Mientras estaban terminando su segunda ronda de café, Gurney pasó la grabación de su charla por Skype con Jonah Spalter.
Cuando terminó, Hardwick fue el primero en reaccionar.
—No sé quién es el más mierda de este asunto, si Mick, la Bestia, o si este capullo.
Gurney sonrió.
—Paulette Purley, directora de Willow Rest, está convencida de que Jonah es un santo que va a salvar el mundo.
—Todos esos santos que salvan el mundo deberían ser enterrados como fertilizante. La mierda que cuentan es buena para el suelo.
—¿Recibió cincuenta millones de dólares como resultado de la muerte de su hermano? —preguntó Esti—. ¿Eso es cierto?
—No lo ha negado —dijo Gurney.
—Un gran motivo —señaló Hardwick.
—De hecho —continuó Gurney—, no parecía interesado en negar nada. Daba la impresión de estar cómodo reconociendo que se aprovechó enormemente de la muerte de Carl. No tiene problemas en reconocer que lo odiaba. Está contento de recitar todas las razones que todos tenían para odiarlo.
Esti asintió.
—Lo ha llamado monstruo, sociópata, megalómano…
—También ha dicho que la expresión de sus ojos era completamente satánica —añadió Hardwick—. Lo opuesto a él, que quiere ser visto como alguien completamente angelical.
—Ha reconocido que haría cualquier cosa por esa Catedral suya —continuó Esti—. Cualquier cosa. De hecho parecía como si estuviera alardeando. —Hizo una pausa—. Es extraño. Ha reconocido todos estos motivos para el asesinato como si no importara. Como si se sintiera intocable.
—Como un hombre con contactos poderosos —agregó Hardwick.
—Salvo al final —dijo Gurney.
Esti frunció el ceño.
—¿Te refieres a esa pregunta sobre su madre?
—A menos que sea el mejor actor del mundo, creo que eso lo ha inquietado de verdad. Pero no estoy seguro de si estaba inquieto porque su madre pudiera haber sido asesinada o porque nosotros lo supiéramos. También me ha parecido peculiar que estuviera ansioso por saber qué pruebas teníamos, pero que no planteara la pregunta más básica: «¿Por qué alguien iba a matar a mi madre?».
Hardwick mostró los dientes en una sonrisa sin humor.
—Casi da la impresión de que, en realidad, al afable y maravilloso Jonah nadie le importa un comino. Ni siquiera su madre.
Esti parecía perpleja.
—Así pues, ¿adónde nos lleva todo esto?
La sonrisa gélida de Hardwick se ensanchó. Señaló la lista de cuestiones no resueltas de Gurney, que estaba sobre la mesa, al lado del portátil abierto.
—Eso es fácil. Seguimos el mapa de ruta de pistas y preguntas inteligentes del detective campeón.
Cada uno de ellos cogió sendas copias de lo que Gurney había impreso. Leyeron los ocho puntos en silencio.
Cuanto más avanzaba Esti en la lectura de la lista, más preocupada parecía.
—Esta lista es… deprimente.
Gurney le preguntó por qué tenía esa sensación.
—Deja dolorosamente claro que en este punto no sabemos tanto como me gustaría. ¿Estás de acuerdo?
—Sí y no —dijo Gurney—. Hay un montón de preguntas sin respuesta, pero estoy convencido de que descubrir la respuesta de cualquiera de ellas haría que todo lo demás encaje.
Esti asintió con la cabeza, a regañadientes, pero no parecía convencida.
—Oigo lo que estás diciendo, pero… ¿por dónde empezamos? Si pudiéramos coordinar los esfuerzos de las agencias relevantes (DIC, FBI, Crimen Organizado, Interpol, Seguridad Nacional, Tráfico, etcétera, y poner en el caso una gran cantidad de recursos humanos), seguir a ese tal Panikos podría ser factible. Pero, tal y como están las cosas… ¿Qué se supone que hemos de hacer? Más allá de Panikos, lo cierto es que no sabemos mucho sobre las vidas de Carl, Jonah, Kay, Alyssa, por no mencionar a Angelidis y Gurikos, y de Dios sabe quién más. —Negó con la cabeza, impotente.
Aquello provocó que se hiciera el silencio.
Al principio, Hardwick no mostró ninguna reacción. Parecía estar comparando sus pulgares, estudiando su tamaño y forma.
Esti lo miró.
—Jack, ¿algo que sugerir?
Él levantó la mirada y se aclaró la garganta.
—Claro. Tenemos dos situaciones separadas. Una es el proceso de apelación de Kay, que el socio de Lex me dice que va sobre ruedas. La otra es el intento de responder a la pregunta de quién mató a Carl, que es algo mucho más complicado. Pero creo que nuestro astuto Sherlock tiene una expresión optimista en los ojos.
La mirada ansiosa de Esti pasó a Gurney.
—¿Optimista? ¿En serio?
—En realidad sí, un poco.
A él mismo le sorprendía. Cuando había elaborado la lista de preguntas, se había sentido frustrado por lo complejo que era todo aquello y por no disponer de los recursos policiales con los que en otros tiempos habría contado. Era la misma queja de Esti.
Pero, en ese momento, aunque ni la complejidad ni el problema de recursos habían desaparecido, se había dado cuenta de que no necesitaba respuestas a una serie interminable de preguntas desconcertantes para alcanzar la solución.
Esti parecía escéptica.
—¿Cómo puedes ser optimista cuando hay tantas cosas que no sabemos?
—Puede que no contemos con un montón de respuestas todavía, pero… tenemos una persona.
—¿Tenemos una persona? ¿Qué persona?
—Peter Pan.
—¿Qué quiere decir que lo tenemos?
—Quiero decir que está aquí. En esta zona. Algo de nuestra investigación lo mantiene aquí.
—¿Qué es ese algo?
—Creo que teme que descubramos su secreto.
—¿El secreto que hay detrás de los clavos en la cabeza de Fat Gus?
—Sí.
Hardwick empezó a dar golpecitos en la mesa con los dedos.
—¿Qué te hace pensar que es el secreto de Panikos y no el secreto de la persona que lo contrató?
—Algo que me dijo Angelidis. Dijo que Panikos solo acepta contratos de asesinatos puros. Sin restricciones. Sin instrucciones especiales. Quieres a alguien muerto, le das el dinero y aparecerá muerto. Pero él maneja todos los detalles a su manera. Así que si alguien ha mandado un mensaje con los clavos que aparecieron en la cabeza de Fat Gus, ese era Panikos. Era algo que le importaba a él.
Hardwick exhibió su mueca de reflujo ácido:
—Da la impresión de que confías mucho en lo que te contó Angelidis, un mafioso que se gana la vida mintiendo, engañando y robando.
—No sacaría nada de mentir sobre la forma de actuar de Panikos. Y todo lo demás que hemos descubierto de él, especialmente de tu amigo en la Interpol, apoya lo que dijo. Peter Pan actúa según sus propias reglas. Nadie le dice lo que tiene que hacer.
—¿Estás sugiriendo que el chico está un poco obsesionado con el control?
Gurney sonrió ante el eufemismo.
—Nadie le ordenó cargarse la electricidad de tu casa, Jack. No acepta esa clase de órdenes. No creo que nadie le ordenara quemar tres casas en Cooperstown o llevarse la cabeza de Lex Bincher en una bolsa.
—De repente pareces muy convencido de todo esto.
—He estado pensado en ello mucho tiempo. Ya era hora de que empezara a ver al menos una parte con claridad.
Esti levantó las manos, desconcertada.
—Lo siento, quizás estoy un poco espesa, pero ¿qué es lo que ves tan claramente?
—La puerta abierta que nos ha estado mirando a la cara desde el principio.
—¿Qué puerta abierta?
—Peter Pan en persona.
—¿De qué estás hablando?
—Está respondiendo a nuestras acciones, a nuestra investigación del asesinato de Carl. Una respuesta equivale a una conexión. Una conexión equivale a una puerta abierta.
—¿Respondiendo a nuestras acciones? —Esti parecía incrédula, casi enfadada—. ¿Te refieres a los disparos en la casa de Jack? ¿A matar a Lex y a sus vecinos en Cooperstown?
—Está tratando de detener lo que estamos haciendo.
—Así que investigamos, y su respuesta es disparar, quemar y matar. ¿Eso es lo que estás llamando una puerta abierta?
—Demuestra que está prestando atención. Demuestra que sigue aquí. No ha dejado el país. No se ha vuelto a meter en su madriguera. Demuestra que podemos alcanzarlo. Solo hemos de averiguar cómo llegar a él, cómo provocarle…
Los ojos de Esti se entrecerraron y su expresión pasó de la incredulidad a la especulación.
—Quieres decir que usemos a los medios, quizás a ese capullo de Bork, para ofrecer a Panikos alguna clase de trato para revelar quién lo contrató.
—Bork podría desempeñar un papel, pero no para ofrecer esa clase de trato. Creo que nuestro pequeño Peter Pan funciona en una longitud de onda diferente.
—¿Qué longitud de onda?
—Bueno…, mira simplemente lo que sabemos de él.
Esti se encogió de hombros.
—Sabemos que es un asesino profesional.
Gurney asintió.
—¿Qué más?
—Es caro y está especializado en trabajos difíciles.
—Trabajos imposibles que nadie más acepta, tal como dijo Donny Angel. ¿Qué más?
—¿Un psicópata?
—El psicópata del Infierno —intervino Hardwick—. Con pesadillas. A mi manera de ver, este cabroncete es una máquina asesina convencido de lo que hace, enfadado, loco, sediento de sangre… Y no está dispuesto a cambiar sus maneras. ¿Y tú, Sherlock? ¿Alguna idea que quieras compartir?
Gurney tragó el último sorbo de su café tibio.
—He estado tratando de recapitular para ver qué tenemos. Su insistencia absoluta en hacerlo todo a su manera, su elevada inteligencia combinada con su absoluta falta de empatía, su rabia patológica, sus aptitudes para matar, su apetito por el asesinato en masa…, todo eso combinado parecería convertir al pequeño Peter en el loco del control definitivo. Luego está el elemento explosivo final, el cabo suelto, el secreto, lo que sea que está desesperado por ocultar y que teme que descubramos. Oh, y una cosa más que me contó Angelidis, casi me olvido de mencionarlo: a Peter le gusta entonar una cancioncita cuando está disparando a la gente. Si juntamos todo eso, parece una receta para un final de juego interesante.
—O para un desastre de campeonato —apuntó Hardwick.
—Supongo que ese sería el lado malo.