Los domingos

Al fin el fin

Dice el Génesis que Dios hizo el mundo en una semana «y el séptimo día descansó». Siempre me he preguntado qué hizo Dios ese domingo. Descansó, vale, pero ¿qué hizo? Una cosa está clara: no fue a misa. Porque eso no sería descansar, eso sería pasarse a ver qué tal va el negocio.

Lo más normal es que ese domingo Dios hiciera alguna de las cosas aburridas que se hacen los domingos, como bajar a por el periódico, que, por cierto, vendría bastante escuálido porque todavía no había noticias. ¿Cuál sería el primer titular de ese periódico? «Se acaba de inaugurar el mundo. Seguiremos informando».

Qué aburrimiento, ¿no? Ya es aburrida la Eternidad de por sí, imaginaos cómo será la Eternidad un domingo. Después Dios compraría el pan y de camino a casa se comería el cuscurro, porque Dios también es humano. Y hasta ahí la mañana. La mañana del domingo es amable, relajada y despreocupada. Sin embargo, la tarde es crispante. ¿Por qué? Porque sabes que al día siguiente es lunes y así es imposible relajarse.

Todo el mundo está crispado el domingo por la tarde. No hay más que encender la radio. Pongas la emisora que pongas, siempre hay un señor atacado hablando de fútbol, con el esqueleto a punto de salírsele por la boca de los gritos que pega. Y no podemos hacer nada, ese grito es el canto del cisne del domingo que toca a su fin.

¿Cómo le afectaría eso a Dios? Escuchar ese domingo que agoniza y saber que a la mañana siguiente te tienes que levantar pronto e ir a la otra punta del Universo para hacer otro mundo distinto.