Mentiras una vez al año
Unos de los objetos más incomprendidos y peor tratados del mundo son las bolas de Navidad. A todos nos gustan mucho pero solamente nos acordamos de ellas una vez al año. ¡Qué cinismo! ¿No? Es como si Ibarretxe sólo se acordara de la Constitución para cogerse el puente.
El resto del tiempo se lo pasan olvidadas en el altillo del armario, donde guardamos las cosas que sólo se usan una vez al año: los bañadores, los disfraces… Bueno, menos en casa de Rappel, que éste utiliza los bañadores y los disfraces durante todo el año.
Las bolas de Navidad no las guardamos con cariño. En cuanto termina la Navidad las metemos en una bolsa de cualquier manera, un tiro libre y al altillo. Al año siguiente, cuando las sacas, están todas hechas un lío. Normal, acaban de salir del armario.
Aquello, más que un adorno de Navidad, parece un nanas gigante, pero nadie lo tira a la basura. Es como el desodorante, aunque se acabe, te pasas un par de semanas rascándote las axilas con la bola de plástico.
Los únicos que compran bolas nuevas son los famosos, porque sus árboles tienen que salir en el Hola. Hojeando el Hola te das cuenta de que los ricos lo ponen todo del mismo color. Que un año se lleva el dorado, pues espumillón dorado, estrella dorada, piñas doradas… Que se lleva el rojo, pues espumillón rojo, manzanitas rojas… Ya me diréis qué variedad de pino es la que da manzanas. Andamos con miramientos para pedirle peras al olmo y a un pino le pedimos hasta calcetines.
En cambio, el árbol de los pobres es como el parchís de los Simpson, está lleno de colorines. Los pobres ponemos todo lo que tenemos. Si tenemos dos estrellas de Navidad, ponemos las dos. No decoramos el árbol, lo enterramos.
Fijaos si somos crueles con las bolas de Navidad que llevan dos mil años siendo el adorno más importante del árbol, ¡y no se nos ha ocurrido nada mejor para colgarlas que el ganchito! Si pasa un niño corriendo, el árbol tiembla un poco y se caen tres o cuatro bolas. Tenemos tan poca fe en el ganchito que ésas ya no vuelven al árbol. Como mucho las ponemos en el frutero. Lógico, si hemos puesto manzanas en el pino, vamos a poner las bolas de Navidad en el frutero.
Al coger una bola de Navidad todos hacemos una cosa: mirarnos en ella. Nos vemos con cara de pez, como si nos hubiéramos hecho un lifting. Excepto Paloma San Basilio, que se ve con cara normal.
Cuando se acaba la Navidad, las pobres bolas vuelven al altillo y se quedan a oscuras durante un año. Espero que allí arriba se lo pasen bien, porque dicen que cuando te lo estás pasando bien el tiempo pasa más rápido. Esto lo utilizo yo mucho como excusa. Cuando una chica me dice: «¿Ya?», yo le digo: «¿Es que se te ha hecho corto? Eso es que has disfrutado».