Un tema que no habría que tocar
En las Navidades regresan unos pequeños seres a los que siempre hacemos oídos sordos: los villancicos. Como hacemos oídos sordos, la gente canta cosas que no entiende:
—Recogido tu rebaaaaño… ¿Adónde vas, pastorcillo?
—Voy a llevar al portaaaaal requesón, manteca y vino.
¡Requesón, manteca y vino! ¿Eso para quién es? ¿Para el niño? ¡A un recién nacido le llevas eso, cabeza níspero! ¡Acaba de nacer! ¡Llévale una cantimplora con leche materna! «No, es que es para la Virgen». ¿Para la Virgen? Vamos a ver, la Virgen acaba de dar a luz… A una señora que está con el postoperatorio no le puedes llevar manteca y vino, que todavía le duelen los puntos. Porque a la Virgen hubo que hacerle cesárea fijo, que el niño venía con aureola. Claro, el médico encantado: «Señora, ya podían venir todos los niños como el suyo, con asa».
Hacer una canción sin sentido le puede pasar a cualquiera, todos los años ocurre con la canción del verano. La diferencia es que la canción del verano es horrible, pero dura sólo un verano, y al verano siguiente se vuelve a intentar. Los villancicos, no. Los villancicos son los mismos todos los años. ¿Qué pasa? ¿Ya estamos contentos con los que hay? ¿Ya nos gustan?
Por lo visto nos gusta:
Ya vienen los Reyes con el aguinaldo,
ya le traen al niño
pastelitos verdes, hojas de limón,
la Virgen María y hasta el Niño Dios.
Lo de los Reyes Magos es especialmente difícil de entender. Tres hombres con capas de satén y joyas, viviendo juntos, que hacen una caravana y atraviesan el desierto. Eso no son los Reyes Magos, eso es Priscilla, reina del desierto. Los Reyes Magos son la primera cabalgata del orgullo gay de la Historia. Yo me los imagino llegando al portal:
—Bueno, pues habrá que dar la buena nueva, ¿no? ¿Por qué no hacemos una revista periódica?
—Vale. ¿Cómo la llamamos?
—No sé, ¿en qué año estamos?
—En el cero, ¿no ves que acaba de nacer Jesús?
—Vale, pues «Cero», pero con zeta: Zero.
Si os fijáis, los villancicos nos cuentan cosas de la Navidad que la gente no sabe:
En el portal de Belén
hay estrellas, sol y luna.
La Virgen y San José
y el niño que está en la cuna…
Atención: «En el portal de Belén hay estrellas… sol… y luna». Eso tiene toda la traza de ser un eclipse. No me imagino yo a San José mirando a través de un casco de San Miguel. Al pobre San José le caen todas las chanzas:
En el portal de Belén
se han colado unos ratones
y al pobre de San José
le han roído los calzones.
Ya podían comerse el requesón del pastor, que se va a quedar ahí si no. San José es el que sale peor parado en los villancicos:
—Dime, niñooo, ¿de quién eres,
todo vestido de blanco?
—Soy de la Virgen María
y del Espíritu Santo.
Esto a San José no le tiene que molar nada. Digo yo que el Espíritu Santo, al menos, le pasará una pensión a María para la manutención del chaval, ¿no? Si no, menudo pájaro, la paloma.
¿Y por qué hacemos oídos sordos ante los villancicos? Pues porque se tocan con instrumentos de baja ralea: la zambomba, la botella de anís y la pandereta. Esos instrumentos sólo molan cuando paran.
La zambomba. Eso no es un instrumento digno. No estás escuchando a la Sinfónica de Berlín, y piensas: «Espera, espera, que ahora viene el solo de zambomba».
La botella de anís. Eso ni siquiera está concebido como instrumento. Lo que pasa es que uno se acabó la botella y para pedir otra empezó «ringui, ringui…».
¡Y qué decir de la pandereta! Un instrumento que ha acogido la tuna en su seno no puede ser bueno.