Un camino seguro, pero largo y cansado, para llegar a Dios
Hablemos de unos objetos que hacen de nosotros seres más elevados: las escaleras.
Las escaleras han sido muy importantes para el avance de la Ciencia. La ley física más importante no es la Ley de la Gravedad, ni la Ley de la Relatividad, es la Ley del Mínimo Esfuerzo. Esa Ley es la que ha hecho que el ser humano invente cosas.
El ser humano odia subir escaleras, y en su desesperado intento por evitarlo ha inventado ascensores, montacargas y una silla muy graciosa que sale en la película de Los gremlins. El hombre siempre quiere evitar la escalera porque representa esfuerzo. Cada peldaño es sufrimiento, ya lo dice su nombre, «peldaño».
La escalera sólo tiene una parte divertida, el pasamanos, que lo bajas como un tobogán. El problema es que solamente el 10 por ciento de los pasamanos son óptimos toboganes. La mayoría, o no resbalan bien, o se te clavan, o tienen una piña al final. ¿De quién es la idea ésa de poner una piña al final? ¿Es que no saben dónde se nos va a clavar? La piña llama a los piñones… ¿A quién se le ocurre? Es como si te tiras por un tobogán del Aquapark y al final hay un grifo.
El ser humano, en su afán por no subir escaleras pero hacer como que sí, inventó las escaleras automáticas. Cuando subes las escaleras de El Corte Inglés, pasas junto a un espejo y te miras, como diciendo: «Me queda bien esta escalera automática, igual la compro». Las de El Corte Inglés son escaleras automáticas de piscifactoría. Luego están las escaleras automáticas salvajes: las del metro, las de estaciones de autobuses, de metal sucio, que hacen ruido, «chunk, chunk, chunk…», y tienen nombres como de súper robots alemanes: Otis, ThyssenKrupp, Boetticher…
A veces las escaleras mecánicas se estropean. Mi duda es: ¿por qué cuesta tanto subir por una escalera automática que no funciona? En realidad es como una escalera normal, pero cuesta el doble.
Otra escalera de aspecto parecido a la escalera automática es la escalera de los aviones. Es curioso, cuando la subes no sientes nada. Pero cuando la bajas te sientes importante, como si fueses un papa, un Beatle o Ronald Reagan.
Yo no entiendo por qué hay que salir por esa escalera cuando es evidente que el avión tiene otro sistema para salir mucho más divertido. Te lo enseñan cuando explican las salidas de emergencia: los toboganes amarillos inflables. Es como una atracción de parque temático. Parece que en algún momento el piloto va a decir: «Si ustedes se portan bien, luego quizá infle los toboganes y les deje salir por ahí». ¿Por qué no se pueden usar para salir siempre, si es mucho más seguro, vistoso y divertido? Además, según bajas, podrían hacerte una foto como en Port Aventura.
La escalera de los aviones es digna, pero la escalera de los helicópteros no tiene perdón de Dios: unos palos atados a unas cuerdas, eso no es serio. Un helicóptero es un cacharro que cuesta varios cientos de euros, usa querosenos muy caros también, hay que tener dos carreras para conducirlo… y le ponen la escalera de una cabaña de árbol. Ni siquiera una escalera de pintor es tan cutre.
La escalera de pintor es, paradójicamente, una escalera que necesita urgentemente una mano de pintura. En la escalera de pintor, aunque subas tú, el que lo pasa mal es el que está abajo. Es como si el vértigo de la escalera de pintor fuera contagioso: «¡Cuidado! ¡No te vayas a caer!».
Las madres no se llevan bien con casi ninguna escalera. Sólo con una, la escalerilla de la piscina. Es como un embarcadero para las madres de agua, que se agarran un momentito, prueban el agua y luego se echan a nadar con sus cuellos tiesos para que nos se les moje el cardado. Van como patitos y de repente vuelven a la escalerilla, que es como entrar en boxes. Se agarran a un peldaño y ponen cara de: «¡Bien! ¡He sobrevivido!», y salen más contentas que unas pascuas. ¡Ay, las escaleras! ¡Tan pronto nos tienen allí arriba como aquí abajo!