Tras escuchar al teléfono el relato de Gurney sobre su encuentro con Adonis Angelidis, incluidos los grotescos detalles del asesinato de Gus Gurikos, Hardwick se encerró en un silencio insólito en él. Luego, en lugar de criticarle una vez más por desviarse de los aspectos estrictos que podían resultar útiles para la apelación, le pidió a Gurney que fuera a su casa para analizar más a fondo la situación.
—¿Ahora? —Gurney miró el reloj. Eran casi las siete y media, y el sol se había deslizado ya tras las montañas del oeste.
—Ahora sería perfecto. Este jodido asunto se está complicando demasiado.
Por sorprendente que resultara la invitación, Gurney no pensaba rechazarla. Consideraba que era absolutamente necesario que mantuvieran una discusión exhaustiva que pusiera sobre la mesa todos los problemas.
Una nueva sorpresa le aguardaba al llegar con treinta y cinco minutos de retraso a la granja alquilada de Hardwick, que se encontraba al final de un solitario camino de tierra, encaramada en las colinas ya casi oscurecidas que rodeaban la diminuta población de Dillweed. A la luz de los faros, distinguió otro coche aparcado junto al GTO rojo: un reluciente Mini Cooper de color azul. Obviamente, tenía una visita.
Gurney sabía que Hardwick había mantenido varias relaciones en el pasado, pero no se habría imaginado que ninguna de esas mujeres pudiera tener un aspecto tan espectacular como la que fue a abrirle la puerta.
De no ser por sus ojos inteligentes y agresivos, que parecían estudiarlo con atención desde el primer momento, Gurney se habría distraído fácilmente con el resto de su físico: una figura entre atlética y voluptuosa, resaltada audazmente por unos vaqueros recortados y una holgada camiseta de cuello redondo. Iba descalza, con las uñas de los pies pintadas de rojo; tenía la tez bronceada de color caramelo y el pelo muy negro y corto, lo que realzaba sus labios carnosos y sus pómulos prominentes. No era guapa exactamente, pero poseía una imponente presencia; en cierto sentido, como el propio Hardwick.
Al cabo de un momento, él apareció a su lado, con una sonrisa inequívoca de propietario.
—Pasa. Gracias por venir hasta aquí.
Gurney cruzó el umbral y accedió al salón. La estancia espartana que recordaba de otras visitas había adquirido algunos toques más cálidos: una alfombra vistosa, una lámina enmarcada de unas amapolas anaranjadas inclinándose al viento, un jarrón con ramas de sauce, una planta exuberante en un tiesto enorme, dos nuevos sillones, un bonito aparador de madera de pino y, en el rincón junto a la cocina, una mesa redonda de desayuno rodeada de tres sillas con respaldo de cuero. Aquella mujer, obviamente, había inspirado ciertos cambios.
Gurney lo observó todo con aprobación.
—Muy bonito, Jack. Una mejora indiscutible.
Hardwick asintió.
—Sí, es cierto. —Puso la mano en el hombro semidesnudo de la mujer y dijo—: Dave, quiero presentarte a la investigadora del DIC Esti Moreno.
Aquello pilló a Gurney desprevenido, y se notó, cosa que le arrancó a Hardwick una ronca risotada. Pero enseguida se recobró y extendió la mano.
—Encantado de conocerte, Esti.
—Es un placer, Dave —dijo ella, con un apretón enérgico.
Tenía la piel de la palma sorprendentemente encallecida. Gurney recordaba que Hardwick se había referido a ella como la fuente de información sobre la investigación original del asesinato, así como acerca de los defectos de Mick Klemper. Se preguntó en qué medida estaría ella implicada en el proyecto Hardwick-Bincher, y cuál sería su punto de vista.
Como si intuyera lo que Gurney estaba pensando, ella fue al grano con un estilo extraordinariamente directo.
—Tenía muchas ganas de conocerte. He estado tratando de convencer a este hombre para que mirase más allá de los aspectos legales de la apelación de Kay Spalter y prestara atención al asesinato en sí mismo. O a los asesinatos, ¿no? Al menos tres. Tal vez más, ¿cierto? —Tenía una voz afónica, con un ligero acento español.
Gurney sonrió.
—¿Has conseguido algún progreso con él?
—Soy muy persistente. —Le echó un vistazo a Hardwick y volvió a mirar a Gurney—. Lo que le has explicado antes por teléfono, lo de los clavos en los ojos, creo que le ha hecho efecto finalmente, ¿cierto?
Los labios de Hardwick se tensaron en un rictus de asco.
—Sí, sin duda han sido esos clavos en los ojos —repitió ella, haciéndole a Gurney un guiño de complicidad—. Todo el mundo tiene algún punto particularmente sensible, algo que atrae su atención, ¿verdad? Así que ahora quizá podamos dejar que Lex se ocupe del Tribunal de Apelación, y nosotros nos centraremos en el crimen: en lo realmente importante, no en las mentiras de Klemper. —Pronunció el nombre con un deje de asco—. El problema es descubrir qué ocurrió en realidad. Encajar todas las piezas. Eso es lo que tú piensas que hay que hacer, ¿no es así?
—Pareces conocer muy bien mis pensamientos. —Se preguntó si sabría qué tipo de pensamientos le inspiraba aquella camiseta tan reveladora.
—Jack me ha hablado de ti. Y yo sé escuchar.
Hardwick estaba empezando a impacientarse.
—Quizá deberíamos preparar café, sentarnos y ponernos manos a la obra.
Una hora más tarde, en la mesa del rincón, con las tazas de café llenas otra vez, con sus cuadernos repletos de anotaciones delante, empezaron a repasar los puntos clave.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo en que los tres asesinatos han de estar relacionados entre sí? —dijo Esti, dando golpecitos en su cuaderno con la punta del bolígrafo.
—Suponiendo que la autopsia de la madre sea compatible con un asesinato —apuntó Hardwick.
Esti miró a Gurney.
—Justo antes de que llegaras, me he puesto en contacto con una compañera de la oficina del forense. Se supone que me contestará mañana. Pero el hecho de que el tirador estudiara el terreno en Long Falls antes del «accidente» resulta muy sugerente. Así que vamos a aceptar que estamos hablando por ahora de tres asesinatos relacionados entre sí.
Hardwick miraba fijamente su taza de café, como si contuviera una sustancia inidentificable.
—Tengo una objeción. Según ese amiguito de Gurney de la mafia griega, Carl acudió a Fat Gus para concertar el asesinato de alguien: nadie sabe de quién. El objetivo se entera y, para impedirlo, liquida a Carl primero, y luego, por añadidura, a Gus. ¿Hasta aquí lo digo todo bien?
Gurney asintió.
—Salvo lo de «amiguito».
Hardwick hizo caso omiso.
—De acuerdo. Lo que a mí me dice esto es que Carl y su objetivo estaban metidos en una carrera desbocada para acabar el uno con el otro. O sea, el que golpea primero gana, ¿sí?
Gurney volvió a asentir.
—Entonces, ¿por qué un tipo en esa situación escoge un método tan poco rápido y tan engorroso para acabar con Carl? Saber que han contratado a un asesino para liquidarte genera cierta urgencia. ¿No sería más lógico, dadas las circunstancias, ponerse un pasamontañas, entrar en la oficina de Spalter Realty y descerrajarle un tiro al muy cabrón? ¿Despachar el problema en medio día, y no en una semana? ¿Y toda esa idea de matar primero a la madre… solo para que Carl vaya al cementerio? A mí eso me parece raro de cojones.
A Gurney tampoco le parecía lógico.
—A menos —dijo Esti— que el asesinato de la madre no fuera solo una trampa para situar a Carl en un lugar previsible a una hora determinada. Tal vez la madre era un objetivo por otra razón. De hecho, tal vez fuera el principal objetivo, y Carl solo un objetivo secundario. ¿Lo habéis pensado alguna vez?
Ellos hicieron una pausa para considerar la idea.
—Tengo otra objeción —dijo Hardwick—. Entiendo que hay una conexión entre los asesinatos de Mary y Carl. Tiene que haberla. Y entiendo que hay alguna conexión entre los asesinatos de Carl y Gus; tal vez lo que dijo Donny Angel, tal vez no. Así que acepto la conexión entre uno y dos, y entre dos y tres. Pero, no sé…, la secuencia entera uno-dos-tres no acaba de resultar tan convincente.
Gurney percibía una dificultad similar.
—Por cierto, ¿sabemos con seguridad que Carl fue el número dos y Gus el número tres?
Esti arrugó el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Por la manera como Angelidis me lo explicó, yo he dado por supuesto que se trató de una secuencia, pero no hay ningún motivo para que haya sido así. Lo único que sé seguro es que Carl y Gus cayeron el mismo día. Me gustaría confirmar la secuencia de los hechos.
—¿Cómo?
—En el caso de Carl contamos con una hora exacta. En el caso de Gus, por lo que Angelidis me explicó, no estoy tan seguro. Se me ocurren dos fuentes posibles para averiguarlo, pero todo dependerá de los contactos que tengamos, o bien en la oficina del forense donde se efectuó la autopsia de Gurikos, o bien con algún miembro de la Unidad contra el Crimen Organizado que tenga acceso a ese expediente.
—Ya me ocupo yo —dijo Esti—. Creo que conozco a alguien.
—Estupendo. —Gurney le hizo un gesto agradecido—. Además de una hora estimada de la muerte, a ver si puedes conseguir copias de las fotos iniciales de la autopsia.
—¿Las fotos que le sacaron antes de abrirlo?
—Exacto. Del cuerpo sobre la mesa del forense, además de las fotos de detalle de la cabeza y el cuello.
—¿Quieres ver exactamente cómo lo clavetearon? —La extraña sonrisa que le dirigió a Gurney mostraba más gusto por este tipo de cosas del que la mayoría de las mujeres habría exhibido. O la mayoría de los hombres, a decir verdad.
Hardwick, siempre tan insensible, hizo una mueca de repugnancia. Luego se volvió hacia Gurney.
—¿Piensas que esa mierda era una especie de mensaje?
—Los crímenes rituales suelen serlo, a menos que se trate de una maniobra de distracción intencionada.
—¿Tú qué crees que era? —preguntó Esti.
Gurney se encogió de hombros.
—No estoy seguro. Pero el mensaje parece bastante claro.
Hardwick tenía la misma expresión que si acabara de morder con una muela mala.
—«Te odio tanto que quiero clavarte un puñado de clavos en los sesos». ¿Algo así, quieres decir?
—No te olvides del cuello —dijo Esti.
—La laringe —señaló Gurney.
Los dos lo miraron.
Ella abrió la boca primero.
—¿Qué quieres decir?
—Apostaría a que el objetivo del quinto clavo era la laringe.
—¿Por qué?
—Es el órgano de la voz.
—¿Y?
—Ojos, orejas, laringe. Vista, oído, voz. Todo destruido.
—¿Y eso qué significa, según tú? —dijo Hardwick.
—Quizá me equivoque, pero lo que me viene a la cabeza es: «No ver el mal, no oír el mal, no decir el mal».
Esti asintió.
—¡Tiene sentido! Pero ¿para quién es el mensaje? ¿Para la víctima o para otro?
—Depende de lo loco que esté el asesino.
—¿En qué sentido?
—Un psicópata que mata para sentir una descarga emocional suele dejar un mensaje que refleja la naturaleza de su patología: a menudo, mutilando alguna parte de la víctima. El mensaje contribuye a la sensación de descarga. Se trata básicamente de una comunicación entre él y su víctima. Es probable que también entre él y alguna figura de su infancia, alguien implicado en la raíz de su patología; normalmente, uno de los padres.
—¿Crees que se trataba de eso en el caso de los clavos en la cabeza de Gurikos?
Gurney meneó la cabeza.
—Si el asesinato de Gurikos estaba relacionado con los dos Spalter asesinados, madre e hijo, yo diría que el mensaje obedecía a un objetivo práctico más que a una compulsión.
Esti pareció desconcertada.
—¿Un motivo práctico?
—A mí me parece que el asesino pretendía advertir a alguien que no se metiera en lo que no le importaba, que cerrara el pico sobre algo, y, a la vez, le informaba del destino que correría si no obedecía. Las grandes preguntas son quién era ese alguien y qué era ese algo.
—¿Tienes alguna idea?
—Solo suposiciones. El «algo» tal vez podría ser algún dato sobre los dos primeros asesinatos.
Hardwick se sumó a la especulación.
—¿Como la identidad del tirador?
—O el motivo —dijo Gurney—. O algún detalle inculpatorio.
Esti se echó hacia delante.
—¿Quién crees que era ese alguien al que iba dirigida la advertencia?
—No sé lo suficiente sobre las conexiones de Gus para decirlo. Según Angelidis, Gus montaba una partida de póquer cada viernes por la noche. Después de cometer el asesinato aquel día, el asesino no cerró con llave la puerta de Gus. Podría haber sido un descuido, pero también podría haberlo hecho a propósito para que alguno de los participantes en la partida encontrara el cuerpo cuando llegase esa noche a jugar. Quizá lo del mensaje («No ver el mal, no oír el mal, no decir el mal») iba dirigido a un miembro del grupo, o incluso al propio Angelidis. La Unidad contra el Crimen Organizado debería saber más sobre los individuos implicados. Quizás hayan tenido la casa de Gus bajo vigilancia.
Esti frunció el ceño.
—Le sacaré lo que pueda a mi amiga, aunque… quizás ella no tenga acceso a todos los datos. No quisiera ponerla en una situación comprometida.
Hardwick tensó los músculos de la mandíbula.
—Vete con ojo con esos capullos de la unidad. Si los del FBI te parecen siniestros, te aseguro que no son nada comparados con los chicos de élite del crimen organizado. —Subrayó estas últimas palabras con un desdén burlón. Pero no había ningún destello de humor en sus ojos.
—Ya los conozco, y sé lo que hago —dijo ella, mirándolo desafiante un momento—. Volvamos al principio. ¿Qué pensamos de la explicación «golpe preventivo», o sea, de la teoría de que Carl fue liquidado por su propio objetivo?
Hardwick meneó la cabeza.
—Podría ser cierta, pero lo más probable es que sea una chorrada. Es una bonita historia, pero fíjate en la fuente. ¿Por qué cojones habríamos de creer nada de lo que diga Donny Angel?
Ella miró a Gurney.
—¿Dave?
—No me parece que sea un problema de credibilidad. Lo que dijo Angelidis podría haber sucedido. Es una hipótesis razonable. De hecho, hay otro detalle que coincide con ella. Kay Spalter mencionó que Carl solía jugar al póquer con un tipo que organizaba asesinatos para la mafia.
Hardwick agitó la mano con desdén.
—Eso no demuestra nada. Desde luego no prueba que Carl contratara a Gus para eliminar a alguien.
Esti se volvió de nuevo hacia Gurney.
Él se limitó a encogerse de hombros.
—De acuerdo. No lo demuestra. Pero es una posibilidad. Una conexión verosímil.
—Bueno —dijo Esti—, si pensamos que la historia de Angelidis es factible, o sea, que el objetivo de Carl acabó siendo su asesino, ¿no deberíamos hacer una lista de la gente a la que Carl habría deseado ver muerta?
Hardwick emitió un gruñido incrédulo.
Ella se volvió a mirarlo.
—¿Se te ocurre una idea mejor?
Él se encogió de hombros.
—Adelante, haz una lista.
—Muy bien, la voy a hacer. —Cogió el bolígrafo y lo sujetó sobre el cuaderno—. ¿Alguna sugerencia, Dave?
—Jonah.
—¿El hermano de Carl? ¿Por qué?
—Porque si Jonah desaparecía, Carl tendría el control exclusivo sobre Spalter Realty y todos sus activos, que podría convertir en dinero líquido para financiar a lo grande sus planes políticos. Es interesante observar que Jonah tenía el mismo motivo para deshacerse de Carl: obtener el control de los activos de Spalter Realty, que, por su parte, podía usar para financiar la expansión de la Catedral del Ciberespacio.
Esti arqueó una ceja.
—¿La ciber… qué?
—Es largo de explicar. Para decirlo rápido: Jonah tenía grandes ambiciones y necesitaba un montón de dinero.
—De acuerdo. Lo anoto en la lista. ¿Quién más?
—Alyssa.
Ella parpadeó, como si se le estuviera ocurriendo algo desagradable, antes de tomar nota de su nombre.
Hardwick esbozó una sonrisa.
—¿Su propia hija?
Esti respondió primero.
—Escuché a Klemper hablar por teléfono con Alyssa…, lo suficiente para deducir que la relación de esa chica con su padre… no era…, bueno, lo que se entiende por una relación padre-hija normal.
—Ya me lo habías contado —dijo Hardwick—. No me gusta nada pensar en esta clase de mierdas.
Se hizo un silencio. Gurney lo rompió por fin.
—Míralo solo desde el punto de vista práctico. Alyssa era desde hacía mucho una adicta a las drogas sin el menor interés en rehabilitarse. Carl aspiraba a ser gobernador de Nueva York. Tenía mucho que perder: en el presente y en el futuro. Si de veras mantenía una relación incestuosa con Alyssa, presumiblemente desde que era niña, eso constituía una oportunidad enorme para chantajearlo: una tentación difícil de resistir para una drogadicta con un adicción extremadamente costosa. Supón que las exigencias de Alyssa se volvieron exorbitantes. Supón que Carl acabó viéndola como una amenaza insoportable para todas sus aspiraciones. Hemos oído decir a unas cuantas personas que Carl era un hombre de ambición obsesiva y capaz de cualquier cosa.
Hardwick tenía su típica expresión de acidez estomacal.
—¿Estás diciendo que Alyssa habría podido enterarse de que él planeaba liquidarla, y que ella contrató a alguien, a su vez, para cargárselo primero?
—Algo así. Al menos esto encajaría con la teoría de Angelidis. Una versión más simple sería que todo salió exclusivamente de ella: que Carl nunca movió un dedo contra Alyssa; que ella quería su dinero, lisa y llanamente, e hizo que lo mataran.
—Pero, de acuerdo con el testamento, Kay era la única beneficiaria. Alyssa no iba a sacar nada. ¿De que le servía…?
Gurney lo interrumpió…
—No sacaría nada, a no ser que Kay fuera acusada del asesinato. Una vez que fuese condenada, esta ya no podría recibir la herencia, según la legislación de Nueva York, y entonces todo el patrimonio de Carl pasaría a manos de Alyssa.
Hardwick sonrió ante el abanico de posibilidades abiertas.
—Eso podría explicarlo todo. Explicaría por qué se estaba follando a Klemper; obviamente, para conseguir que manipulara el caso. Tal vez incluso se habría estado follando al novio de su madre para que cometiera perjurio en el juicio. Es una jodida drogadicta, más fría que un témpano. Capaz de tirarse a un mono para conseguir droga.
Esti parecía turbada.
—Quizá su padre no tenía relaciones sexuales con ella, al fin y al cabo. Quizá solo era una historia que le contó a Klemper. Para inspirarle compasión.
—¿Compasión? ¡Un carajo! Seguramente pensó que serviría para ponerlo cachondo.
La expresión de Esti pasó lentamente de la repulsión al asentimiento.
—Joder. Todo lo que pienso sobre ese hombre empeora por momentos. —Se detuvo para tomar una nota en su cuaderno—. Así que Alyssa es una posible sospechosa. Y Jonah también. ¿Qué hay del novio de Kay?
Hardwick meneó la cabeza.
—No en la hipótesis «golpe preventivo» de la que estamos hablando. No me imagino a Carl encargando que lo liquidasen. No creo que quisiera malgastar así su dinero. Tenía otros modos más sencillos de librarse de él. Y desde luego no me cabe en la cabeza que el joven Darryl fuera capaz de descubrir que era el objetivo de un asesinato potencial y que reaccionara organizando una operación más rápida.
—De acuerdo, pero olvidemos esa idea «preventiva» por un momento —dijo Esti—. ¿No podría Darryl haber matado a Carl con la esperanza de que su relación con Kay llegara a convertirse en algo aún más ventajoso, una vez que ella heredase el dinero? ¿Qué opinas, Dave?
—En el vídeo del juicio no me da la impresión de que él hubiera tenido el cerebro o las agallas necesarios. Para cometer un pequeño perjurio, sí. Pero para llevar a cabo un triple asesinato bien planeado… lo dudo. El tipo era socorrista y encargado de la piscina en el club de campo de los Spalter: un pringado que cobraba el salario mínimo, no un asesino en potencia. Además, me cuesta mucho imaginármelo aplastándole la cabeza a una vieja o claveteándole los ojos a un tipo.
Hardwick estaba meneando la cabeza.
—Esto está jodido. Nada parece encajar. Los tres asesinatos presentan métodos y estilos completamente distintos. No veo una línea recta que los atraviese a todos. Nos falta algo. ¿No tenéis la misma sensación?
Gurney le concedió un leve gesto de asentimiento.
—Nos faltan muchas cosas. Y hablando del modus operandi, no hay constancia en el expediente de que lo introdujeran en la base de datos ViCAP. ¿Me equivoco?
—En opinión de Klemper —dijo Esti—, Kay disparó a Carl. ¿Por qué iba a molestarse en rellenar un formulario del ViCAP o buscar en otras bases de datos? No es que el muy cabrón tuviera la mente especialmente abierta.
—Eso ya lo entiendo. Pero sería de gran ayuda poder introducir los datos ahora, al menos en el ViCAP. Y estaría bien saber si el NCIC tiene algo sobre alguno de los individuos clave, vivos o muertos —dijo Gurney, refiriéndose a las dos grandes bases de datos criminales controladas por el FBI—. Y también en la Interpol, al menos en el caso de Gus Gurikos.
Miró alternativamente a Esti y a Hardwick.
—¿Alguno de los dos puede hacerlo sin dejar rastro?
—Quizá yo podría encargarme del ViCAP y del NCIC —dijo Esti tras un momento de reflexión. Su modo de decir «quizá» significaba que podría, pero por una vía que no pensaba revelar—. Para el ViCAP, ¿qué datos te interesan en especial?
—Para no quedarte empantanada en una infinidad de resultados, será mejor que te concentres en las rarezas, en los elementos más peculiares de cada escena criminal, y que los utilices como términos básicos de búsqueda.
—¿Cómo el calibre 220 Swift usado en Long Falls?
—Exacto. Y supresor o silenciador combinado con rifle.
Ella tomó unas notas rápidas.
—De acuerdo. ¿Qué más?
—Petardos.
—¿Cómo?
—Los testigos del cementerio oyeron explosiones de petardos en torno al momento del disparo. Si era para intentar ocultar el sonido residual de una detonación amortiguada, podría tratarse de una técnica que el tirador hubiera empleado otras veces, y quizás algún testigo se lo habría comentado a un investigador, y este lo habría introducido en el formulario del ViCAP.
—Joder —dijo Hardwick—. Eso es una posibilidad muy remota.
—Vale la pena intentarlo.
Esti volvió a tamborilear sobre su cuaderno con el bolígrafo.
—¿Das por supuesto que el tirador era un profesional?
—Me da esa impresión.
—De acuerdo. ¿Qué otros ítems de búsqueda?
—Cementerio y funeral. Si el tirador se tomó la molestia de cometer un asesinato solo para situar a la víctima principal ante una tumba, cabe pensar que, tal vez, el mismo procedimiento le hubiera funcionado en otras ocasiones.
Mientras ella escribía, Gurney añadió:
—Habría que buscar también todos los apellidos relacionados con el caso: Spalter, Angelidis, Gurikos. Y los apellidos de Darryl y de los demás testigos de la acusación. Y el de soltera de Kay. Los encontrarás todos en la transcripción del juicio.
Hardwick intervino con un tono asqueado.
—No olvides incluir los clavos. Clavos en los ojos, los oídos y la garganta.
Esti asintió. Luego le preguntó a Gurney:
—¿Algún detalle de la escena de la madre?
—Eso ya no es tan fácil. Podrías buscar homicidios encubiertos como caídas en la bañera…, homicidios relacionados con entregas de flores. Incluso el nombre falso de la floristería: Flores Florence. Aunque eso me parece una posibilidad aún más remota que lo de los petardos.
—Creo que con esto ya tengo para entretenerme por ahora.
—Jack, me parece recordar del caso Jillian Perry que tú conocías a alguien en la Interpol. ¿Sigue siendo así?
—Que yo sepa, sí.
—Tal vez podrías mirar qué tienen sobre Gurikos.
—Puedo intentarlo. No te prometo nada.
—¿Crees que podrías tratar también de localizar a los testigos de la acusación?
Él asintió lentamente.
—Freddie, del bloque de apartamentos…, Darryl, el novio…, y Jimmy Flats, el expresidiario que declaró que Kay intentó contratarlo para que se cargase a Carl…, ¿no?
—Al menos estos tres.
—Veré qué puedo hacer. ¿Crees que podríamos arrancarle a alguno de ellos una confesión de perjurio?
—Estaría bien. Pero sobre todo me gustaría saber si están vivos y localizables.
—¿Vivos? —Hardwick dio de pronto la impresión de estar pensando lo mismo que Gurney. Si en el centro del misterio había un individuo capaz de hacer lo que le habían hecho a Gus Gurikos, todo era posible. Y las posibilidades eran espantosas.
Pensar en posibilidades espantosas le recordó a Gurney la visita de Klemper.
—Casi se me olvida —dijo—: Tu investigador favorito del DIC me estaba esperando esta tarde en casa, cuando he vuelto de la reunión con Angelidis.
Hardwick entornó los ojos.
—¿Qué quería ese cabrón?
—Quería que entendiera que Kay es una zorra maligna, mentirosa y criminal; que Bincher es un cabronazo judío maligno y mentiroso; y que Mick Klemper es un cruzado en la batalla épica del Bien contra el Mal. Ha reconocido que quizá cometió algún que otro error, pero, según él, eso no quita para que Kay siga siendo culpable y merezca morir en la cárcel. Cuanto antes, mejor.
Esti pareció excitada.
—Debe de haberle entrado un ataque de pánico para presentarse en tu casa y ponerse a desvariar así.
Hardwick tenía una expresión suspicaz.
—El muy cabronazo… ¿Seguro que no quería nada más? ¿Solo decirte que Kay es culpable?
—Parecía desesperado por convencerme de que todo lo que él hizo fue legítimo desde una perspectiva más amplia. Quizá también pretendía, en su estilo elefante-en-cacharrería, que le revelara cuánto sabía. En mi opinión, lo único que queda por saber sobre Klemper es hasta qué punto está loco o hasta qué punto es un corrupto.
—Y hasta qué punto es peligroso —añadió Esti.
Hardwick cambió de tema.
—Bueno, yo voy a asumir la tarea de localizar a los tres testigos, cosa que puede convertirse en una búsqueda de tres desaparecidos, lo cual puede convertirse en Dios sabe qué. Y voy a pedirle un nuevo favor a mi amigo de la Interpol. Esti se va a cobrar algunos favores en la Unidad contra el Crimen Organizado y va a hacer unas búsquedas en el NCIC y el ViCAP. Y tú, Sherlock, ¿qué tienes en tu bandeja?
—Primero voy a hablar con Alyssa Spalter. Luego con Jonah Spalter.
—Fantástico. Pero ¿cómo vas a hacer que hablen contigo?
—Con encanto, amenazas, promesas. Cualquier cosa, con tal de que funcione.
Esti soltó una risita cínica.
—Ofrécele a Alyssa unos gramos de mierda de la buena y te seguirá hasta el fin del mundo. Con Jonah habrás de ingeniártelas por ti mismo.
—¿Sabes dónde puedo localizar a Alyssa?
—Según mis últimas noticias, en la mansión familiar de Venus Lake. Ahora que Carl y Kay se han quitado de en medio, la tiene para ella solita. Pero cuidado con Klemper. Me da la impresión de que sigue viéndola. Todavía tiene un punto débil cuando se trata de ese pequeño monstruo.
Hardwick sonrió, burlón.
—¿Un punto duro, querrás decir?
—¡Qué asqueroso eres! —Se volvió hacia Gurney—. Te enviaré un mensaje con la dirección. O, bien mirado, te la puedo dar ahora mismo. La tengo en mi agenda. —Se levantó de la mesa y salió de la habitación.
Gurney se arrellanó en su silla y miró a Hardwick con interés.
—¿Qué?
—Quizá sean imaginaciones mías, pero me parece que te has aproximado unos centímetros a mi modo de enfocar el caso.
—¿De qué coño hablas?
—Tu interés en el asunto parece haber ido más allá de los puntos técnicos de la apelación.
En un primer momento, Hardwick pareció dispuesto a discutírselo. Luego meneó la cabeza poco a poco.
—Esos putos clavos… —Fijó la mirada en el suelo—. No sé…, te da que pensar en lo jodidamente espantosa que puede ser una persona. O sea, en lo absoluta y rematadamente malvada que puede llegar a ser. —Hizo una pausa, meneando aún la cabeza muy despacio, como si sufriera una rara especie de parálisis—. ¿Te has tropezado alguna vez con algo que…, no sé…, que te haya hecho preguntarte… qué cojones…, o sea…, si tiene límites lo que el ser humano es capaz de hacer?
Gurney no tuvo que pensar mucho rato. Acudieron a su mente imágenes de cabezas cortadas, de gargantas rebanadas, de cuerpos desmembrados. Niños quemados vivos por sus propios padres. El caso del llamado Satanic Santa, un asesino en serie que envolvía pedazos del cuerpo de sus víctimas en papel de regalo y se los enviaba por Navidades a los agentes de policía locales.
—Me vienen muchas imágenes a la cabeza, Jack, pero la última que me atormenta en sueños una y otra vez es la cara de Carl Spalter: esa foto suya tomada durante el juicio de Kay, cuando apenas estaba vivo. Hay algo terrible en ella. Quizás a mí me afecta la expresión desesperada que hay en la mirada de Carl como a ti te afectan esos clavos en los ojos de Gus.
Ambos permanecieron en silencio hasta que Esti regresó con una hojita de papel y se la dio a Gurney.
—Seguramente ni siquiera necesitabas la dirección —dijo—. Te podría haber dicho simplemente que buscaras la mansión más grande de Lakeshore Drive.
—Así será más fácil. Gracias.
Ella se sentó en su silla y paseó la mirada de uno a otro con curiosidad.
—¿Qué ocurre? Parecéis los dos… abatidos.
Hardwick soltó una risotada ronca, carente de humor.
Gurney se encogió de hombros.
—De vez en cuando, tenemos un atisbo de la realidad con la que nos enfrentamos. ¿Sabes a qué me refiero?
Esti respondió con otro tono.
—Sí, claro que lo sé.
Hubo un silencio.
—Hemos de pensar que estamos avanzando —dijo Gurney—. Que estamos haciendo las cosas que tenemos que hacer. Con datos precisos y una lógica sólida…
Su comentario se vio interrumpido por un repentino y fuerte impacto contra las tablillas del revestimiento de la casa.
Esti, alarmada, se puso rígida.
Hardwick pestañeó.
—¿Qué coño ha sido eso?
El sonido se repitió: como el trallazo de la punta de un látigo contra la casa. Y entonces todas las luces se apagaron.