Capítulo II: Las injusticias del Mont Blanc

No es difícil tener que aceptar la afirmación de que en el Mont Blanc se han desarrollado muchos dramas. Sin necesidad de buscar datos en ninguna parte sabemos que esta montaña es la que ha tenido que contemplar más desastres y más aventuras difíciles a lo largo de toda la vida de la actividad alpinista. Y esta vida de actividad alpinista comprende desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días. Siempre se ha dicho en Chamonix que, durante un año cualquiera, el Mont Blanc, su montaña, suma ella sola más accidentes que la totalidad de todos los accidentes de montaña ocurridos durante el mismo año en todos los Alpes. Es una dura pretensión. ¡Pero posiblemente una pretensión veraz!

En la Dent du Gèant. 1960. Al fondo el Dru y la Mer de Glace.

El Mont Blanc no sólo es una montaña muy alta y muy amplia, con mucha superficie y mucho hielo. Es la más llamativa de Europa y aunque sólo pertenece a dos naciones (Francia e Italia) prácticamente pertenece a todas las naciones denominadas «alpinas» como Suiza, Liechtenstein, Austria, Alemania y hasta las que corresponden a la antigua Yugoslavia y a la antigua Checoslovaquia. Todas ellas son naciones genéricamente alpinas y aunque el Mont Blanc no figura en sus mapas, el Mont Blanc les «pertenece» un poco. Y, además, no hay que olvidar otra nación, históricamente la más alpina de todas: Inglaterra. Aunque este país está bastante alejado de los Alpes, los creadores del impulso del alpinismo fueron hijos suyos. El alpinismo es un movimiento enfocado a la montaña como vocación, como aventura y como terreno de juego, así como aplicación de la vanidad humana y también como aglutinante social: no olvidemos que el primer club Alpino del mundo se creó en Londres dentro y gracias al más puro ambiente Victoriano.

El Mont Blanc es extraordinariamente llamativo. Al Mont Blanc afluye no solamente el gran contingente del alpinismo de los países alpinos sino que, por haber adquirido Chamonix lo que se podría llamar la «capitalidad» del mundo del alpinismo, la afluencia desde cualquier parte ha sido y es enorme. El Mont Blanc llama y atrae, y en él se produce un fenómeno que no suele ocurrir en otras montañas del mundo: que acuden al Mont Blanc para escalarlo —o intentar escalarlo— gentes de todas partes y entre ellos hay algunos que no son precisamente montañeros o alpinistas. El Mont Blanc llama «deportivamente» al hombre de espíritu deportivo de cualquier parte del mundo aunque su espíritu no sea montañero. Sin ser alpinista, cualquiera puede desear subir a lo más alto de esta gran montaña.

Buena parte de esta gran afluencia de personas pueden no estar preparadas y por ello tienen que producirse problemas y dramas. El Mont Blanc como aventura no es comparable con una ciudad desconocida donde cualquiera que llega de fuera se deja perder en sus calles pues sabe que a la larga encontrará su destino; ni como una playa en la cual, se sepa o no se sepa nadar, con tomar el sol en ella nadie puede sufrir daños. El Mont Blanc, como todas las montañas, es un territorio de aventura que no sólo exige esfuerzo sino también conocimiento y, sobre todo, es un ámbito donde el posible mal tiempo puede convertir en muy peligroso el internarse en él sin estar preparado para ello[3].

Ya en los inicios del alpinismo, cuando los hombres se afanaban para hallar el camino de la cumbre del Mont Blanc, la montaña se presentaba dura. Con sólo repasar cualquier historia de los albores del alpinismo se comprueba cómo la simple búsqueda del camino del Mont Blanc era ya una difícil y expuesta aventura. Y hasta que Paccard y Balmat hallaron este camino y pudieron pisar la cumbre, tuvieron que transcurrir más de veinticinco años de tanteos y de esfuerzos en una montaña que no solamente era dura y difícil, sino que además era considerada entonces albergue de dragones y lugar de demonios y otras fuerzas excepcionales y superiores.

Y a partir de su primera conquista empezaron los dramas del Mont Blanc, porque el primer drama o injusticia ya tuvo que surgir en 1786 entre los dos vencedores, y al mismo día siguiente de la conquista. Este fue un drama no físico, sino humano: Balmat era un hombre tosco, duro y muy ambicioso; mientras que Paccard, joven médico, hijo del notario de Chamonix, era un personaje idealista e inteligente, amante de la montaña por ella misma. Me atrevo a designarlo como el segundo alpinista de corazón en toda la historia de las montañas (el primero fue incuestionablemente Horace Bénedict de Saussure). Balmat buscó la vía a la cumbre para obtener la recompensa ofrecida por Saussure. Paccard buscaba la vía a la cumbre del Mont Blanc por puro idealismo. Y, lógicamente, desde el primer día tuvo que surgir la rotura en la cordada, por muy vencedora que fuera. Era una cordada excesivamente desequilibrada. Balmat fue, sin perder tiempo, a cobrar la recompensa ofrecida por Saussure sin contar con su compañero Paccard, quien se desentendió de ello: él había hecho el Mont Blanc y con ello ya estaba recompensado.

El antiguo refugio de Couvercle.

Pero como Balmat era un hombre del pueblo, posiblemente fue mejor entendido por «los del pueblo» de Chamonix, para quienes Paccard era casi un forastero por haber estado muchos años estudiando su carrera en Turín. La consecuencia de ello todavía perdura hoy pues en el monumento que existe en Chamonix a los vencedores del Mont Blanc podemos contemplar sólo la figura de Balmat enseñando el camino de la montaña a Saussure. ¿Por qué tuvo que olvidar Chamonix tan pronto a su también hijo Michel Gabriel Paccard? Si no hay otra causa, ¡este olvido es una injusticia!

La historia puede explicar algo del destino de aquellas dos vidas tan ligadas al Mont Blanc: el joven médico siguió de médico en Chamonix atendiendo su deber social, mientras que Jacques Balmat siguió explotando la fama de su ascensión, adjudicándose tanto su relación con la montaña que muy pronto recibió el mote de «Mont Blanc». Siguió ejerciendo como guía; siguió buscando cristales por el monte y hasta buscando filones de oro en la montaña. Parece que ganó algún dinero pero no lo pudo disfrutar porque moriría relativamente joven, posiblemente asesinado, a principios de la centuria de 1800.

Este fue el conjunto del primer drama originado en el Mont Blanc y está bien claro que la montaña no intervino directamente en él. No fue una injusticia de la montaña. Fue un drama humano, demasiado humano.

El segundo drama del Mont Blanc ya fue un accidente. Ocurrió en 1820. El doctor Hamel, un eminente físico ruso, y dos jóvenes estudiantes de Oxford pretendían escalar el Mont Blanc y a ellos se les unió un óptico de Ginebra que deseaba probar a gran altitud un barómetro inventado por él. Contrataron varios guías y porteadores, formando una numerosa caravana de quince personas entre «monsieurs» y servidores. Fueron a vivaquear en el entonces muy parco refugio de Grands Mulets. Allí les pilló el mal tiempo y algunos quisieron retroceder. Pero el empuje del Dr. Hamel les contuvo, aunque no a todos, ya que dos de ellos volvieron seguidamente a Chamonix. Finalmente el tiempo mejoró y los trece restantes prosiguieron hacia el Grand Plateau. Llevaban cuerdas pero no iban atados formando cordada, ya que no se había perfilado todavía en aquel tiempo la técnica de la seguridad en la montaña mediante la cuerda. Sobre el glaciar había mucho espesor de nieve reciente aunque se veían perfectamente las grietas, algunas de ellas muy abiertas y enormemente profundas. Marcharon un buen trecho hasta que, de pronto, la montaña crujió, la nieve superior inició un deslizamiento y el grupo entero empezó a descender, a caer sin control, perdiendo pie y horrorizándose todos. Cuando quedaron detenidos junto a la boca de una grieta, empezaron a tantearse unos a otros para ver si tenían el cuerpo entero y si estaban todos bien. ¡Pero faltaban tres porteadores! Les buscaron mirando en lo más profundo de las grietas, mas a pesar de todos los esfuerzos no pudieron localizarles ni hallar rastro de ellos. Habían desaparecido tragados por alguna grieta a la cual no se podía bajar. A partir de aquel momento ya no hubo discusión: proseguir hacia arriba, después del accidente, cara a un vivac incierto y marchando sobre tantas grietas era una locura. Volvieron pues a Chamonix eludiendo más desastres y dispuestos a encararse con las preguntas de todos sobre lo sucedido en lo que iba a ser el primer accidente de montaña en el Mont Blanc.

Mont Blanc.

Este trágico percance tuvo un epílogo muy posterior: en 1863, cuarenta y tres años más tarde, un guía con su cliente, marchando por la parte inferior del glaciar de Bossons, descubrieron unos restos humanos incrustados en el hielo. Dieron el correspondiente aviso y acudió la autoridad para liberar del hielo varias partes desmembradas de un cuerpo que posteriormente fue identificado como el de Pierre Balmat, uno de los porteadores perdidos en el Gran Plateau cuarenta y tres años antes.

Los restos humanos habían viajado dentro del hielo haciendo un recorrido de unos diez kilómetros y bajando nada menos que ¡mil quinientos metros! Se abrió un procedimiento judicial y fueron citados los dos únicos testigos supervivientes de la expedición del Dr. Hamel. Uno de ellos, de 86 años y en plena demencia senil, no pudo recordar ni afirmar nada, mientras que el otro, que había sido gran amigo de Pierre, estaba todavía en tan buenas condiciones que tomó el brazo roto y congelado de su amigo y estrechándole la mano rígida dijo con emoción:

¡Nunca creí que iba a estrechar otra vez la mano de mi amigo, la de mi mejor amigo Pierre Balmat! ¡Ahora ya puedo morir tranquilo!

oOo

Es innombrable la cantidad de percances que han tenido que suceder en el Mont Blanc a partir de aquel primer accidente en 1820. Sin contar los que pudieron haber acontecido anteriormente a cazadores y cristaleros, los primeros que recorrían las distintas vertientes de la gran montaña.

Vertientes de Tacul.

Todos estos accidentes han mordido a alpinistas, paseantes, curiosos, niños perdidos, turistas incontrolados… Y a ellos hay que añadir 117 personas entre viajeros y tripulantes de un avión Boeing 707 de Air India que en 1975 tropezó con las altas laderas del Mont Blanc a 4500 metros, no salvándose ni uno de ellos: fueron recuperados sólo seis cuerpos porque los demás quedaron absorbidos por los hielos de la montaña, como la mayoría de los restos del avión y dos cajas. Una de estas dos cajas era la clásica «caja negra» que no apareció jamás y la otra era una misteriosa caja, que se dijo contenía oro que transportaba el avión, y la cual —según se afirma— tampoco apareció a pesar de que no faltaron buscadores oficiales y otros merodeadores menos controlados por el lugar del accidente en tiempos posteriores. Podría haber aparecido esta valiosa caja de oro sin que lo difundiesen sus descubridores. ¿Seguirá la montaña su regla normal de «devolver» muchos años más tarde todo lo que traga? Sobre este asunto se habló no excesivamente pero sí dio pie a la invención de una película que, si no recuerdo mal, no acababa aclarando nada de lo que podía haber sucedido con la caja del oro. Y en cuanto a la «caja negra» es muy posible que cuando aparezca ya no interesen los datos que pueda facilitar.

Y, hablando de oro, conviene mencionar a los hombres que desde siempre iban a las montañas en busca de filones de oro. Unos hablaban de oro para justificar sus idas a la montaña y para que no les tomaran por locos, como explicaba en principio el propio Saussure. Otros… en fin, puede que hubiera algo de oro en el Mont Blanc. El mismo Jacques Balmat, después de haber escalado el Mont Blanc, se dedicó a buscar oro en lugares no lejanos y, si es verdad lo que explica la historia sobre su muerte, asesinado a principios del siglo XIX, podría estar esta muerte relacionada con algún posible filón de oro. El oro brilla mucho, pero ya sabemos que acarrea problemas. Esto sí es una verdadera injusticia.

Después y a lo largo de más de dos siglos, ha habido muchos accidentes en el Mont Blanc, algunos en la ladera francesa y otros en la italiana. Pero quizá algunos habrán quedado desconocidos, confundidos en la posibilidad de algunas desapariciones, enigmas que podrán salir a la luz algún día, sin lograrse saber nunca siquiera los nombres de unos y de otros.

Pero ninguno de estos percances puede ser achacado a la montaña, cuyo gran «pecado» —si es considerado «pecado»— sería llamar siempre poderosamente la atención de los hombres más idealistas[4].