32. Otro desaparecido

Hardwick propuso que escucharan otra vez la grabación de Venus Lake, y así lo hicieron. Parecía especialmente interesado en la parte en la que Alyssa afirmaba que Klemper la había chantajeado para que tuviera relaciones sexuales con él.

—¡Fantástico! ¡Me encanta! ¡Ese imbécil está acabado, hecho polvo, terminado!

Gurney se mostró escéptico.

—Por sí sola, la grabación de Alyssa no bastará. Ya la has oído, es incoherente y no suena precisamente como una ciudadana ejemplar. Necesitarías conseguir de ella una declaración jurada (una lista de fechas, lugares, detalles), y es poco probable que la aporte. Porque casi seguro que está mintiendo. Si uno de los dos chantajeaba al otro, estoy convencido de que era al revés. Así que no querrá…

—¿Qué quieres decir con que era al revés? —lo interrumpió Esti.

—Supongamos que Alyssa sedujera a Klemper mientras él todavía estaba llevando a cabo una investigación objetiva del caso original. Mi instinto me dice que Alyssa podría haberlo manipulado con mucha facilidad. Supongamos que grabara un vídeo de su… encuentro. Y supongamos que el precio que pidió para que la grabación no llegara a manos de la policía estatal fuera la ayuda de Klemper para orientar el caso en la dirección que ella quería.

—No importa cómo terminaron en la cama —dijo Hardwick—. Chantaje, seducción, da lo mismo. ¿A quién le importa quién estaba chantajeando a quién? Follarse a una potencial sospechosa es follarse a una potencial sospechosa. La carrera de Klemper se va al garete.

Gurney se recostó en la silla.

—Es una forma de verlo.

—¿Y cuál es la otra forma?

—Se trata de una cuestión de prioridades. De una manera, podemos presionar a Alyssa para hundir a Klemper. De la otra, podemos presionar a Klemper para hundir a Alyssa.

Esti parecía interesada.

—Prefieres la segunda, ¿no?

Hardwick intervino antes de que Gurney pudiera responder:

—Crees que Alyssa es la principal manipuladora, pero hace un momento has dicho que era incoherente, que no daba la impresión de ser una ciudadana ejemplar, y yo estoy de acuerdo. Ella te llamó y preparó la reunión contigo, pero en esa grabación aparece muy errática, como si no tuviera ni idea de adónde podía conducir la conversación, como si no tuviera ningún plan. ¿Crees que es una maestra de la manipulación?

Esti se expresó con una sonrisa de complicidad.

—A lo mejor es una manipuladora que confía demasiado en ella misma, pero indudablemente tenía un plan.

—¿Qué plan?

—Probablemente el mismo que tenía para Klemper. Su plan de hoy era llevarse a la cama a Dave, grabarlo todo con una cámara oculta y hacerle cambiar su enfoque del caso.

—Dave está retirado. Cobra una pensión garantizada. No tiene una carrera que perder —dijo Hardwick—. ¿Dónde está la presión?

—Tiene mujer. —Esti miró a Gurney—. Si por ahí circulara un vídeo tuyo con una chica de diecinueve años, te supondría un problema, ¿verdad?

La hipótesis no requería una respuesta.

—Ese era el plan A de Alyssa —continuó Esti—. Cuando ese bombón deja claro que está disponible, no creo que muchos hombres la rechacen. Que Dave no quisiera seguirle el juego probablemente ha sido una gran sorpresa. No tenía plan B.

Hardwick miró a Gurney con una sonrisa desagradable.

—Aquí san David es una caja de sorpresas, pero dime una cosa, campeón: ¿por qué te reconoció que se había acostado con Klemper? ¿Por qué no negarlo todo?

Gurney se encogió de hombros.

—Quizás alguien más lo sabe. O ella cree que alguien está enterado. Así que admite el hecho, pero miente respecto a la razón. Es una técnica de engaño bastante común. Reconocer la acción externa, pero inventar un motivo exculpatorio.

—Mi ex era muy bueno con los motivos exculpatorios —dijo Esti sin dirigirse a nadie en particular. Miró su reloj—. Entonces, ¿cuál es el siguiente paso?

—Quizás un poco de chantaje por nuestra parte —propuso Gurney—. Darle a Klemper unas sacudidas y a ver qué cae.

La idea hizo asomar una sonrisa en el rostro de Esti.

—Suena bien. Cualquier cosa que ponga nervioso a ese hijo de perra…

—¿Quieres refuerzos? —preguntó Hardwick.

—No es necesario. Puede que Klemper sea un capullo, pero no es probable que saque una pistola contra mí. Al menos en un sitio público. Solo quiero explicarle su situación, ofrecerle una o dos opciones.

Hardwick bajó la cabeza y se quedó mirando fijamente la mesa, como si los posibles resultados de esa conversación estuvieran enumerados allí.

—He de advertir de esto a Bincher y ver qué opina.

—Adelante —dijo Gurney—, pero que no dé la impresión de que le estoy pidiendo permiso.

Hardwick sacó su teléfono y marcó un número. Aparentemente, saltó el buzón de voz. Puso cara de indignación.

—Joder. ¿Dónde cojones estás, Lex? Tercer intento. ¡Llámame, por el amor de Dios!

Colgó e hizo otra llamada.

—Abby, cielo, ¿dónde demonios se ha metido? Le dejé un mensaje anoche, otro a primera hora de la mañana y otro hace treinta segundos. —Escuchó un momento y su expresión pasó de la frustración al desconcierto—. Bueno, en cuanto vuelva, necesito hablar con él. Están pasando cosas.

Escuchó otra vez, durante más tiempo en esta ocasión, y la preocupación empezó a sustituir al desconcierto.

—¿Sabes algo más de eso?… Nada más, ¿ninguna explicación?… ¿Desde entonces nada?… No tengo ni idea… ¿No conocías la voz?… ¿Crees que fue intencionado?… Sí, bastante extraño… Exacto… Por favor, en cuanto llame… No, no, seguro que está bien… Exacto… Sí… Bien.

Hardwick colgó, dejó el teléfono en la mesa y miró a Gurney.

—Lex recibió una llamada ayer por la tarde. Alguien que aseguraba tener información importante sobre el asesinato de Carl Spalter. Después de la llamada, Lex salió a toda prisa de la oficina. Abby no ha podido localizarlo desde entonces. No responde al móvil, no responde en casa. ¡Joder!

—¿Abby es su ayudante?

—Sí. Bueno, en realidad, es su exmujer. No sé cómo funciona eso, pero funciona.

—¿Quien llamó era un hombre o una mujer?

—Esa es la cuestión. Abby dice que no está segura. Al principio creyó que era un chico, después un hombre, luego una mujer, con algún acento extranjero: no sabía con quién demonios estaba hablando. Entonces Lex atendió la llamada y, al cabo de un par de minutos, se marchó de la oficina. Lo único que dijo era que se trataba del caso de asesinato de Long Falls, que podría haber una pista. Dijo que volvería al cabo de un par de horas. Pero no volvió, al menos a la oficina.

—Mierda —soltó Esti—. ¿No puede localizarlo en ninguna parte?

—Todo el rato le sale el buzón de voz.

Esti miró a Hardwick.

—¿Tienes la sensación de que mucha gente está desapareciendo?

—Es demasiado pronto para sacar conclusiones —respondió de manera poco convincente.