Nada por aquí
Hay unos pequeños seres de los que nadie se va a acordar estas Navidades: las gafas de bucear.
¿Cómo pasan las Navidades unas gafas de bucear? Esa familia no se reúne, las gafas de bucear no se llevan muy bien, son muy distintas entre ellas. Están las gafas estilo nadador profesional, que son como dos tapones de plástico unidos por una gomita. Ésa es una gafa facha, no te deja tener los ojos en la parte de la cara que te apetezca, tienes que tenerlos donde ella diga. Por ejemplo, Sergio Rivero, el chavalín que un año ganó Operación Triunfo, no puede llevar unas gafas de nadador, o se le quedará un ojo fuera. Tampoco puedes ser de ojo muy saltón. Gente de ojo obeso, como Enrique San Francisco, no se puede poner esas gafas porque el ojo, desde dentro, toca con el cristal, lo levanta, entra agua y no ves nada. Que entre agua importa poco, porque si estas gafas están secas tampoco se ve nada. Son gafas muy de derechas y no hay manera de ver nada con ellas. De hecho, cada vez que alguien intenta llevarse estas gafas a la piscina acaba jugando a tirarlas al agua para que otro bucee y las encuentre.
Luego están las gafas de bucear tipo máscara, las que abarcan toda, la cara. Ésas te las quitas y te queda toda la cara roja. Ésas son de izquierdas. Algunas tienen una fundilla de goma puntiaguda para la nariz, lo cual no se entiende, porque debajo del agua tampoco huele tan mal. La nariz es lo de menos, lo peor es lo que está debajo, los labios. Como la máscara te hace efecto chupona, los labios se te disparan. Una persona normal se pone unas gafas de ésas y le quedan los labios como a Yola Berrocal. ¿Y qué pasa cuando se las pone Yola Berrocal? Cuenta la leyenda que la confundieron con una zodiac de la Cruz Roja.
Las gafas de bucear no le sientan bien a nadie. A las chicas de Miss España las hacen desfilar con bañador. Así es muy fácil estar guapa. Ponlas a desfilar con gafas de bucear a ver quién se lleva el premio. La idea se propuso en el último certamen, pero era mucho riesgo. Al darle el premio a la ganadora, se pondría a llorar, las gafas se le llenarían de agua y se ahogaría viva.
Hay quien pensó que los ahogamientos se podrían solucionar con una hermana anarquista de la gafa máscara: la gafa máscara con tubo. A mí me da igual que uno sea de izquierdas, de derechas, anarquista o filántropo lascivo, me da igual, pero el tubo de respirar, el snorkel, eso no tiene perdón de Dios. ¡Un tubo que tiene una pelotita blanca enjaulada en la punta! ¿Para qué? Si debajo del agua no se puede jugar al ping-pong.
Te pones esas gafas y es como pasar una temporadita en Guantánamo: privación total de los sentidos. Las gafas se empañan y no ves. Con la nariz tapada por la goma se anula el sentido del olfato. El tubo en la boca anula el sentido del gusto, y debajo del agua no se oye. Sólo te queda el sentido del tacto, ¿y qué es lo que notas? ¡Que la goma de las gafas te está depilando la nuca y las patillas!
Precisamente, lo único que todas las gafas de bucear tienen en común es la goma. Esa goma negra con dientes, con esa hebilla de plástico para regular la longitud… Eso no ha funcionado jamás. Ese invento todavía no está para salir al mercado. Por mucho que tires de la goma, son las gafas las que dicen cuánto tiene que medir el perímetro de tu cabeza, y de ahí no las saques.
Sólo le pido a Dios que las gafas de bucear arreglen sus rencillas y, si es posible, que nos dejen tener a cada uno la cabeza tan ancha como nos apetezca. Nada más.