Las cantimploras

Una partida de ajedrez contra la sed

La cantimplora es un pequeño botecillo muy importante. De hecho, la cantimplora va disfrazada de Guardia Civil, lleva una vestidito verde, unas correas negras y un gorro negro brillante que es el tapón.

En una excursión, el que tiene la cantimplora es el que tiene el poder. Establece el ritmo, marca la dirección y nadie se atreve a adelantarle. Eso le da fuerza y vigor para cargar con el peso de la cantimplora, porque cuando está llena, la cantimplora pesa y es un coñazo llevarla. Aquí se da una paradoja cantimploril: ¿qué es más incómodo, llevar una cantimplora llena o una cantimplora vacía? La cantimplora llena pesa más, pero la cantimplora vacía es inútil y te sientes estúpido cargando con ella.

El momento más crítico de una cantimplora es cuando beben de ella, pues hay varios tipos de bebedor de cantimplora. En primer lugar está el bebedor profesional de cantimplora, que da gusto verlo. Capaz de crear ese elegante chorro cristalino que irisa los rayos del sol creando un arco mágico que va de la cantimplora a la boca.

Luego está el bebedor ventosa, el que coge la cantimplora y empieza a succionar como si fuera una proverbial tetilla. Claro, según succiona, dentro de la cantimplora se va haciendo el vacío y llega un momento en que el pobre bebedor ventosa se queda pegado a la cantimplora y hay que sacarlo haciendo palanca, o soplándole por la nariz… o si no, dejarle la cantimplora ahí, que tampoco está mal.

La mayor parte de los bebedores lamprea son niños. Por eso tienen sus propias cantimploras de Picachu, de Hello Kitty, de Barbie… ¡Que ya me diréis qué nos puede enseñar Barbie sobre las excursiones en la alta montaña!

¿Por qué hacen una cantimplora de Barbie? Pues porque les sobraría material. Si os fijáis, la cantimplora de Barbie está hecha del mismo material que la caravana de Barbie, la casa de la playa de Barbie, la caseta del perro de Barbie, las gafas de Barbie, incluso la propia Barbie… ¡Plástico! De ahí ese sabor tan estupendo que le da la cantimplora de Barbie al agua: plástico y caliente. Es como beberte el liquidillo que sale al purgar los radiadores.

El termo es la cantimplora de nuestros mayores. Una cantimplora capaz de mantener el café caliente. Los mayores lo tratan como si llevara plutonio: «¡Cuidado, que en esa bolsa va el termo!». «¡Niños, no os acerquéis al termo!». «¡Que no le dé la luz, que no se moje y, sobre todo, que nadie le dé de comer después de media noche!».

No entiendo muy bien en qué momento de la vida uno se compra un termo. Tengo treinta años y aún no he necesitado un termo. Sin embargo, mis padres a mi edad ya tenían tres. ¿Qué pasa?, ¿nuestros mayores viajaban a sitios en los que no había café? Y si no había, ¿qué pasa?, ¿no se podían aguantar una semana?

A mí me gusta el termo como objeto, porque es fascinante. Ese grifo que se aprieta, hace «ejjjjj», y sale un café que siempre sorprende por lo caliente que sale. Luego está el botijo, que es como el termo pero al revés. Si uno es gordo, el otro es flaco; si uno es metálico, el otro es de barro; si uno es liso, el otro poroso; si uno mantiene el líquido caliente, el otro lo mantiene fresco. Podrían ser un grupo cómico, Termo y Botijo. Tendrían sketches sobre dinámica de fluidos la mar de risueños.

Otro tipo de cantimplora es la botellita de los ciclistas, con ese tapón que se saca con los dientes y luego la gente se esfuerza por beber sin chupar. Bebes intentando alejarte lo máximo posible, que queda muy espectacular. Pero el final es muy difícil, te babas. Es muy difícil terminar de beber de un botellín de ciclista sin perder la elegancia.

Las cantimploras nos acompañan en esta excursión que es la vida. Desde que nacemos hasta que morimos, del biberón hasta el gotero, nuestra vida está jalonada por cantimploras. Y si algo nos han enseñado es que el agua se puede acabar. Espero que esto sirva para que estemos preparados.