Recuerdos para olvidar
Hay un sector de la Ciencia que a todos nos gusta mucho, pero que se ha quedado estancado: el de los souvenires. ¿Os habéis fijado en que seguimos fabricando exactamente los mismos souvenires que hace cuarenta años? Una de dos: o se venden de maravilla y los comerciantes no se quieren arriesgar con otra cosa, o esos souvenires llevan ahí desde 1960.
Por ejemplo, la concha con ojos «recuerdo de Gandía» que está ahí todos los veranos. Esa divertida concha es recuerdo de Gandía porque alguien cogió un rotulador y le escribió «Recuerdo de Gandía» y te tiene que recordar a Gandía. Le podías poner «Recuerdo de mi primera comunión» y repartirlas a la salida de la iglesia. Según lo que ponga en esa concha puede ser recuerdo de Málaga, de Benidorm, de Fuengirola, de Cuenca… ¿De Cuenca? Ya me diréis qué tendrá que ver Cuenca con las conchas y con el mar…
Otro clásico del souvenir es la televisioncita con diapositivas. Le das la vuelta, empiezas a pasar imágenes y no sabes nunca cuándo has acabado. Piensas: «¡Qué cantidad de monumentos hay en Cuenca… Además hay tres de cada!».
También son clásicas las postales de bailaoras con faldita de tela. ¿Cuánto tardamos en levantar la faldita y mirar? ¿Eso es lo que queremos que los extranjeros recuerden de España?
Aquí viene la gran pregunta: los souvenires ¿realmente funcionan como recuerdos? ¿Qué tipo de memoria tiene una persona que necesita una figurita para recordar en qué ciudades ha estado? Me imagino a esa persona: «Oye, ¿Elche cuál era? ¿La del acueducto o la de la dama con las ensaimadas en la cabeza?». Con una memoria así lo que me extraña es que se acuerde de comprar el souvenir.
La gente sigue comprando souvenires, son una necesidad. ¿Por qué os creéis que tiraron el Muro de Berlín? ¿Por lo de la Democracia? De eso nada, fue para hacer souvenires.