Gurney se despertó con una pesada resaca emocional.
Inquieto, su descanso había sido superficial e irregular, incapaz de ejercer su función de ordenar sus pensamientos. No se había desprendido todavía de todo lo que había vivido el día anterior, por lo que no podía centrarse en el presente. Hasta que se duchó, se vistió, tomó su café y se unió a Madeleine a la mesa del desayuno no se fijó en que hacía un día brillante y sin nubes.
Pero ni siquiera eso le calmó.
Estaba sonando una pieza musical en la emisora NPR, algo orquestal. Odiaba la música por la mañana y, dado el mal humor que tenía, le pareció exasperante.
Madeleine lo miró por encima del libro que tenía apoyado delante de ella.
—¿Qué pasa?
—Me siento un poco perdido.
Madeleine bajó el libro unos cinco centímetros.
—¿El caso Spalter?
—Sobre todo eso…, supongo.
—¿Qué ocurre?
—No se resuelve. Solo se vuelve más desagradable y más caótico.
Le habló de las dos llamadas de Hardwick desde Cooperstown, sin mencionar la cabeza desaparecida, porque no tenía estómago para mencionarlo.
—No estoy seguro de qué demonios está pasando —concluyó—. Y no siento que tenga los recursos para ocuparme.
Madeleine cerró el libro.
—¿Ocuparte?
—Resolver… lo que está pasando realmente, averiguar quién hay detrás y por qué.
Su mujer lo miró.
—¿Todavía no has conseguido lo que te pidieron que hicieras?
—¿Conseguido?
—Me da la impresión de que has hecho añicos la acusación contra Kay Spalter.
—Es verdad.
—Así que su condena se revocará en la apelación. De eso se trataba, ¿no?
—Eso era, sí.
—¿Era?
—Parece que se ha armado la de Dios es Cristo. Estos nuevos incendios homicidas…
—Para eso tenemos departamentos de policía —lo interrumpió Madeleine.
—No hicieron un gran trabajo la primera vez. Y no creo que tengan ni idea de a qué se enfrentan.
—¿Y tú?
—No mucho.
—Así que nadie sabe lo que está pasando. ¿A quién le corresponde encontrarlo?
—Oficialmente es trabajo del DIC.
Madeleine inclinó la cabeza de manera desafiante.
—Oficial, legal y lógicamente…, y de todas las maneras.
—Tienes razón.
—Pero…
—Pero hay un loco suelto —dijo él tras una pausa incómoda.
—Hay un montón de locos sueltos.
—Este lleva matando gente desde que tenía ocho años. Le gusta matar, a cuanta más gente mejor. Alguien lo soltó contra Carl Spalter, y ahora parece que no quiere volver a su jaula.
Madeleine le sostuvo la mirada.
—Así que el peligro está aumentando. El otro día dijiste que podría haber un uno por ciento de posibilidades de que venga a por ti. Obviamente, este asunto horrible en Cooperstown lo cambia todo.
—Hasta cierto punto, pero todavía creo…
—David —lo interrumpió ella—. Tengo que decir esto, sé cuál será tu respuesta, pero he de decirlo de todos modos: tienes la opción de apartarte de la investigación.
—Si me aparto, él todavía seguirá allí. Aún habrá menos posibilidades de pillarlo.
—Pero si no vas tras él, quizás él no irá a por ti.
—Su mente podría no funcionar con esa lógica.
Madeleine parecía ansiosa, confundida.
—Por lo que me has contado de él, da la impresión de que es un planificador muy lógico y preciso.
—Un planificador preciso y lógico impulsado por una rabia homicida. Pasa algo curioso con los sicarios. Pueden parecer fríos y prácticos respecto a acciones que horrorizan a la mayoría de la gente, pero no hay nada frío o práctico en su motivación, y no me refiero al dinero que les pagan por hacerlo. Eso es secundario. He conocido a sicarios. Los he interrogado. He llegado a conocer a unos pocos de ellos muy bien. ¿Y sabes lo que son, en su mayor parte? Son asesinos en serie guiados por la rabia, gente que ha logrado convertir su demencia en un trabajo remunerado. ¿Quieres oír algo realmente loco?
La expresión de Madeleine era más cautelosa que curiosa, pero Gurney continuó de todos modos.
—Cuando Kyle era niño le decía que una clave para tener una vida feliz, para ser feliz con tu profesión, es encontrar una actividad con la que disfrutes lo suficiente para estar dispuesto a hacerla sin que te paguen, y luego a alguien dispuesto a pagarte por hacerla. Bueno, no mucha gente lo consigue. Pilotos, músicos, actores, artistas y deportistas sobre todo. Y sicarios. No quiero decir que los asesinos profesionales terminen siendo felices. De hecho, la mayoría de ellos mueren violentamente o en prisión. Pero les gusta lo que hacen cuando lo están haciendo. La mayoría de ellos terminarían matando a gente tanto si les pagan como si no.
Mientras iba hablando, Gurney se estaba poniendo cada vez más tenso.
—David, ¿a qué demonios te refieres?
Se dio cuenta de que se había aventurado más de lo que pretendía.
—Solo quiero decir que mi retirada del caso en este punto no lograría nada positivo.
Madeleine estaba haciendo un esfuerzo evidente para mantener la calma.
—¿Porque ya estás en su pantalla de radar?
—Es posible.
—Es por ese repugnante programa Conflicto criminal. —El tono de Madeleine empezó a volverse frágil—. Que Bincher usara tu nombre, que te relacionara con Hardwick. Ese idiota, Brian Bork, creó el problema. Él tiene que resolverlo. Tiene que anunciar que estás fuera del caso. Fuera.
—No estoy seguro de que cambiara nada en este punto.
—¿Qué me estás diciendo? ¿Qué has conseguido ponerte, otra vez, delante de algún asesino lunático? ¿Que no hay nada que hacer, salvo esperar una confrontación horrible?
—Eso es lo que estoy tratando de evitar. Llegar a él antes de que él llegue a mí.
—¿Cómo?
—Descubriéndolo todo sobre él. Así podré predecir sus acciones mejor de lo que él puede predecir las mías.
—Ese es el modelo, ¿no? Tú y él.
—¿Perdón?
—Tú y él. Uno contra uno. Es la misma disputa a vida o muerte en la que te metes siempre. Es la razón por la que quería que vieras a Malcolm.
Gurney se sintió aturdido.
—Esta vez no es lo mismo. No soy solo yo. Tengo a gente de mi lado.
—Oh, ¿en serio? ¿Jack Hardwick, que fue el primero que te arrastró a este embrollo? ¿La policía del estado, cuya investigación estás socavando? ¿Esos son tus amigos y aliados? —Madeleine negó con la cabeza de un modo que pareció un estremecimiento. Luego continuó—: Aunque todo el mundo estuviera dispuesto a ayudarte, no importaría. Seguiría siendo solo tú contra él. Siempre se reduce a eso. Solo ante el peligro.
Gurney no dijo nada.
Madeleine se recostó en su silla, observándolo. Poco a poco, una mirada que parecía indicar que había descubierto algo se abrió paso en su rostro.
—Acabo de darme cuenta de algo.
—¿De qué?
—Nunca trabajaste para el Departamento de Policía de Nueva York. Nunca te viste como un empleado, como una herramienta del departamento. Veías al departamento como tu herramienta, algo para usar en tu propio beneficio, si lo necesitabas y cuando te apetecía, para conseguir tus propios objetivos.
—Mis objetivos eran sus objetivos. Detener a los criminales. Conseguir las pruebas. Encerrarlos.
Madeleine continuó como si él no hubiera dicho nada.
—El departamento era tu apoyo. La disputa real siempre fue entre el criminal y tú. El criminal y tú de camino al duelo. A veces te aprovechabas de la ventaja de los recursos del departamento, a veces no. Pero siempre lo veías como tu batalla, tu deber.
Gurney escuchó lo que su mujer estaba diciendo. Quizá tuviera razón. Tal vez su enfoque de las cosas fuera demasiado limitado, demasiado restringido a su propio punto de vista. Quizás ese era un gran problema, quizá no lo era. Tal vez era solo el producto natural de su química cerebral, algo sobre lo que nunca tendría control. Pero fuera lo que fuese, no tenía ningún deseo de seguir hablando de ello. De repente, todo el asunto le pareció agotador.
No estaba seguro de qué hacer a continuación.
Pero tenía que hacer algo. Aunque no le condujera a nada.
Decidió llamar a Adonis Angelidis.