Soldados enviados a una batalla perdida
Los ambientadores sirven para librarnos de los malos olores, vale. Pero hay una cosa que debemos saber: sólo hay una cosa peor que un olor malo… un olor malo tapado con uno bueno.
Un ejemplo conocido por todos es el ambientador de pino que tienen los taxis. Yo creo que a los taxistas les dejan ahí los regalos de Navidad porque el pino siempre tiene unos daditos al lado, unos llaveros, un San Cristóbal… Si te subes por la mañana a un taxi con pino en el retrovisor, el taxi tiene un olor peculiar… En la nariz los olores se ordenan de peor a mejor… Sudor, tabaco y la goma de las alfombrillas del coche… Y el pobre ambientador de pino, colgado del retrovisor, te mira como diciendo: «Yo hago lo que puedo. Te lo juro».
Ese pino da mucha pena. Ahorcado. ¡Qué ironía! La gente se cuelga de los pinos, y los pinos se ahorcan en los retrovisores de los taxistas. Yo creo que ese pino ya ni huele, no tiene alma. Si lo tocas tiene cuerpo de posavasos de Heineken. Son del mismo material, esa especie de cartón gordo, poroso. Los ambientadores de pino, una vez jubilados, podrían recolocarse como posavasos de Heineken. Pero no. Porque un ambientador no se quita cuando se termina, se quita cuando, a causa del paso del tiempo, se rompe el cordelito del que cuelga.
Lo que no entenderé jamás es por qué los llamamos ambientadores de pino cuando en realidad tienen forma de abeto.
Hay puertas que todavía tienen esos ambientadores con forma de pastilla que había en los años ochenta. ¿Os acordáis? Había que girarlo. Lo ponías en un armario y era como si tuviera un ojo de buey perfumado en la puerta. Se pegaban con una especie de adhesivo amarillo, almohadillado… que no había Dios que lo despegara. Te podías colgar del ambientador y eso no se arrancaba. Y de repente, un día… como si hubiera llegado el otoño de los ambientadores, se caían. Además, dejando un cuadradito amarillo, recuerdo de haber estado allí. Es normal, la única manera de luchar contra algo maloliente es irse.
Otra modalidad de ambientador es el spray. Ése tiene un problema. Echas, pero no sabes cuándo parar. Tsss… Como no notas que el olor desaparezca… Tsss… «Cuando desaparezca el mal olor paro», tsssssss… Pero el olor empeora… Tsssssssssssss… Y llega un momento en que en la habitación hay un ambiente espeso, irrespirable… Te lloran los ojos…
Para evitar esto se ha inventado un ambientador que es un aparto al que, de vez en cuando, se le escapa un pequeño cuesco. Así va perfumando la habitación poco a poco. Se llama Brisse Soplo, lo pones en el salón y tienes al niño entretenido toda la tarde: «Un soplo, dos soplos, setenta y tres soplos, noventa y un soplos…». ¡Por Dios, que alguien le compre a este chaval una PlayStation!
El pobre chaval va al cole apestando a lavanda, frescor de primavera y cítrico tropical. Ese niño no puede tener ni un solo amigo: «¿Vienes a mi casa a contar los cuescos que se tira el ambientador?». Pues no. Para ir al cole ese chaval se tiene que frotar con basura y raspas de pez, si no, no se le acerca nadie.
—¿Quieres ser mi amigo?
—No, mis padres no me dejan oler a cosas que no existan en la Naturaleza.
El peor ambientador es el del váter. Esa especie de cajita azul que vive colgada al borde del precipicio. Eso sí que es una misión imposible. Estar allí en el fondo del volcán… ambientando.
Pobres ambientadores, no acaban de encontrar su sitio en el mundo. Pueden estar pegados detrás de una puerta, dentro de un armario, dentro de un coche, dentro de un váter, en los enchufes… Les da igual.