podríamos decir en términos españoles. Pero sigue viajando por el mundo, escribiendo, teniendo muchos amigos, y sigue admirando las montañas, de manera más tranquila, más silenciosa. Y los que, aunque estemos lejos de él, le tenemos admiración y simpatía, le deseamos buena suerte y, sobre todo, que nadie más pueda convertirle jamás en blanco de injusticias.

Epílogo de este capítulo.

En 1984 ante el anuncio por el Club Alpino Italiano de celebrar el treinta aniversario de la primera ascensión al K2, Bonatti publicó un libro llamado «Proceso al K2» en el cual él quiso demostrar que la cordada victoriosa no había dicho por completo la verdad de lo acaecido en el K2 el 30 y 31 de julio de 1954. Los primeros vencedores del K2 se sintieron muy incómodos ante la insistencia del entonces ya veterano Walter Bonatti, insistencia mucho mayor que la resignación del joven Walter Bonatti treinta años antes cuando se vio obligado a vivaquear al pie del Cuello de Botella, a 8100 m, sin saco ni otra protección, en compañía de un pobre porteador hunza que tuvo que quedar muy maltrecho.

Tres décadas después de aquellos hechos, Bonatti demostró legalmente la insolidaridad de sus compañeros en el K2, y ahora la justicia le dio la razón. Pero en la crónica oficial de la expedición siguen sin ser rectificadas las declaraciones de los vencedores. Y mucho tiempo más tarde, cuando un periodista quiso profundizar sobre esta polémica con Ardito Desio, ya muy anciano, intervino la hija del profesor diciendo:

—¡No hay que molestar con esos pequeños detalles a un hombre que ya ha cumplido los ciento cuatro años!

En efecto, Ardito Desio tenía ciento cuatro años en el año 2001, y moriría, a avanzadísima edad, en diciembre de este mismo año.

Bonatti sigue pensando en aquella terrible noche y dice todavía:

—En el K2 yo tenía que sucumbir o fortificarme.

Y como sobrevivió, sigue más fortificado que nunca, aunque haya dicho un muy leve «adiós al alpinismo».

La injusticia existió en principio para él y para Mahdi. Pero él le plantó verdadera cara y venció.

oOo

Para finalizar este capítulo hay que mencionar otra injusticia casi desconocida sucedida en aquella expedición italiana al K2 de 1954: uno de los componentes del grupo alpinista, Mario Puchoz, guía de montaña, contrajo allí una pulmonía y murió a los pocos días. Está enterrado en la confluencia de los glaciares Godwin Austen y Saboya, a los pies del K2, donde una placa que se va desmoronando recuerda sus ansias de montañas truncadas allá. Ahora hay otras tumbas en el K2, pero la primera fue la del guía italiano, a quien, dado el tiempo transcurrido, ya pocos lo tendrán en la memoria.

La muerte de Mario Puchoz fue otra injusticia. Su desgraciado final, eclipsado por la gloria de los conquistadores del K2, dio muy poco que hablar. Tengamos también un emocionado recuerdo para «el bravísimo» Mario Puchoz.

Y los españoles debemos un recuerdo para Atxo Apellániz, fallecido en 1994 después de haber vencido el K2. Y para los aragoneses Javier Escartín, Javier Olivar y Lorenzo Ortiz, también víctimas del K2 al descender de esta gran cumbre en 1995. ¿Son injustas estas muertes? Son la ley de la montaña.