45. Alejados del peligro

—Así pues…, ¿qué piensas? —Kyle, con una expresión inquisitiva en su rostro, sostenía una taza de café caliente con ambas manos, con los codos apoyados en la mesa del desayuno.

—¿Qué pienso de los vídeos?

Gurney se sentó al otro lado de la mesa redonda, sosteniendo su propia taza de manera similar, recreándose en cómo le calentaba las palmas de las manos. Fuera, la temperatura había descendido casi diez grados durante la noche, de unos veinte grados a poco más de diez, algo que no era inusual en el noroeste de los Catskills, donde el otoño suele llegar en agosto. El cielo estaba tapado, ocultando un sol que normalmente sería visible por encima de la cumbre oriental en ese momento, las siete y cuarto de la mañana.

—¿Crees que te ayudarán a conseguir… lo que quieres conseguir?

Gurney dio un pequeño sorbo a su taza.

—La secuencia del cementerio cumple dos propósitos. Establece el punto en el que disparan a Carl, y el ángulo obstruido desde la ventana del apartamento a esa posición debilitará la hipótesis de la policía sobre desde donde dispararon. Y el hecho de que el vídeo estuviera en manos de la policía desde el principio (en manos de Klemper) dará fuerza a la idea de que obviaron algunas pruebas. —Se quedó en silencio, inquieto por un momento ante el recuerdo de su conversación con Klemper en el centro comercial de Riverside.

Kyle lo observaba con curiosidad.

—La secuencia de la calle es útil de dos maneras, por lo que muestra y por lo que no muestra. El hecho simple de que no muestre a Kay Spalter entrando en el edificio habría sido un importante elemento exculpatorio para la defensa. Así que, al menos, apoya una acusación de ocultación de pruebas y mala conducta policial.

—Entonces…, ¿cómo es que no pareces más contento?

—¿Más contento? —Gurney vaciló—. Supongo que estaré más contento cuando nos acerquemos al punto final.

—¿Cuál es el punto final?

—Depende del objetivo del que estés hablando.

—¿A qué te refieres?

—Una cosa es el objetivo declarado del equipo; otra, el de Hardwick.

—¿No es el mismo?

—Por supuesto que no. Eso lo haría demasiado sencillo. —Sorprendido por su propio tono de voz, Gurney hizo una pausa antes de continuar—. El objetivo acordado es conseguir justicia para Kay, basándonos en probar que fue condenada erróneamente. Ese objetivo ya se ha conseguido en gran medida, en el sentido de que se han descubierto suficientes cosas para asegurarnos al menos que tenga un nuevo juicio y probablemente conseguir la revocación directa. Por otro lado, el objetivo personal de Jack es la venganza, causar el máximo daño posible a la organización que lo despidió, y solo Dios sabe cuándo considerará que ha alcanzado ese objetivo.

Kyle asintió lentamente.

—¿Y cuál es tu objetivo?

—Me gustaría saber lo que ocurrió.

—¿Te refieres a descubrir quién mató a Carl?

—Sí. Eso es lo que realmente cuenta. Si Kay es inocente, entonces otra persona quería muerto a Carl, lo planeó y contrató a Panikos para que lo asesinara. Quiero saber quién fue. Y en cuanto al pequeño asesino que apretó el gatillo… Hasta el momento ha logrado matar a otras nueve personas en el proceso, sin contar las decenas de asesinatos que cometió antes. Parece que siempre logra salir airoso. Me gustaría que esta vez fuera diferente.

—¿Crees que estás a punto de pararlo?

—Es difícil decirlo.

La mirada inteligente e inquisitiva de Kyle permaneció fija en él, como si esperara una contestación mejor. El sonido de su móvil sacó a Gurney de ese brete.

Era Hardwick. Como de costumbre, no perdió tiempo en saludar.

—Recibí tu mensaje sobre la cuestión de la videollamada con Jonah Spalter. ¿Dónde demonios está?

—No tengo ni idea. Pero que se muestre dispuesto a mantener una conversación, aunque sea de esta forma, es mejor que nada. ¿Quieres venir aquí a las ocho, en lugar de a las nueve, y participar?

—No puedo llegar antes de las nueve. Y Esti lo mismo. Pero los dos tenemos una fe profunda y pertinaz en tu capacidad. ¿Tienes software para grabar la llamada?

—No, pero puedo descargarlo. ¿Quieres que le haga alguna pregunta en concreto?

—Sí. Pregúntale si contrató al asesino de su hermano.

—Gran idea. ¿Algún otro consejo?

—Sí. No la cagues. Te veo a las nueve.

Gurney volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.

Kyle inclinó la cabeza con curiosidad.

—¿Qué necesitas descargar?

—Un software para grabar audio y vídeo que sea compatible con Skype. ¿Crees que puedes hacerlo por mí?

—Dame tu nombre y contraseña de Skype y lo haré ahora mismo.

Cuando Kyle se metió en el estudio, armado con la información que necesitaba, Gurney sonrió por sus ganas de ayudar, y sonrió también por el placer sencillo de que su hijo estuviera en su casa. Le hizo preguntarse, una vez más, qué era lo que hacía que solo pasaran tiempo juntos muy de vez en cuando.

Hubo un periodo en que pensaba que lo sabía, sobre todo cuando Kyle estaba ganando una cantidad obscena de dinero en Wall Street, en un trabajo en el que había entrado gracias a una puerta que le había abierto un amigo. Gurney estaba convencido de que el Porsche amarillo que acompañaba ese trabajo era prueba fehaciente de que los genes enloquecidos por el dinero de su exmujer y madre de Kyle, que era agente inmobiliaria, se habían hecho con el poder. Sin embargo, sospechaba que esa idea era tan solo algo que se había inventado él mismo para absolverse de su incapacidad para conectar con su hijo. Solía decirse a sí mismo que eso era porque Kyle le recordaba a su exmujer también de otras formas desagradables: ciertos gestos, entonaciones, expresiones. Pero puede que no fuera más que otra excusa. Había muchas más diferencias que similitudes entre madre e hijo; e, incluso si no las hubiera, sería caprichoso e injusto equiparar a una persona con la otra.

En ocasiones, pensaba que, en realidad, él solo pretendía proteger su zona de confort. Y esa zona de confort no incluía a otras personas. Eso era lo que su novia de la universidad, Geraldine, le había echado en cara el día que lo dejó hacía ya tantos años. Tal vez la distancia respecto a su hijo no era más que un síntoma más de su introversión innata. No era gran cosa. Caso cerrado. Pero en cuanto se conformaba con esa explicación, una pequeña duda empezaba a inquietarle. ¿La simple introversión explicaba lo poco que veía a Kyle? Y esa pequeña inquietud se convertía en una gran angustia. Y luego surgía una pregunta sin respuesta: ¿la presencia de un hijo le recordaba inevitablemente que había tenido otro hijo, que todavía estaría vivo si…?

Kyle reapareció en el umbral de la cocina.

—Ya lo tienes todo listo. Te he dejado la pantalla abierta. Es sencillísimo.

—Oh, perfecto. Gracias.

Kyle lo observó con una sonrisa curiosa.

Era una expresión que en ocasiones veía en el rostro de Madeleine.

—¿En qué estás pensando?

—Pensaba en lo mucho que te gusta entenderlo todo, en lo importante que es para ti. Mientras se descargaba el software estaba pensando… que si Madeleine fuera detective, le gustaría resolver el enigma para poder pillar al asesino. Pero creo que tú quieres pillar al asesino para poder resolver el enigma.

Gurney sonrió, no porque aquello le dejara en muy buen lugar, sino por la perspicacia de Kyle para notarlo. Le gustaba que fuera tan inteligente. Le invadió una suerte de sentimiento de camaradería hacia él.

—¿Sabes qué estoy pensando? Estoy pensando que usas el verbo pensar casi tanto como yo.

Mientras hablaba, el teléfono empezó a sonar. Gurney fue al estudio a contestar. Era Madeleine, como si la referencia de Kyle la hubiera invocado.

—¡Buenos días! —Parecía alegre—. ¿Cómo van las cosas?

—Bien. ¿Qué tal tú?

—Bueno, Deirdre, Dennis y yo acabamos de desayunar. Zumo de naranja, arándanos, tostadas y beicon. —Dijo aquello último con un tono de falsa culpa, como si hubiera cometido un pecado venial—. Vamos a salir dentro de un ratito para ver cómo están todos los animales y prepararlos para transportarlos al recinto ferial. De hecho, Dennis ya está en el corral, haciéndonos señas para que salgamos.

—Parece divertido —contestó Gurney, aunque su tono parecía sugerir otra cosa. Le maravillaba la capacidad que tenía su mujer para encontrar pequeños recovecos de puro disfrute, aunque estuviera rodeada de un paisaje de mayores problemas.

—¡Es divertido! ¿Cómo están nuestras gallinas esta mañana?

—Bien, supongo. Estaba a punto de bajar al granero.

Madeleine hizo una pausa y luego, en un tono más apagado, entró con cautela en ese paisaje mayor, aquel en el que su marido se había enfangado tan profundamente.

—¿Alguna novedad?

—Bueno, Kyle se ha presentado en casa.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Le pedí unos consejos de software y decidió venir y hacer lo que había que hacer. De hecho, ha sido muy útil.

—¿Lo has mandado a casa?

—Voy a hacerlo.

—Por favor, ten cuidado —dijo Madeleine tras una pausa.

—Lo tendré.

—Lo digo en serio.

—Lo sé.

—Vale. Bueno… Dennis está haciendo señales más urgentes, así que será mejor que me vaya. ¡Te quiero!

—Yo también te quiero.

Colgó el teléfono y se quedó sentado mirando sin verlo el rostro parcial de Panikos que les había mostrado el vídeo y recordando las palabras de Angelidis: «Loco de atar».

—¿He oído que tu llamada de vídeo era a las ocho?

La voz de Kyle desde el umbral del estudio sacó a Gurney de sus pensamientos. Miró el reloj de la esquina de la pantalla del ordenador: 7:56.

—Gracias. Lo que me recuerda… Quería pedirte que estés fuera del campo de la cámara durante la llamada. ¿Vale?

—No hay problema. De hecho, era lo que estaba pensando hacer, como tienes otra reunión aquí a las nueve, y el día es estupendo… Pensaba dar un paseo en moto hasta Syracuse.

—¿Syracuse? —Hubo un tiempo en que el nombre de esa ciudad gris y fría significaba poco para Gurney, pero ahora le recordaba todo lo que había vivido hacía poco en el caso del Buen Pastor.

Obviamente, tenía connotaciones más positivas para Kyle.

—Sí, pensaba dar un paseo, mientras estoy en el norte del estado. Tal vez vaya a comer con Kim.

—¿Kim Corazon? ¿Sigues en contacto con ella?

—Un poco. Por correo electrónico, sobre todo. Vino una vez a la ciudad. La semana pasada le conté que planeaba pasar unos días aquí, a medio camino de Syracuse; pensaba que podría ser una buena ocasión para estar con ella. —Hizo una pausa, mirando a su padre con cautela—. Pareces horrorizado.

—Sorprendido sería la palabra. Nunca mencionaste a Kim después de…, después de que el caso se cerrara.

—Suponía que no querías que te recordaran todo ese lío al que te arrastró. Aunque no era su intención. Pero terminó siendo muy traumático.

Desde luego no le gustaba nada hablar de ese caso. Ni siquiera le apetecía hablar de ello. En realidad, le pasaba con casi todos los casos. Rara vez pensaba en un caso del pasado, a menos que hubiera cabos sueltos por atar. Pero el caso del Buen Pastor no era uno de esos. Estaba resuelto. Las piezas del rompecabezas, al final, habían acabado todas en su lugar. El precio que habían pagado, no obstante, había sido demasiado alto. De hecho, Madeleine aludía a ese caso cuando aseguraba que solía exponerse de buen grado a niveles de peligro poco razonables.

Kyle lo observaba con preocupación.

—¿Te molesta que la visite?

En otras circunstancias, habría contestado que sí. Había descubierto que Kim era muy ambiciosa, muy emotiva, muy ingenua, una combinación más problemática de lo que desearía para la novia de su hijo. Pero, en las presentes circunstancias, el plan de Kyle le pareció una coincidencia conveniente, como el de Madeleine de ayudar a los Winkler.

—De hecho —dijo Gurney—, en este momento, parece una buena idea…, un poco más segura, al menos.

—Joder, papá, ¿de verdad piensas que va a pasar algo malo aquí?

—Creo que la posibilidad es muy muy pequeña. Pero no me gustaría que te expusieras a ella.

—¿Y tú? —La misma pregunta de Madeleine; el mismo tono.

—Forma parte del trabajo, parte de lo que acepté cuando accedí a ayudar en el caso.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—No, hijo, nada más ahora mismo, pero gracias.

—Vale —dijo Kyle, dubitativo.

Durante un minuto pareció perdido, como si esperara que se le ocurriera alguna otra opción, otra forma de actuar.

Gurney no dijo nada, solo esperó.

—Vale —repitió Kyle—. Deja que recoja algunas de mis cosas y me pondré en camino. Te llamaré cuando llegue a Syracuse. —Se retiró al estudio con cara de preocupación.

Un tono musical que salió del ordenador anunció el inicio de la videollamada.